Un hombre tan solitario como la misma luna en las oscuras noches, sin familia, sin amigos, sin sueños pero sí con la más profunda distancia hacía los suyos.
Era un viejo solitario que vivía alejado por completo de todo contacto, en lo profundo de hermosas montañas tan poco caminadas como el alma en sí, su confort era la inmensa soledad que con los años había recaído sobre él y con ella un peso que lentamente como las caricias de los traidores encorvó su postura y la esperanza en los que alguna vez consideró su raza.
Su lento caminar es escuchado por los árboles y percibido por el silencio que se aturde con el crujir de las ramas víctimas del paso de años y penas en forma de un viejo solitario.
Sale temprano cada mañana para saludar a los amigos que nunca tuvo y a recoger leña, no sin antes dejar sobre la mesa un pedazo de papel, una nota al amor que nunca conoció y espera que algún día al regresar la nota no aparezca; no se cansa de esperar porque la espera se vuelve inexistente cuando sabes que nada llegará.
Cuando la lluvia le prohíbe salir, contempla desde una ventana en su cabaña la magnífica escena que encarnan las gotas al caer con suma lentitud de las hojas, todo esto en compañía de una taza de té endulzado con miel; su viejo tocadiscos hace sonar viejas canciones que susurran los recuerdos de su juventud.
En las tardes consiente su jardín con suaves riegos de agua que se extinguen con el paso de la briza, al rato suele sentarse al lado de un añejado árbol que deja ver sin pena la vejes de la naturaleza. Mientras reposa, fija su mirada hacia los caminos que desde el bosque llegan a su cabaña esperando no ver alguna silueta acercándose.
Espera que pase cada día para así sumarlo a una larga cuenta de días tan poco interesantes como una vida sin placeres, consume su tiempo en el silencio, el tiempo se ha llevado su voz, ya son décadas de no escuchar una sola palabra que de él provenga.
En las noches quema las energías que no posee frente al fuego de una chimenea que muestra frente a sus ojos imágenes de un pasado lleno de decepciones, un pasado que lo empujo a su presente, a su cama solo le acompaña un vaso de agua que no auxilia la sed de aquella alma solitaria que se aisló víctima de un repudio que trajeron sus vivencias con el pasar del tiempo.
Despierta muy temprano he intenta pensar en algo que no haya pensado, le gustaría recordar cuándo dejó de existir, queda atrapado entre sus pensamientos y se diluye como la sangre de una antigua herida en el agua llegando a la rutinaria conclusión de que hace mucho su conciencia murió junto con sus esperanzas en la humanidad.
Son 29 años… de soledad, son casi 3 décadas las que le separan de las ilusiones y las traiciones pasadas, son miles de días los que le apartan del último dulce tono de voz que penetró sus sentidos, abrazó su ser y le despojó de sus alegrías obsequiándole un suspiro que envolvía en él un saco de penas tan pesado como la misma soledad que encorvó su postura.
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