Mi experiencia con un huésped

Mi experiencia con un huésped

Victor Salvatore

10/10/2017

No tengo una razón clara para contar esta experiencia que me sucedió hace tres años en la casa en la que vivo actualmente. Sucedió cuando tenía quince y, con el pasar del tiempo, he aprendido a vivir con la experiencia.

Papá y mamá decidieron que sería una buena idea mudarse a algún lugar en zona rural. Compraron la casa y días antes de entrar al bachillerato, nos mudamos.

Fue una buena idea, ya que la casa es genial. Mi dormitorio es bastante grande, la cocina es espaciosa e incluso tengo un propio dormitorio sólo para mis libros.

El acoplamiento al lugar también fue rápido, no había ningún ruido de automóviles ni música molesta de vecinos molestos. Aunque el silencio no era total, sobre todo por el crujir de la madera de la silla que colgaba del techo en el patio trasero. Una de esas sillas que se compran en alguna tienda de objetos exóticos en la playa y que se cuelgan con la ayuda de un gancho.

La primera vez que lo escuché había sido una noche en la que me había dormido en la tarde, por lo que no tenía sueño en la noche. Me fui a uno de los cuartos vacíos a tocar la guitarra, con la intención de no molestar a mis padres. Veía un tutorial en YouTube, mientras imitaba los acordes.

Como el cuarto quedaba con vista hacia el patio trasero, por la ventana semiabierta se infiltró el sonido. Me acerqué y cerré la ventana por completo, pensando que ese ruido provenía de la lejanía. Tuve que acercar la vista para notar que la silla que colgaba se movía levemente. Era difícil de notar, me tuve que concentrar para darme cuenta de que estaba dando giros casi completos. Iba y venía de izquierda a derecha. No se me hizo nada raro, con los vientos que corren por esta ciudad, cualquier cosa se deja llevar por este.

Pero esa no fue la única vez que se escuchó el balanceo de la silla y tampoco fui el único que vivió algo así.

Mi madre se había levantado en la madrugada a tomar agua, cuando vio por la ventana de la cocina que daba hacia el patio trasero, como la silla se balanceaba de atrás hacia adelante. Pero que era tan pronunciado en balanceo, que llegaba incluso a chocar contra la pared, como si el movimiento fuera intencionado. Ella fue más inteligente que yo y no ignoró el hecho de que pasaba algo raro con la silla.

Hubiese sido bastante fácil, de tratarse de un fantasma o no, vivir con el simple hecho de que una silla se movía sola en mi casa. ¿Qué daño puede hacer a alguien una silla que se mueve sola? Bueno. Eso lo cuento ahora.

Esa tarde de martes, un mes después de iniciar las clases en el bachillerato, la selección de mi país jugaba un partido importante para las eliminatorias del mundial. Decidí llamar a cinco de mis nuevos amigos a ver el partido. Recién les había conocido ese año del instituto. Lo hice con el motivo de tener alguien con quién celebrar el gol y también para estrechar más las amistades con los chicos que iba a pasar los tres años siguientes.

Habíamos comprado bastantes golosinas y dos bolsas de canguil para cocinar y comer.

El partido había acabado con un buen resultado para mi país, por lo que dejé que mis amigos se quedaran un tiempo más a hablar y tocar música. Todo siempre pendiente del reloj; no quería que mis padres llegaran y nos vieran desperdiciando el tiempo.

Antes de que se vayan, obligué a dos de mis amigos que laven todos los platos que habíamos usado. Ellos se tardaron para acabar, pero lo bueno fue que cumplieron y me dejaron sin nada que hacer. Aunque de no haberles ordenado eso, jamás estaría contando esta historia.

Lo interesante viene después, una semana exactamente. Estábamos en clase, hablando en la típica clase aburrida de ciencias sociales sobre nuestros hermanos mayores; no recuerdo cómo surgió el tema exactamente. Decíamos que estudiaban ellos en la universidad y lo difícil que les había sido ingresar a esta. Francisco, un chico que había estado ese día del partido, me preguntó de pronto si tengo hermanos, a lo que yo respondí tranquilamente que no. Todos se comenzaron a ver las caras y no me creían lo que les dije, por lo que llamé a Pedro (quién no estuvo ese día y me conocía muy bien) quién confirmó que no tengo hermanos.

Mi grupo de los seis no dijo nada hasta la hora de salida. Iba a tomar el bus a mi casa pero ellos me dijeron que me invitaban a tomar un helado y yo acepté. Ahí fue cuando me contaron lo que les había sucedido a los dos chicos que se fueron a la cocina a lavar los platos.

Repitieron la pregunta de que si tengo hermanos, a lo que volví a responder que no.

Empezaron a contar la historia.

Santiago había estado lavando los platos mientras Paúl guardaba la losa en los cajones superiores.

Santiago me dijo que había estaba fregando, cuando vio un niño que se balanceaba en la silla. Él no dijo nada y siguió haciendo lo suyo, ya que pensaba que era mi hermano. Antes de volver, le tocó el hombro a Paúl para que viera de reojo al niño.

Ellos me dijeron que el niño tenía la mirada perdida en el suelo. Estaba descalzo, sus pies estaban cubiertos de barro y tenía el cabello rapado casi por completo. Incluso Santiago fue más específico y dijo que el niño se impulsaba con el pie derecho en el barandal, haciendo movimientos de atrás hacia a adelante. Cómo lo había visto mi madre.

Cuando te cuentan algo así, lo primero que haces es no creerlo. Lo primero que piensas es que es algo que te quieren hacer creer a la fuerza para hacerte tener miedo. Pero no era un tema ajeno a algo que no supiese.

¿Una explicación para nada lógica al movimiento de la silla? Podía ser. Es que jamás les había contado a mis amigos lo del movimiento raro de esa silla, ya que ni siquiera lo consideraba un gran problema. Si querían asustarme, ¿por qué tenían justo que mencionar a ese objeto, habiendo muchos más en la casa?

Les dije que no era verdad, que tal vez habían visto alguna ilusión o algo parecido. Ellos se aprovecharon del momento tenso para empezar a contar historias de fantasmas y más. Yo decidí marcharme enseguida a mi casa.

Desde que me contaron eso, el crujir de la silla se acrecentó. Fue como si el ruido ahora ya se encontraba en mi cabeza.

Vacilaba entre si contarle a mis padres o no. Me gustaba siempre jugar el papel del escéptico de la familia, por lo que no iba a dañar esa reputación por algo que yo no había visto.

A las tres semanas, ya me había casi olvidado por completo del tema. Ni mamá, ni papá, ni yo vimos algo más allá de lo normal. Las cosas siguieron igual. Aunque no se me iba la idea de la cabeza de que si me acercaba a ver mientras el ruido se producía, pudiese haber visto la imagen de alguien que se nos había adelantado.

Dos meses después de que mis amigos vieran al niño, mi mamá se levantó temprano para hacer mercado. Yo también me había levantado temprano para salir a correr. Mientras me vestía, escuché a través de la puerta que mamá le decía en voz alta a mi papá que sacara a la basura, la silla del patio que ya no servía.

Bajé inmediatamente las gradas. Le pregunté a mamá porque quería que papá hiciese eso a lo que ella me respondió que cuando se levantó, la había encontrado tirada en el suelo.

Salí al patio trasero y vi que efectivamente la silla estaba en el suelo. El gancho se había partido.

Mi papá hizo lo que le había pedido mamá, lanzó la silla a la basura. No entiendo como no se me ocurrió hacer eso a mí cuando empecé a sentir miedo. Tal vez en el fondo, quería seguirme convenciéndome de que eso no era real. Qué bueno que no lo hice o sino hubiese sido yo el que hubiese vivido la terrible experiencia de mi padre.

El crujido de la madera desapareció, pero fue remplazado por golpes.

Efectivamente. Empezaron a escucharse golpes en la pared y alguno que otro rasgado de hojas.

Una semana después de quitar la silla, papá estaba limpiando el patio trasero. Aún había varias cajas que no habíamos desempacado, que contenían libros en su mayoría.

Papá estaba ordenando algunos libros que había comprado en su mayoría en la universidad. Le preocupaba que estos se habían desgastado con la mudanza, tanto que algunas hojas se habían rasgado.

De pronto, vio desde afuera como alguien estaba escondido entre las cajas que se habían guardado en la bodega. No le prestó atención pensando que era yo, hasta que notó que se dejaba entrever la cabeza por encima de la caja. Se dio cuenta que no era yo ya que jamás me raparía la cabeza al mate. Dijo mi nombre y no hubo respuesta. Se quitó los guantes y empezó a acercarse.

A punto de llegar, papá cuenta aterrado que una de las cajas de dentro se cayó, desparramando varios libros en el suelo. Tomó una escoba, entró a la bodega y le dio una patada a la caja en la que se ocultaba el niño, dejando entrever que no había nadie del otro lado.

Papá nos lo contó a mí y a mi mamá ese mismo día en el almuerzo. Era algo de otro nivel. Ya sabíamos que era algo paranormal. Ninguno tenía una actitud escéptica. Papá apenas terminó, mi madre soltó un ligero suspiro y contó que también había visto cosas moverse. Me preguntaron si yo había visto algo igual y les conté que mis amigos habían visto al mismo niño que vio mi padre balancearse en la silla. Ahí fue cuando recién todos nos enteramos de lo que le había sucedido al otro. Ninguno estaba loco y cada uno había vivido lo suyo.

Me gustaría acotar que tiempo después de que hablásemos sobre lo ocurrido, unos golpes que llamaban a la puerta trasera empezaron a suscitarse, sin un orden claro. Como si alguien intentase entrar a la casa, como si quisiera que lo invitemos a entrar.

La antigua dueña de la casa era amiga de mi abuela por madre, así que decidieron contactarla lo más pronto posible.

Antes de que mamá mencionara algo, la señora le dijo que no era un gran dilema que se moviera la silla, que simplemente debían dejarla donde estaba. A lo que mamá respondió diciendo que la silla se había roto, y que desde entonces había empezado a suceder cosas extrañas.

La señora le dijo que era urgente que comprase otra silla de las de gancho inmediatamente y que tratásemos de ignorar toda forma con la que el niño quisiese manifestarse.

Además mencionó que ella también había vivido una situación similar cuando se mudó aquí. Que era importante cambiar la silla si esta se veía afectada.

Nos contó la historia del chico.

Un niño que había vivido enfermo sus últimos días. Al no poder caminar, le gustaba mecerse en una silla de ese estilo que le había comprado su madre. Hasta que un día su mamá volvió del trabajo y vio que el niño no se movía. Había muerto en esa silla.

Nos dijo que gracias al cielo que nos contactamos con ella al instante, ya que de haber dejado que pasase el tiempo, el niño hubiese entrado al hogar y las cosas se hubiesen puesto más feas.

Papá compró una silla algo similar en la plaza de artesanías y la colgó de la misma madera donde se encontraba la anterior. Esa misma noche, volvió el ruido del crujir.

Desde entonces hemos vivido completamente normal en esta casa, supongo que el chico debe estar feliz en su sillita que tanto adoraba cuando aún vivía.

La anterior dueña también nos aconsejó de que si algún día nos íbamos no olvidásemos decirle lo mismo al siguiente dueño (lo cual es irónico ya que ella olvidó decírselo a nosotros, pero bueno, que se le va a hacer, mejor tarde que nunca). Mencionó que algunas cosas que pasan en las casas de una familia común no se deben cambiar. Por ejemplo: que los televisores o radios que se prenden solos, hay que dejarlos así ya que no se sabe si algún ente no natural desea utilizarlos. Alguna ventana que se abre sola, no se debe cerrar al instante. Incluso cuando se escuchan pasos cuando se está solo, puede tratarse de algún espíritu que vivió en esa casa y que volvió un momento para recordar sus tiempos de vida.

Después de tres años no ha pasado nada raro. Cambiamos el lugar donde se ubicaba la silla ya que necesitábamos más espacio pero parece que no le importó. Ojalá el niño haya logrado encontrar algún tipo de paz.

Hoy es otra de esas noches como la primera noche cuando escuché el mecer de la silla, en las que no puedo dormir muy bien. Vine al cuarto vacío que da hacia el patio trasero para tocar un poco la guitarra. Me acerco a la ventana, veo la silla donde se supone que está el niño, y esperó a que se mueva, al menos un poco. No sucede nada.

Bajo a la cocina. Abro la ventana del fregadero que fue donde se supone se manifestó por primera vez ante mis amigos pero no sucede nada tampoco. Parece que por fin decidió partir ya de este mundo. Yo no lo veo. ¿Ustedes ven algo?

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