Sergio del Molino, escritor con una presencia constante en los medios de comunicación españoles, quiso contestar también a nuestras preguntas. Nacido en 1979, autor de las novelas La hora violeta (2013), Lo que a nadie le importa (2014), La mirada de los peces (2017) y el ensayo La España vacía (2016), es colaborador habitual de Talleres de Escritura Fuentetaja, impartiendo talleres en Zaragoza y en Madrid.
¿Cómo describirías tu rutina de escritura? Señala si te es posible la combinación de tus hábitos analógicos y digitales al poner en palabras lo que deseas escribir.
Soy bastante metódico. Cuando estoy escribiendo un libro (no cuando lo estoy reescribiendo ni revisando ni editando, sino cuando escribo desde el blanco), me levanto bastante temprano, entre las seis y las siete, y trabajo en documentos de Word hasta que llega la hora de llevar a mi hijo al colegio, que está al lado de casa, por lo que apenas pierdo media hora entre darle el desayuno, vestirlo y dejarlo en la puerta del cole. A las 9.05 suelo estar de nuevo frente al ordenador, pero aprovecho para prepararme un desayuno y abrir las redes sociales. Según los días, me demoro escribiendo algo en Facebook, comentarios sobre la actualidad. Antes abría los periódicos y pinchaba en los titulares que me interesaban, pero últimamente estoy suscrito a muchos boletines de prensa extranjera que me dan una sensación parecida a la que tenía cuando leía el periódico en papel, porque yo fui un lector de prensa muy metódico, que reservaba un rato largo para la lectura cada día. Luego retomo la escritura, pero, aunque alcanzo ratos de larga concentración, convivo con interrupciones constantes: correos electrónicos, mensajes por varios canales, notificaciones de redes sociales… Las voy atendiendo a ratos porque tengo una gran capacidad de concentración que me permite aislarme y centrarme en el texto con muchísima facilidad. Quizá sea ese rasgo, un tanto enfermizo, de mi personalidad, lo que me permite escribir en la era de las distracciones electrónicas. Mis rutinas y métodos son inservibles sin dos requisitos previos: la grafomanía y la falta de manías y rituales. No diré que no me afectan, pero he aprendido a no dejar que afecten a mi escritura, como estrategia de supervivencia. Para ello, dedico una atención obsesiva al texto, intento que, cuando estoy escribiendo un párrafo, sólo exista ese párrafo y todo lo demás desaparezca. Tengo una hipótesis acerca de mi miopía y de mi falta de visión lateral: las anteojeras de mi vista enferma ayudan a enfocar lo esencial (en otra pregunta hablo de escribir a mano y en teclado).
Como escritor/a por una parte y como persona por otra, es decir, como herramienta de trabajo y como herramienta de vida, ¿cómo describirías tu relación con tu teléfono, tu ordenador, tu tableta?
En una palabra: dependiente. Se han vuelto algo tan esencial en mi vida como la electricidad o el agua corriente, y pienso que son al siglo XXI lo que la electricidad fue al XX. La electricidad también creó dependencias incomprensibles para los humanos anteriores. Del mismo modo que no concebimos la vida sin electricidad o sin zapatos, ya no concebimos vivir sin teléfonos ni ordenadores. Tengo de todo: tablet, teléfono y varios ordenadores. Siempre viajo con teléfono y ordenador (y viajo mucho) y cada vez los uso para más y más cosas. Lo cual, lejos de prevenirme para un apocalipsis, me hace la vida más llevadera y me permite ser más productivo. Lo cual, cierto es, supone cierta forma de esclavitud: ya no hay refugios, ni tiempos muertos, ni posibilidad de descanso real. Si fuera un trabajador por cuenta ajena, me supondría un suplicio, pero como mi vida es rara y yo gestiono mis trabajos, mis tiempos y su volumen, estar siempre conectado me ayuda a hacer más cosas en menos tiempo. Aun así, me noto antiguo. Nací en 1979 y, por tanto, he sido educado en el mundo analógico. Eso quiere decir que puedo escribir en cualquier parte y de cualquier modo, pero siempre con un teclado de ordenador y una pantalla grande. Tengo compañeros (mayores que yo, incluso) que escriben columnas en la tablet y en el móvil. Yo soy incapaz. Puedo mandar una crónica al periódico sentado junto a un contenedor de basura mientras el público de un concierto baila a mi alrededor, pero necesito escribirla en un portátil. Tal vez porque necesito ver la página y la disposición de los párrafos. Tal vez porque para mí el texto tiene fisicidad y no es una abstracción de signos convencionales que pueden adoptar cualquier formato. Si no veo las letras en un documento de Word, con sus invisibles y la tipografía con la que me siento cómodo, no puedo escribir. Es decir, que los teléfonos y las tablets afectan más a mi vida cotidiana profesional (para organizarme la agenda, entrevistas, etc.) que a mis hábitos como escritor estricto, en tanto hacedor de textos.
¿Has percibido alguna modificación en tu forma de pensar y estructurar un escrito al confrontar el recuerdo de tus tiempos de iniciación (imaginamos que aún próximos a las páginas de papel a pesar de ser tú muy joven, un nativo digital que dicen), y los actuales, en que inevitablemente nuestro tiempo de lectura y escritura se consume de forma creciente, por momentos de forma absoluta, en las que nosotros llamamos páginas-pantalla o páginas de luz?
Pues no lo había percibido profundamente hasta la escritura de “La mirada de los peces”. Por su naturaleza, decidí escribirlo a mano, en cuadernos, por dos razones: quería que el plano temporal del presente se pareciese a un diario y que el tiempo narrado y el tiempo de escritura se fundiesen (por contraste al plano temporal del pasado, donde los tiempos verbales y el punto de vista son distintos). Por otro lado, quería conservar la tensión de la frase espontánea. En el ordenador reescribo constantemente. Repaso un párrafo y, mientras lo leo, lo reescribo, borro, cambio, añado en un proceso eterno. Quería obligarme a no corregir ni reelaborar sobre la marcha y concentrar ese proceso al final, cuando pasara los cuadernos al ordenador. Mi idea era que, entonces, sentiría que estaba editando el libro de otro y podría trabajar el material con mucha distancia. Buscaba la síntesis entre la calentura de la grafomanía y la pericia de la edición informática. Me equivoqué y no volveré a hacerlo. Me di cuenta de que dependo muchísimo del ordenador, no sólo al reescribir. A mano, mis frases son más cortas y titubeantes, sueno incluso más solemne. Algo del sufrimiento físico que me supone empuñar un bolígrafo durante horas se trasladaba al texto. Con el tiempo, devino un suplicio, hasta el punto de que no pude terminar el libro a mano. Pasé todo el material a Word y terminé la novela al ordenador, totalmente reescrita. En el ordenador me noto dueño del fraseo, soy más sensible a los hallazgos de la prosa y estructuro mejor el pensamiento. La escritura manual se me hace pesada, lenta y poco imaginativa. Simplemente, se me ocurren menos cosas con el boli que con el teclado, es así de duro. Pero, insisto: me he tenido que poner a prueba para comprobarlo. No era en absoluto consciente de hasta que punto el ordenador condiciona mi estilo y mi forma de atacar la prosa. Ha sido revelador y brutal. Si me viera forzado a escribir a mano, tendría que reinventarme por completo como escritor y no sé si mi obra sobreviviría al cambio.
¿En qué aspectos significativos ha cambiado el ordenador y otros dispositivos y recursos digitales tus métodos, tus hábitos y tus ritmos de trabajo como creador y/o intelectual?
Creo que he respondido parcialmente antes. Añadiría una nota sobre Facebook, donde soy muy activo. Se ha convertido en mi patio de recreo. Trabajo solo en casa y es el sustituto de la charla en la máquina de café del oficinista. Pero, además, es un lugar de experimentación. Creo que ha sustituido también al diario. Por un lado, tiene ese registro íntimo propio del diarismo, pero es mentiroso, porque la percepción es simultánea a la escritura, lo que condiciona sobremanera el contenido y los límites. Por otro lado, esa respuesta inmediata es adictiva y me permite comprobar en directo la respuesta emocional a algunos recursos narrativos que luego empleo en los libros. Lo utilizo con profusión y curiosidad, también con adicción.
¿Percibes alguna distinción generacional significativa en relación con la estructura y el manejo del lenguaje de sus textos en las/los autoras/es que sigues y que por edad manejen con mayor fluidez los recursos propiamente digitales y más al día?
Es algo difícil de conceptualizar, apenas una intuición, pero la principal diferencia entre los autores activos en redes y los que, casi siempre por edad, no lo son, es que los primeros tienen menos miedo al lenguaje. La continua exposición pública y lo impulsivo de las redes les hacen mucho más coloquiales y directos, sin sombra de solemnidad, sin autocensuras.
O/y, más en concreto, al igual que es un hecho demostrado lo profundamente que el cine —un arte híbrido y tecnológico por antonomasia, producto de lo que a principios del siglo XX se consideraba tecnología punta— ha afectado e influido en la novela, ¿en qué detalles concretos crees que estaría afectando e influyendo en las/los aficionadas/os a escribir en edad más temprana los nuevos recursos y rutinas de expresión y comunicación que dominan sus relaciones desde la infancia y adolescencia —chats, videojuegos en grupo, mensajería compulsiva y comunicación en redes, emoticones, escritura multimodal, etc—?
La verdad es que no tengo ni la menor idea. Apenas me alcanza para comprender mi propia educación sentimental.
Si bien la prensa lidera la transformación cara al público de los lenguajes escritos, hasta las abuelitas y abuelitos escriben Whatsapps en su intimidad tejiendo palabras con videos, fotos y sonidos, a menudo producidos por ellos mismos, amén de emoticones, gifs y otros signos de nueva generación, en ocasiones muy creativos. ¿Cuál es tu sentir general sobre cómo la literatura va a asimilar la palpable transformación del lenguaje escrito en su hibridación masiva con recursos expresivos que antes estaban del todo descartados del territorio de lo que se consideraba escritura o propios del oficio de escritor?
No me inquieta nada. Me molesta la impostación de recursos, obras que tienen voluntad de parecer “contemporáneas” y que fuerzan inserciones de epístolas en formato e-mail o Messenger, etc. Me gusta cuando el recurso se aprecia natural, cosa que cada vez se aprecia más. Confío en que la literatura va a seguir intentando alcanzar esa síntesis dialéctica fruto de la asimilación del lenguaje escrito de la época y de su imposición formal como creadora ella misma de normatividad. Me preocupa más la pérdida de influencia social, o de prestigio más bien, de la literatura, que una transformación que, por otro lado, está siempre en marcha.
Desde los orígenes mismos de la escritura, muchos escritores han usado dibujos y otras inscripciones ajenas a la palabra asociadas a sus textos. Ya en el siglo XXI, autores de máximo rigor estilístico y gran conocimiento de la literatura clásica, como pueda ser el muy notable caso de W. G. Sebald, han consagrado el uso de la fotografía en la novela. Si un nuevo estándar de ebook aceptado por todos los actores editoriales permitiese el uso sencillo de sonidos, música y/o imágenes en movimiento en ese formato de libro, ¿percibes algún conflicto en la posibilidad de experimentar con ese tipo de recursos en un contexto literario de índole narrativo o poético? ¿Crees que podrías llegar a plantearte usarlos en una obra de cierta ambición literaria?
De momento, no me lo planteo. Soy partidario de una textualidad radical, y creo que el texto, además, está ganando la batalla. Los recursos extratextuales, salvando ejemplos sublimes como Sebald, se perciben como adornos que no alteran sustancialmente el sentido ni la percepción de la obra. Su aporte es casi nulo. La literatura es imbatible en el texto. Lo demás es un remedo audiovisual que parece una parodia pobre al lado del cine, la televisión o el arte.
Miremos ahora a la prensa digital. ¿Cómo describes en el detalle el estado de profunda precarización del oficio de escritor en su relación con la prensa escrita en su dimensión digital?
No puedo entrar mucho en el detalle porque soy un privilegiado, pero mi impresión es, lisa y llanamente, que el oficio de escritor no tiene cabida en la prensa digital. No puede usarla más que como una herramienta de promoción, un mero escaparate, pero, hoy por hoy, no hay forma alguna de desarrollar un oficio propiamente dicho, en el sentido de su profesionalización, con una prensa digital que no sabe generar ingresos para remunerar unos contenidos por los que nadie cree que merezca la pena pagar.
¿Al escribir para la prensa piensas de forma distinta cómo será tu texto en el papel y como será en la pantalla? Detállanos por favor como vives esta dualidad.
No especialmente, porque son muy pocos los textos que no acaban teniendo una versión digital, y esos pocos son publicaciones exquisitas y elitistas: revistas de arte, hiperespecializadas, de lujo, etcétera. Mi disposición hacia el texto depende del medio concreto (que es el mensaje) para el que va dirigido. No escribo igual para El País que para CTXT o Eñe, pero no por el componente digital, sino porque creo que cada medio exige y espera cosas distintas de mí, y procuro adaptarme a las expectativas que, siempre de forma implícita, creo que me han transmitido.
¿Al escribir para la prensa que publica tus textos en versión digital tienes un espacio de corrección concedido para volver a tu texto y editarlo con libertad dentro de la propia plataforma del medio? ¿Qué derechos y qué límites piensas que sería razonable asignar a esa posibilidad?
No, no dispongo de acceso a las tripas de los medios, siempre hay un redactor que recibe mis textos en Word y que los edita, pero está a mi disposición para cambiar cualquier cosa en cualquier momento, privilegio del que procuro no abusar porque odio importunar a la gente. Si me ofrecieran contraseñas para entrar yo mismo a editar mis piezas, lo rechazaría porque creo en la figura del editor. Yo he sido editor, mi pareja es editora, es un trabajo importantísimo que no todo el mundo sabe hacer. Me gusta establecer una relación de confianza con quienes trabajan mis textos en los medios (que, por otro lado, no tienen que alterar casi nunca y siempre con permiso).
¿Cómo describirías, por ejemplo, tu relación con recursos propiamente digitales como pueda ser el uso de hipervínculos? ¿En qué contextos los usas?
Renuncié a usarlos hace mucho, en los albores de mi blog. Por una cuestión de distinción y por una vindicación del texto puro. Quizá, también, por un sentido anacrónico de la resistencia de alguien educado en la cultura impresa.
¿En la prensa con la que colaboras tus textos son sometidos a una edición que los mine de hipervínculos sin tu autorización? ¿Cuál es tu posición al respecto de los medios que usan editores humanos o robotizados (en forma de plugins) para sembrar hipervínculos sin un criterio consensuado con el autor?
Sí, pero nunca me he detenido a rastrear esos vínculos ni me preocupa adónde llevan. De hecho, rara vez tengo tiempo de releer mis textos una vez publicados.
¿Qué proyección a futuro te suscitan estas dinámicas —poner en manos de algoritmos y dispositivos de inteligencia artificial, es decir robots, los textos de los escritores humanos— si no consiguiésemos ponerles coto?
Supongo que algo parecido a lo que se describe en el ensayo “El filtro burbuja”: que mis textos cada vez tendrán menos posibilidades de alcanzar una audiencia no dirigida, que perdamos la posibilidad del hojeo, que los algoritmos acoten la realidad y moldeen nuestra visión del mundo al impedirnos acceder a textos que quedan fuera de sus previsiones. Intelectualmente, una catástrofe.
Mirando al lado positivo, ¿qué ventajas le ves a los nuevos recursos expresivos propiamente digitales? ¿Por cuáles te has dejado seducir a la hora de abordar tu oficio?
Ya he dicho que tengo una actitud hasta cierto punto reaccionaria. He ido dejando de usarlos cada vez más, para centrarme exclusivamente en el texto.
¿Sueñas con algún tipo de recurso digital aún no existente?
Un algoritmo de Amazon que sepa recomendarme un libro que me interese.
De estas preguntas se pueden deducir muchas otras que no dudamos tú mismo/a te vendrías haciendo mucho antes de que te interrogásemos. ¿Cuáles son las que más te inquietan? ¿En qué punto tienes las respuestas, caso que alguna haya conseguido al menos esbozarse —no olvidamos que estamos entre creadores: nuestro trabajo no es hacer predicción ni dar soluciones, pero sí concienciar sobre las preguntas y atisbar respuestas posibles, siempre en plural, que para eso sirven la imaginación y los personajes—?
Sobreestimáis mi imaginación, vuestro cuestionario es muy exhaustivo.
Por último, tres preguntas a las que tus respuestas nos puedan quizás ayudar a seguir seleccionando invitados que aún no hayamos considerado para entrevistar en esta serie.
Son preguntas más dirigidas a tu condición de lector:
¿Qué autores tanto en el ámbito hispanohablante como en el internacional crees que están avanzando propuestas más innovadoras e inteligentes en el marco de la transformación del lenguaje que está(n) trayendo la(s) revolución(es) digital(es)?
Me interesa lo que está haciendo Diego Salazar en Perú con la reflexión metaperiodística en su blog, las hibridaciones de crónicas y ficciones de Jorge Carrión y, especialmente, la continuidad y el diálogo con los lectores que establece Patricio Pron en sus novelas y ensayos, que siempre se completan en la red, en un proceso casi de creación continua y colectiva.
¿Qué medios, de gran difusión o de carácter más marginal, están respondiendo a tu juicio e forma más significativa e innovadora a este reto?
The New York Times y The Guardian son ejemplares en muchísimos sentidos, y ambos son muy sensibles a la creación literaria.
¿Qué translación de soportes de lectura fuera del dispositivo libro crees que pueden arraigar como espacios literarios o campos ficcionales para autores contemporáneos: redes sociales, Facebook, Twitter, Whatsapp…? ¿Te ha llamado la atención algún autor (nacional o foráneo) en ese sentido?
Facebook, sin lugar a dudas. Hay genios construyendo obras magníficas en esa red. Destacaría a Lea Vélez, cuyo perfil combina riesgo intelectual y electricidad emocional, como en las novelas rusas.
¿Cómo observas el uso de las redes sociales en el marco de la promoción (de sí mismos y de sus obras) a la que se sienten obligados los escritores para dotar de alas a su carrera? ¿Te ha llamado la atención algún autor (nacional o foráneo) por su habilidad en manejarse en este abrumador cambio de las reglas del juego de la autopromoción que se ha operado en la última década?
No diré nombres, pero me llama la atención algo que ya han descubierto las editoriales: que la autopromoción sólo funciona cuando ya estás promovido o tienes algo real que promover. Maestros del automarketing con miles y miles de seguidores no han conseguido mover obras mediocres que se han publicado sólo porque la notoriedad en las redes de sus autores auguraban un impacto fuerte. Esa autopromoción, de hecho, sólo funciona si está dentro de un proyecto mayor y se percibe como una faceta más del autor, que ofrece otras cosas en sus redes.
NOTA- Las preguntas del cuestionario contestado por Sergio de Molino hacen uso de notas con forma de bocadillos contextuales, un tipo de enlace marcado en verde, más similar a las notas a pie de página que a los enlaces azules tradicionales: al hacer clic en ellos no te sacarán de esta página ?, prueba este para saber más .
Puedes revisar los enlaces verdes del texto que acabas de leer para profundizar en los aspectos que anotamos o leer las respuestas de otros invitadas/os que respondieron cuestionarios similares (aunque cada uno con sus matices). En el presente ciclo nos estamos acercando a escritores y responsables de áreas culturales de distintos medios de prensa de gran difusión.
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