Alize estaba ansiosa pero feliz, jugaba con sus dedos envueltos en los guantes de lana delgados y azules. Su pareja tenía algo importante que decirle y aunque sabía que no debía hacerse películas en su cabeza, no pudo no imaginarse el como su pareja le pedía matrimonio, ahí, con la luz de la luna reflejándose en la laguna, ahí, en el viejo pero hermoso puente negro en el cual se conocieron. Después de todo llevaban más de siete años juntos.

Miró su reflejo en el agua y por poco se le cae la boina que le había regalado él, si no fuese por la mano desnuda que con velocidad la agarró, ahora mismo formaría parte de el hermoso cuadro que era la laguna casi plateada, esa noche las oscuras nubes tapaban las estrellas, dejando como única participante a la hermosa luna, creando un momento íntimo entre los dos.

La única que pudo presenciar tal confesión fue la luna, la única que recibió sus lágrimas fue la laguna y las manos desnudas atraparon otra vez la boina que esta vez fue lanzada a propósito. Lo único que se escuchó fueron los zapatos de él golpear la madera, alejándose, los sollozos incontrolables de ella, quebrándose y la tranquilizadora lluvia.

Caminaba sin ganas, empapada por la lluvia, buscando un local abierto, era tarde y no quería volver a la casa que compartía con él, apenas consiguiera otro celular o un enchufe para su cargador llamaría a su amiga y lloraría mucho más es sus brazos.

Con sus zapatos rojos en una de sus manos entró a un bar, “Fleurs Jaunes”, bajando unas escaleras, sostenida por un resbaloso barandal verde oscuro e iluminada por los postes de luz.

Apenas entró, barrió con sus ojos el espacioso lugar y fue directamente hacia la barra, sin importarle la mirada curiosa, burlona y algunas sugerentes de los demás clientes o de si mojaba el piso por las gotas que caían de su oscurecido cabello canela.

Estando ya sentada llamó al barman mientras colgaba su largo abrigo café en el pequeño respaldo, le pidió que le sirviera vodka ruso,

-Que sea Beluga

Y un pequeño vaso de soda. El barman dejó la soda frente ella, para luego buscar el Beluga y servirlo elegantemente en un shot, el cual tenía pensado rellenar más de una vez. Quería distraerse, aunque sea un rato, ya luego buscaría cómo comunicarse con su amiga. Con el vaso de soda fría en su mano rozando sus labios, giró su cuerpo, recargando el codo en la barra, mientras miraba con detenimiento el lugar, era lindo, clásico pero tenía su encanto. Puso más atención y entonces escuchó como la voz más hermosa que había oído nunca, comenzaba una canción de jazz, mientras los músicos acompañaban suaves a la música.

Volteó hacia la barra y agarró con valor el shot, cerró los ojos y sintió como su garganta quemaba, como casi se atraganta, escuchó el golpe seco del vidrio contra la madera y con un movimiento de mano el barman rellenó el shot.

“Ya no sentía frío” y como si ese descubrimiento fuera suficiente, volteó y miró mejor a la cantante mientras que llevaba el vaso de soda tibia a sus labios, la mujer en el escenario parecía disfrutarlo, se expresaba con sus brazos, cambiándolos de posición cada vez que su voz subía o bajaba, sus piernas a veces se movían al compás del suave Jazz, habían cambiado de canción y ni siquiera lo notó.

Esta canción parecía tener un poco más de fuerza, o esa era la ilusión que hacía creer la cantante, pero por más cambios de voz o de lenguaje corporal, el Jazz seguía siendo suave, no aburrido, tranquilizador como la lluvia, casi seductor.

Volteó y dejó la soda para agarrar el shot
y tomarlo aún más rápido que el anterior, a este le siguieron dos más y cuando se aburrió de mirar su vaso con soda, lo agarró y se dio la vuelta, por última vez, lo prometía.

La canción cambió, así como la iluminación del lugar que poco a poco se oscureció por completo, iluminando sólo a la cantante, no a los músicos, sólo a ella, dejándola como única participante.

Entrecerró sus ojos naranjos, la piel bronce hacía que el vestido bordó estuviera en un equilibrio de colores, todos cálidos, que se complementó mejor cuando los ojos avellanados miraron fijamente los suyos dando por terminado el espectáculo.

Las luces volvieron a encenderse, desconcertándola.

“¿Qué había sido eso?”

Agarró sus guantes de lana, lista para irse, pero un toquecito en su espalda la detuvo y con curiosidad volteó.

Su respiración se detuvo por unos segundos, sus pupilas se agrandaron y su corazón galopeó nervioso en su pecho, parecía una adolescente, ¿qué le pasaba?.

La primera en hablar fue la cantante, aclarando que su nombre era Lunne.

Esa noche Alize no llamó a su amiga, no lloró y tampoco se bebió la olvidada soda tibia. Solamente disfrutó del Jazz.

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