Libro 1: Historias del reino de Güíldnah (5)

Libro 1: Historias del reino de Güíldnah (5)

“La Magnífica Hechicera de Piim-Asud”

Ésta es la segunda historia que recopiló Philippe, la primera vez que visitó al gitano mayor.

Solo se enteró de media historia; el resto lo escuchó días después de su nombramiento.

Prefacio

Ya es de noche en el bosque de Güíldnah; otro día que termina para la comunidad que vive ahí.

Antes de irse a dormir, el patriarca romaní decide patrullar los alrededores; puede ser que haya enemigos cercanos, ya sean animales o humanos. Un grupo mediano de arqueros, decide acompañar a su jefe.

Por estos tiempos, el gitano mayor aún no ha tenido la fortuna de conocer al enano Philippe.

No pasa mucho tiempo, cuando uno de los guardias zíngaros descubre una luz más adelante, en un pequeño claro de la arboleda; es el líder gitano, quien reconoce que la fuente del resplandor, es una fogata.

Actuando rápidamente, el grupo de vigilancia se acerca al lugar; todos ellos, moviéndose lo más sigilosamente posible. Utilizan cada tronco y matorral para ocultarse y no ser descubiertos por los invasores; inclusive, han apagado las antorchas que habían encendido, al comienzo de la ronda de patrullaje.

Cuando por fin llegan a escasos metros de los desconocidos, el líder romaní y sus hombres se tranquilizan completamente.

Acaban de descubrir a una feliz pareja, junto con sus tres hijos (un muchacho y dos niñas), que al parecer se encuentran de viaje; eso suponen los gitanos, por una carreta simple que acompaña la escena, a unos pocos pasos de la reunión familiar. Dos caballos se encargan de halar el medio de transporte rudimentario, medio llenado con cofres de diferentes tamaños.

Todos visten ropas típicas de la región.

Ambos padres de familia visten una saya; la del padre, es de color rojo escarlata y la de la madre es ocre claro. Un cinturón delgado de color negro en la cintura, les ajusta la prenda larga. En las piernas del hombre, unas calzas color azul se alcanzan a ver. De calzado, usan unos zapatos en punta cortos, color castaño.

Los hijos tienen ropas similares a sus padres.

—Esto sí que es buena suerte —exclama un zíngaro en voz baja.

—¿A qué te refieres? —le pregunta un compañero.

—Por fin se presenta la oportunidad de conseguir un buen botín.

—No podemos hacerlo —asegura otro arquero—. Recuerda el juramento de hace tres años y medio.

Dando gruñidos silenciosos, es como gimotea el gitano rebelde.

—Jefe, ¿va a desperdiciar la ocasión tan especial? —le pregunta él.

—Lo dejé bien claro ese día —contesta aquel, recordándole una parte del discurso que dijo hace pocos años atrás—. «Yo ya no quiero seguir por el mal camino, y tampoco quiero que ustedes lo hagan. Solamente estamos apresurando nuestra muerte». Desde ese día, juré ya no robar o hurtar, ni siquiera una migaja de pan; recuerdo a la perfección que sus familias, amigos y ustedes mismos me imitaron; realizando el mismo compromiso. Yo no voy a romper mi palabra; y no crean que dejaré que quiebren la suya.

—Además, ¿para qué quieres ropa usada? —le pregunta un compañero al gitano ambicioso—. Porque eso es lo que contienen aquéllos cofres. Te lo aseguro.

—Tenemos de sobra en el campamento —comenta un tercer guardia arquero.

—¿Qué hay del dinero? —insiste el hombre neciamente—. Forzosamente tienen que traer algo; ya sea en los arcones de la carreta o en los morrales de ellos dos —dice él, refiriéndose a la joven pareja de casados—. Los escudos y doblones nunca son demasiados.

—No les vamos a robar —asegura el líder zíngaro, levantando levemente el volumen de su voz—; y menos enfrente de las niñas.

—Entonces, ¿qué hacemos? —indaga otro gitano arquero.

—Invitarlos al campamento, ¿qué otra cosa se puede hacer? —responde el gitano mayor—. Primero me acercaré yo solo; después, cuando escuchen la señal, todos ustedes se reúnen conmigo.

Los hombres afirman con la cabeza, entendiendo el plan.

Saliendo con tranquilidad de su escondite, el patriarca zíngaro se aproxima con los desconocidos; desafortunadamente, la familia completa se asusta por la interrupción repentina.

—!¿Quien anda ahí?¡ —pregunta preocupado el hombre.

—Cálmense —contesta el gitano—. Soy el jefe romaní de la comunidad cercana.

—¡No nos haga daño, por favor! pide la mujer muy preocupada—. No fue nuestra intención invadir su territorio.

Todos los desconocidos se ponen de pie en un segundo, quedándose en su lugar y sin saber que hacer: el padre de familia, se prepara para una posible pelea cuerpo a cuerpo; su esposa, apresura a sus hijos para que apaguen el fuego; mas ellos se están alejando poco a poco, en caso de que tengan que correr por sus vidas.

—¡Esperen!, ¡esperen! —suplica el líder zíngaro—. No quiero lastimarlos de ningún modo. Mis camaradas y yo, queremos invitarlos a pasar la noche con nosotros; en la comunidad hay espacio de sobra.

—¿Crees que nací ayer? —responde el viajero—. Hemos escuchado bastantes historias horrorosas de tu gente. De seguro quieren despojarnos de nuestro dinero y pertenencias.

—No crean todos los chismes que dicen de nosotros. Mis hermanos son honestos, al igual que mis hermanas.

—Pruébalo —ordena el padre de familia.

Pensando rápidamente, el gitano mayor se desamarra una pequeña bolsa de cuero, la cual cuelga de su fajín.

—Entonces acepten estas pocas monedas, como un regalo de bienvenida —dice el zíngaro supremo, entregándole el diminuto talego al hombre desconocido y añadiendo al final—. Espero que disfruten de su estadía en el bosque.

El viajero toma el obsequio, aún desconfiando del gitano; así que abre cuidadosamente la pequeña bolsa de cuero. Toda su parentela se reúne en torno a él, sorprendiéndose conjuntamente al ver un puñado de monedas de plata y unas cuantas de oro.

—Es… es… ¿Habla en serio? —pregunta la mujer.

—Claro que es en serio. Soy dueño de una gran fortuna; ese poco dinero no es nada, en comparación del resto de mis riquezas. Si quieren comprobar que son auténticas, pueden ir con Joseph; él es un comerciante de telas en el pueblo de Brumn, justo al final del bosque. Además de ropa y alfombras, las monedas son su segunda especialidad.

—No creo que sea necesario. Yo también soy un experto en el tema: éstas monedas son auténticas —asegura el joven esposo mientras examina de cerca el dinero—. Perdóneme por desconfiar de su palabra.

—No se preocupe. Siempre me pasa lo mismo cuando conozco gente nueva —afirma sonriente el jefe gitano.

—Mi nombre es Bárem —dice el padre de familia, estirando su brazo derecho; invitando amablemente a un apretón de manos.

—Mucho gusto —contesta el zíngaro supremo, correspondiendo al mismo tiempo con el saludo de su nuevo amigo.

Ahora que se encuentra lo suficientemente cerca, el gitano mayor puede distinguir los rasgos físicos del hombre.

Bárem tiene el pelo lacio corto, color castaño oscuro, ojos color azabache y cuerpo saludable; mide un metro con sesenta y seis centímetros.

El viajero empieza con la presentación de la familia.

—Ella es mi esposa: Sibisse.

El cabello de Sibisse es medio largo y lacio, color pelirrojo zanahoria intenso; sus ojos son color verde primavera claro. Es cinco centímetros más baja que su esposo.

—Gusto en conocerlo —saluda ella con el mismo movimiento de brazo de su esposo.

—El gusto es mío —dice el patriarca romaní al tanto que toma la mano de ella.

—Éste muchacho, es mi hijo Ixus —dice Bárem, mientras coloca su mano derecha, sobre el hombro izquierdo del joven de quince años.

—Hola —saluda secamente él, ya que no confía plenamente en el gitano.

—Hola —contesta el líder romaní, con un poco más de ánimo que el jovenzuelo.

Al momento de buscar a sus hijas, el viajero las descubre escondidas justamente atrás de su esposa. Bárem les invita a salir y saludar al gitano mayor, mas ellas se niegan a hacerlo; no porque tengan miedo, sino porque son tímidas.

—Esas dos niñas son mis hijas —explica alegre el padre de familia, mientras las señala.

—La mayor tiene diez años, se llama Kéilan; su hermana Zulr tiene cinco años —complementa Sibisse, ayudando a su esposo.

El jefe zíngaro saluda a las pequeñas, únicamente con un gesto de la mano derecha y una sonrisa en la cara.

Zulr se esconde aún más; en cambio, su hermana Kéilan reúne un poco de valor, para poder responder el saludo de igual manera.

—Ya que me has presentado a tu familia, déjame mostrarte a la mía —invita el romaní supremo—; no podrás conocerlos a todos hoy, son demasiados. Antes que nada, déjanos ayudarte con tu carreta; así llegaremos más rápido a mi campamento.

Acto seguido, da un silbido largo hacia el bosque.

Es la señal que están esperando los demás.

Por unos segundos, Bárem piensa que ha caído en una trampa; mas al ver la actitud amable de los gitanos, se tranquiliza totalmente.

«Esto es una locura», piensa el romaní rebelde, tratando de mantener su cara de buena gente.

«Deberíamos de robarles, no ayudarlos».

—Si no lo veo con mis propios ojos, nunca lo hubiera creído: gitanos honestos —exclama asombrada Sibisse, al tanto que saluda a algunos hombres.

—Mis hermanos les ayudarán con sus pertenencias y a apagar la fogata; ustedes solo síganme.

Dos hombres se encargarán de la carreta y los caballos, mientras que otros dos camaradas apagarán el fuego; antes, tienen que encender sus propias antorchas. Uno de los guardias, le entrega su fuente de luz al patriarca zíngaro.

Muy pronto, la pequeña caravana de viajeros y gitanos inicia el recorrido.

Al llegar a la comunidad del bosque, los romaníes le dan una cálida bienvenida a toda la familia.

Ixus es invitado por jóvenes gitanos para acompañarlos en varias partidas de apuestas, utilizando un mazo gastado de baraja inglesa. Pidiendo disculpas, el joven rechaza la propuesta, explicando que no trae consigo mucho dinero; la verdad, es que aún desconfía de ellos. Tranquilizandolo, ellos le regalan una bolsa pequeña con monedas de oro. Sorprendido por el presente, el muchacho por fin se convence de la actitud caritativa de los anfitriones, animándose a unirse al juego. Sigue a los gitanos hasta una mesa de madera con sus cuatro sillas. Ya han servido perada en cuatro vasos de madera.

Kéilan y su pequeña hermana, son invitadas a jugar por un grupo de niñas zíngaras, quienes les prestan sus muñecas de trapo.

Bárem y Sibisse se han sentado sobre uno, de los cuatro troncos que hay alrededor de la gran fogata del campamento.

Es una noche tranquila. No hay mucho movimiento en la comunidad; la mayoría de ellos ya se ha ido a dormir.

Acercándose con una charola rectangular de oro puro, sobre la cual hay tres vasos de madera, llega el líder romaní con Bárem; ofreciéndole a él y a su esposa, algo de cerveza.

No gustan algo de beber.

Muchas gracias agradece Bárem, tomando un vaso.

Sibisse también coge su bebida, imitando a su esposo.

Acompañando a los invitados, el patriarca zíngaro se sienta en el tronco de al lado. Ha cogido su vaso de madera, dejando la charola en el suelo. Antes de iniciar una conversación, se aclara la garganta con un poco de cerveza.

¿Qué los han traído por estas tierras? Además de sus caballos.

Bárem deja escapar una pequeña risa.

Solamente la necesidad de un nuevo hogar responde el hombre; el pueblo de dónde venimos, se ha vuelto algo aburrido.

¿Qué pueblo es?

Se llama Céfok, al Oeste de aquí detalla la esposa.

Tengo recuerdos agradables de ese lugar. Hace mucho tiempo que no lo he visitado comenta el jefe zíngaro, dando algunos consejos al final. Hay varios pueblos pequeños cercanos donde pueden hallar su nuevo hogar. Yo les aconsejaría que dejaran como última opción, a la ciudad principal. ¿A qué se dedican?, ¿granjeros, artesanos o comerciantes? Con ese detalle, es posible que les pueda recomendar una aldea en especial.

La pareja no sabe que responderle.

¿Es muy complicada su labor?

No es que sea complicada, sino que es dice Bárem, sin saber cómo terminar la frase.

—Algo… inusual —Sibisse termina la oración, con dificultad.

¿Que tanto? Porque yo sé de algunos temas fuera de lo común o… extraños. Soy todo un experto en lo que respecta a las hadas, duendes y magia.

Entonces… no habrá problema si le decimos que somos hechiceros manifiesta Bárem.

¿De verdad? pregunta sorprendido el gitano mayor. ¿Cualquiera puede ver su magia o solo unos cuantos?

Casi nadie aclara la mujer.

Sé de un lugar perfecto para ustedes. Mañana los llevaré ahí.

—¿Qué pueblo es? —inquiere ella.

—No es un pueblo o aldea —precisa el romaní—; prefiero que sea una sorpresa. Es un lugar muy especial para mí.

Pasa otra media hora de plática entre ellos, cuando Ixus y sus hermanas llegan con sus padres. Ya quieren merendar para irse a dormir.

Por fortuna, todavía hay algo de comida en la carpa de banquetes. El jefe zíngaro acompaña a la familia todo el tiempo, conociendo un poco más a cada integrante.

Ya con el estómago satisfecho, ha llegado la hora de descansar.

—Gracias por la comida. Disculpe, ¿dónde podemos levantar nuestras tiendas provisionales? Están en la carreta —dice Sibisse.

—¡Oh! No, no, no y no —repite el romaní anfitrión—. No puedo dejar que hagan eso. Cómo invitados de honor, les pido que se acomoden en mi casa.

—¿En la carpa principal?, ¿no es mucha molestia? —pregunta el hechicero.

—Por supuesto que no. Hay espacio, paja, mantas y cojines de sobra. Yo me acostaré aquí; ya lo he hecho antes.

Al principio, la pareja declina la invitación; pero el patriarca insiste demasiado, que terminan por aceptarla.

En las primeras horas de la mañana siguiente, el patriarca romaní guía a la familia de hechiceros al bosque Pi-Ud.

Adentrándose en el mar de árboles, el gitano mayor se presenta con los reyes, quienes descansan en sus tronos. Apenas han acabado de disfrutar de la merienda temprana, y ahora han decidido relajarse por unos momentos. La princesa está tomando una siesta.

Buenos días, sus majestades reales.

Buenos días, líder gitano.

¿Algún motivo en especial para visitarnos hoy? pregunta el rey Kirill.

Le quiero presentar a unos viajeros que encontré ayer. Necesitan donde establecerse y pensé que su bosque es el indicado.

Y, ¿por qué piensas eso? indaga el rey hechicero.

Será mejor que ellos mismos le respondan.

¡Ya pueden mostrarse! —llama el zíngaro en voz alta, volteando en todas direcciones.

Una abeja y un perro husky, color gris y blanco, se acercan al gitano mayor. La abeja se posa en su hombro y el perro se sienta al lado del romaní.

Tu presentimiento fue acertado menciona la reina Zelinda; claro que son bienvenidos.

Muchas gracias, su majestad ladra el perro; ahora, será mejor presentarnos con nuestra verdadera forma.

En solo segundos, el perro y la abeja se transforman en seres humanos, con sus ropas puestas.

¡Vaya! ¡Esta vez sí me sorprendiste patriarca gitano! expresa Kirill con sobresalto.

¿De dónde vienen? indaga Zelinda.

Venimos de un poblado alejado, llamado Céfok contesta la mujer.

Mi nombre es Bárem y el de mi esposa es Sibisse continua el hechicero.

¿Para qué utilizan la magia ustedes? inquiere el rey en tono serio.

Nosotros no ambicionamos poder o riquezas, si es lo que quiere saber responde Sibisse. La utilizamos para tareas cotidianas; como lavar la ropa, el aseo de la casa o preparar la comida. Tratamos de no utilizarla demasiado, para evitar la holgazanería.

Tenemos conocimientos de poderosos hechizos sobrenaturales; no obstante, los usamos en caso de que nuestras vidas corran peligro termina de aclarar Bárem.

Y solo afectarían a cierta clase de personas o enemigos complementa su esposa.

¿Dejaron su hogar anterior por alguna razón en especial? indaga Zelinda.

Queríamos conocer otras tierras y gente nueva, solamente eso responde Sibisse.

A mí me parece que todo está en orden querida menciona Kirill a su esposa, luego se dirige a la pareja de hechiceros. Si solo utilizan su magia para el bien, son bienvenidos al bosque.

Yo tengo una inquietud interrumpe Zelinda, con tono alegre―, ¿tienen hijas o hijos?

Estábamos esperando esa pregunta contesta Bárem.

El hechicero convoca a sus hijos, llamándolos fuertemente por sus nombres.

De entre el bosque sale un zorro, una mofeta y un pato.

Al verlos, los reyes del bosque sueltan unas ligeras risas. La pareja de hechiceros desvía la mirada, dándose cuenta que es lo gracioso.

El zorro es todo normal, de un color naranja, negro y blanco; en cambio, el zorrillo y el pato no lo son.

La mofeta es de color azul claro con rosa.

El pato es más extraño aún.

Su pico y patas son de color purpura. Todo el cuerpo es color café muy claro; además, está moteado completamente con pequeños círculos de diferentes colores.

¿Por qué se presentan de esa forma? pregunta Sibisse entre risas.

Solo queríamos hacer una pequeña muestra de nuestros poderes responde el zorro; mis hermanas decidieron hacerlo más extrañamente.

¡Hermano! grazna el pato―. ¡No seas aguafiestas!

Ya fue suficiente demostración asevera Bárem seriamente. Vuelvan a su forma humana.

En un santiamén, desaparecen los animalillos y aparecen dos niñas y un muchacho, con sus ropas de pueblerinos.

Bien, por mi parte es todo comenta el gitano mayor, quien todavía está ahí; luego se dirige con la familia de magos, estrechándoles las manos. Les deseo lo mejor y una vida prospera. Los visitaré seguidamente ―ahora se despide de los reyes del bosque. Nos veremos otro día, sus majestades.

Otro día será, patriarca responde la reina.

Dejando atrás a los nuevos residentes, el gitano mayor regresa a su campamento.

Lo primero que buscan los hechiceros, es un lugar donde establecerse; encontrándolo cerca del claro real del bosque, en otro claro mediano. Piden permiso a los reyes para poder talar unos cuantos árboles, para poder construir su casa.

Solo los necesarios acepta el rey―. Si quieren leña para calentarse o para sus muebles, tendrán que ir a otro bosque para conseguirla.

Con la ayuda de varios gitanos voluntarios, hadas, duendes, algunos animales del bosque y magia, la familia tala y trabaja la madera para poder construir una cómoda cabaña; también utilizan piedras, traídas de las cercanías de la montaña Kudh-Luoth. Construyen la vivienda con un piso extra: en la planta baja, acomodan una gran sala, la cocina, un pequeño cuarto y una chimenea; subiendo unas escaleras de madera, hay dos cuartos separados. El cuarto de baño, se encuentra separado de la vivienda; es una pequeña choza, a varios metros de la parte trasera de la cabaña.

Para hacerse de los muebles, Bárem y Sibisse visitan el campamento gitano, donde son recibidos por su amigo patriarca; junto a él y un grupo mediano de gentes, talan unos cuantos árboles. Los gitanos les ayudan a construir todos los enseres que necesitan.

La pareja de casados pasa unos días viviendo en el campamento romaní; mientras que sus hijos, se han quedado en Piim-Asud, vigilados por los reyes y la princesa.

Al estar todos los muebleslistos, una caravana sale del bosque de Güíldnah, llevando una carga extra de ropas, telas y cojines; regalos de las mujeres gitanas. Todas las cinco carretas son propiedad de los zíngaros, sumando la que le pertenece a los hechiceros de Pi-Ud.

En pocos minutos toda la cabaña está lista para ser habitada, gracias a los romaníes que ayudan en la mudanza.

Toda la familia vive en plena paz durante un año y dos meses.

Al mes siguiente, Bárem y Sibisse ayudan a los reyes del bosque a enfrentarse al malvado mago Ymn. Fue una pelea agotadora, venciéndolo al final.

Pasan dos años y seis meses, cuando el gitano mayor los visita, presentándoles a un nuevo amigo suyo: un enano del pueblecillo de Toen. Nueve meses después, reciben la noticia de que ahora es el bufón preferido del rey de Güíldnah.

Seis meses después, ocurre lo siguiente.

CAPÍTULO I

En las primeras horas de la tarde, Kéilan sale a dar un paseo por el bosque. Siempre acostumbra visitar a varios personajes, amigos suyos: a un hada, un animal o una ninfa diferente cada día.

Acaba de cumplir quince años la semana pasada.

Sus padres se quedarán en la casa, realizando sus quehaceres y trabajos diarios.

Desde que se mudaron al bosque, decidieron dedicarse a la talla de madera: elaborando platos, vasos, tablas para picar, adornos, juguetes, etc… Visitan seguidamente los pueblos cercanos o la misma ciudad principal, vendiendo sus creaciones.

La leña, se la proveen los gitanos de Güíldnah, obteniéndola de su propio bosque.

Ixus ha salido a recolectar algo de materia prima, en el campamento romaní. Zulr lo ha acompañado.

Antes de que Kéilan salga a pasear por el bosque, Sibisse le peina el cabello largo color negro, con múltiples rayos color pelirrojo zanahoria. Para terminar, le coloca una diadema de madera; hecha en casa.

Los ojos de la muchacha son caídos, de color castaños.

Al parecer, ella lleva una clase de gargantilla, hecha con un listón ancho de seda color negro.

Kéilan se ha puesto un vestido largo color marrón claro que le llega hasta los tobillos, con escote cuadrado y de mangas cortas; le llegan a la mitad del brazo, antes de llegar al codo. La falda tiene una pequeña cenefa color chocolate, bordada con imágenes de hojas de diferentes árboles, en color verde oscuro.

En la cintura, se ha puesto un fajín ancho color negro, hecho de lino.

De calzado lleva unos zapatos cortos simples color azul Francia oscuros.

Tiene un par de aretes redondos de oro y dos brazaletes cortos de cuero.

La ropa y accesorios se lo han regalado las gitanas del campamento de Güíldnah, ya que a Kéilan le gusta su forma de vestir; es una lástima, que a su madre no le guste para nada el reciente regalo.

Kéilan se encamina a visitar a la familia de osos cafés; que habitan una cueva en un cerro, cerca de la casa de la familia de tigres, casi al final de la sección Este del bosque.

En todo el trayecto, saluda a las hadas, los duendes o a animalillos que se encuentra.

Cuando le faltan varios metros para llegar a su destino, es sorprendida por una pantera negra y dos hienas; que comparten el mismo color del pelaje de su amigo, añadiendo manchas grises.

Seis ojos amarillos y brillantes, miran fijamente a la comida que ha llegado. El felino gruñe y muestra sus dientes, mientras que las hienas la acompañan con su risa malvada.

Instintivamente, la joven empieza a correr en dirección a la casa de los osos; sin embargo, las bestias son muy rápidas y le impiden el paso.

No tiene más remedio que tratar de regresar corriendo a su casa, dirigirse al claro real o a otro lugar seguro. Los tres intrusos empiezan a perseguirla.

Kéilan siente que se encuentra sola con los enemigos, ya que no ve a nadie; los seres que saludó hace unos segundos, han desaparecido.

Con los animales negros pisándole los talones, la joven hechicera trata de concentrarse en algún hechizo útil; dos conjuros le vienen a la mente rápidamente.

Voltea súbitamente hacia sus perseguidores, arrojándoles varias esferas de electricidad que invoca de sus manos; acertando en los tres blancos. Los enemigos se aturden por unos segundos, dándole la oportunidad de tratar transformarlos a animales más inofensivos. Elabora el hechizo con sus manos y con palabras.

No da resultado.

Los enemigos se recuperan del ataque, reanudando la persecución. Una vez más, Kéilan corre lo más rápido que puede.

En un nuevo giro de la situación, las tres bestias atacan a distancia, con bolas de fuego negro que escupen de su boca.

Ella trata de recordar otros hechizos, fallando en el intento; el miedo se lo impide. Al no saber qué hacer, grita por ayuda.

Dos proyectiles negros, explotan en sus piernas; quemándolas y provocando que caiga de espalda al suelo.

El dolor y ardor es tan intenso, que cierra los ojos fuertemente. Olvida completamente a sus enemigos, hasta que las dos hienas llegan y le muerden ambos brazos, manteniéndola en el suelo.

Con mucho esfuerzo para soportar el terror que experimenta, y desesperada por zafarse de las mandíbulas que la detienen, coloca sus manos sobre las caras de los animales, conjurando un hechizo de fuego violeta;inmunes a la magia invocada, las bestias muerden con más fuerza.

Actuando de analgésico natural, las lágrimas empiezan a escurrir de sus ojos.

Sin nada de prisa, la pantera negra se acerca para acabar con la vida de ella. Una fuerte mordida en la garganta bastará.

Kéilan no deja de dar pelea. Mueve todo su cuerpo, tratando de liberarse de las fauces de las hienas.

A centímetros de que los dientes filosos del felino negro hagan su trabajo, una sombra fugaz arremete desde el aire contra las tres bestias, lanzándolas varios metros lejos del lugar.

Retornando con la rescatada, la sombra misteriosa aterriza enfrente de ella; quien se sorprende por lo que ve.

Tal parece que la ha salvado un caballo alado, muy peculiar.

Se parece a uno de los caballos grandes que posee la comunidad romaní de Güíldnah, que utilizan pocas veces, y solamente para transportar carretas.

Sus cascos son grandes y negros, con largo pelaje al final de cada pata. Esos son los rasgos característicos de la raza, que se alcanza apreciar; el resto, es un revoltijo de diferentes animales.

No tiene esa larga y sedosa melena, apreciada por muchas personas; en vez de eso, tiene un corte mohicano corto. Su larga cola, apenas llega hasta el suelo. Ambas crines, son de color azul celeste muy claro, en la zona donde nacen; conforme va avanzando a las puntas de los pelos, el color va cambiando a un negro purpureo.

Toda su parte baja es gris; incluyendo la mayoría de sus patas, y ambos lados de la cabeza. El color de su pelaje es café tostado, junto con un patrón de manchas, semejantes a las de una jirafa, color amarillo ocre. Al principio de las pospiernas y antebrazos, a la altura de las rodillas, se forman dos marcas en “V”: una del color gris y la otra es del diseño y color del pelaje.

En la punta de su hocico, arriba de sus fosas nasales, hay dos pequeños cuernos de rinoceronte; el de adelante es un poco más grande que el de atrás. Otros dos cuernos medianos se hallan en su cabeza, al lado de las orejas; estos son de antílope: lisos y curvos. Las cuatro protuberancias son color blanco amarillentas.

Sus alas son de murciélago, y son de un color grisáceo.

Incluso tiene alhajas: hay un aro mediano de oro en una de sus fosas nasales. En una oreja tiene dos aretes circulares del mismo material dorado; uno tiene incluido, la pluma blanca de algún ave.

Para terminar, sus ojos son color verde malaquita.

Bajando su cabeza, los dos cuernos de su hocico tocan las piernas de Kéilan. Un segundo después, una luz rosa empieza a rodear las partes quemadas; regenerando nervios, músculos y piel; repite el procedimiento en los brazos.

—Listo. Ya estás curada. Vas a seguir sintiendo dolor por un rato más —le dice la bestia desconocida.

—Gra… Gracias —dice ella, aún en el suelo.

Lentamente y con fuertes dolores en los brazos y piernas, trata de levantarse. El equino baja su cabeza para ayudarla a sostenerse; ya que la pelea no ha terminado.

Oyendo a los oscuros animales acercarse, el equino alado sujeta el vestido de la parte de la nuca con los dientes, empezando a elevarse por los cielos. Ya muy alto en el aire, el caballo arroja a la joven hacia arriba; atrapándola de tal forma que ella queda montada sobre él.

Los enemigos no se dan por vencidos. En instantes, les aparecen alas y empiezan a perseguir al caballo alado.

―¡Vámonos de aquí! ―sugiere Kéilan alarmada.

―¡Intenta sujetarte con todas tus fuerzas, yo me encargo de ellos!

Ella obedece a su nuevo amigo, soportando el terrible dolor de sus brazos.

Los seres malignos atacan una vez más con su fuego negro; por fortuna, el equino es bastante hábil, esquivando todos los proyectiles. Entre tanto, sus cuatro cuernos empiezan a brillar intensamente con una luz de color blanco. El mismo resplandor sale disparado de sus cuernos de la nariz hacia una hiena, la cual se desvanece en el aire, en forma de neblina negra; elimina a los otros dos enemigos del mismo modo. Muy fácil para él.

―No había visto esa clase de magia ―comenta Kéilan.

―Ya conocerás más cosas nuevas ―asevera el caballo alado.

―Te agradezco que me hayas salvado, ahora llévame con mis padres y así curarme del todo.

―Lo siento, no puedo hacerlo ―manifiesta apenado el equino.

Tomando un nuevo rumbo, se encamina hacia el Noreste, alejándose del bosque Pi-Ud.

―¡Oye! ¡¿Qué haces?! ¡Mi casa se encuentra en el bosque!, ¡¿a dónde me llevas?! ―pregunta Kéilan con angustia.

―Es de suma importancia que vengas conmigo. Te lo explicaré cuando lleguemos al lugar ―dice el caballo seriamente.

―¡No lo creo! ―replica ella, ahora enojada.

Con un rápido ademán de manos y pronunciando un conjuro, se convierte en una gaviota y emprende el vuelo velozmente.

Súbitamente, descubre que no puede mover ni un musculo de su cuerpo (a excepción de la cabeza); no solo eso, también se da cuenta de que ha regresado a su forma humana, quedando suspendida en el aire.

―Vendrás de una manera o de otra ―dictamina el caballo en tono serio, viéndola a la cara.

―¡Déjame ir! ¡Suéltame! ―grita varias veces la joven hechicera, esforzándose para liberarse del hechizo que le impide moverse.

―Sera mejor que duermas. Así el viaje será más rápido —comenta tranquilamente el animal desconocido.

Dicho esto, sus cuernos empiezan a brillar levemente.

Repentinamente, ella se siente muy cansada y con mucho sueño. Se queda profundamente dormida en solo segundos.

CAPÍTULO II

Es un alivio volver a estar en familia, después del espantoso momento que acaba de sufrir.

Intrigados por saber de las criaturas negras, Bárem y Sibisse salen a encontrarse con los reyes principales del bosque, mientras que sus hijos se quedan en la casa.

Cansada y un poco aburrida, Kéilan se sienta unos momentos, en una de las sillas familiares.

No pasan ni diez segundos, antes de que empiece a escuchar la corriente de Ulrron.

Muy extrañada, va a abrir la puerta, divisando el rio a escasos metros de la vivienda; cuando tiene que estar bastante más lejos.

«¿Qué está pasando?», se pregunta ella.

Poco a poco, el bosque va desapareciendo, para dar lugar al fondo de un cañón.

Kéilan se despierta, encontrándose primeramente con un rio desconocido.

Se sienta, empezando a revisar alrededor.

Lo único que hay, son dos altos acantilados, con paredes casi lisas y rectas.

Ya es la tarde avanzada.

Toda la piedra de las montañas es gris; sin mucha vegetación. El cielo es del mismo color; tal parece que va a llover.

Revisa la parte trasera del vestido, encontrando dos agujeros grandes con los bordes chamuscados y negros; tanto en la falda del vestido, como en la del blusón largo y sin mangas que lleva abajo. No puede ponerse en pie, inclusive después de varios intentos; todavía le siguen doliendo las piernas y los brazos.

Al no poder ir a ningún lado, decide seguir examinando el paisaje que la rodea.

Se da cuenta que está sentada en tierra húmeda. A unos metros adelante de ella, vaga el rio ancho y tranquilo.

Una que otra cueva, adorna las paredes naturales.

«Nunca había oído o visto algo parecido antes», piensa un tanto preocupada.

―Despertaste más rápido de lo que imaginaba ―comenta una voz desde arriba.

Ella alza la mirada y ve al equino alado aproximarse.

―¡¿Tú otra vez?! ―exclama enojada, alejándose de él.

―Vamos, soy tu amigo. Te salvé la vida.

―Me has traído a un lugar desconocido, y en contra de mí voluntad.

―¿Y si termino de curarte, arreglo tu ropa y te ayudo a arreglarte?

Es un buen trato.

Ella se ha ensuciado de tierra y lodo en todo el cuerpo.

Sin esperar una respuesta, el caballo cierra los ojos por unos momentos.

Una luz verde claro envuelve a Kéilan.

Al dispersarse el conjuro, varios segundos después, pareciera que ella acaba de salir de su casa: toda aseada, junto con su ropa limpia y en buen estado. No solo eso; también nota que los dolores de sus brazos y piernas, han desaparecido completamente.

―Ahora, ¿ya confías en mí? ―indaga el equino.

Kéilan aún duda.

Ahora, solo llévame a mi casa― pide seriamente.

―Ya te dije que no puedo hacerlo. Hay un asunto en que necesito de tu ayuda.

Antes de explicarte todo, déjame ofrecerte algo de comida; de seguro estas hambrienta y sedienta por el incidente reciente.

―¿No le pondrás ningún veneno o algo parecido?, ¿verdad?

―No quiero hacerte daño de ningún tipo. Bien que lo pude haber hecho mientras dormías ―asegura el caballo, a punto de perder la paciencia.

Kéilan lo piensa por unos momentos.

―Está bien. Acepto tu comida.

―Espérame aquí ―ordena el animal, calmándose por completo.

En un segundo alza vuelo, dirigiéndose a una cueva cercana, en lo alto de una de las paredes del cañón. Vuelve a aparecer pocos momentos después, con un bulto envuelto con una simple tela grande, flotando junto a él.

Ya en tierra, la tela cae extendida al suelo, mostrando dos platos grandes: uno con frutas y el otro con un pescado cocinado. Para beber, hay una jarra de perada. Todo flota en el aire. Parece que los platos, un vaso de madera, la comida y la jarra tienen vida propia;acomodándose por sí solos.

―Espero lo disfrutes. Acabo de cocinarlo hace unos minutos ―menciona el caballo, refiriéndose al pescado.

―Gracias —menciona ella, mientras se sienta para comer.

―Creo que es mejor que me presente, ahora que la situación se ha calmado. Mi nombre es Volker.

―¿De dónde eres?

―Esa es una larga historia. Antes no podía narrártela; estabas demasiado confundida y asustada para escucharme.

Hace años, arribó a las tierras de Ítkelor un poderoso mago, llamado Cúdred.

―¿Muchos años?

—Dieciséis, según él. Llegamos y lo conocimos un año después, en el bosque de Güíldnah.

En finéste hechicero llegó de otras tierras, más al Norte de donde nos encontramos ahora. Sabía muchas artes mágicas y siempre experimentaba con nuevas, tanto naturales como sobrenaturales. Era muy poderoso y su poder fue creciendo al pasar los años.

¿Llegaron?, ¿quién más llegó contigo?

—Antes, yo era un integrante de la comunidad gitana. Soy un Gypsy Vanner. Mis dueños se hicieron muy amigos del hechicero, así que me ofrecieron como regalo.

Nunca escuche de Cúdred; ¿él fue el que cambio tu apariencia?

Así es ―asevera orgullosamente Volker. Nos hicimos buenos amigos en pocos días.

Para evitar que yo recorriera los largos caminos de Ítkelor, decidió utilizar su magia; juntando varios huesos que encontró en la pradera amarilla, alrededor de la montaña Kudh-Luoth, y otros que tenía guardados. Los colocó cerca de mí y pronunciando unas palabras mágicas, me convirtió en lo que ahora soy.

De esa manera, recorrería todos los alrededores volando, cansándome menos. También fue así como pude hablar el idioma humano. Desde ese día fuimos inseparables. Visitábamos muy seguido el bosque encantado.

—¿Te refieres a Piim-Asud?

Volker se queda perplejo por unos segundos, preguntando al final.

—¿Así lo ha nombrado tu familia?

—Fueron tus familiares gitanos quienes lo hicieron, hace cinco años. Entoncesconoces a los reyes del bosque: Zelinda y Kirill

―No. Solo conozco a la ninfa del bosque Zelinda. Ese tal Kirill nunca lo conocí. Éramos muy amigos de ella, inclusive le ofreció el trono del bosque a mi dueño; mas él lo rechazó.

―¿Qué pasó con Cúdred?

―Su deseo, era ser reconocido como el mejor hechicero por toda la tierra de Ítkelor. Al final, solo fue estimado en el bosque místico.

Recorrió los cuatro reinos y los demás pueblos, sin nada de suerte. Como bien sabes, solo unos pocos habitantes especiales pueden ver, oír y sentir la magia.

Él llegaba a un pueblo hablando de conjuros, y nadie lo tomaba en serio. Yo siempre estaba junto a él, inclusive por algunos metros. Mi amo aseguraba que era dueño de un caballo con alas de murciélago, paraluego señalarme con su mano. Todos creían que estaba loco, por la simple razón que no me veían.

Solo un pequeñísimo grupo de personas, en todo Ítkelor, le creía.

Fue calificado de enfermo o charlatán. Muchas veces lo echaban de los pueblos. Lo peor, era que los soldados de los cuatro reinos, lo buscaban y perseguían constantemente, para arrestarlo. No podía utilizar su magia para defenderse. No hubiera surtido efecto, ya que no creían en ella.

―Pobre ―comenta ella, luego piensa en un detalle―. ¿Qué pasaba si estaba montado en ti y alzabas vuelo?, ¿no lo hubieran visto volar y creer en su magia?

―Así lo hizo por mucho tiempo, pero los pueblerinos siempre se convencían de que estaban viendo visiones; al final, lo ignoraban. Solo tenía el respeto y admiración de las habitantes del bosque Piim-Asud. A él le pareció poco.

Vivió en el bosque por siete meses, después de que me convertí en su amigo y mascota; intentando ser el famoso mago de todo Ítkelor.

Un día se rindió. Se fue del bosque sin despedirse de nadie, decidiendo vivir una vida solitaria en estos parajes. No quería dejarlo solo, así que lo acompañé todo el tiempo.

Pasó sus últimos años estudiando nuevos conjuros, e inclusive alquimia y pociones.

―¡¿Alquimia y pociones?! ―pregunta sorprendida Kéilan.

―Solo fueron teorías. Nunca lo puso a prueba. Murió hace trece años y cuatro meses. Su cuerpo está en lo profundo de una cueva.

―Un momento ―pide Kéilan confundida―, ¿eso significa que tienes más de dieciséis años? Ya eres viejo, ¿por qué tu voz es de un joven?

―Para ser exactos, tengo ocho años humanos.

―Me acabas de decir que eso ocurrió hace más de diez años.

―Es por la magia de mi dueño. Cuando realizó el conjuro, para convertirme en lo que ahora soy, rejuvenecí hasta los cinco años.

Tiempo después descubrí que la magia de Cúdred está muy activa en mi cuerpo; el tiempo transcurre demasiado lento para mí. Cuando en Ítkelor han pasado cinco años, mi cuerpo solo se desarrolla uno.

―Ya me contaste toda tu historia ―comenta la muchacha, limpiándose la boca con una pequeña tela; ya ha terminado de comer―, ahora explícame por qué me has traído aquí.

―Cúdred siempre se preocupaba de los grandes poderes que poseía; todo ese poder y sabiduría, desaparecerían en el momento que él muriera.

Ese destino lo agobio por varios días, faltándole años de vida. Decidido a que su magia debía perdurar, redactó cuatro libros; detallando todos los conjuros que él podía realizar y describiendo los que estaba estudiando; aparte de sus teorías de alquimias y pociones.

Usó un tipo de magia para ver el futuro; luego, fue escondiendo los libros, uno por uno. Cada vez que ocultaba un libro, le transfería parte de su magia. Cuando terminó de ocultar los cuatro libros, toda su magia restante me la confirió a mí, costándole la vida.

En sus últimos momentos de respiración, me relató la visión que había tenido.

Por estos días, un grupo de personas se establecería en el bosque fantástico; uno de ellos obtendría los cuatro libros y heredaría toda su magia y conocimientos. No me indico si iba a ser hombre o mujer, ni la edad.

Desde hace tres meses, estuve observando de lejos el bosque y noté que tu familia se acaba de establecer ahí.

―En realidad ya tenemos tiempo que nos mudamos a Piim-Asud.

¿Por qué me elegiste a mí?, ¿por qué no eliges mis padres? Son mayores y más fuertes que yo ―dice un tanto enfadada.

―Bueno, como estabas en problemas, decidí salvarte y probar contigo primero. Entonces… ¿no te interesa la magia de mi señor?

Por unos momentos, piensa en toda la magia que podría poseer. No solo eso, ningún hechicero, hasta ese momento, ha utilizado pócimas o alquimia; a excepción de la hechicera Miriam, pero tiene pocas recetas.

«Será algo interesante», se dice la joven hechicera a sí misma.

―¿Qué tengo que hacer? ―inquiere Kéilan con interés.

―Los cuatro libros de Cúdred están en cuatro lugares diferentes. Yo te llevaré hacia ellos.

Puedes tratar miles de diferentes maneras para obtenerlos; debido a que solo hay una forma de conseguirlos. Puedes intentarlo las veces que quieras y el tiempo que quieras.

No te preocupes por la comida y bebida, yo la conseguiré para ti; de igual manera, sé de un lugar perfecto para dormir.

Sabiendo que puede tardarse el tiempo que quisiera, supone que no tendrá problemas.

―Me has convencido. Trataré de obtener los libros.

―Entonces monta; te llevaré hacia el primero.

Kéilan se acomoda nuevamente sus zapatos. Ya preparada, monta sobre Volker, quien se eleva por los cielos; mucho más arriba que el acantilado.

Ahora puede ver todas las montañas y cañones a su alrededor. Todo el escenario es gris, a excepción de pequeñas zonas verdes de plantas o arbustos.

―¿Dónde estamos?

―Estamos a unos cientos de metros al Norte de Kudh-Luoth, pasando una cadena montañosa. Lo que vez alrededor es otra cadena de montañas y cañones, justo al lado del mar de Loefr.

―¿Aquí siempre llueve? ―pregunta ella al ver una extensa cobija de nubes en varios tonos grises y negras.

Una delgada línea de cielo azul se ve en el horizonte. Por otro lado, alcanza a ver una pequeña parte verde; piensa que es un bosque.

―En realidad pocas veces en todo el año. Esas nubes siempre han sido de ese color. Es extraño el clima en estas tierras—responde él.

En pocos minutos, Volker llega a una gran caverna; ubicada más adelante en la base del cañón y junto al rio.

Ya es la primera hora de la noche.

―Aquí se encuentra el primer libro. Te deseo suerte.

―Gracias.

CAPÍTULO III

La joven se interna en la cueva, donde solo hay oscuridad.

El clima de la zona es templado y la cueva seca, ayudándola a mantenerse caliente. Algo bueno, ya que no tiene ropa extra para abrigarse.

Utiliza fuego violeta, que mantiene en su mano izquierda, para alumbrar su camino. Busca en cada rincón de la caverna; hasta llegar a una cámara que se divide en tres túneles.

Al ver hacia arriba y al frente, descubre a una pequeña bandada de murciélagos, descansando en el techo. Hay mucho movimiento de animales voladores, y solamente de losque entran y salen de la cueva.

Necesita unos segundos para decidir por cuál camino seguir; pero al ver el suelo, retrocede varios pasos.

Excremento, escarabajos y lombrices tapizan todo el piso.

―¡Qué asco! ―exclama la muchacha, tapándose la boca con su mano derecha.

Su mente trata de pensar en una idea para cruzar, cuando escucha una voz masculina en su cabeza.

«¿Quién eres tú?».

―¿Hay alguien aquí? ―inquiere ella en voz alta.

No hay respuesta.

«Espérame en el lugar donde estas. Me voy a acercar».

Un murciélago vuela hasta quedar enfrente de Kéilan, manteniéndose en el aire.

«Eres un humano, ¿verdad?».

«Sí, lo soy», le responde la muchacha con su pensamiento. «¿Solo te puedes comunicar mentalmente?».

«De hecho, podemos hablar el idioma de tu especie; sin embargo, nos acomodamos mejor así. ¿Qué haces por estos parajes? Mis amigos me han platicado historias acerca de los humanos; ereslaprimera que he visto con mis propios ojos».

«He venido a buscar un libro especial».

«¿Un libro?».

«Un objeto rectangular, lleno de palabras escritas. ¿No sabes si por aquí hay uno?».

Haciendo memoria por unos segundos, el murciélago comenta.

«Yo no. Tal vez mi amigo sí».

Regresa con sus compañeros;directamente hacia uno que descansa colgado cabeza abajo.

Pasan otros momentos, cuando el otro murciélago llega con Kéilan.

«¿Eres tú la que busca un libro?».

«Sí, ¿sabes algo?».

«Hace muchos años, un anciano nos encargó vigilar y cuidar de los escritos. Solamente se los podemos entregar a una persona en especial. ¿Tú eres la heredera de su poder?».

«Sí, creo que sí lo soy», responde Kéilan un poco insegura.

«¡Perfecto!», exclama el murciélago. «Aunque, me apena decirte que hay una mala noticia: yo mismo te entregaría el objeto, mas un solo murciélago no puede cargarlo, se necesita un grupo grande; desafortunadamente muchos de mis familiares y amigos no pueden socorrerme por el momento; están demasiado ocupados consiguiendo comida. Muchos estamos enfermos o con varios hijos recién nacidos, así que los demás tienen que traer doble o triple ración de la misma».

La joven revisa la situación y le propone al murciélago.

«Déjame ayudarte. Te traeré algo de comida, y así podrán desocuparse por unos momentos; lo suficiente para que me den el libro».

«Si traes un bulto mediano, con mucho gusto lo haremos».

«Te lo conseguiré tan rápido como pueda», acepta ella.

«Bien», menciona el murciélago, dándole unas instrucciones. «Río arriba encontrarás una selva mediana. Ahí es donde vamos a conseguir los deliciosos insectos. Suerte. Cuando regreses, búscame para entregarlos. Me llamo Tovo».

Kéilan se apresura a salir de la caverna.

Afuera está esperando Volker.

―¿Ya encontraste el libro? ―indaga él.

―Parece que los murciélagos saben dónde está. Ahora solo necesito traerles algo de comida ―detalla ella, montando al equino alado―. Me han dicho algo sobre una selva rio arriba.

―Bien. Conozco ese lugar.

―De casualidad, ¿no tendrás algún costal o talego grande que me puedas prestar?

―Puede que tenga uno.

Volker la lleva a la cueva, donde obtuvo la tela con la merienda.

Es una cueva pequeña y poco profunda. Hay comida, bebida, telas variadas y unos cuantos artilugios: velas, alforjas, catalejos y plumas de aves. Todo acomodado en estantes de madera, incrustados en las paredes.

La hechicera busca el saco con ayuda de los cuernos de Volker; los cuales irradian una luz blanca moderada.

En el fondo de la cueva, Kéilan logra encontrar un talego mediano color café claro. Una cuerda incluida, ayuda a cerrar el mismo saco.

―¡Esto servirá! ―dice la muchacha, recogiendo el objeto.

―Ahora solo falta llegar a la selva, y empieces a atrapar a esos insectos con tu magia, para empezar a llenarlo ―comenta el equino.

―Ehmm… no sé cómo hacerlo ―responde la joven, muy apenada.

―¡Cómo que no sabes! ―expresa sorprendido Volker.

―Apenas ayer me han enseñado ese conjuro. No lo he practicado ―explica la joven―. ¿No me puedes ayudar, atrapando a los insectos?

―Solo puedo servirte como transporte o como lámpara; no puedo ayudarte directamente para recuperar los libros, ni en tareas especiales ―explica él seriamente―. ¿Por qué no vas personalmente por la enciclopedia de Cúdred, ahorrándote todo el lio? No creo que los murciélagos te detengan.

―Tendría que transformarme en uno de ellos para recorrer esa oscura caverna; lo malo, es que nunca me he transformado en un murciélago. Otra cosa: ni loca cruzo por ese mar de insectos repugnantes ―asegura Kéilan, refiriéndose a los escarabajos y las lombrices del suelo―. Ya les hice la promesa y no puedo romperla.

―Si así tiene que ser, así será ―suspira Volker.

―¡Se me acaba de ocurrir una idea! Ojala y de resultado.

Kéilan encuentra otros dos talegos medianos iguales; aprovechando la ocasión, también los toma. Rápidamente Volker la lleva al punto señalado por Tovo.

No tardan en llegar a una selva mediana, junto al rio; semi rodeada con un par de largas y altas montañas.

Usando la luz de los cuernos de su amigo equino, Kéilan se interna en la selva. Se mueve difícilmente por esas tierras, entre las raíces sobresalientes de los árboles en el suelo y helechos grandes. Se quita los zapatos; para caminar más cómodamente; y porque no quiere que se ensucien mucho.

Recorrido un pequeño tramo, los dos personajes descubren a un gran grupo de murciélagos en plena cacería de insectos.

Kéilan hace un llamado mental a todos los mamíferos voladores; varios de ellos se detienen y vuelan hasta ella.

«¿Una humana?», pregunta uno.

«Esto sí que es muy extraño», comenta otro.

«Hola. Vengo a ayudarles con la comida. Tovo me dijo que muchos de los suyos están enfermos, razón por la que están trabajando más de lo normal», explica la muchacha.

«De verdad es muy amable de tu parte que nos ayudes, en estos momentos tan difíciles», agradece otro murciélago.

«¿Traes algo para meter la comida?», pregunta un mamífero que se encuentra enfrente de la joven.

«De hecho he traído tres talegos medianos».

«¡Muy bien!», celebra el mismo murciélago. «Esperaremos a que los llenes».

―El trabajo ya termino amigos ―les dice un murciélago a sus compañeros en voz alta.

Mientras que el grupo se dirige a un árbol cercano para descansar, Kéilan les llama la atención.

«¡Aguarden!, ¡aguarden.

«¿Ocurre algo?», pregunta un mamífero acercándosele.

«Les quisiera pedir un favor», menciona ruborizada ella. «Me pueden ayudar a reunir la comida».

«¿No eres una hechicera?».

«Sí lo soy; desafortunadamente, no conozco conjuros que me ayuden para la tarea, además de que aún no aprendo a mover objetos con mi magia».

El murciélago no dice nada por unos segundos; al final le dice.

«Espera unos momentos».

Va a reunirse con sus compañeros, en lo alto de un árbol cercano; empezando a discutir el asunto.

Kéilan los escucha todo el tiempo, sin comprender que dicen.

Por fin los mamíferos se han puesto de acuerdo, emprendiendo el vuelo.

Uno de ellos, se acerca con la hechicera, diciéndole.

«Tu sostén los talegos y mantenlos abiertos; nosotros meteremos la comida».

Ella así lo hace; extendiendo los brazos al frente, alejando el talego de su cuerpo y volteando su cara a otro lado. Volker se queda a su lado, proveyendo de luz con sus cuernos.

La muchacha lo mira y le pregunta.

―¿Ni siquiera puedes ayudarme a sostener el saco?

―¿Hay alguna dificultad? ―indaga Volker intrigado.

―Me acabo de acordar que Tovo me dijo que comen insectos. ¡Detesto esas cosas!

―Lo siento; ya te lo explique. No te puedo ayudar ―puntualiza él seriamente.

―¡Rayos! ―maldice Kéilan.

Pronto todos se organizan, recolectando toda clase de comida: pequeñas ranas, arañas, ciempiés, mariposas, etc… Los talegos se llenan rápidamente.

Kéilan cierra los talegos y los anuda con las cuerdas que tienen incluidos. Le cuesta trabajo hacerlo, ya que no quiere acercarse a ellos.

―Creo que vamos a tener que hacer dos viajes ―sospecha Kéilan, observando los bultos, recargados en un árbol―; primero llevaré dos y después vendré por el otro.

No entiendo porque no sabes mover objetos con tu magia. Ese conjuro es fundamental para un mago ―comenta un tanto extrañado Volker.

Kéilan voltea a ver al equino. No está muy feliz por el comentario.

Volker ―le dirige la palabra en un tono enojado y cansado―, podrías dejar de hablar de ese tema. Ya te dije que me lo acaban de enseñar. La vida en el bosque es demasiado tranquila; además, mi mamá no quiere que hagamos todas las tareas de la casa, utilizando solo la magia. Mañana empezaré a practicar el hechizo.

«No te preocupes», le dice un murciélago a la muchacha. «Nosotros llevaremos los talegos».

«Gracias. Déjenme ayudarles con uno».

Dos grupos de murciélagos levantan dos talegos en el aire; unos agarran las cuerdas con sus patas, y otros los cargan en sus lomos. La maga toma la cuerda del tercer saco.

Montada sobre Volker, se encamina a la cueva; siguiendo a sus guías voladores todo el camino.

Al llegar a la cueva, dejan los talegos junto a la pared; muy cerca de toda la colonia de mamíferos.

Kéilan llama a Tovo, quien llega prontamente.

«Veo que te encontraste con mis amigos», menciona él.

«Sí, me ayudaron bastante. Mira», Kéilan abre rápidamente uno de los talegos, alejándose un poco.

«Excelente», aprueba Tovo al observar la abundante comida. «Ahora solo espera a que regresemos con el libro».

Un grupo grande de los guardianes voladores, liderados por Tovo, se adentra más en la cueva, en el tercer túnel a la derecha.

Solo falta esperar, y ver como los murciélagos bajan al suelo, para poder merendar algunos insectos.

De repente, uno se desvía, llegando a escasos centímetros enfrente de la joven.

«Humana, ¿me podrías ayudar?», es una voz femenina, la que escucha en su mente en ésta ocasión.

«Claro, no hay problema», acepta ella.

«Mi hijo salió hace bastante tiempo a cazar su comida, y no ha regresado. Es la primera vez que lo hace. Estoy muy preocupada. No podrías salir a buscarlo».

«¿Cómo se llama?».

«Eknu».

«Trataré de encontrarlo».

Sale apresurada de la cueva, encontrándose nuevamente con Volker.

―Tenemos que salir otra vez ―le informa ella a su amigo alado.

―¿Ahora qué ha pasado?

―Vamos a realizar una búsqueda.

Ya en el camino, Kéilan le explica a su amigo la tarea que le dejó la murciélago madre.

―Bien pudiste haberle dicho a otros de sus compañeros; solo tenías que esperar a que te llevaran los escritos.

No podía hacer eso. Me enseñaron que debo ayudar en gran manera a los otros, más si están en problemas. Eso sin contar que me lo pidió personalmente.

Es un golpe de buena suerte, que el lugar a donde fue el desaparecido, es lamisma selva de antes.

Todavía hay un grupo de murciélagos recolectores en los alrededores. Unos cuantos están descansando en las ramas altas de un árbol.

Los dos se acercan a ellos, preguntándoles acerca de Eknu. La mayoría no sabe nada; solo un par de ellos le indican un camino entre los árboles, donde le vieron alejarse.

Siguiendo las indicaciones, pasan por varias copas y ramas de árboles.

Más adelante, descubren a un murciélago atrapado en una telaraña. No hay rastros de la dueña de la trampa, dejando en duda de si llegaron a tiempo o tarde.

Con mucho cuidado, la joven retira al cautivo de la red de seda.

Una vez liberado el mamífero volador, Volker se aleja y baja al suelo.

Kéilan lo desenvuelve cuidadosamente; aunque, en su mente no puede omitir la sensación de asco.

El mamífero se despierta.

«¿Qué pasó?», pregunta confundido el animalillo.

«Caíste en una telaraña, por suerte te rescate justo a tiempo», le dice Kéilan.

«Gracias por salvarme».

«¿Cuál es tu nombre?».

«Eknu».

«Es un alivio encontrarte. Tu mamá me envió a buscarte».

Una vez restauradas todas sus fuerzas, el murciélago emprende el vuelo de regreso a la cueva; seguido por sus rescatadores.

Ya en la caverna, Eknu se reúne con su madre. Kéilan vuelve a esperar por Tovo, mientras que Volker espera afuera.

«Gracias por salvar a mi hijo», agradece la mamá, añadiendo al final.

«Y felicidades por pasar las pruebas».

«De nada, solo hice lo correc…», responde Kéilan, entendiendo al último segundo lo que había escuchado. «¿Pruebas?, ¿qué pruebas?».

«Volker vino en la tarde para avisarnos de tu llegada. En realidad, todos nosotros nos encontramos bien de salud, y la mayoría solo tiene un hijo; Tovo tenía que mentirte por órdenes de Cúdred, al igual que yo. El resto de la colonia está escondida en la selva. Mi hijo no estaba perdido y nunca cayó en esa telaraña. Eknu salió de la cueva cuando te fuiste a recolectar la comida; una araña, amiga nuestra, lo envolvió con su seda y lo dejó en su telaraña hasta que tú llegaste».

«¡¿Qué?!», exclama la joven, sorprendida. «¡¿No necesitaban de todos esos insectos desagradables?!».

La murciélago solo deja escapar una leve risa.

«Por lo menos, nos has ahorrado días de ardua labor».

Kéilan toma la noticia muy tranquilamente, sonriendo por unos momentos.

«Cúdred nos dijo que solamente una persona que fuera caritativa y servicial podía obtener los escritos. Ahora deja avisarle a Tovo, para que traiga la enciclopedia», dice la madre al alejarse y adentrarse en el túnel de la derecha.

Segundos después, Tovo y sus amigos salen del mismo pasadizo; solamente para adentrarse en el túnel central. Pasan un par de minutos de espera, cuando los mismos murciélagos traen cargando un libro grande de unos veintinueve centímetros de largo, veintidós de ancho y cuatro y medio de grosor.

«Aquí está el libro», menciona Tovo. «Felicidades por conseguirlo».

«Muchas gracias».

La muchacha extiende los brazos y toma la recompensa.

«Fue un placer ayudarte. Hasta luego», se despide el murciélago, regresando a su vida diaria.

Ella regresa a la entrada de la cueva, donde la espera Volker.

El libro tiene encuadernado de piel de elefante teñido de color verde esmeralda, con guarniciones de metal en las cuatro esquinas; tanto en la cubierta como en la contracubierta. La cubierta ha sido adornada con varias láminas delgadas de metal (cinco para ser exactos): una es de forma rectangular, ubicada en el centro; las otras cuatro son romboidales y se encuentran a los cuatro lados del rectángulo, casi llegando a la orilla del libro. En la contraportada se encuentran las mismas láminas romboidales en el mismo lugar; el rectángulo se ha remplazado por un gran círculo. Todas las láminas están grabadas con un estilo floral.

Kéilan nota algo extraño en el rectángulo de la cubierta: hay una cerradura en el centro del mismo. Piensa que es solo de decoración, ya que no hay señales externas de algún mecanismo de seguridad. A simple vista, el libro se puede abrir sin ningún esfuerzo; trata de hacerlo, fallando al final. Lo intenta con todas sus fuerzas, mas no puede separar las cubiertas de las hojas; ni por milímetros.

Volker se percata que la joven hechicera trata de abrir el libro.

Cuando ella llega a su lado, él le pregunta.

―¿Qué tratas de hacer?

―Abrir el libro, ¿no se nota?

―Necesitas la llave para abrirlo. Mejor descansa. Mañana te enseñaré donde encontrar el siguiente libro. Conozco un lugar donde puedes dormir; antes, hay que regresar a la pequeña cueva de provisiones, para preparar varias cobijas y una almohada.

Con el equipaje improvisado listo, inicia el último vuelo del día. Kéilan carga el libro bajo un brazo, mientras que su amigo carga lo demás con ayuda de la magia.

La siguiente parada, es otra cueva más grande y poco profunda, con la mayoría del suelo liso; ubicada en la pared de la larga montaña que semi rodea la selva que acaba de conocer, justo por arriba de las copas de los árboles.

Volker prepara la cama de Kéilan con suficientes mantas.

Antes de acostarse y dormirse, caballo y muchacha conversan por un minuto; ella quiere saber más de Cúdred.

CAPÍTULO IV

A la mañana siguiente y después del almuerzo, Volker transporta a Kéilan a la cumbre de una montaña rocosa; no muy lejana a la cueva de descanso.

En ese llano y desolado lugar, se encuentra un pilar de piedra cuadrangular de baja altura. La base superior de la columna es plana y sesgada; al lado, hay una roca grande, dando la apariencia rudimentaria de una silla y una pequeña mesa de trabajo. Al acercarse a la columna, que mide cincuenta centímetros por lado, ella descubre que hay un hueco hexagonal que ocupa casi todo el cuadrado, de un centímetro y medio de profundidad.

―¿Qué tengo que hacer?

―El siguiente libro lo encontrarás, siguiendo varias pistas que tendrás que descifrar.

―No entiendo ―dice la joven, confundida.

―Esta es la base de un rompecabezas ―señala Volker la piedra cuadrada con su pata delantera―; al lado encontrarás las piezas amontonadas.

Kéilan revisa el atrás del pilar, descubriendo un montón de piedras. Toma unas cuantas y nota que todas tienen un centímetro y medio de grosor. Son del tamaño de su mano y con diferentes formas curveadas. Otras tienen bordes lisos. Supone que son las orillas del rompecabezas.

―¿Hay una imagen o algo que me ayude a guiarme?

―Son palabras que forman un acertijo. ¿Quieres que me quede o necesitas estar sola?

―De hecho quiero que me hagas un favor.

―¿Qué tan grande es?

―Quisiera que fueras con mis padres y les dijeras donde estoy. De seguro están muy preocupados por mí.

―Con mucho gusto iré ―acepta sonriendo el equino.

—Supongo que ya sabes dónde está la cabaña.

—Pues… sí —responde él un poco apenado—. Los he estado espiando desde hace meses.

—Por lo menos fue con un propósito noble —comenta ella con una sonrisa.

Volker sale volando en dirección al bosque Pi-Ud y al hogar de madera.

Estando sola, la joven aprovecha unos momentos para dar un breve vistazo a su alrededor; por un lado, en el horizonte, se ve una delgada línea de cielo azul.

Como ayer, hay nubes grises en el cielo. El clima se mantiene templado y refrescante.

Vuelve al pilar cuadrangular, ya que tiene un rompecabezas que armar.

Se concentra bastante, acabando el desafío en un par de horas. Sin nada más que hacer, practica varios hechizos; evitando el conjuro de levitación.

Una hora más tarde, llega Volker. Trae puesto una pequeña tela ovalada en el lomo; sobre la cual, hay una silla de montar simple. Carga con dos alforjas grandes, color café oscuro y con dos correas con hebillas cada una, para asegurar el contenido.

Kéilan se acerca a él rápidamente.

―¡Volker!, ¿cómo te fue?― inquiere ella emocionada.

―Fue algo accidentado. La buena noticia es que tus padres saben que estás bien y a salvo.

―¡Cuéntamelo todo! ―dice la muchacha repetidamente.

―¿Ya resolviste el rompecabezas? Primero hay que concentrarse en encontrar el segundo libro; ya te contaré con más detalle cómo me fue ―sugiere él seriamente.

―Bueno ―contesta un poco desanimada la joven―. Ya lo terminé. Ven, mira.

Volker se acerca para comprobar el trabajo terminado, el cual se realizó perfectamente.

―¡Muy bien! ¿Ya lo descifraste?

―Solo supuse que tenemos que ir a una playa.

Con el rompecabezas resuelto, se lee el siguiente acertijo.

“Al Oeste te dirigirás,

y un caparazón encontrarás.

En medio de ella hay un uno,

eso te auguro.

Una solitaria residente,

te mostrará la pista siguiente”

―Ahora solo hay que saber a dónde queda el Oeste ―menciona Kéilan, volteando a todas direcciones―. Sería más fácil si esas nubes no estuvieran.

―Despreocúpate ―comenta Volker―; tus padres enviaron un instrumento que te ayudará. Se encuentra en ésta alforja ―dice él mientras voltea su cuerpo, acercándole la alforja de su lado izquierdo.

Kéilan abre la maleta, encontrando una bola de cristal transparente; con el objeto en una mano, cierra la alforja con la otra.

En el interior de la esfera transparente, de diez centímetros de diámetro, se encuentra un líquido transparente que ocupa la mitad; dejando la otra mitad con un espacio de aire. Flotando sobre el líquido, se encuentra un disco de color blanco (al parecer es un tipo de metal) con veintiocho rayas azules y cuatro rojas marcadas alrededor; debajo de cada marca roja, hay una letra diferente: una “N”, una “E”, una “S” y una “O”; cada letra de color negro. Es una brújula esférica. Una aguja romboidal en medio del disco, asegurada con un pequeño clavo, indica el Norte y el Sur.

Observa el artilugio casero de navegación por unos momentos, muy sonriente; recordando aquella vez, que ayudó a terminar de armarlo.

―Es hora de partir ―anuncia ella. Segundos después monta sobre Volker.

El caballo alza vuelo, preguntando por la dirección que tiene que tomar.

Revisando la brújula, el rumbo correcto les indica que hay que dirigirse al final de las nubes grises.

Dirige a su amigo con su mano, todo el trayecto.

Conforme se van acercando al cielo azul, se escuchan las olas del mar.

En poco tiempo llegan a la orilla de un largo y muy profundo acantilado; en la base del mismo, unos metros de playa, separan la muralla natural, del mar azul de Loefr.

En frente, ocupando un área bastante grande, hay un grupo de islotes de arena blanca: unos tienen palmeras, otros no. Una laguna entre las diminutas islas, deja ver el suelo arenoso marino, cubriéndolo con agua de color azul muy claro.

Más adentro en el mar, hay otros dos grandes y altos islotes rocosos, llenos de árboles.

Kéilan se queda maravillada por el paisaje. Su sorpresa es mayor cuando ve hacia arriba. Las nubes también dividen el cielo: del lado del mar, hay un cielo azul vivo y con muy pocas nubes blancas; en cambio, del lado de las montañas, nubes en diferentes tonalidades de grises, no dejan pasar ni un rayo de luz.

La brisa marina es muy refrescante. Las olas que rompen en la playa, son muy tranquilas y pequeñas.

―Hermoso, ¿no? ―le pregunta Volker a la hechicera, observando todo el paisaje.

―Sí que lo es ―responde Kéilan. Es una vista muy agradable.

Quiere seguir admirando el paisaje; ya hace un día que solo ve montañas y cielos grises.

Pronto recuerda que tiene que seguir su búsqueda.

Es hora de ir abajo, a la playa ―le comenta ella a su amigo.

Volker sigue la orden y baja hasta la base del acantilado.

Toda la orilla de la laguna, está llena de conchas marinas multiformes, multicolores y de muchos tamaños.

Antes de desmontar al caballo, Kéilan guarda la brújula en la alforja. Se quita los zapatos, acomodándolos en la misma maleta; apoyándose de las alas del caballo, para evitar caerse.

—Me acabo de dar cuenta de algo —dice ella antes de desmontar.

—¿De qué? —pregunta su amigo, volteando a verla.

—Mi vestido se va a mojar, además de que no tengo otra ropa.

—De hecho, sí tienes. En una de las alforjas hay dos conjuntos.

Echando una ojeada, ve que es cierto.

Con el problema resuelto, baja y se apresura a meterse al mar, tratando de hacer a un lado las conchas para no pisarlas, deteniéndose cuando el agua le llega a las rodillas. Disfruta del oleaje en sus pies y la brisa marina por unos minutos. Se ha alzado la falda, para sentir mejor el agua.

«Este lugar mucho mejor que las montañas grises», piensa ella.

―¿Ahora qué sigue? ―inquiere su amigo.

―Pues… es hora de buscar ―responde Kéilan, volteando a verlo.

No teniendo otra opción, tiene que dejar caer completamente sus ropas; las cuales empiezan a absorber el agua de la laguna.

Empieza a revisar las conchas de la playa por largo tiempo.

Unas están completas, otras rotas. Algunos caparazones de abanico se encuentran unidas entre sí; más la mayoría, solo es una.

Toma un descanso rápido para comer algo, ahí mismo en la playa.

El sol empieza a caer, iluminando el cielo con un color naranja intenso.

Los dedos de las manos de la joven, ya se han arrugado completamente; se ven iguales que las ciruelas pasas.

A ratos, Volker la ha dejado sola para que se concentre mejor; ahora regresa de un corto paseo y se le acerca. Ha traído un par de toallas.

―Creo que será mejor continuar mañana ―le sugiere a la joven, suponiendo que no ha tenido éxito en la búsqueda; acertando completamente.

―Tienes razón ―dice ella volteando a ver el cielo―. Ya es muy tarde.

Antes de salir, nuevamente alza su vestido y exprime todo el exceso de agua que puede.

Volker ha extendido una toalla en la arena, junto al muro natural. Kéilan se dirige ahí, soltando las faldas exprimidas.

Su amigo le entrega la otra toalla y uno de los conjuntos que ha traído.

—Te espero arriba —dice él.

Sin tardarse demasiado, la joven se cambia de ropa.

Entre tanto, Volker espera paciente en la cima del acantilado, hasta que llega un águila junto a él, transformándose en Kéilan en un segundo.

Un blusón largo de manga larga, color blanco, con la mitad y el final de las mangas bordadas con patrones geométricos simples; añadiendo una saya sin mangas, color gris pizarra, es la nueva ropa de ella.

Ambas prendas tienen escote cuadrado. De accesorios, solo lleva un cinturón de cuero delgado.

—¿Y tú otra ropa? —pregunta el caballo.

—La he dejado abajo. No pude traerla conmigo.

Sin decir nada, Volker baja por el vestido, para después regresar por la hechicera.

Ya adentro de la cueva de descanso de la otra noche, ella se quita la poca arena de sus pies con ayuda de agua y una manta. El líquido está depositado en una jarra de metal.

Su amigo equino ha salido para buscar leña y un par de mantas más; no tarda mucho en regresar.

Acomoda las ramas en medio de la caverna y prende la fogata con un conjuro de fuego común. Acto seguido, Kéilan acomoda su cama improvisada cerca del calor.

Volker se queda parado al otro lado.

―Ya me tuviste en suspenso todo el día; ¿cómo te fue con mis padres? ―inquiere muy emocionada la joven.

―Déjame descansar por un momento, al tanto que te platico.

Dicho esto, el equino se echa tranquilamente de panza al suelo; luego, con ayuda de su magia, se quita el par de alforjas, colocándolas justo al lado de Kéilan.

―Tenías razón; tus padres y hermanos estaban muy preocupados por ti. Todo el bosque se dio cuenta del suceso, desde que te empezaron a perseguir las creaturas negras.

―Eso no me pareció a mí. Nadie me ayudó, excepto tú ―comenta ella un poco triste.

―Nadie se atrevía a intervenir por el miedo que sentían. Nunca habían visto a semejantes animales; se asustaron más cuando escupieron el fuego negro y les crecieron las alas. Muchos solo se quedaron mirando. Al parecer, solamente un par de hadas fueron a alertar a tus padres. Llegaron con ellos cuando ya te había traído a las montañas.

―¿Tanto tiempo se tardaron? ―pregunta sorprendida la joven.

―Bueno, es que eran hadas jóvenes y apenas habían aprendido a volar.

―¿Cómo reaccionaron mis papás cuando les diste la noticia?

―Al llegar a la cabaña, no había nadie. Pensé que habían salido al bosque, entonces empecé a buscarlos; a los pocos minutos de caminar, me asaltaron por sorpresa y capturaron. Me ataron las alas para que no volara; aparte de que conjuraron un hechizo de contención, para que no utilizara mis poderes.

Tu familia y las hadas, estaban observando el lugar donde caíste. Las hadas, me vieron llegar; reconociéndome inmediatamente. Todos pensaban que te había raptado.

―¿Quién no? ―expresa ella, mirando hacia arriba.

―Me retuvieron y decían que no me liberarían hasta que les dijera donde estabas. Al explicarles de mi dueño, los libros y tu intento por obtenerlos, no me creyeron ni una palabra. Les dije que me llevaran con los reyes del bosque, si no estaban convencidos.

―Entonces la reina te reconocería.

―Exacto. Aún atado, me llevaron al claro real con los reyes. Al verme, la reina se sorprendió bastante, para luego alegrarse mucho. Calmó a tu familia y les pidió que me liberaran; tanto de las sogas como del hechizo de contención. La reina ninfa me dio un fuerte abrazo de bienvenida; hace años que no me sentía tan feliz y emocionado comenta él, muy alegre.

Su amiga también muestra una leve sonrisa.

―Sentada en su trono, la reina me preguntó bastantes inquietudes de hace tiempo; con mucho gusto, la puse al tanto ―Volker hace una breve pausa, cambiando su semblante a uno más serio y algo triste; luego continua―; lástima que tuve que darle la mala noticia de la muerte de Cúdred; todavía lo estimaba.

Le detallé los últimos días del poderoso mago: redactando los libros, su visión del futuro, y de cómo transfirió su magia a los libros y a mí. Fue la reina, quien termino de convencer a tus padres de que yo era de fiar. Antes de regresarme, ellos me dieron esas dos alforjas.

Me dijeron que eran objetos que te serían útiles en estos días. Puedes abrirlas y mirar.

Kéilan abre la primera, ahí están sus zapatos guardados. Los saca y acomoda al lado de su cama improvisada.

Lo segundo que ve, es la brújula esférica.

―¿Cómo sabían que iba a necesitar una brújula?

―Tu padre lleno esa maleta. Solo fue una coincidencia el que me la haya dado; si no la hubiera traído, yo te hubiera facilitado una que está guardada con los demás objetos. Pensé que lo más adecuado, era que utilizaras la de tu padre.

Siguiendo con la revisión de la alforja, se topa con muchas hojas de pergaminos, un frasco con tinta y varias plumas de aves blancas.

―Quieren que les escribas lo más pronto posible. Así se quedarán más tranquilos —dice Volker.

La joven deja a un lado la alforja.

Al abrir la otra maleta, la encuentra llena de una cuanta ropa, peines, un espejo de mano y unas cuantas alhajas.

―Déjame adivinar, está la ha llenado mi mamá.

―¿Cómo lo supiste? ―pregunta Volker muy sonriente.

Kéilan no responde nada; solo extrae la ropa para verla.

La ropa guardada, es un conjunto exactamente igual al que trae puesto; con la diferencia, de que la saya es color rojo amapola. También está un par de sandalias y unas tobilleras.

No le gusta mucho esa ropa, ya que tiene más vestidos gitanos en casa.

«Ya que», piensa la muchacha con desánimo.

―Es hora de dormir ―comenta el caballo, levantándose y dirigiéndose a la entrada de la cueva―. Mañana hay que seguir buscando esa concha marina.

Volker ―lo llama Kéilan.

El equino espera unos momentos.

La muchacha se levanta y se le aproxima, solo para darle un fuerte abrazo.

―Muchas gracias por hacerme ese favor.

No fue nada. Aparte, también yo tengo que agradecerte, por hacerme volver al bosque y reencontrarme con amigos de hace tiempo.

Así se desean buenas noches y cada uno va a su cama a dormir. Volker duerme poco y lo hace parado; de vez en cuando, baja a la selva a caminar o alza vuelo por un tiempo, para luego volver a la cueva.

Esa noche en particular, Kéilan se duerme tarde; ya que empieza a escribir la primera carta para sus padres. Les describe del lugar donde está, en medio de cañones y montañas grises; la mediana selva verde y el rio azul, es lo único colorido de esos parajes; no obstante, son opacados por las nubes que no dejan pasar la luz del sol. Detalla la visita al mar de ese día; ya que le alegró bastante ese suceso.

Terminada la carta, se duerme más feliz que el día anterior.

En la mañana siguiente, prepara la carta que escribió; enrollando el pergamino y amarrando al centro un listón rojo. Volker se encargará de entregarla.

Mientras espera por su amigo, se viste con la misma ropa de ayer, mientras que su vestido favorito se termina de secar.

Peina su cabello y decide dejarse el pelo suelto. En este día, no se pondrá los zapatos. Solo utilizará un par de pulseras tobilleras, adornadas con pequeñas piedras preciosas de diferentes colores, en el pie izquierdo.

Al regresar el mensajero, ya está lista para partir a la playa.

Por segunda vez, los dos personajes llegan al acantilado que separa el mar caluroso y azul, de las montañas grises.

Antes de bajar a la playa, Kéilan le pide un favor a su compañero.

―¿Puedes adentrarte en el mar por unos momentos?

―¿Algún motivo en especial?

―Quisiera nadar un poco. Siempre me ha gustado visitar el mar; lo hago cada tres días. Así puedo visitar a unas amigas sirenas que tengo.

―Está bien, solo por unos minutos.

Volker sobrepasa el pequeño grupo de islotes arenosos y llega al mar abierto. Baja rápido y se mete en el agua. Extiende por completo sus alas, utilizándolas para mantenerse a flote; aparte, nada todo el tiempo, para no hundirse demasiado.

Kéilan se zambulle en un instante.

Interesada por saber qué tan profundo está el fondo, empieza a nadar hacia abajo. No hace falta salir por aire; ya que conoce un conjuro para hacer aparecer branquias en su cuello. Avanzando un trecho considerable, se da cuenta que tardará demasiado tiempo enllegar al suelo marino; así que decide regresar con su compañero.

Al salir a la superficie, desaparecen sus branquias.

―¿Ya acabaste? ―inquiereVolker.

―Creo que sí. Es mejor cuando mis amigas sirenas o mis amigos peces me acompañan. No creí que ésta parte fuera tan profunda ―dice ella, montando en su amigo―. ¿No hay peces o focas por aquí?

―Solo en el fondo del mar hay vida. Muy pocos peces son los que nadan cerca de la superficie.

Justo en ese momento, Kéilan se da cuenta de un detalle.

―Amigo, ¿no te cansarás demasiado, al nadar todo el camino hasta la playa?

―De hecho, no tengo necesidad de nadar a la orilla ―asevera él―. Tú solo sujétate.

Nadando un poco, Volker dirige su cuerpo hacia altamar. Ya listo, empieza a nadar a toda prisa. Primero empieza a moverse lentamente, aumentando poco a poco de velocidad. Kéilan, empieza a notar que el cuerpo de su amigo empieza a salir del agua; hasta llegar al punto donde empieza a cabalgar sobre la superficie del mar. Salpica poca agua, cada vez que sus cascos tocan la superficie del agua salada. Inmediatamente después empieza a agitar las alas, alzando vuelo en un segundo.

―Eso fue muy interesante ―comenta la joven.

Volker solo sonríe; luego, da media vuelta y se dirige a la playa.

Al pasar por encima del pequeño grupo de islotes, surgen unos gritos.

―¡Espera amigo! ¡Espera! ―pide Kéilan con sobresalto.

―¿Ahora qué? ―pregunta él, deteniéndose en el aire.

Ella no responde. Solo se queda mirando los islotes.

Segundos después, precisa sin mover la vista.

Esos cuatro islotes tienen una forma peculiar.

Es cierto, ya que cuatro islotes de pura arena blanca, tienen forma de conchas marinas: dos son de forma de abanico (una muy cuadrada y la otra muy rectangular); las otras dos,son de forma cónica.

―Bajemos a una para revisarla ―ordena Kéilan.

Volker obedece.

Lo único que hay es una palmera, muy larga e inclinada; sus hojas son verdes, y unos cuantos cocos decoran la copa. Acompañándola por varios metros,hay una gran piedra.

Empiezan a notar otro detalle al aproximarse.

Ya sobre la arena, la joven se dirige a la roca, encontrando un reloj de sol rectangular, hecho enteramente de metal e incrustado ahí mismo. Un barrote perpendicular, señala la hora; mientras que unas líneas y números romanos están grabados. Es muy simple su diseño.

―Hay un uno… ―dice Kéilan en voz baja; luego voltea a ver la palmera, igualmente susurrando―. Una solitaria residente…

Queda pensativa por unos momentos; hasta que su amigo alado llega a su lado.

―¡Ya lo resolví!― grita emocionada.

―Explícamelo entonces.

―En el acertijo decía acerca de un “uno”; se refiere al número uno romano del reloj. También hablaba de “una solitaria residente”, que es la palmera que está ahí ―explica Kéilan, señalando la alta planta.

―Entonces… ―dice Volker, esperando que la hechicera termine de resolver el acertijo.

―Entonces hay que esperar a que sea la una, así la palmera nos indicara donde está la siguiente pista… o el libro.

―Sí que eres inteligente ―comenta el caballo.

―Gracias.

―Por eso, me parece muy extraño que aún no puedas mover objetos con …

Kéilan lo mira de reojo, dándole a entender que no quiere oír la frase completa.

―Apenas son las diez ―menciona él, observando el reloj.

La sombra del barrote está exactamente sobre la “X”.

―¿Qué hacemos entre tanto? ―indaga Volker.

―Vamos a ver los otros tres islotes ―sugiere Kéilan.

Los otros tres islotes tienen los mismos elementos: la palmera larga e inclinada, junto con el reloj de sol de diferente diseño; más elaborado que el primero.

―¿Con cuál empezarás?

―Con la primera en que aterrizamos.

―Antes, pasemos a la playa del acantilado.

Kéilan no entiende para qué.

Ya en la playa, el caballo le pide que recoja un montón de conchas marinas grandes.

De regreso al primer islote, le dice a la joven que coloque los caparazones en donde ella quisiera.

―¿Por qué no practicas un momento? Ya sabes a lo que me refiero ―le sugiere el equino alado.

Kéilan solo hace una mueca de desagrado.

Intenta pensar en una excusa para no hacerlo, sin éxito; pronto se da cuenta, que no puede evitar ese hechizo para siempre. Practica cómo mover objetos con su magia, las dos y media horas siguientes. Tiene un descanso para comer algo.

Cuando el reloj de sol marca la una, Kéilan corre hacia la sombra de la copa de la palmera; la cual, descansa sobre la arena blanca. Al no ver nada, supone que la pista está enterrada; empieza a excavar rápidamente con las manos. La sombra que refleja la copa de la palmera es muy amplia.

Después de cavar por largo tiempo, no logra encontrar nada.

La sombra del barrote en el reloj de sol, ya está a mitad del camino, antes de llegar al II.

En medio del arduo trabajo, el caballo se acerca con Kéilan.

―Creo que no es en éste islote ―sospecha la joven, dejando de cavar.

―No. No lo es ―concuerda Volker.

Ya fue suficiente por hoy. Mañana buscaré en la otra isla; antes de eso

Sin terminar la oración, se dirige al agua, dándose un chapuzón en la laguna baja que rodea el islote. Selimpia la arena de su vestido y sus manos; aprovechando la oportunidad para refrescarse del calor.

La laguna tiene apenas un metro y cuarenta centímetros de profundidad. Kéilan puede caminar sin preocuparse de nadar. El agua llega a los hombros.

En medio de la laguna, llama a su amigo para que se acerque.

Él se mete a la laguna, aceptando la invitación. El agua le llega a medio cuerpo.

Ambos caminan por la laguna por un tiempo; a veces Kéilan nada un poco.

―¿Cúdred y tú venían aquí antes?

―No. Solo lo veíamos, cuando pasábamos por los cielos.

Mi señor nunca se interesó en el mar; aún en los tiempos en que vivíamos el bosque místico, visitó el reino submarino pocas veces ―responde Volker con seriedad, para finalizar con un comentario―. Me hubiera gustado… aunque fuera por un día, verlo feliz y disfrutado de ésta agua tan refrescante. Después de que se quedó a vivir en medio de las montañas y cañones, siempre estaba muy preocupado o desanimado; pocas veces lo vi sonriendo.

Unos segundos de silencio pasan.

―¡Animo amigo! Todo va a ser mejor ahora.

Volker solo responde con una cara sonriente.

―Otra cosa —dice la joven.

―¿Sí?

En el momento en que el caballo voltea a verla, ella saca rápidamente su brazo fuera del agua, expresando “¡Piensa rápido!”, salpicando toda la cara de Volker; inmediatamente, él desvía la cabeza para el otro lado.

―¡Oye! ―exclama el caballo con una pequeña risa.

Así empiezan un breve tiempo de juego alegre, salpicándose con el agua de la laguna. La muchacha usa sus brazos, al tanto que el equino utiliza sus alas; moviéndolas moderadamente.

Luego de divertirse por un tiempo, ya están listos para regresar a la cueva.

―Ya es hora de irnos —dice la joven.

―Entonces vayamos a la orilla del islote ―sugiere su amigo.

―No lo creo.Déjame montarte aquí mismo, en medio de la laguna. Así mis pies y la saya no se llenarán de arena seca; aparte de que me gustaría que alzaras vuelo como lo hiciste en el mar. Fue muy emocionante y entretenido —dice ella, al tanto que monta sobre Volker; con un poco de trabajo, debido a la ropa mojada.

―En ese caso ya sabes que hacer.

Kéilan se sostiene del pomo de la silla de montar.

Su amigo empieza a nadar, ganando velocidad gradualmente. En poco tiempo, se encuentra cabalgando sobre el agua una vez más. No alza vuelo inmediatamente; en cambio, cabalga por más tiempo sobre el mar, rodeando los dos islotes rocosos. Salta moderadamente en cada ola pequeña que se encuentra.

La joven disfruta cada segundo del paseo.

Pasando el segundo islote, Volker alza el vuelo.

Al regresar a la cueva de descanso, ambos personajes terminan de secarse al lado de una fogata que han encendido.

Termina otro día de búsqueda.

A la madrugada siguiente, Kéilan está sentada en su cama; peinándose su largo cabello. Ya trae puesto la saya color gris pizarra y sus dos zapatos.

Disfrutando de un almuerzo, Volker come algunas hierbas y frutas que ha recolectado de la selva. Lo hace a unos pasos lejos de Kéilan, más adentro en la cueva.

La muchacha voltea a ver a su amigo, diciéndole.

—Quiero ir con mis padres. Necesito verlos.

―No veo que haya problema ―menciona Volker, haciendo una pausa entre masticadas―; hay tiempo de sobra.

―¡Qué bien! ―aplaude entusiasmada Kéilan―. Quiero que mi mamá me peine de diferente forma hoy. Ella sabe varios peinados.

―Si me permites, yo podría peinarte ―le propone su amigo, después de tragar un bocado de su comida, acercándose a ella.

―¿Sabes de eso?

―Aprendí cuando visitaba el bosque Piim-Asud.

―Enséñame que sabes hacer ―le pide Kéilan, mientras se coloca de espaldas a su amigo.

―Déjame traer algo especial para empezar. No tardaré.

Él sale del lugar, dirigiéndose a la cueva de las provisiones.

Por unos minutos la joven se queda sola; emocionada por descubrir el talento de su compañero.

Volker regresa después de varios minutos, junto con una jarra mediana de porcelana blanca.

―Listo. Empecemos.

―¿Qué hay en la jarra?

―Es aceite de romero, combinado con algo de extracto de lavanda. Me ayudará a peinarte más fácilmente.

Volker empieza a trabajar; utilizando únicamente su magia, para coger los utensilios, el aceite y el mismo cabello.

Varias gotas pequeñas de aceite flotan en el aire, esparciéndose en la cabellera de la joven; utiliza la más mínima cantidad del mismo, para evitar dejar muy grasoso el pelo. Toma un peine largo (uno de los tantos que hay disponibles), para luego extender el lubricante a cada pelo; suficiente para dejarlo sedoso y manejable.

El equino trabaja en el cabello de Kéilan; peinándola con dos trenzas de raíz en cada lado. Cada una se encuentra en la mitad del camino entre la línea central y la oreja. En la parte de atrás, en la misma altura de la nuca, Volker arregla el resto de las trenzas y algo de pelo suelto, formando un chongo despeinado.

Le deja dos mechones sueltosal frente, justo al lado de los ojos.

Habiendo terminado, ella examina el trabajo de su nuevo estilista, con ayuda de su espejo de mano.

―¡Asombroso! ―expresa sorprendida y feliz, admirándose en el pequeño espejo―. Nunca hubiera imaginado que tenías conocimientos de peinados. ¿Quién te enseñó?

―Las ninfas del bosque. La reina de las hadas y duendes fue mi principal instructora. Ella me enseñó el uso del aceite, de varios peinados y todo con respecto del cuidado del cabello.

―Aprendiste muy bien ―comenta la joven, levantándose del suelo―. ¿Te invitaron a aprender? No tienes mucho pelo para que te interese el tema, a excepción de tu cola; ¿o fue antes de que perdieras tu larga melena?

Fue después. En una ocasión la reina hada me invitó a aprender del cuidado del cabello y peinados; estaba muy aburrido y no sabía qué hacer, así que acepté. Poco después, unas “hermanas” gitanas me dieron unas cuantas recomendaciones extras. Por esos días, ellas me obsequiaron los aretes: el de mi nariz y los de la oreja, incluyendo el que tiene la pluma.

―¿No te dio pena aprender de ello? ―indaga Kéilan con una pequeña sonrisa.

Volker se pone colorado y baja la vista, igualmente mostrando una cara alegre.

―Las primeras clases sí; después ya no ―alza la vista, habiendo pasado la pena.

―Al final resulto muy útil que aprendieras de ello ―opina ella.

―Bueno, ¿ya estas lista?

―¡Claro que sí!

En un santiamén, los dos ya están en camino al bosque Pi-Ud. Volker trae cargando las alforjas de cuero; están vacías, por si encuentran algo útil.

CAPÍTULO V

En la cabaña del bosque Pi-Ud, Sibisse se encuentra acomodando la mesa para que la familia tome la merienda temprana.

Al mismo tiempo, Kéilan y Volker llegan a su destino.

Ella le pide a su compañero, que aterrice con mucho cuidado, para no alertar a sus padres. Ya en tierra firme, desmonta de un salto y corre a la puerta, dando varios golpes fuertes a la misma.

Espera en silencio.

Sibisse escucha que llaman a la puerta; tranquilamente se dirige a ver quién es.

Al momento en que la puerta se abre, y descubrir que es su mamá, la joven no puede contenerse más y se abalanza sobre ella; dándole un fuerte abrazo. El suceso es tan repentino, que Sibisse casi cae de espaldas.

―¡Hija! ―exclama la mamá, correspondiendo con otro fuerte abrazo.

En todo momento se escuchan risas, acompañadas de lágrimas de felicidad en ambas caras.

Un segundo después, bajando de las escaleras que llevan a los cuartos, llegan Bárem y la pequeña Zulr; al mismo tiempo, Ixus sale del cuarto del fondo, junto a las escaleras. Todos se unen a la bienvenida y la celebración del regreso de Kéilan; dura poco tiempo, ya que ella les informa que solo fue a visitarlos, por un par de horas.

Toda la familia se acomoda en la sala, al lado de la chimenea. Los padres y hermanos en un sillón largo; mientras que Kéilan, opta por sentarse en uno mediano, justo al frente de ellos.

Les dice que aún tiene que encontrar tres libros, escondidos en los cañones y montañas Cúdrerianas.

―¿Cañones Cúdrerianos? ―pregunta Bárem confundido.

―Así decidí llamarlos ―responde Kéilan.

―En honor al mago, ¿no? ―supone Ixus.

―Sí. Así es. ¿Ya saben su historia? ―inquiere ella.

―Casi toda ―comenta Sibisse ―; la reina ninfa nos relató todo lo que sabía, junto con la información que le dio ese caballo alado.

―Se llama Volker, mamá ―le aclara Kéilan.

―¿Qué tal te ha ido en esos lugares extraños? ―pregunta Bárem―. Si necesitas algo en particular solo dinos. ¿Más hojas de pergamino o tinta?

―No hace falta papá. Hay una pequeña bodega en uno de los acantilados con objetos diversos. Volker no me ha dicho nada, mas estoy segura que le pertenecían a Cúdred.

Aún tengo tinta y hojas para varios días; no te preocupes. El ambiente es agradable. Por fortuna, encontré una maravillosa playa ayer. Antes del mar profundo, hay una gran laguna con varias islas pequeñas.

La joven les narra todo lo que se habían perdido: desde que la atacaron los animales oscuros, hasta el día de ayer, cuando descifró el acertijo de los islotes.

Antes, de que el sol se encontrara en su apogeo, justamente arriba en el cielo, Volker le recuerda a su amiga que ya es hora de irse.

La familia se despide, deseándole la mejor de las suertes.

Sibisse le da un par de hogazas de pan y algo de queso de cabra. Lo pone en una de las alforjas vacías.

Ya preparada y montada sobre su amigo alado, Kéilan parte en dirección a la playa junto al acantilado.

En poco tiempo, llegan y aterrizan en el islote que eligió el día anterior. Antes de bajar a la arena, se quita los zapatos y los guarda en una alforja.

El reloj de sol de la pequeña isla, es de hierro y de forma circular; la sombra de un triángulo marca la hora. Tiene más decoraciones que el reloj de la isla del otro día; además, está sobre un alto pedestal delgado de mármol. La sombra marca las XII en punto.

―Una hora libre ― menciona Kéilan―, y sé que hacer.

Con la ayuda de Volker, recoge el montón de conchas marinas que dejó ayer, llevándolas al nuevo lugar, empezando con su entrenamiento del “conjuro de levitación”.

En el poco tiempo que lleva practicando, ya puede mover y manejar objetos de poco peso, con mucha facilidad y fluidez.

Espera paciente los últimos minutos, disfrutando del queso y el pan.

A la una en punto, corre apresurada a la sombra proyectada de la copa de la palmera. Tal y cómo paso ayer, no hay nada sobre la arena; así quecomienza a cavar.

No pasa mucho tiempo cuando sus manos tocan algo duro. Se da cuenta que es un arcón mediano, cuadrangular y de tapa plana. Quita la arena de un lado del pequeño cofre, descubriendo un aro de hierro: es una de las dos agarraderas. Toma lamisma con las dos manos y desentierra completamente el cofre.

El objeto es de madera obscura; mide cuarenta y cinco centímetros por lado y quince de altura. Delgadas tiras de hierro decoran la tapa, formando un patrón cuadrado. En cada cruce de las tiras, hay un remache redondo; a su vez, en el centro de cada cuadrado y en la madera, hay una flor de lis en relieve.

Atada con una cuerda delgada en la otra agarradera de aro, se encuentra una llave mediana con solo dos dientes.

Una cerradura simple al frente y en el medio del arcón, es en donde se introduce el dichoso objeto.

Kéilan pone la llave en su lugar y le da media vuelta, activando el mecanismo.

Abre con mucha emoción el arcón, pensando que ha encontrado el segundo libro.

En su lugar, descubre otro objeto.

Adentro del pequeño cofre, hay una tabla de madera, barnizada, totalmente de color rojo toscano oscuro. La pieza de madera es cuadrangular, de cuarenta centímetros por lado y un centímetro y medio de grosor. Las orillas son completamente rectas.

Lo peculiar de éste tablero, es que de un lado hay un hueco de medio centímetro de profundidad, lijado y sin barnizar. El hueco tiene forma de triángulo isósceles, ocupando casi todo el cuadrado, salvo por un centímetro.

Junto con el tablero de madera, hay muchas piezas de madera pequeñas, multiformes, de medio centímetro de grosor y una sola cara barnizada de rojo toscano oscuro.

―¡¿Otro rompecabezas?! ―pregunta Kéilan decepcionada―. ¡¿Es una broma?! ―le pregunta a Volker, quien se ha acercado a revisar el descubrimiento.

No lo creo ―dice él.

―¿Cuantas pistas faltan?

―No te lo puedo decir.

―¿Te lo prohibió Cúdred?

―De hecho… es por otra razón ―explica apenado el equino―. No sé qué sigue. Cúdred solo me informó del rompecabezas de piedra y que ibas a necesitar una brújula. Solo eso. No me dejó acompañarlo cuando dispuso de las pistas.

Desilusionada de no haber encontrado el libro, Kéilan empieza a resolver el nuevo rompecabezas. Es más difícil que el hexagonal de piedra, ya que tiene más piezas; no solo eso, ahora tiene que descubrir una imagen. El espacio barnizado alrededor del hueco, y las caras barnizadas de las piezas pequeñas, tienen trazos detallados de tinta negra.

Llega la noche temprana.

Kéilan ha avanzado poco en el rompecabezas. Solo ha armado las tres orillas del triángulo.

Al escasear la luz y aumentando el frio, decide llevarse el rompecabezas a la cueva de descanso. Mete el tablero en la alforja vacía que queda; lógicamente, todas las piezas se salen de su lugar.

―Ya lo armaré después ―dice ella con cansancio―; ahora quisiera dormir.

Cumpliendo la petición, Volker la lleva a la cueva.

Pasan dos días de ardua concentración para la muchacha, junto con varios tiempos de descanso, tratando de armar la nueva pista.

«Cuando acabe ésta aventura, ya no quiero saber nada de rompecabezas», piensa ella muy molesta.

Conforme va avanzando, se da cuenta de que hay muchas piezas sobrantes.

Por fin, en la noche del tercer día, solo le falta colocar cinco piezas para terminar. La luz la provee una fogata mediana de fuego violeta.

Kéilan se encuentra sentada en su cama, con el rompecabezas en el suelo.

―El dibujo es muy elaborado ―menciona ella. Al parecer, es la panorámica detallada de un rio.

La mitad del paisaje del tablero, lo ocupa el cielo, con un mar de nubes grises. En la otra mitad, el cauce de un rio serpenteante se pierde en el horizonte; árboles y helechos en abundancia, llenan ambas riberas. Claramente es la panorámica de una selva.

Una columna cuadrangular de roca, se encuentra en el medio del agua; el único detalle que tiene el pilar, son dos simples líneas alrededor del mismo.

Cuando Kéilan coloca la última pieza en su lugar, sucede algo inesperado.

Una luz amarilla empieza a brillar entre los espacios de las piezas, aumentando poco a poco de intensidad. Al mismo tiempo, el tablero se eleva por sí solo, un metro en el aire.

Kéilan, se para y aleja unos pasos. Volker igual se aleja un poco, expectante en todo momento.

La luz amarilla, cubre el tablero totalmente por pocos segundos.

Cuando la luz se va, el tablero cae al piso.

Kéilan se acerca a recoger la tabla barnizada.

Al levantarla y examinarla, con la ayuda de la luz que le brinda el fuego, descubre que las piezas se han unido a la madera, convirtiéndola en una sola pieza maciza cuadrada.

Ahora, la pintura a tinta se ve perfectamente; sin líneas negras estorbosas.

La joven estudia el dibujo tratando de entender la pista.

Al revisar la parte trasera del tablero de madera, descubre un espacio en blanco. Sorpresivamente, unas palabras empiezan a ser visibles. Letra por letra van a apareciendo enunciados; cómo si alguien estuviera escribiendo, sobre la madera y por abajo del barnizado.

Poco tiempo después, las letras dejan de surgir, dejando otro acertijo.

Es más largo que el anterior, el cual es el siguiente:

«Ya casi obtienes el tesoro perdido,

y me refiero al preciado libro.

Empieza en donde me acabas de desenterrar,

el mapa te dirá hacia donde avanzar.

¿Cuál es el correcto? Es una buena interrogante,

una flor te lo mostrará al instante.

La pieza restante tienes que descubrir,

así la meta podrás cumplir

Hay una regla de mucha importancia,

tus manos tocarán la madera, en una que otra circunstancia».

Kéilan lee en voz baja cada renglón.

Volker solo oye susurros.

―La primera parte es fácil ―asevera ella en voz alta―; luego habla de un mapa. No vi ninguno en la isla, ni algo que se le pareciera o, ¿tienes alguno guardado, amigo?

―No. No tengo mapa de ningún tipo ―afirma el equino.

―Al menos sé dónde hay que comenzar; mañana hay que regresar a la playa ―dice la muchacha, mientras coloca la tabla de madera junto a su cama y estira su cuerpo.

Dicho esto, Kéilan se acuesta y se tapa con un par de mantas.

―Hasta mañana, Volker ―dice ella al cerrar los ojos.

―Hasta mañana, amiga ―le responde él.

Arribando un día nuevo, hechicera y caballo alado se preparan para salir. Kéilan se viste nuevamente con el vestido gris pizarra y los zapatos simples. Su amigo alado, la acaba de peinar con dos largas trenzas trenzadas.

Igual que ayer, Volker lleva las dos alforjas.

En una lleva el tablero de madera y la brújula esférica; la otra está llena de provisiones.

Antes de bajar a las pequeñas islas arenosas, la joven le sugiere a su amigo que sobrevuele un rato; por si encuentra el dichoso mapa desde el aire. No logra ver nada que se le parezca, ni logra encontrarlo en las islas.

Decide investigar en uno de los islotes rocosos con árboles, terminando con la misma suerte.

Descansa unos momentos en un extremo de la isla de piedra: parada y contemplando el mar. Se ha protegido del fuerte calor del sol, debajo de un árbol, recargándose en él.

Volker siempre está cerca de ella.

―Déjame revisar el tablero ―le pide a su amigo, dirigiéndose a la alforja donde lo ha guardado―; tal vez, hay otra pista en la pintura de tinta que no vi.

Debajo del mismo árbol, Kéilan revisa minuciosamente el dibujo, sin encontrar alguna otra pista obvia o escondida.

Volker se le acerca, preguntándole.

―¿Nada?

―Supongo que el mapa es la misma pintura ―responde pensativa―; creo que tendremos que buscar un rio y seguir su curso, hasta encontrar éste pilar cuadrado.

La joven voltea la tabla para revisar el acertijo. Todo parece igual a como lo leyó la noche anterior; salvo unas letras nuevas, que aparecen en otro renglón, con caracteres un poco más grandes que las demás.

La nueva palabra es “EpS”.

―Esa palabra no estaba ayer ―comenta Kéilan confundida.

―¿EpS?, ¿alguna idea de qué significa? ―pregunta Volker por sobre el hombro de la muchacha, contemplando la tabla.

―De hecho sí. Es uno, de los veintiocho rumbos, en los que se dividen los cuatro puntos cardinales. Me los enseñó mi padre. Es el Este por el Sur; que queda entre el Estesudeste y el Este.

Kéilan saca la brújula esférica de la alforja y mete la tabla; monta sobre su amigo, empezando con el viaje; esta vez, hacia el rumbo indicado.

La nueva ruta los lleva de regreso a las montañas grises y al rio en el fondo del cañón. Están muy cerca de donde empezó todo, antes de ir con los murciélagos.

Siguen su camino, hasta llegar a la cadena montañosa que marca el límite entre una pradera amarilla y las montañas Cúdrerianas. Casi llegando al horizonte, pueden ver una gran montaña solitaria.

La imagen del cielo es idéntica a la de la playa.

Las nubes grises se mantienen en las montañas, separando el cielo azul de la pradera; en donde hay algunas nubes blancas.

Volker sigue el curso en el aire, disminuyendo la velocidad.

―¡Hemos llegado a la pradera amarilla! —exclama él—. Esa montaña a lo lejos es Kudh-Luoth.

Kéilan revisa la brújula.

Si siguen por el Este por el Sur, se adentrarán más en la pradera.

―No lo entiendo ―dice Kéilan extrañada―. Baja unos momentos. Voy a revisar la madera.

―He aterrizado varias veces, para que pudieras comer y beber un poco. Mis alas se cansan más cuando tengo que elevarme desde tierra. No puedo aterrizar y alzar vuelo todo el tiempo; debiste de revisar el tablero allá abajo cuando pudiste ―comenta él un poco malhumorado―. ¿Por qué no lo sacas desde aquí arriba?

―Tengo que utilizar las dos manos para sostener el tablero. No puedo cargar la brújula y la tabla al mismo tiempo; además, no alcanzo las alforjas.

―No me refiero a eso ―refunfuña el equino.

Kéilan se quedó callada por unos momentos, dándose cuenta a que se refiere su amigo.

―¿A estas alturas? ―pregunta ella preocupada.

―¿Cuál es el problema? ―inquiere él seriamente.

―Tengo que sostenerme del pomo de la silla, para no perder el equilibrio ―explica ella, aumentado su nerviosismo―. Tengo las dos manos ocupadas.

―Resuélvelo ―responde Volker―. Es lo mismo realizarlo en el aire que en tierra firme.

Kéilan no dice más. Respira profundamente para tranquilizarse y despejar su mente.

Mueve el brazo que sujeta la brújula esférica, hasta unos cuantos centímetros en frente de su cuerpo y arriba de la silla de montar. Parece concentrarse en la esfera por unos segundos; luego, dice en voz baja “espera ahí”. Lentamente va separando la mano de la esfera, quedando suspendida en el aire y en el mismo lugar.

Acto seguido, con el mismo brazo derecho y un poco separado de su cuerpo, realiza varios gestos con sus dedos y mano, manipulando las correas de la alforja del mismo lado, abriéndola exitosamente. Sale la tabla por sí sola y se coloca debajo de la brújula esférica. Ahora, con el mismo brazo medio levantado y con la palma de la mano hacia arriba, cierra tres de sus dedos, dejando el índice y el pulgar estirados. Con el dedo índice controla la tabla de madera y con el pulgar, la brújula esférica.

―Ves que es fácil ―le comenta Volker sonriendo.

Ella solo contesta con otra sonrisa.

La muchacha revisa minuciosamente el acertijo: la palabra “EpS” se ha ido; en su lugar se lee “ENE”.

―¡Ya entendí¡ ―expresa ella emocionada―. Ahora te mostraré por dónde ir.

Con solo un movimiento de su dedo, Kéilan mueve el tablero enfrente de Volker; lo coloca de tal forma que lo guie al Estenordeste.

El nuevo rumbo, los dirige hacia una selva extensa, que se encuentra detrás de la cadena montañosa que están sobrevolando.

La joven revisa seguidamente la madera, guiando por rumbos diferentes a su amigo: Nordeste, Nordeste por el Norte, Norte por el Este, Norte y por último, un pequeño tramo hacia el Nornoroeste.

En todo el camino, solo han visto las copas de los arboles verdes, muchas aves y pocos animales terrestres; casi no hay claros visibles.

Por fin, Kéilan logra divisar un rio.

―Mira compañero, ahí está el lugar.

―Sí, ya lo vi.

Es muy ancho y al parecer profundo. Sus aguas son de color azul verdoso.

El equino alado va descendiendo. Ambos personajes, alcanzan a ver un pilar parecido al que está pintado en la madera; acompañado de siete pilares idénticos.

―Ahora entiendo la parte que dice, “¿cuál es el correcto? Es una buena interrogante” ―menciona Kéilan.

Ella guarda la tabla y la brújula en la alforja vacía. Todo lo hace, utilizando su magia; al tanto que Volker se va aproximando a la superficie del rio.

―¡Aguarda¡ ― pide Kéilan―, ¿no te puedes mantener en el aire o aterrizar en la orilla? Hoy no me quiero mojar.

―No te preocupes ―le responde él.

El equino alado aterriza en medio del rio y de las siete columnas de piedra.

Para sorpresa de Kéilan, su amigo no se hunde. Volker puede caminar sobre el rio como si fuera tierra firme. Sus cascos apenas se sumergen un par de centímetros en el agua. A cada pisada que da, pequeñas ondas de agua se forman y se alejan.

―¡Increíble¡ ―comenta la muchacha sorprendida―. ¿Yo también puedo hacerlo?

―Claro que puedes ―le responde él volteando su cabeza―, es simple.

Kéilan se prepara para bajar, apoyando un pie en el estribo.

“Es la primera vez que veo un rio mágico, donde puedes caminar sobre el agua” se dice ella misma, en su mente.

Da un ligero salto y… desafortunadamente, se sumerge completamente. En pocos segundos, saca su cabeza a la superficie; tomando aire.

El equino alado se empieza a carcajear fuertemente.

Los flecos sueltos en la frente de Kéilan, que le había dejado Volker cuando la peino, ahora están mojados, quedándose pegados en su cara. Pronto los aparta con su mano.

―¡Volker! ―grita enojada la joven, nadando para mantenerse a flote―. ¡Te dije que no me quería mojar! ¡¿No me dijiste que podía pararme y caminar sobre el agua?!

―¿Creíste que podías caminar por la superficie del rio, así como si nada? ―inquiere Volker entre risas―, ¿sin utilizar la magia? ―luego, dice sarcásticamente―. ¿De verdad eres una hechicera? Estoy empezando a creer que no lo eres.

―¡Ya cállate y ayúdame a salir del agua, caballo tonto! ―grita Kéilan aun molesta―. ¡Ahora entiendo cómo es que podías cabalgar sobre el mar!

Volker utiliza su magia para sacarla del agua y la monta sobre él otra vez. El equino deja de reír, manteniendo una sonrisa en la cara.

Ella se exprime las trenzas, escurriendo el exceso de agua.

—Déjame ayudarte —le dice Volker.

Utilizando un conjuro especial, el equino seca completamente a su amiga; desde el cabello, hasta su ropa.

Kéilan está muy enfadada, a pesar del favor reciente. Necesita unos momentos para calmarse del todo.

―Voy a intentarlo una vez más.

Cierra sus ojos y se concentra en su magia, enfocándola en sus pies; unos segundos después de abrir los ojos, vuelve a apoyar un pie en el estribo. Baja muy lentamente el otro pie a la superficie del rio. Apoya todo su peso sobre el mismo, descubriendo que ahora no se sumerge; al mismo tiempo, su pie siente el agua cómo tierra firme. Con un pie apoyado en el rio, baja el otro de la brida; dando sus primeros pasos sobre la superficie del agua. Al principio da pasos lentos y cuidadosos; al descubrir que no se hunde, empieza a caminar con normalidad. Emocionada, da saltos largos por todo el rio, regresando con Volker.

―¿Qué decías? ―le pregunta ella a su amigo, entrecerrando los ojos y con una gran sonrisa.

―Está bien, me retracto: sí eres una hechicera ―responde Volker tranquilamente―; ahora a encontrar ese libro.

Kéilan voltea a ver los siete pilares cuadrangulares, que se encuentran esparcidos en medio del rio. Todos son idénticos: con las mismas líneas de decoración en el medio, además de que todos sobresalen a un metro y veinte centímetros sobre la superficie del rio.

La joven se acerca a una columna.

Hay algo diferente entre los pilares de alrededor y el pilar que está en la pintura: las columnas del rio, tienen en la base superior un hueco cuadrado de cuarenta centímetros por lado con uno y medio de profundidad, abarcando casi toda la base superior del pilar; en cambio, la parte superior del pilar de la pintura, tiene toda la superficie plana.

―¿Ahora qué? ―indaga Volker acercándose a Kéilan.

―Siguiendo con el acertijo, el paso siguiente es encontrar la columna correcta, y para eso necesitamos una flor.

―Hay muchas en ambas orillas ―le informa el equino al mirar a todas direcciones, luego pregunta―. ¿Cómo una flor nos va a indicar cuál es el pilar correcto?

―No tengo idea. Vamos a investigar.

Ambos personajes se dirigen a una de las orillas, donde encuentran una gran cantidad de diferentes flores. Entre los dos, empiezan a buscar una con rasgos distintivos.

En medio de la búsqueda, Volker le comenta a su amiga.

―Si no encontramos el libro hoy, ¿podemos explorar la selva? Nunca he visitado por aquí.

El color predominante de los alrededores es el verde, combinado con el café de los troncos de los árboles y el suelo. Sonidos de diferentes animales, se escuchan por todos lados.

―Si tu dueño murió hace trece años, ¿qué has estado haciendo desde entonces? ¿Te quedaste en esas montañas cuidando su tumba?

―De hecho, solo lo hice por un par de meses. Regresé a las montañas hace unos meses atrás, para preparar todo y recibir al heredero. El tiempo que estuve desocupado, lo pasé en la pradera amarilla, entre Kudh-Luoth y las montañas… ¿cómo la los nombraste?, ¿Cúdrelianas?

―Cúdrerianas ―lo corrige ella―. ¿Por qué no fuiste al bosque Pi-Ud o regresaste con tu familia romaní, en el tiempo que se cumplía la profecía de Cúdred?

―No quería darles la mala noticia de su muerte; en especial a la reina ninfa, y a los reyes de los duendes y hadas. Ellos lo estimaban demasiado.

―Si lo apreciaban tanto, ¿por qué no lo visitaron en todo el tiempo que vivió en las montañas?

Recuerda que no le dijo a nadie que se marchaba. Quería la atención de multitudes y no de unos cuantos. Era un maestro en ilusiones y escondites, por eso nunca lo descubrieron; sumando que los reyes, no conocían de estos lares.

Yo siempre le invitaba, a que mantuviera la convivencia con los monarcas de Piim-Asud. Me advirtió que si los llevaba hacia él, haría algo terrible conmigo. Al buscarlo en todo Ítkelor y no dar con su ubicación, añadiendo asuntos que atender en el bosque, los reyes disminuyeron los tiempos de búsqueda del mago, hasta que suspendieron completamente las exploraciones; mas nunca se olvidaron de él.

Pasaron unos momentos de silencio.

―Todas estas flores me parecen normales ―comenta Kéilan, al tanto que sigue buscando entre una gran variedad de ellas, en medio de varios helechos, cercanos a la orilla del rio; luego le pregunta a Volker―. Y en el tiempo que vivió Cúdred, ¿nunca visitaron ésta selva?

―Solo visitábamos la selva mediana al lado del rio y entre las montañas.

―¿La selva que se encuentra abajo de la cueva, donde me estoy quedando a dormir?

―Esa misma ―asegura Volker―. Unas pocas ocasiones, yo llevaba Cúdred al otro lado de la montaña, que separa ese pequeño pedazo de selva de ésta otra; que es bastante extensa. No se separaba mucho de la montaña, por lo que apenas conocí un espacio muy reducido, de éste mar verde.

―¿Por qué no lo exploraste antes?

―Me traía malos recuerdos, aparte que es mejor descubrir cosas nuevas con alguien más; así la diversión y emoción se duplican. Por eso espere a que el elegido apareciera.

―Bueno, en este caso elegida ―dice Kéilan con una sonrisa.

Pasan largos momentos de búsqueda tranquila. Algunas flores son interesantes y muy coloridas; mas, ninguna parece que les puede ayudar. Intentan tomar algunas y acercarlas a las columnas, con resultados nulos.

Ambos personajes deciden descansar, y merendar algo de las provisiones. Lo hacen en la orilla del rio. Las nubes grises se han oscurecido un poco, señal de que el sol ya se está ocultando.

Kéilan sigue un poco molesta, por no haber encontrado la flor; sumando que ha empezado a lloviznar y que los insectos locales la han picado en varias ocasiones; por fortuna, ninguno era peligroso.

―Dudo que hoy encontremos esa flor ―menciona Kéilan.

―¿No crees, que la flor podría estar en el fondo del rio, en la base inferior de la columna correcta? ―inquiere Volker.

―Mmm… puede ser. Revisaremos otro día; recuerda que hoy no quiero nadar, en especial en este rio; el agua es fría aquí, en cambio en el mar es más cálida.

―Sera mejor regresar a la cueva para que te calientes ―sugiere Volker, un poco preocupado―. Ya empieza a hacer frío, agregando la lluvia. Puedo usar mi magia para ayudar a secarte, pero con éste clima no servirá de mucho. Podemos posponer la exploración para otro día.

―¿Recuerdas el ultimo rumbo que tomamos? ―pregunta Kéilan, al ponerse en pie; dirigiéndose a la alforja donde guardó la brújula.

―Creo que fue el Noroeste ―menciona Volker mirando hacia el cielo.

La muchacha revisa la brújula.

―Lo mejor es regresarnos por el Oeste. Ya que iniciamos el recorrido por el Este por el Sur―luego mira el rio―. Podríamos sobrevolar un momento la selva. Subiremos unos momentos al Norte para luego bajar por el Oeste por…

Kéilan no termina la frase, observando la brújula por un tiempo.

―¿Oeste por? ―pregunta Volker, sin obtener respuesta—. ¿Pasa algo, Kéilan?

La muchacha voltea su cuerpo hacia su amigo, sin dejar de ver la brújula.

―Estaba pensando en una posibilidad ―dice ella.

―¿Cuál?

―Mi padre me enseñó, que al conjunto de los cuatro puntos cardinales y los rumbos laterales, se le conoce cómo “Rosa de los vientos”; tal vez, el acertijo se refiere a esa flor.

Los dos personajes, se dirigen entre los pilares de piedra, caminando sobre la superficie del rio.

―Eso tendría algo de más sentido que una planta ―manifiesta Volker.

Kéilan camina entre las columnas, esperando que la aguja apunte a una columna en especial; no pasa eso.

Volker la espera en medio del rio y unos metros alejado de las columnas.

Después de dar varias vueltas alrededor de los pilares, ella nota algo especial en dos de ellos: en uno, las cuatro esquinas apuntan a los cuatro rumbos laterales (Nordeste, Sudeste, Suroeste y Noroeste); en el otro, las cuatro esquinas apuntan a los cuatro puntos cardinales. Les coloca unas cuantas hojas de helechos encima, para identificarlos.

Tranquilamente, Kéilan regresa con Volker.

―Hay dos pilares diferentes de los demás; sus esquinas señalan los ocho rumbos más importantes ―le dice ella, mientras guarda la brújula y extrae la tabla―. Uno es el que buscamos.

―Eso es bueno. ¿Vas a revisar el acertijo?

―En realidad, ya había resuelto el siguiente paso: la pieza faltante de la que habla el acertijo, es la misma tabla. Lo descubrí al encontrar esos huecos cuadrados en las columnas.

Kéilan camina rápidamente, hacia la columna que señala los cuatro rumbos laterales. La madera cuadrada, la lleva sujetando con una mano.

A los cuantos metros antes de llegar al pilar, choca contra lo que sería una barrera invisible. Sorprendida por el repentino golpe, se desconcentra y cae de espaldas al agua, sumergiéndose por segunda vez en el día.

Volker solo suelta una ligera risa; al tanto que ella nada, para mantenerse a flote.

―¡No otra vez! ―grita ella, quitándose los flecos mojados de su cara, a lo cual siguió unos gruñidos de enojo y frustración.

Su amigo alado llega por atrás, alzándola y acomodándola delicadamente sobre la silla de montar; utilizando únicamente su magia.

Volker voltea la cabeza con Kéilan.

―Creo que te olvidaste de una impor… ―se queda a medio enunciado.

La joven ya está muy fastidiada.

Él simplemente toma la tabla de madera flotante con sus dientes, entregándosela a la joven. Por un segundo, piensa en secar completamente a su amiga, para calmarla; mas se da cuenta que sería un esfuerzo en vano, así que no lo hace.

―Sí, ya se ―dice Kéilan enojada, tomando bruscamente la madera.

“La regla de mucha importancia” que señala el acertijo, se refiere, a que tiene que colocar la pieza restante, utilizando únicamente su magia. Sus manos no pueden tocar la madera.

Volker se acerca, todo lo que le es posible, a la columna a donde se dirigía la joven. El campo invisible de fuerza, impide que avance amenos de tres metros de su objetivo.

Kéilan concentra su magia en la tabla barnizada, elevándola por los aires y dirigiéndola al hueco del pilar. La tabla llega a su destino sin ninguna dificultad. La coloca en todas las formas posibles, esperando varios segundos en cada posición acomodada. En todo el tiempo, no pasa nada.

En algunas ocasiones, la madera se queda atorada en el hueco, obligandola a concentrarse mucho más para poder sacarla, aumentando su enfado; agregando la ligera lluvia y el frio de la tarde avanzada en su piel.

―Lo intentaremos unas cuantas veces en el otro pilar ―comenta muy cansada e irritada.

Cuidadosamente, el equino alado se acerca todo lo que puede a la otra columna; en donde las cuatro esquinas, apuntan a los cuatro puntos cardinales.

Una vez más, el tablero se eleva por los aires, hasta llegar al pilar. Se acomoda en el hueco, de tal manera que la pintura de tinta queda hacia arriba y de lado: con el rio a la izquierda y el cielo a la derecha. Ella no pone nada de atención al colocar el tablero.

Primer intento: transcurren unos segundos y no pasa nada.

Segundo intento: saca y gira la tabla noventa grados a la izquierda; acomodándola otra vez en su lugar.

Espera otros momentos.

Nada.

Al tratar de sacarla, la madera se atora. Kéilan se concentra más, dejando escapar unos ligeros resoplidos de molestia. Por fin logra sacarlo.

Tercer intento: vuelve a girar otros noventa grados la madera, y la coloca en el hueco.

Pasan otros segundos.

Nada.

En ésta ocasión, Kéilan logra sacar la tabla sin problemas.

Cuarto intento: un nuevo giro a la tabla, y la coloca en el lugar que le corresponde. La pintura de tinta ha quedado de cabeza: con el rio arriba y el cielo abajo.

Pasan otros segundos; casi llegando al minuto.

Mismo resultado.

Solo falta probar por el lado del acertijo… es mejor hacerlo mañana ―dice Volker en voz alta, tratando de calmar a su compañera.

No funciona. Kéilan no dice ni una palabra.

Trata de levantar pieza cuadrada, descubriendo que se ha atorado por segunda vez. Se concentra fuertemente en la tabla, la cual no se mueve para nada. Llegando al tope de paciencia, grita frases como “¡Sal ya!” o “¡Maldita madera!”; sin afectar para nada el tablero, que se resiste a desatorarse.

Agotada y de muy mal humor, se rinde y descansa unos segundos; voltea a ver a su amigo equino, notando que ha girado un poco la cabeza y la está mirando de reojo.

―¡¿Me vas a ayudar?! ―le grita ella muy furiosa.

―Ya sabes la regla que me dio Cúdred: no te puedo ayudar personalmente en las misiones de búsqueda ―le recuerda él seriamente, al mismo tiempo que voltea más su cabeza.

―¡Bestia estúpida! ¡Hoy no me has ayudado para nada! ―estalla la joven.

Un segundo después, le lanza una bola de fuego color violeta a la cara.

Volker es sorprendido por el ataque desprevenido y a traición. Todo su cuerpo se tambalea hacia un lado, mientras que cierra fuertemente los ojos. Se recupera en un segundo, girando nuevamente su cabeza. Sus ojos se iluminan con una luz llameante, color naranja claro.

El fuego violeta es demasiado débil para quemar la piel y el pelo del caballo, aunque recibió de lleno el duro golpe de la bola de fuego; además de cegarlo del ojo izquierdo, por un par de segundos.

―¡Niña del demonio! ―le contesta Volker.

Repentinamente, la joven siente algo que aprieta su cuello, impidiéndole respirar. Instintivamente, se lleva las manos a la garganta, tratando de encontrar lo que la está estrangulando, mas no encuentra nada. Cierra fuertemente los ojos, sintiendo un gran miedo. Al mismo tiempo, su cuerpo se eleva varios centímetros arriba de la silla de montar. Un segundo después, es arrojada violentamente hacia abajo, a la superficie del rio, sin hundirse; su espalda golpea duramente contra algo sólido. La fuerza invisible sigue ahorcándola.

―¡¿Así me agradeces por todo el día que estuve cargándote en mi lomo?! ―le recrimina el caballo.

Inmediatamente después, Volker lanza fuertemente a Kéilan hacia el rio, a un par de metros atrás de él; sumergiéndose completamente.

Buscando aire, la joven nada a la superficie.

―¡Entonces, sola resuelve como regresar a la cueva de la montaña!

―¡¿Quéee?! ―exclama Kéilan preocupada.

Al parecer, el agua le ha calmado inmediatamente.

¡Espera Volker! ―le grita ella, mientras nada a la orilla del rio―, ¡esperaaa!

Él empieza a galopar por el agua.

La muchacha logra alcanzar la orilla, unos segundos antes de que el equino alado emprenda el vuelo.

―¡Volkeeer!, ¡lo siento!, ¡no quise hacerlo! ―grita ella angustiada, tratando de alcanzarlo.

Su ex compañero finge que no la escucha, alejándose muy rápidamente.

―¡Volkeeer!, ¡regresa!

Trata de detenerlo con su magia, mas no funciona en absoluto. En otro movimiento, intenta sacar la brújula esférica, que dejó en una de las alforjas; por desgracia, ya está muy lejos de su alcance. Volker ya se ve del tamaño de un ave pequeña en la distancia.

Por unos instantes, Kéilan piensa en convertirse en un pájaro y alcanzar a su amigo; en el último segundo, recuerda la tabla de madera. Cree que es el único objeto, que los puede guiar de nuevo a ese punto en específico de la selva, aparte de que sigue atorada en el hueco del pilar.

Voltea al grupo de columnas, dándose cuenta de lo que está ocurriendo.

Todos los pilares, se están sumergiendo muy lentamente.

Se adentra caminando en medio del rio y en medio de las siete columnas. En pocos minutos, todas quedan completamente sumergidas.

No sabe que pensar o hacer.

Pasan otros segundos de calma.

Otro pedestal, igual a los anteriores, se está elevando del fondo del rio, deteniéndose al metro exacto de la superficie del agua.

Lentamente Kéilan camina junto al pilar, descubriendo el segundo libro de Cúdred, reposando sobre el mismo; sin ninguna señal de humedad de ningún tipo. Se encuentra totalmente seco.

El nuevo libro, tiene las mismas guarniciones y el mismo material de encuadernado que el primero; cambiando en el color, que es gris.

La segunda diferencia radica en las decoraciones de la cubierta y contracubierta: están llenas de extraños símbolos hechas con delgadas láminas de metal. La hechicera no había visto o escuchado acerca de estos extraños garabatos, entre los cuales están: FÀω۴٤قɮɤ y varios símbolos más.

Hay una pequeña lámina cuadrada (al parecer de plata) en el centro de la cubierta, que incluye una cerradura.

En vez de sentir alivio, una gran culpa empieza a consumir los pensamientos y emociones de Kéilan; culpa que termina convirtiéndose en tristeza.

Las primeras horas de la noche han llegado.

Un suceso inusitado está ocurriendo en los cielos.

Las nubes grises empiezan a desvanecerse, dejando poco a poco, un cielo completamente despejado.

Ignorando el espectáculo, la joven sigue deprimida.

Se le ocurre, que puede convertirse en un ave lo suficiente grande para cargar el libro y alcanzar a Volker; sin embargo, ya ha oscurecido. Las aves disponibles para cumplir con el objetivo, tienen pésima visión nocturna.

Sin una opción disponible para llegar a la cueva de descanso, tiene que pasar la noche en la selva. Muy cansada y triste, prepara una cama improvisada con ramas de helechos; la ubica junto a la base de un árbol, cerca de la orilla del rio. Deja el libro a un lado.

Tarda un tiempo en quedarse profundamente dormida.

CAPÍTULO VI

En las primeras horas, todo parece que va a ser una siesta tranquila; aunque, en completa soledad.

Kéilan es despertada por extraños ruidos que vienen de la selva. Lástima que no son cantos de aves o de otro animal; más bien, es de alguien o algo acercándose.

El sonido de plantas y hierbas sacudiéndose, aumenta gradualmente de volumen.

Ella se levanta alarmada.

En su mano derecha invoca fuego común y corriente; proveyendo más luz que el fuego violeta. Revisa por todos lados, tratando de avistar al ser u objeto que se acerca; hasta que el ruido se detiene de golpe.

Pasan momentos de suspenso.

Nuevamente, los sonidos nocturnos de la selva, inundan los oídos de la joven abandonada.

En todo el tiempo espera expectante.

―Volker… ¿E… Eres tú? ―pregunta Kéilan con voz temerosa.

En un parpadeo, una hiena negra aparece de entre unos helechos altos, atrás de ella.

Ella voltea su cuerpo, reaccionando muy tarde; dándole la oportunidad a la criatura, de darle una buena mordida en la pierna izquierda.

Grita fuertemente a causa del susto y del dolor. Utiliza el mismo fuego en su mano, respondiendo al ataque; desafortunadamente, el efecto es nulo. Exactamente igual a como pasó en el bosque Pi-Ud, hace una semana atrás.

El animal negro tira con bastante fuerza la pierna de la muchacha, provocando su caída. La arrastra por el suelo medio metro, cuando aparece la segunda hiena oscura, encajando sus dientes en el brazo derecho, empezando a halar en dirección contraria.

Temiendo por su vida, ella usa su magia y trata de abrir las mandíbulas de la bestia que muerde su brazo. Sabe que los demás conjuros, no funcionarán en lo absoluto.

Está tan concentrada en la hiena, que no ve a la pantera negra aproximarse por su izquierda; hasta que ya es demasiado tarde. Voltea la cabeza, solo para ver al tercer felino abalanzarse velozmente.

Estira el brazo izquierdo, tratando de detener la embestida; pero no tiene la fuerza necesaria para conseguirlo.

Las fauces de la pantera llegan a su objetivo: el cuello de su presa.

Kéilan siente como la criatura la está estrangulando. El dolor es insoportable; por fortuna, sólo le quedan segundos de vida.

Poco a poco, sus ojos abiertos se llenan de una oscuridad absoluta.

A mitad del camino, y tenía que terminar tan abruptamente.

Así termina la terrible pesadilla para Kéilan, quien despierta muy agitada.

Pasado el susto y más calmada, descubre que se encuentra en la cueva de la montaña. Está acomodada sobre su cama improvisada de mantas, encontrando sus pertenecías y las alforjas al lado suyo; al igual que el libro gris que encontró en la selva.

Se rasca la cabeza confundida, notando que le han quitado las trenzas, dejando su pelo suelto.

El sol apenas empieza a salir, tiñendo las nubes grises a un color naranja un poco oscuro.

Nunca se había percatado de los amaneceres en las montañas Cúdrerianas. Es un panorama agradable; sin embargo, ella sigue sintiéndose desanimada.

Todo cambia cuando llega Volker a la cueva; cargando con las provisiones, envueltas en una gran tela.

Kéilan lo ve pasar… cree que sigue enojado con ella.

El equino alado se interna en la cueva sin saludar a la joven, deja la tela recargada en la pared y regresa tranquilamente.

―¿Estás… bien? ―le pregunta apenado a Kéilan―. ¿No te duele na…

En medio de la pregunta, la muchacha se pone en pie y corre a abrazarlo fuertemente. Él se sorprende, abriendo un poco sus alas.

―Lo siento. Lo siento mucho amigo ―se disculpa Kéilan, dejando escapar varias lágrimas.

Hay unos breves momentos de silencio por parte de él.

La frustración tomó el control de mi cuerpo; ¿no te hice mucho daño? le pregunta la muchacha, al tanto que le revisa la cara; buscando alguna quemadura.

―Despreocúpate ―le dice Volker tranquilamente―, mi piel y pelo, son muy resistentes a cualquier tipo de fuego; lo que si me duele un poco, es la cara. Tuviste el suficiente poder para darme un buen golpe.

―De verdad, lo siento mucho ―se disculpa la muchacha, secándose las lágrimas con la mano.

―Tranquilízate. Ya no estoy enojado; mucho menos te tengo rencor ―dice con serenidad, recargando delicadamente su cabeza sobre el hombro de ella.

Kéilan responde acariciando su crin y cuello. También recarga su cabeza suavemente, sobre la mejilla del equino.

Así se quedaron por unos segundos en silencio, reconciliándose mutuamente.

Inmediatamente después, el equino le entrega la merienda temprana a la joven.

A finalizar de saciar el hambre, Volker le dice a su amiga.

—Te tengo preparada una sorpresa.

―¿Puedo verla? —inquiere Kéilan emocionada.

―Aquí no te la puedo enseñar. Sube en mí y te llevaré hacia el lugar donde la dispuse.

Impaciente por ver la sorpresa, monta sobre el equino, iniciando rápidamente el vuelo.

El vestido gris pizarra que lleva puesto, ya se ha secado del todo.

“¿Qué podrá ser? ¿Ropa nueva? ¿Nuevos accesorios? Ya quería unos aretes nuevos. De seguro me lo va a dar, después de indicarme donde está el siguiente libro” piensa ella, sin prestar atención alrededor; solamente cuando escucha olas romper en la costa, despierta de sus presentimientos.

―¿El mar?, ¿el siguiente libro se encuentra aquí?

―De hecho, hoy no vas a buscar ningún libro.

―¿Esa es la sorpresa?

―Así es, hoy solo vas a descansar. No lo has hecho desde que llegaste.

―¿De qué hablas? Visité a mis padres y siempre duermo cómodamente en la cueva.

―¡Oh! ¡Es imposible que llames a eso descanso! ―asevera el equino seriamente― Visitaste a tus padres por poco tiempo; además, no creas que porque soy un caballo, no la diferencia de dormir en una cómoda cama a dormir en el suelo frio de esa cueva. Aún con todas las frazadas que te di, es inevitable sentirse incómodo.

―Volker ―le dice ella, muy sonriente―, estás exagerando.

―Tal vez sí; pero un día de descanso completo, no le hace mal a nadie.

―Entonces voy a descansar en el mar. Gracias amigo ―acepta la muchacha contemplando el paisaje.

―En el mar no; solamente cerca de él ―detalla Volker, encaminándose más al Norte por el Este, siguiendo la playa.

La gran barrera natural gris y la anchura de la playa, no cambian en absoluto todo el camino que recorren; el único panorama que pueden ver, es el extenso mar. Solo encuentran un par de pequeños islotes de roca en todo el camino.

Él camina los últimos metros. Todo el tiempo los cubre la gran sombra que proyecta el acantilado a su derecha, ya que el sol se encuentra todavía del lado de las montañas Cúdrerianas.

Por fin, llegan al lugar donde se ha preparado todo.

―¿Otra cueva? ―pregunta Kéilan algo decepcionada.

―Espera a entrar ―la anima Volker.

Desde afuera, se ve que la caverna es fría. Un pequeño banco de arena, sirve como rampa para que el equino entre.

Al entrar, la joven se percata que la caverna es más cálida; en comparación de la otra, en donde duerme.

El suelo es irregular, está mojado y con muchos charcos de agua; debido a la marea alta de la noche. Varios grupos de estalactitas, apenas se están formando; goteando constantemente.

Desde la entrada, Kéilan ve muy cerca una tina grande de madera circular, junto a una de las paredes de la cueva. En ese pequeño espacio no hay estalactitas, ni estalagmitas; aparte, el suelo es totalmente liso y seco.

Su compañero sigue avanzando.

El suelo está mojado y es resbaladizo; pero eso no parece preocuparlo, ya que camina tranquilamente como si nada. Sus cascos parecen adherirse al suelo, impidiéndole patinar.

Al acercarse a la tina y al mirar atrás de la misma, la joven descubre varias toallas grandes extendidas. Sobre una de ellas descubre su blusón sin mangas, el vestido marrón claro de mangas cortas, su fajín, gargantilla y zapatos. En resumen, toda la ropa que llevaba puesta, el día que empezó su aventura. Ahí mismo se encuentra otra toalla doblada.

Desmonta justo al lado de la bañera llena de agua; parándose sobre una de las toallas.

Mete la mano para revisar la temperatura, descubriendo que se encuentra caliente. Inclusive huele un aroma agradable: manzanilla.

Supone que Volker ha utilizado extracto de la planta.

―No te has tomado un baño relajante en estos días ―le recuerda su equino amigo―; inclusive te traje un jabón especial.

Con su pata delantera, le muestra la barra mediana rectangular blanca, que se encuentra en el suelo y al lado de la tina.

―Muchas gracias.

Voy a dejarte solas para que te bañes a gusto. Te estaré esperando justamente en este mismo lugar, solamente que será en la cima del acantilado. No te apresures y tomate todo el tiempo necesario.

Dicho esto, Volker sale volando de la cueva.

Kéilan se toma un tiempo de relajación, sumergida en el agua caliente; acompañada de los sonidos de las olas del mar y del aroma a manzanilla. Al comenzar a bañarse, se percata que el jabón suelta una fragancia muy conocida por ella: rosas.

Ha pasado el tiempo y el agua de la tina no se enfría, manteniendo la misma temperatura; aprovecha esto y disfruta del baño en todo segundo.

Se toma su tiempo para vestirse, justo después de terminar secarse; luego, se transforma en una gaviota gris, alza vuelo y se dirige a la cima del acantilado.

Volker la está esperando, con las alforjas puestas y junto a una jarra blanca de porcelana.

Al acercarse, Kéilan vuelve a su forma humana.

―¿Cómo te sientes?

―Muy bien. Estoy llena de energía y muy feliz ―responde Kéilan sonriente, luego se percata del recipiente y el aceite en su interior―. ¿Qué peinado me vas a hacer hoy?

―Solo te rizaré el cabello.

Kéilan se sienta sobre una roca grande, lista para que su amigo la peine.

Como siempre, primero le esparce pequeñas gotas de aceite de romero por todo el cabello. Con ayuda de su magia, el equino le forma rizos, del tipo ondulado, a toda la cabellera. Para finalizar, le acomoda la diadema de madera; la cual, tenía guardada en una de las alforjas.

―Te quedó muy bien amigo ―comenta ella, admirándose en su espejo de mano. Es la primera vez que alguien la peina de esa manera.

Acabando con el trabajo, Volker guarda los peines y el espejo.

―Ahora, ¿qué vamos a hacer? ―pregunta la muchacha.

―Tú solo monta en mí. Ya lo verás.

Los dos personajes inician su viaje al Sursuroeste.

En medio del camino, Kéilan le comenta a su amigo.

—Fue muy relajante ese baño que tomé. La cueva era muy cálida para estar al lado del mar; sumando que el agua de la tina no parecía enfriarse. ¿Hiciste algo con tu magia?

Volker voltea un poco y responde.

—Puede ser.

―Gracias compañero. Eres muy amable ―le dice ella, a la par que le acaricia su melena.

Pasan sobre los pequeños islotes, donde encontraron el rompecabezas de madera.

Ella se percata hacia donde la lleva su amigo.

CAPÍTULO VII

Bárem y Sibisse han amarrado los caballos al transporte familiar: la misma carreta de mudanza, de varios años atrás. Un simple asiento con su respaldo, ubicado al frente, es donde la familia siempre se acomoda a la hora de salir. Zulr y su hermana nunca les ha gustado ir al frente, ellas siempre han preferido acomodarse adentro del rustico vehículo. Utilizan dos pedazos de troncos, que siempre se encuentran ahí, a modo de asiento.

Los hermanos de Kéilan, ya están acomodados e impacientes por partir.

Al ver a su hermana aterrizar a unos metros de la carreta, corren a recibirla.

En poco tiempo salen los padres de la casa.

―¡Mamá! ¡Papá! ―saluda Kéilan emocionada, acercándose a ellos.

―¡Hola hija! ―responde Bárem.

―¡Kéilan!― responde Sibisse, abrazándola.

―¿Tan rápido encontraste los cuatro libros? ―pregunta él.

―No, solo he encontrado dos.

―Entonces, solo vienes de visita; tal y como hiciste la vez pasada ―supone Bárem.

―Sí, así es ―confirma Volker, acercándose a los tres personajes―. Ayer estaba demasiado cansada, así que decidí darle un día completo de descanso, para que recuperara fuerzas.

―Nos estábamos preparando para ir a la ciudad de Güíldnah; hay que comprar provisiones ―le dice Sibisse a su hija―. ¿Quieres acompañarnos?

―¡Claro! ―responde Kéilan―. ¿Vienes tu Volker? De seguro no tendrás problemas, ya que ninguno de los habitantes podrá verte.

―No, gracias ―rechaza él la invitación―. Te esperaré aquí en el bosque.

―Entonces, aguarda unos momentos ―le pide Bárem.

Se le acerca y le quita la silla de montar, la tela y las alforjas. Todas las cosas las pone al lado de la casa, debajo de un cobertizo.

Bárem lo construyó el año pasado; abarca todo el costado de la vivienda.

―Listo, así tú también podrás descansar el día de hoy. No tardaremos en regresar.

―No se preocupe por el tiempo. Tengo que saludar a unos amigos.

Dicho esto, la familia se encamina a la ciudad del Norte; entre tanto, Volker visita a los monarcas del bosque y a otros conocidos.

Tal y como se había previsto, la familia no tarda mucho en comprar provisiones y algo de ropa.

Al regresar al bosque, no encuentran a Volker; suponen que todavía está visitando a sus amigos.

En la tarde y después de merendar, Kéilan le avisa a su madre que visitará a sus amigas sirenas; antes, quiere cambiarse de ropa, en especial por un conjunto que le acaban de comprar.

Es otro vestido gitano, también con escote cuadrado; lo diferente es el color: amarillo. Tiene varios bordados de gladiolas rosas, en los bordes de las mangas, del escote, de la falda y en una franja mediana que está a la mitad de la misma. Un complemento que tiene, es un fajín delgado, del mismo color de las flores bordadas.

Los zapatos los cambia por unas sandalias.

Cuando la ve su madre, le intenta convencer de ponerse alguna ropa que le compró en la ciudad; pero ella no quiere. Ya fueron bastantes días con ropa aburrida.

Kéilan llega a la orilla del bosque y del mar. Para evitar que su nuevo conjunto se moje, se lo quita y lo deja en la base de un árbol cercano, atrás de un arbusto. Ha traído una toalla, dejándola junto con la ropa.

La joven se zambulle en el agua; sumergiéndose unos metros. Nadando mar adentro, pronto se encuentra con un acantilado submarino; empezando a bajar al fondo del mismo.

A la par que va descendiendo, su cuerpo empieza a cambiar. Además de las branquias en su cuello, en sus manos le aparecen membranas entre los dedos. Sus orejas cambian por unas puntiagudas, iguales a las deun hada. De sus tobillos salen un par de aletas pequeñas. Todo su cuerpo se cubre de escamas verdosas.

Se detiene a unos veinticinco metros de profundidad; cerca del arenoso lecho marino.

Nada otros cuantos metros hacia la ciudad submarina, que se encuentra al Oeste; poco después, se cruza con sus amigas sirenas, varios peces y tritones. Todos la rodean rápidamente.

Hola a todos saluda Kéilan.

Todos ellos mueven los labios al hablar, mas en realidad, se comunican mentalmente; la única manera de conversar bajo el agua.

Algunos amigos, la abrazan para darle la bienvenida.

Les quiere poner al tanto de la aventura que está viviendo.

Hola Kéilan. Es muy agradable y oportuno que hayas venido. Tenemos muchas preguntas que hacerte le dice una sirena.

comenta otra hada marina, empezando con la primer pregunta—. ¿Ya has visitado la montaña Alhat-Fher?

¿Alhat-Fher? pregunta extrañada Kéilan.

El antiguo hogar de Cúdred; ¿aún no vas ahí? le aclara la misma sirena.

No responde la joven hechicera, aún muy confundida.

Empiezan a preguntarle más inquietudes, todos a la vez, sin esperar la respuesta. Entre las tantas preguntas que formularon, podemos resaltar: ¿cómo son los libros que has encontrado?, ¿es cierto, que nunca cae un rayo de sol en las montañas Cúdrerianas?, ¿has encontrado algún animal o ave interesante en la selva?, ¿por qué nadie te ayudó cuando te atacaron las bestias oscuras?, ¿qué harás con tanta magia poderosa?

¡Esperen!, ¡esperen un segundo! ordena Kéilan para entender la situación.

Todos guardan silencio.

¿Cómo es que saben todo eso?, ¿quién les dijo de Cúdred y los libros que estoy buscando? pregunta ella.

El chisme lo escuchamos de los compañeros del bosque, un par de días atrás. Hace bastantes minutos, una criatura se ha reunido con los reyes. Muchos le preguntamos qué cosa era, y él dijo que un hipocampoinforma un tritón joven—. Nunca habíamos visto a un caballo de mar.

Una multitud se reunió en el salón real, en donde ocurrió el encuentro. Nosotros estábamos presentes —prosigue una sirena—. Escuchamos más detalles de la aventura que estás viviendo; fue una historia rápida. Parece que los monarcas y él se conocen.

¿Un caballito de mar?pregunta Kéilan—. Hay muchos en los corales que hay más adelante; ¿cómo es que nunca han visto uno?

Eso es lo que parece ratifica el tritón, dijo que era un hipocampo.

¡Miren!exclama un pez de entre el grupo—, ¡ahí viene!

Todos voltean hacia la misma dirección.

La hechicera se adelanta al grupo, encontrando a un amigo suyo.

Es el mismo Volker, ahora transformado en algo nuevo: conserva su cuerpo de equino, desde la mitad del cuerpo hasta la cabeza, incluyendo sus patas. La otra mitad y sus patas traseras ya no están; en su lugar, una cola de pez le ayuda a desplazarse. Le han aparecido unas branquias en su cuello. Todavía conserva sus alas de murciélago.

Muchos habitantes del mar vienen siguiéndolo.

Él ve a Kéilan y se adelanta con ella.

¿Volker?, ¿eres tú?

Hola Kéilan. Vine a visitar a los reyes del mar. Los quería visitar ese día que me enviaste al bosque.

¿Te podías convertir en hipocampo desde antes de conocerte?

Sí. Mi dueño y yo conocimos a los antiguos reyes del mar, que eran los padres del actual; también lo conocimos a él. Apenas era un joven príncipe. Cúdred elaboró un hechizo sobre mí; desde ese día, puedo convertirme en un hipocampo con alas de murciélago, solo cuando yo quiero.

¿Ya visitaste la ciudad?

No. Solo fui a visitar a los reyes en su palacioaclara Volker—. Ya estaba de camino a tu cabaña, para ver si ya habían llegado.

Si quieres adelantarte, no hay problema. Voy a dar un pequeño paseo y a platicar con mis amigos. Mi papá compró heno y avena de sobra para ti.

Es muy amable tu padre. En ese caso, me adelantaré a la cabaña. Te estaré esperando.

Volker nada hasta la superficie del mar, donde vuelve a su forma de caballo alado. Ya en tierra firme, se despide de todos los habitantes del mar que lo venían siguiendo.

Kéilan pasa la tarde en la ciudad submarina, junto con sus amigos, complementando algunas partes de la historia, que Volker había narrado antes. Les platica sus días de estadía en la cueva sobre la selva, y otras situaciones menores que ocurrieron.

Pasa el tiempo muy rápido para la hechicera; el sol ya ha bajado, cuando se da cuenta lo tarde que es. Tiene mucho por platicar; sin embargo, ya es hora de que regrese a su casa. Se despide de sus amigos y nada de regreso a la superficie.

Ya en tierra firme, regresa a su forma de humana. Su cuerpo está completamente seco, gracias a las escamas. Utiliza la toalla para secarse el cabello. Se acerca al árbol donde dejó su ropa, vistiéndose rápidamente.

Llegando a la cabaña, Kéilan no ve a Volker con los demás caballos.

«¿A dónde se habrá ido?», se pregunta la joven en su mente.

Entre tanto, adentro de su casa se escucha mucho bullicio y risas.

Curiosa por saber quiénes son los visitantes, la hechicera entra a su hogar.

Se lleva una gran sorpresa, al encontrar a los reyes del bosque y a la princesa, sentados al lado de la mesa rectangular familiar, ubicada en una esquina de la casa; los acompañan sus propios hermanos y padres. Todos acomodados sobre sillas simples de madera.

Volker está presente, justamente parado cerca de un extremo de la mesa.

Los monarcas de las hadas y duendes no quisieron faltar a la reunión. Ellos están sentados en sillas en miniatura, sobre el mismo mueble; inclusive, cada uno tiene su propia mesa personal, justamente a su medida.

Acomodado sobre el mueble de madera, se encuentran vasos y tres jarras de madera, con vino, cerveza y sidra; además de dos candelabros, con tres velas encendidas cada uno, alumbrando la escena.

―Kéilan ―la llama su padre―, ven a saludar y a sentarte. En unos momentos cenaremos.

La muchacha se acerca a la mesa y saluda a los reyes ejecutando una reverencia.

―Buenas noches, sus …

―No hay necesidad de formalidades, mi niña ―afirma el rey hechicero, que ahoratiene la apariencia de un hombre de cuarenta años―. Estamos entre familia. Además, me gusta más estrechar manos que recibir reverencias.

Dicho esto, Kéilan da un apretón de manos al monarca del bosque. La reina y princesa se ponen en pie, para recibirla con un abrazo. En cuanto a los reyes duendes, solo les dio un delicado apretón de manos con su dedo índice.

Acabando de saludar, la joven se sienta en el otro extremo de la mesa; justamente enfrente de Volker y de espaldas a la pared de la cabaña.

―Es bueno que nos hayas visitado por hoy, Kéilan ―comenta la reina Neri―; desde que Volker nos informó de tu búsqueda de los libros, todo el bosque no deja de preguntar sobre ti.

―También muchos nos han preguntado sobre Cúdred ―añade Rur.

―Hay muchos recuerdos agradables que tengo de él ―comenta Zelinda, tratando de no mostrar ningún sentimiento triste, ya que aún le pesa la muerte de su viejo amigo.

―Es mejor dejar ese tema para después, su majestad ―opina Volker, luego se dirige a la joven hechicera―; creo que es mejor pasar a algo especial que debes mostrar, amiga.

―¿Yo? ―pregunta Kéilan―. Hay mucho de lo que quiero conversar; en especial a los reyes y a mi amiga Idaira, ya que no estuvieron la primera vez que vine, mas no había pensado en mostrar algo en especial.

―¡Es verdad! ―recuerda el equino alado―. ¡Se me olvido avisarte cuando veníamos en camino! ―luego se dirige con los reyes mayores―. ¿Es posible que podamos enseñarles unos objetos que he traído, antes que llegue la comida?

La cena, ha sido encargada por los cuatro reyes; suficiente para ellos, Idaira, la familia de hechiceros e inclusive para Volker. Los sirvientes duendes, hadas, ninfas y uno que otro animal del bosque, llevarán todo a la misma cabaña.

―Yo creo que sí ―sospecha la reina ninfa― Les dije a los sirvientes que se tomaran su tiempo.

―En un momento vuelvo ―dice Volker, dirigiéndose a la puerta.

Entre tanto, Idaira inicia con la plática.

―Kéilan, ¿cómo eran esas creaturas que te atacaron aquel día?

―Esas bestias sí que me dieron un buen susto ―menciona la joven―. Eran animales salvajes negros. Nunca había visto de esos en el bosque. Un gran felino y al parecer dos lobos; muy diferentes a los de aquí.

―¿No eran perros? ―pregunta Bárem―. Algunos cazadores se acercan al bosque y los dejan sueltos, para ver si encuentran presas que cazar.

―Nunca había visto esa clase de perros. Tenían manchas por todo el cuerpo ―prosigue la joven hechicera―. Soltaban humo negro de todo su cuerpo. Cuando me lanzaron bolas de fuego, también eran del mismo color.

―¿Humo y fuego negro? ―pregunta el rey duende en voz alta.

―Esa es una nueva magia que no hemos visto ―asevera Kirill muy pensativo―; puede que un nuevo enemigo haya llegado.

―¿Qué hay de Ymn? ―pregunta la madre de Kéilan.

―¿El malvado mago al que se enfrentaron hace mucho tiempo? ―inquiere Ixus.

―Ese mismo ―le dice su padre, luego voltea con los reyes―. Él nunca mostró señales de saber ese tipo de magia.

―Sumando que todavía está prisionero en el desierto del Este ―asegura la reina Zelinda―. Cuando Volker llegó y me informo de esas creaturas, mande a unos mensajeros, junto con algunos guerreros del Este, a investigar si todavía estaba ahí. Me confirmaron que sigue encerrado en su celda.

―¿Animales de otro bosque encantado lejano? ―sugiere la princesa.

―Es probable ―sospecha la reina hada―. Nuestro conocimiento de lo que hay más allá de Ítkelor, es muy poca.

―¿Ya no han aparecido más de esas bestias malvadas? ―pregunta Kéilan.

―Nadie ha visto creaturas semejantes ―comunica el rey del bosque.

El ambiente de inquietud, es interrumpido en esos momentos cuando entra Volker, junto con un objeto, envuelto con unas telas blancas, que flota a su lado.

―Aquí están ―menciona el equino, pasándole el bulto a la joven hechicera―; creo que es mejor que tú se los muestres.

Ella desenvuelve el objeto.

Todos esperan expectantes.

Descubre que son los dos libros que ha encontrado hasta el momento.

―¿Libros?, ¿no trajiste conchas marinas? ―pregunta desilusionada la pequeña Zulr.

―Otro día traeré algunas, hermanita ―le responde sonriendo Kéilan, luego les dice a todos―. En todos los días que he buscado, solo he encontrado estos dos libros.

―Con que estos son los libros que redactó Cúdred ―menciona Kirill―. ¿Puedo examinar uno?

―Claro que puede ―le dice Kéilan.

El rey hechicero toma el libro verde.

―¿Se te dificultó encontrarlos? ―pregunta la princesa Idaira.

―El libro verde no mucho; para encontrar el gris, sí que fue una búsqueda cansada y tediosa de varios días. Siguiendo pistas y resolviendo acertijos.

Bárem toma el libro gris.

―¿Qué significarán todos estos símbolos? Solo identifico las letras de Hellás ―manifiesta el hechicero.

―¿Letras de qué? ―pregunta la reina Neri.

―Letras que utilizan unas gentes de tierras lejanas ―le explica el hechicero.

―Disculpe señor Bárem ―interrumpe Idaira―, ¿cómo es que sabe de esas letras de Hellás? Nunca he escuchado de esa escritura.

―Fue en Céfok, antes de mudarnos aquí. En una ocasión, conocí a un hombre ya en años de vejez. En poco tiempo nos hicimos amigos. Su nombre era Abelard. Era un comerciante que participó en varios viajes de exploración a nuevas tierras. Entre los tantos lugares que visitó, están unas tierras al Nornordeste, cruzando el mar, que los lugareños llaman Hellás. Según me dijo Abelard, esas tierras se encuentran junto al mar y hay muchas islas cercanas.

―¿Tierras lejanas? ―inquiere el rey del bosque.

―En efecto. Muy, muy lejanas ―afirma Bárem―. Me regaló un libro que el mismo redactó; donde explica cómo vive esa sociedad y los edificios que han construido. Otro detalle que contiene el libro, es la comparación de la escritura que ellos utilizan con la nuestra.

Kéilan llama a su amigo.

―Volker, ¿tú no sabes que significan los demás símbolos?

―No mucho ―comenta el equino―. Solo sé que Cúdred los utilizaba para sus fórmulas de alquimia y pociones. Algunos otros para hechizos. Solo una vez le pregunte directamente a él su significado, me dijo que eran símbolos de algunos ingredientes en especial; la mayoría son lenguas antiguas, e incluso lenguajes que aún no se han descubierto.

―Al parecer, Cúdred exploró muchos lugares ―sospecha Ixus.

―De hecho muy pocos. Me platicó que, antes de venir a Ítkelor, la mayor parte de su vida vivió en varias islas cruzando el mar, en dirección al Norte.

―Eso quiere decir que vivió en las islas de Hellás ―supone Kéilan.

―Es una posibilidad ―dice Volker.

―¿El mago conoció a otros semejantes, de parajes lejanos? ―pregunta la princesa Idaira.

―Conoció a mucha gente; no obstante, ninguno con conocimientos de hechicería. Muy pocos eran de tierras alejadas ―confirma Volker.

―¿De donde aprendió los demás lenguajes? ―pregunta Zelinda―. Yo solo le enseñe uno diferente al idioma de Ítkelor.

―Al momento de escribir los libros, utilizó el hechizo del tiempo para ver épocas anteriores y venideros, así aprendió las diferentes lenguas y escrituras. La última vez que utilizó ese hechizo, fue para descubrir quien heredaría sus poderes ―explica el equino.

―¿El mismo se transportó a esos lugares? ―pregunta Sibisse.

―No precisamente. Abría una clase de pequeño portal. Yo solo veía una luz muy brillante; Cúdred me decía que él podía ver otras civilizaciones y a otros hechiceros.

Todos los presentes en la mesa, se pasan los dos libros para verlos mejor.

El rey Rur se percata de los cerrojos en las cubiertas, preguntando.

―¿No se pueden abrir para ver los escritos?

―Lo siento; no se puede ―informa Volker―. Solo cuando los cuatro libros estén juntos, en ese momento se podrán abrir.

En esos instantes tocan a la puerta. Son los sirvientes que ya han llegado.

―Bueno, ya llego la comida ―anuncia la reina Zelinda.

―Esperen antes de abrir ―pide Kéilan, al tanto que le entregan los dos libros―. Voy a guardar rápido los textos.

―Solo envuélvelos en las telas, yo los guardaré más tarde ―le dice Volker.

―Por el momento, colócalos en el sillón ―le aconseja Bárem al equino.

Volker así lo hace, y de paso abre la puerta.

Sirvientes hadas, ninfas y duendes; entran cargando platos pequeños de peltre, para cada uno de los presentes. Más atrás, llegan otros sirvientes con grandes platos de madera con la comida. Han traído un pato asado, arenques y ensalada de fruta con bayas. El pato y los arenques son para la familia de hechiceros y el rey del bosque; ya que la reina ninfa, la princesa y los reyes de las hadas y duendes, son vegetarianos.

Para Volker han conseguido pienso.

Atrás de todos los sirvientes, ha llegado un pequeño grupo de colados: cuatro gitanos en total; una mujer y tres hombres.

Volker se tiene que alejar de la mesa, para recibir a su vieja familia.

Todos abrazan felizmente a su camarada; en especial, hay un anciano que está muy alegre.

—¡Rylan! —saluda el caballo, al reconocer a su hermano.

—¡Gyula! —saluda el romaní—. Hace bastantes años que no nos vemos. Te ves muy bien, hombre; ¿cómo te ha ido?

—Muy bien; excelente diría yo. Quisiera compartirte muchas vivencias que he tenido; pero tenemos contado el tiempo.

Solo tengo una inquietud que he querido saber desde hace tiempo, ¿cómo está Janosh?

Todos guardan silencio, mientras que Rylan da una respiración profunda.

—Él… él… murió hace cuatro años. Perdona por decírtelo de golpe —anuncia con dificultad.

El ambiente se llena brevemente de melancolía.

—¿Y… su hijo? —inquiere Volker, tratando de ocultar su tristeza.

—Ese tipo —responde Rylan mirando al techo y sonriendo—. Ya mide dos metros sesenta el desgraciado. Le hemos otorgado el título de gitano campeón.

—Y, ¿Karlo? —pregunta el equino con un poco más de ánimo.

—Sigue bien. Ha experimentado buenas aventuras, y muchos lo hemos acompañado unas cuantas veces.

Hay un corto tiempo de silencio.

Volker se da cuenta que lo esperan para comenzar con la cena.

Con pena y tristeza, se despide de sus camaradas, esperando volver a verlos pronto.

Sirvientes y gorrones salen de la casa; dejando que todos disfruten de la cena especial.

A ratos, Kéilan platica con los monarcas, más detalladamente todo lo que le había pasado.

En cuanto al incidente que tuvo con Volker, lo minimizó lo más que pudo; diciendo que tuvieron una pequeña discusión.

También los demás pusieron al tanto a Kéilan de lo que había pasado en el bosque.

Al final de la cena, los sirvientes llegaron para llevarse los platos y vasos sucios.

Los monarcas se despiden de la familia de hechiceros. Todos se reúnen al lado de la mesa para el momento.

―Mucha suerte con los dos libros restantes. Sé que los conseguirás en poco tiempo ―le dice Idaira a Kéilan.

―Muchas gracias amiga ―agradece ella, despidiéndose con un abrazo.

―También cuídate muy bien, tanto de peligros en los alrededores como de salud ―complementa Neri.

―No se preocupe, su majestad ―le dice la joven hechicera―; confió plenamente en Volker. Me ha cuidado perfectamente en estos días.

―Estoy segura de ello ―concuerda Zelinda, quien se encuentra al lado del caballo―. Es un compañero y ayudante fiel, hasta el final― al mismo tiempo que lo comenta, ella acaricia la crin del equino.

En medio de la noche, cada uno se dirige a su respectivo lugar de descanso.

Volker se queda a dormir junto con los demás caballos.

Ixus tiene su propio cuarto con su cama y una puerta de madera, el cual se encuentra en una esquina de la planta baja; justo enfrente de la mesa rectangular. Al lado del cuarto de Ixus, se encuentra una escalera simple, que lleva al cuarto de Kéilan y de Zulr; junto a la recámara, se encuentra el cuarto de Bárem y Sibisse.

Antes de irse a dormir, Bárem quiere platicar unos momentos con su hija mayor; se quedan despiertos un buen rato.

CAPÍTULO VIII

«Volker tenía razón», se dice Kéilan, ya acomodada en su cama. «Es muy diferente al montón de mantas de la cueva».

Finalmente, puede dormir plácidamente por varias horas.

Sin razón aparente se despierta en la madrugada; intenta reconciliar el sueño, acomodándose en diversas posiciones. Ya no se puede dormir.

Un episodio de insomnio, lo más seguro. Rara vez le ocurren.

Muy aburrida, decide visitar a su amigo, que está en el cobertizo; aunque, la mitad parece un establo en miniatura: hay paja por todo el suelo y varias ventanas en una pared de madera, paralela a la pared de la cabaña.

Kéilan lleva una manta grande consigo.

Solo hay un caballo, acompañando a Volker; el otro parece que ha salido a pasear. Ambos están en extremos opuestos del mini establo.

Admirando la luna creciente y echado de panza, el equino alado trata de aceptar la muerte de su segundo mejor amigo. Trata de llorar lo más calladamente posible.

En medio del duelo, escucha que alguien se aproxima. Voltea su cabeza, descubriendo a su amiga.

—Gyula, ¿estabas llorando? —le pregunta Kéilan.

—Sí. Sí lo estaba haciendo —reconoce Volker, tranquilizándose un poco.

Ella se sienta junto él, al lado de su largo cuello; envolviéndose con la cobija que ha traído.

—¿Gyula es tu sobrenombre?

—Es mi nombre romaní. Cúdred fue el que lo cambió por Volker —responde él, para después dejar escapar un par de lágrimas.

—Lamento que hayas perdido a otro amigo. ¿Desde cuándo lo conociste?

—Desde que nací. El gitano Janosh era un miembro importante para la comunidad.

—¿Qué hacía?

—Cuidaba de los caballos: pura sangre, de viaje y los de nuestra raza. Varios le ayudaban todo el día. Nos trataba muy bien, en especial a nosotros; nuestra larga melena, cola y crines de las patas requiere de cuidados constantes.

—¿Por qué no me lo dijiste desde antes? Ya no tienes la larga melena, pero todavía tienes una larga cola y las crines de tus patas; por fortuna, he estado cepillando tu pelaje.

—No quería molestarte más de la cuenta; pero no es gran cosa. Gracias a mi magia, puedo hacerlo sin problemas.

—Déjame ayudarte un día de estos.

—Bueno —acepta Volker—. Uno de estos días podrás hacerlo.

—Tu otro amigo, Rylan, también es importante. Muchos le tienen igual respeto que el jefe gitano.

—Sí —responde Volker con más tranquilidad—. No es por presumir, pero yo también lo era: solía ser el más fuerte de mis compañeros equinos.

—Quisiera preguntarte una duda que tengo.

—Depende cuál es; tal vez no puedo responderla.

—¿Quién es Karlo?

Volker tarda en responder, mirando por unos instantes el suelo.

—Es un gitano del campamento.

—Conozco a todos los romaníes de Güíldnah; nadie se llama así. A menos que viva con uno de los hermanos del patriarca.

—Lo más seguro.

Kéilan quiere preguntar varias inquietudes que tiene, pero recuerda el momento melancólico de Volker; así que se queda callada.

—¿Qué haces aquí abajo y no en tu cama? —pregunta Volker.

—Tengo insomnio y ya no me puedo dormir. Pensé en acompañarte el resto de la madrugada.

—Gracias —expresa su amigo equino.

Pasan otros momentos de plática, cuando ambos se quedan callados.

El sueño llega de golpe, provocando que Kéilan duerma primero.

Con cuidado, Volker acomoda la manta por debajo de su amiga y sobre la paja del piso. Para abrigarla, la envuelve delicadamente con una de sus alas.

Poco tiempo después, él también se queda dormido.

Llega la mañana, con la hora de levantarse.

Sibisse va al cuarto de sus hijas, encontrando únicamente a Zulr.

Preocupada, baja a revisar el cobertizo; si Volker no está, Kéilan ya ha regresado a las montañas. Por fortuna, el caballo alado sigue durmiendo, con la joven hechicera a un lado, igualmente soñando.

Ambos se despiertan algo tarde, justo a la hora de la merienda temprana. Terminando de merendar, Kéilan y Volker se preparan para regresar a las montañas Cúdrerianas.

Ella prepara algo de ropa nueva que le acaban de comprar, dejando en la casa la de hace varios días. Se ha puesto una saya blanca de cuello redondo y mangas largas; la falda es color violeta claro. El blusón que lleva abajo, no tiene mangas. En la cintura, lleva un cinturón delgado de cuero. Ahora solo lleva zapatos simples color café oscuro y un par de sandalias, para cuando visite la playa.

Entre tanto, Bárem aparta heno y avena para Volker, en un talego grande.

―Muchas gracias señor ―le agradece el equino, quien le ayuda a sostener el costal.

―Es una forma de recompensarte, por cuidar muy bien a mi hija ―asegura Bárem.

Lleno el talego, el hechicero le ata una cuerda para cerrarlo.

―¿No tendrás problemas al transportarlo?― pregunta él.

―No lo creo. Será una mínima molestia. Gracias.

Los cuatro monarcas y la princesa del bosque, llegan temprano para despedirse y desearle buena suerte a la hija de los hechiceros.

Al acabar el tiempo de relajación, Kéilan y Volkeremprenden el viaje de regreso a las montañas. Cuando pasan sobre el mar, alcanzan a ver a los reyes del reino marino, quienes han salido a la superficie para despedirse.

―Muchas gracias por el día de descanso, amigo.

―Era lo mínimo que tenía que hacer, por la forma en que te dejé sola en la selva.

―Aquel día, ¿por qué te tardaste tanto en regresar por mí? ―pregunta Kéilan seriamente.

Recapacité de lo que había hecho, a los pocos momentos de alejarme; apenas había pasado un minuto. Me di media vuelta para regresar por ti, cuando una vocecilla en mi cabeza me detuvo.

―¿Tu conciencia?

―No lo sé. Me dijo que tenía que regresar a la cueva por una manta, esperar unos momentos y luego regresar por ti.

Yo quería regresar inmediatamente a la selva, pero la voz me repetía lo mismo. Me dijo que me tranquilizara, y que regresara por ti más tarde.

Cuando retorne al río, te encontré durmiendo debajo de un árbol; cubierta con helechos. Utilizando un conjuro anterior, seque todo tu cuerpo, tu cabello y el vestido que llevabas puesto. Te envolví con la manta y te lleve a la cueva; junto con el libro que encontraste.

―¿Utilizaste la brújula? ―inquiere Kéilan―. Era la única herramienta con que pudiste localizarme y a la cueva de descanso.

—Exactamente ―dice Volker―. Con mis cuernos, convoque una luz para leerla y saber en qué dirección iba. Me tardé un poco en encontrarte, ya que los pilares habían desaparecido.

Dejan pasar unos segundos de silencio.

―Yo diría que la vocecilla que escuchaste, sí fue tu conciencia ―opina Kéilan―; ahora, ¿a dónde nos dirigimos?

Al fondo de un profundo cañón ―le responde Volker.

El caballo alado, lleva a la joven a un rio bastante ancho. La corriente es muy tranquila. Una que otra roca grande, se encuentra en medio del agua.

Varios metros de arena gris, hay en cada orilla del caudal.

―En el fondo de ésta sección del rio, es donde se encuentra el siguiente libro ―detalla Volker.

―¡Al fin! Otra prueba fácil ―suspira Kéilan.

La joven se acerca a la orilla del rio.

―¿Qué tan profundo es?

―Es más profundo de lo que mides tú.

―Entonces, te puedes dar media vuelta.

―¿Por qué?

―Es que… ―comenta Kéilan incómodamente―, es que… necesito quitarme la ropa para…

―¡Ah!, ¡ya entendí! Perdóname.

El equino se voltea hacia el otro lado, desplegando sus alas y las coloca a ambos lados de su cabeza.

Kéilan se prepara para meterse en el agua, dejando su ropa en la orilla. Se mete a escaso medio metro en el rio, para luego sumergirse completamente; transformando su cuerpo a una semi-sirena, tal y como lo hizo en el mar, el día anterior.

Empieza a buscar en el lecho del rio, que está totalmente cubierto de rocas pequeñas y medianas; tanto lisas, como ásperas.

No tarda en encontrar los escritos, medio enterrados en el fondo.

Nada lo más rápido que puede hacia ellos, pero cada vez que se acerca, la corriente se torna más rápida. Haciendo grandes esfuerzos, no puede acercarse a más de diez centímetros del libro. Hace varios intentos, sin conseguirlo.

En un último intento, se transforma completamente en una sirena: sus piernas se juntan y se convierten en una cola de pez, así podrá nadar más rápido. Desafortunadamente, pasa la misma situación anterior. La corriente aumenta de fuerza a cada intento.

Volker vigila en todo momento el agua, por si pasa algo.

Kéilan sale a la superficie para tomar un respiro de aire puro, aferrándose de una gran roca. Es en ese momento, que se da cuenta que el tranquilo rio se ha convertido en una poderosa corriente de agua blanca: un rápido.

Usando las fuerzas restantes, nada a más no poder; pero no logra ganarle a la corriente. Con sus últimas energías, emerge del fondo del rio, sosteniéndose de la misma piedra de antes. Sube hasta la parte más alta, donde le hace señas a Volker, pidiendo ayuda.

El equino alado llega con su amiga, llevándola a la orilla con ayuda de su magia. Justamente en esos momentos, la corriente vuelve a calmarse; regresando la panorámica de un rio tranquilo.

—¿Es una… prueba de fuerza? —le pregunta ella.

—Exactamente —responde él.

Kéilan descansa en la arena por unos momentos; inclusive, toma una ligera siesta. Con las energías restauradas, la joven intenta conseguir los textos una vez más; fracasando por segunda vez.

Volker no tarda en proveer la comida del día, muy oportuna para Kéilan.

En total, la hechicera se ha sumergido cinco veces al rio.

Ya es en la tarde avanzada, cuando Kéilan decide que fue suficiente por el día de hoy.

Utilizando un conjuro especial, Volker le restaura totalmente las fuerzas a su amiga.

El equino alado se da media vuelta y vuelve a desplegar sus alas.

La joven vuelve a su forma humana y se viste nuevamente.

―Listo ―avisa Kéilan―. Ya puedes voltear.

―Perfecto ―dice Volker mientras se da media vuelta―. Ahora vayamos a la cueva.

―Me diste las energías para recuperarme del todo. Quisiera intentarlo una vez más.

—Infortunadamente, te di energía mía; ahora yo soy el que se encuentra cansado, necesito descansar.

―En ese caso, vámonos.

Volker logra llegar a la cueva sin dificultades; cargando a Kéilan en su lomo y el costal de heno con su magia.

Pasan dos días con la misma rutina: él lleva a la muchacha hacia el rio, quien trata de ganarle a la corriente. Después de varios intentos, se rinde. Volker le restaura la energía y regresan al refugio para dormir

Al final del tercer día, ella se encuentra luchando con el rápido por cuarta vez. Con algo de suerte y sumando el ejercicio constantemente que ha realizado, por fin logra ganarle a la corriente por un segundo, y tomar el libro con las dos manos.

Justamente cuando desentierra el libro; la corriente del rio se tranquiliza totalmente.

Volker espera paciente en la orilla, cuando ve a Kéilan asomar la cabeza a la superficie, cerca de él.Ella alza los brazos para mostrarle el libro.

Ayudando a su amiga, Volker toma los escritos y los guarda en una alforja; luego, le ayuda a la joven a salir del agua, dejándola al lado de toda su ropa.

Ya en la noche y al lado de la acostumbrada fogata mediana, la joven revisa el nuevo libro que ha descubierto. Es exactamente idéntico al primero que encontró: de color verde y con las mismas decoraciones.

―Volker —lo llama ella.

Él sólo voltea su cabeza, hacia la muchacha.

―Las llaves que abren los libros, ¿me las darás o también tengo que encontrarlas?

―No te preocupes por eso. Yo te las daré cuando encuentres el último libro.

―Hay otra duda que tengo.

―Dime.

Cuando visitamos a mis padres, muchos amigos del mar me preguntaban por la montaña Alhat-Fher; ¿dónde se encuentra?

―Era el refugio de Cúdred en sus últimos meses de vida. Ahí fue donde redactó los libros. Se ubica a varias decenas de metros al Norte; justo donde el rio da la vuelta para internarse en la extensa selva.

Resuelta su duda y aliviada de no tener que preocuparse por las llaves, alza la vista al cielo; notando por primera vez la gran cobija de estrellas que adorna la noche; maravillándose de éste suceso.

―¡Qué increíble vista! —exclama sorprendida.

―Sí ―afirma Volker― Muy bello. Pensé que ya lo habías visto en la selva; ya que en los días anteriores, te dormías antes de que se despejara totalmente el cielo.

―Estaba muy triste en esos momentos ―recuerda ella―. ¿Siempre ocurre lo mismo?

―Así es. Cómo lo comente cuando te conocí “el clima de estas montañas es muy extraño”, al igual que el de la selva de junto. Todas las noches, a la misma hora, las nubes grises se desvanecen totalmente, dejando a la vista esa manta de estrellas.

La muchacha pasa un largo rato observando el cielo.

―Apuesto que conoces de algunas constelaciones ―supone Volker.

―¿Por qué lo crees?

―Lo supuse, cuando me dijiste que tu padre te enseñó todo sobre “la Rosa de los vientos”; también tendría que saber y haberte enseñado de las estrellas y constelaciones.

―Hace un año empezó a estudiar de ese tema.

Hay un pequeño tiempo, en el que Kéilan le muestra a su amigo, las constelaciones que se ha aprendido.

El sueño empieza a llegar a la cueva. La joven se dispone a dormir; cuando ve los tres libros al lado de su cama improvisada, recordando otro pequeño comentario que le dijo su amigo alado.

―Cuando me contaste de Cúdred, dijiste que estudiaba y controlaba dos clases de magia, ¿no? ―comenta la muchacha.

―Sí, así es ―responde Volker.

―Entonces, supongo que los dos libros verdes tratan de la magia natural.

―Es correcto, ¿cómo lo supiste?

―Lo sospeche por los relieves florales de las láminas y por el color del encuadernado. Bueno hasta mañana amigo.

Así termina otro día exitoso.

Ya solo falta una enciclopedia por recuperar.

A la mañana siguiente, Kéilan está muy emocionada; desafortunadamente, Volker se encuentra en medio de una de sus pequeñas siestas, echado en el suelo de la cueva.

Kéilan ya se ha preparado y vestido; no puede esperar a que Volker la peine. Lleva puesto el mismo conjunto de ayer.

Impacientemente empieza a despertar a su amigo.

―¡Volker! ¡Volker! ―le llama y mueve la cabeza, tratándolo de despertar.

El equino se despierta lánguidamente y estira un poco su cuerpo.

―¿Qué…qué quieres…? ―balbucea él entre bostezos.

―¡Ya quiero ir por el último libro! ―le responde ella muy feliz.

―Aguarda, aguarda ―le dice Volker todavía medio dormido―. Primero tengo que comer e ir a un lugar primero.

Bien. Te espero ―dice Kéilan, un tanto desanimada.

Luego de comer algo de avena, el equino baja a la selva por varios minutos.

Completamente despierto y con muchas energías, Volker regresa a la cueva por Kéilan.

―¡Ya es hora! ―asevera el caballo alado.

―¡Bien! ―responde Kéilan, montándose rápidamente en su amigo.

Volker se dirige al Sursureste, casi llegando a la pradera amarilla; internándose en otra cueva en lo alto de la pared de un cañón.

El nuevo lugar es de poca profundidad, pero más angosto. Parece ser un túnel que apenas empezaron a labrar.

Ambos personajes caminan unos pocos metros, cuando Kéilan descubre el segundo libro gris sobre una simple mesa de madera, junto a la pared del fondo.

―Bien, ahí lo tienes ―menciona Volker.

―¿Así nada más?, ¿Sin ninguna prueba o dificultad? ―pregunta extrañada la joven.

―De hecho, sí. Hay una dificultad que superar.

―¿Cuál?

Volker se pone enfrente de Kéilan y a centímetros de la mesa, diciéndole.

Yo.

―En ese caso, ¿por favor, me podrías dar el libro?

―De esa manera no lo conseguirás. Tendrás que intentarlo de otras formas.

Kéilan opta por utilizar su magia y atraer los últimos escritos hacia ella. Tampoco funciona.

―No podrás hacerlo ―le informa Volker―. Para conseguir éste libro, tienes que tomarlo con tus propias manos.

Sin otra opción aparente, decide simplemente caminar a recoger el libro, dándose cuenta, de que su amigo no la deja pasar.

Empieza una reñida competencia entre ellos dos.

En una oportunidad, ella se escabulle por debajo de Volker; pero él la sujeta de la ropa con los dientes, arrojándola bruscamente muy lejos, casi a la entrada de la cueva.

Rápidamente, la joven se incorpora, gritándole con enojo.

¡Oye! ¡Es mi ropa nueva!

―Creo que ya no es tan nueva ―comenta burlonamente el equino alado―; aparte, nunca dije que había reglas.

Sabiendo que todo está permitido, ella se transforma en una ardilla y trata de pasar rápidamente; una vez más, Volker la detiene con ayuda de magia, lanzándola de nuevo muy lejos.

Kéilan vuelve a su forma humana.

―Entonces no hay reglas ―comenta ella sonriendo― perfecto.

Concentra su magia en ambas manos y conjura un par de grandes bolas de electricidad, arrojándolas hacia Volker; seguidas de dos bolas de fuego común. Hay dos pequeñas explosiones, llenando la cueva de humo.

―¡Lo siento amigo! ―grita ella―. ¡Tú me obligaste!

Cuando se disipa el polvo, el equino alado se encuentra en el mismo lugar de antes; sin ninguna señal de heridas o rasguños.

―¿Eso es todo? ―pregunta Volker seriamente―. Creo que vas a tardar un tiempo, para conseguir el libro restante.

Durante toda la mañana y las primeras horas de la tarde, hay un extenso enfrentamiento entre la heredera y el guardián. Ella queda exhausta por la batalla; en cambio Volker no se ha esforzado tanto.

―Sera mejor que lo dejemos así por hoy ―dice el equino, encaminándose a la salida―. Necesitas descansar y recuperar fuerzas.

Kéilan está sentada en el suelo, recuperando el aliento. Grandes gotas de sudor le corren por la cara.

―Tienes…razón ―responde la hechicera, incorporándose.

Ya estaba a unos cuantos pasos de la entrada, cuando da media vuelta y corre lo más rápido que puede en dirección al libro. Al fin podrá completar la colección.

Al medio metro de estar cerca de la mesa, Kéilan impacta contra una barrera mágica invisible, quedando inconsciente en el piso. Volker la lleva de regreso a la cueva en la selva.

No fue hasta la noche, cuando la hechicera recobra el conocimiento.

―Ay… ―se queja, mientras palpa su cabeza―. ¿Qué pasó? Recuerdo que corría a tomar el libro; de repente, todo se oscureció.

―No puedes tomar el libro, si yo no lo estoy protegiendo ―explica Volker―. Intentaste tomarlo cuando yo estaba en la entrada, aparte de que ya había decidido dejar de resguardarlo. Quisiste hacer trampa; lo que activó una pared mágica invisible.

―Creí que dijiste que no había reglas ―menciona molesta Kéilan.

―No hay reglas en la magia que puedes usar para ganarme. Hacer trampa es un asunto diferente. Descansa otro poco, antes de seguir intentando conseguir los textos.

―Debiste explicarme con más detalles todas las reglas ―comenta Kéilan recostándose y quejándose del dolor de cabeza. Está bien, descansaré otro poco. Mañana obtendré el libro.

Terminado el reposo necesario y al día siguiente,Volker lleva a Kéilan a la cueva; iniciando el enfrentamiento. Para mala suerte, no logra superar la prueba.

Los días, van transcurriendo, y las batallas son exhaustivas. La hechicera usa todos los conjuros que conoce, pero ninguno da resultado: electricidad, fuego de diversos colores, transformaciones y el viento.

Por ese mismo tiempo, Volker se da cuenta de que Kéilan se acuesta muy tarde.

Cada noche, le pide que la baje a la selva, y que luego de un par de horas vuelva por ella.

Ya ha pasado una semana completa desde la primera pelea.

Son las primeras horas de la tarde. Volker y Kéilan están listos para una nueva batalla.

Ella tiene puesto el vestido amarillo de mangas cortas, con las orillas bordadas con gladiolas rosas, y el fajín color rosa.

―Puedes empezar cuando quieras ―menciona Volker, adoptando una postura ofensiva.

―Está bien ―responde Kéilan tranquilamente.

La joven empieza con un ataque de rayos de electricidad que salen de su mano izquierda, acompañados de bolas de fuego rosa que invoca con la otra mano.

Volker esquiva fácilmente los proyectiles de fuego; convoca un escudo de magia para protegerse de la electricidad.

―Ya me estoy aburriendo de la misma magia que siempre usas, ¿no sabes otros conjuros? ―comenta él.

―Puede ser ―insinúa ella.

Kéilan lanza una gran bola de fuego normal al techo, justo arriba de Volker. La cueva se llena completamente de polvo; por fortuna, el equino cierra los ojos antes de que caiga la gran cantidad de polvareda. Antes de abrir los ojos, Volker convoca una ventisca y saca toda la tierra de la pequeña caverna. Cuando el lugar se despeja por completo, él se prepara para seguir con el combate; mas Kéilan ha desaparecido.

Empieza a observar en todas direcciones, buscando a la hechicera. Segundos después, oye una respiración relajada, que se va acercando lentamente por su lado izquierdo. Se concentra en el sonido, provocando que cada vez lo escuche más fuerte.

―¡Aja! ―exclama el equino, al mismo tiempo que arremete con su cabeza a su lado izquierdo.

Kéilan reaparece, en el momento en que Volker la empuja, cayendo unos metros lejos.

―¿Invisibilidad? Esa magia es nueva ―comenta él.

Mi padre me enseñó lo básico, aquel día que lo visitamos. Lo he estado mejorando en estos días ―asevera Kéilan sonriendo e incorporándose―. Sigamos.

Kéilan adopta una posición de ataque, concentrando una gran cantidad de electricidad entre sus manos. Volker se prepara para el siguiente movimiento.

Justo en esos momentos, un pajarillo se mete a la cueva y se dirige al fondo. Volker no le presta atención los primeros segundos; luego, se percata que Kéilan no se ha movido… ni siquiera ha pestañeado. El equino voltea justo a tiempo para ver al pajarillo en pleno vuelo; al segundo siguiente, la avecilla se transforma en Kéilan, quien ya está a punto de caer sobre la mesa y tomar los escritos. Justo en esos momentos, Volker la detiene en el aire con su magia, alejándola violentamente de la mesa y de él.

Al momento de que la joven golpea el suelo, la ilusión que había invocado se esfuma.

―¿Cómo aprendiste esos conjuros? ―pregunta Volker sorprendido―. ¿También te los enseñaron en el día completo de relajación, de hace una semana?

―Así es ―afirma Kéilan―. Mi padre me explicó lo fundamental. Por esa razón me acostaba tan tarde; entrené mucho.

Hasta apenas me doy cuenta ―comenta el caballo alado―. ¿Qué otros nuevos trucos tienes?

―Bueno…por ejemplo ―rápidamente, la joven se arrodilla y pone ambas manos en el piso.

Tres paredes gruesas de piedra se levantan del suelo, encerrando a Volker contra la pared izquierda de la caverna.

―¡Hey! ―expresa Volker sorprendido.

Kéilan se apresura a tomar los textos.

Volker empieza a patear la pared con sus patas traseras. Con ayuda de un poco de magia, logra derribarla con solo tres golpes.

Al salir, el equino descubre a la joven hechicera junto a la mesa, y con el libro en las manos.

―Al parecer, gané ―sospecha Kéilan sonriendo.

―¡Muy bien! Felicidades ―la elogia Volker felizmente.

―¿Ya me darás las llaves? ―pregunta Kéilan impaciente.

―Las tengo guardadas en la cueva de la bodega; antes, hay que ir a un lugar y realizar un hechizo especial. Vamos a recoger los otros tres libros.

Rápidamente la hechicera y el caballo alado regresan a la guarida por los tres escritos faltantes; también pasan al pequeño almacén por las llaves.

Con todos los elementos listos, parten hacia Alhat-Fher.

CAPÍTULO IX

Al llegar al lugar, se encuentran con una cueva más; demasiado amplia, alta y mucho más profunda que el almacén o el lugar de descanso. El techo de la misma, tiene forma de bóveda.

Kéilan descubre una cama en el lado derecho, junto a la pared; sus cobijas están arregladas y tendidas.

En la pared del frente, suspendido en el aire (gracias a tres soportes de metal), sobre un circulo de rocas, se halla un gran caldero; junto a la gran olla, del lado izquierdo y sobre una larga piedra plana, hay otros tres calderos más, aunque de menor tamaño. Del lado derecho, hay otra roca grande, igualmente labrada y alisada lo más posible; pero de forma circular. Sobre la mesa circular, hay varios platos de madera, morteros y cernidores rectangulares. Incrustados en la misma pared, dos estantes simples guardan recipientes de madera y vidrio, de diferentes tamaños y formas.

Al fondo de la cueva y pegada a la pared lisa, hay una gran mesa y una silla de madera. Sobre el mueble hay un tintero y varias plumas de diferentes aves. Al lado de la mesa, en el suelo, se encuentra un gran montón de pequeñas pilas de hojas de pergamino y de papiro.

―Entonces… ―dice Kéilan.

―Así es. Aquí vivía mi dueño. La mayor parte de su vida solo usó esa cama y la mesa. En sus últimos días consiguió los calderos, las herramientas, los trastes y los ingredientes para la alquimia.

―¿Ingredientes? ―pregunta Kéilan confundida. Ve hacia todos lados, observando las paredes naturales de la cueva―, ¿dónde?

―Ven, te los mostraré.

Volker guía a la joven al fondo de la cueva, llegando a la pared de la izquierda.

―Ahora déjame acordarme de algo ―susurra Volker.

Pasaron unos segundos de silencio.

―¡Ah!, ¡ya me acorde! ―dice el equino.

Golpea con su pata la pared, en cuatro lugares, formando un cuadrado.

Inmediatamente después, una gran parte de la pared se desvanece, dejando al descubierto unas escaleras amplias de piedra que llevan hacia abajo. Antorchas encendidas alumbran el camino; tal parece que las acaban de encender.

Los dos personajes empiezan seguir el nuevo camino en espiral.

En poco tiempo llegan a lo que parece un gran almacén.

Largas filas de anaqueles simples, llenos de frascos de vidrio tapados con diferentes telas y cuerdas finas, llenan todo el lugar. Tanto en las paredes, como en el centro de la gran cámara de piedra.

Varias antorchas, idénticas a las anteriores, se encuentran en cada pared. Inclusive, hay cuatro candelabros colgantes en medio, con muchas velas encendidas.

―¡Increíble! ―exclama Kéilan en voz alta.

Con mucha curiosidad, la joven revisa todos los estantes.

Hay polvos de piedras preciosas y metales: esmeralda, rubí, oro y plata entre varios más. También había sustancias que nunca había visto: mercurio, estaño, azufre, fosforo, potasio, etc…

Flores y frutas de diferentes tipos complementan todas las sustancias.

Por ultimo Kéilan llega a la última sección del fondo, donde sale tan rápido como entró; ancas de rana, orugas, escarabajos, colas de lagartijas y demás sustancias “grotescas” se guardan ahí.

Volker solo ríe al ver acercarse a Kéilan con su cara de asco.

―Deseo no utilizar ninguno de esos ingredientes repugnantes ―dice la joven, mientras sube las escaleras.

―Lastima. Algunas pociones y alquimias llevan uno o más de esos objetos ―comenta Volker riendo.

Ya arriba, se prepara todo para el siguiente paso a seguir.

―¿Ya puedo abrir los libros? ―indaga Kéilan.

―Espera… ―responde el equino, observando cuidadosamente toda la cueva. Al parecer, trata de acordarse de algo, una vez más― ahora… ―continua él―, necesito que te pares justamente aquí.

Señala el punto exacto del centro de la cueva, tanto de largo como ancho.

Kéilan obedece de inmediato.

Él coloca los cuatro libros especiales enfrente de la joven, cada uno separado unos centímetros del otro. Coloca la llave respectiva a cada libro, girándola y dejándola en su lugar.

―Ahora solo relájate. Pase lo que pase, no te asustes ni te resistas —le advierte seriamente a la heredera.

Volker cierra los ojos y agacha la cabeza, empezando a pronunciar varias palabras en un leguaje incomprensible.

Segundos después, las llaves y cerrojos desaparecen. Los cuatro libros se abren al mismo tiempo, justamente en las páginas del medio.

Los cuatro cuernos del equino y los textos, comienzan a irradiar una luz color celeste muy claro; misma que empieza a envolver a Kéilan, elevándola a centímetros en el aire.

Ella cierra los ojos, relajando todo su cuerpo.

El esfuerzo para transferir toda la magia contenida por tantos años, es enorme. Gotas de sudor, escurren por toda la cara de Volker; mientras que aprieta fuertemente los parpados.

Kéilan, empieza a sentir que algo corre por sus venas, inmediatamente después se le adormecen sus brazos y piernas; a pesar de éstas sensaciones, sigue tranquila.

Todo cambia, cuando empieza a sentir miles y miles de agujas punzantes, enterrándose en todo su cuerpo; el dolor aumenta poco a poco de intensidad. Empieza a apretar los dientes y sus manos; tensa los músculos de las piernas y los brazos, tratando de soportar los molestos dolores leves.

De un momento a otro, la luz celeste aumenta drásticamente de intensidad. En un segundo, las agujas imaginarias se entierran más profundamente, hasta llegar a los huesos. Ella alza su cabeza y lanza un grito, sin que se escuche ningún sonido en absoluto.

Segundos después, toda la cueva se llena con un gigantesco destello de luz momentáneo.

Al disiparse el destello fugaz, Volker y Kéilan aparecen inconscientes en el suelo: el equino se encuentra justo en el lugar donde estaba; mas la joven, se ha movido varios metros atrás.

El caballo alado se despierta a los pocos segundos, dándose cuenta de que su amiga sigue desmayada.

―Kéilan ―la llama, mientras se incorpora; sin embargo, no obtiene repuesta.

¡Kéilan! grita por segunda vez, dirigiéndose a ella.

Se aproxima a la joven, quien yace en el suelo, sobre un costado; muestra raspaduras en los brazos y piernas. Su largo cabello le cubre la cara; pero ya no es de color negro con rayos color zanahoria, sino que ahora es completamente de color celeste claro.

―¡Niña! ¡Respóndeme!

Da vuelta al cuerpo y aparta cuidadosamente el pelo de la cara, solo para descubrir unos ojos en blanco.

Asustado, Volker trata de despertarla.

―¡Kéilan! ¡Amiga! ¡¿Me escuchas?!

Justo en ese momento, el equino siente como una mano se coloca en su lomo, seguido de una voz serena.

—Cálmate amigo, cálmate. No hay nada de qué preocuparse.

Volker mira atrás.

La imagen del espíritu de Cúdred lo impacta en sobremanera.

―¡Señor! ―exclama el equino.

―Hola Volker. Tantos años han pasado, y sigues igual de joven. Eso es bueno ―comenta el espíritu.

La fantasmal imagen de Cúdred, lleva puesta una túnica simple con capucha color café; un cordel blanco, atado a su cintura, es el único accesorio que lleva. En su mano derecha, un bastón mediano le ayuda a sostenerse.

La cara la tiene descubierta. Su piel arrugada revela la avanzada edad del mago, mientras que su complexión robusta es ocultada por su ropa. Su porte es erguido, sin ninguna señal de una joroba. Mide un metro y ochenta centímetros.

Tiene el pelo corto, lacio y alborotado, complementado con una barba mediana; ambos de color blanco. Su cara es de tipo ovalada, acompañada de dos ojosalmendrados, de color verde azulado; en el izquierdo tiene una catarata. Para finalizar, tiene un par de cejas espesas, del mismo color que su pelo y barba.

―Su cuerpo necesita asimilar toda la magia que ahora posee ―detalla el mago, acercándose a la hechicera.

Cúdred coloca su mano sobre la cara de Kéilan, cerrándole los parpados.

―Ahora solo acomódala en la cama ―le dice a su amigo alado.

―Sí señor.

Volker mueve las cobijas y cumple la orden, tapándola con las telas cálidas.

El caballo alado voltea a ver a su dueño, parado a unos cuantos pasos de la cama.

―Hiciste un buen trabajo Volker. Escogiste a la persona correcta.

―¿No me pudo haber dicho, que era una muchacha la heredera?

―¿Por qué? Sabía que la ibas a salvar y seria tu primera opción; además, no me gusta arruinar las sorpresas.

―Disculpe señor, ¿cuánto tiempo se quedará?

―No por mucho tiempo. Solo lo suficiente, para decirte que ahora tendrás que cuidar de tu nueva señora… digo, amiga ―explica con seriedad el mago―. Ahora que tiene todo mi poder, le tomará tiempo poder controlarlo. Eso sin contar el tiempo que le tomará probar las alquimias, pociones y conjuros.

―¿Cuánto tiempo será eso?

―No sabría decirte. Cuando tuve la visión del futuro, solo vi dos días después que le transferiste los poderes a Kéilan.

―Asumo que serán varios meses ―opina Volker mirando a la joven, luego le pregunta a su antiguo dueño―. ¿Por qué apareció en estos momentos, señor?

―Cuando transferí mi magia a los libros y a ti, al parecer también di parte de mi ser. Cuando liberaste toda mi magia, liberaste mi espíritu. alma estaba en ti.

―Es grato volverlo a ver. Quiero platicarle de los recientes acontecimientos.

―No es necesario amigo, no es necesario. Fue bueno ver por última vez a mis amigos.

―¿Por última vez?, ¿qué quiere decir?

―Todo el tiempo, pude ver a través de tus ojos, los acontecimientos que predije y vi antes; como la reunión con los reyes del bosque y del mar, hace una semana ―luego dirige la mirada a las montañas―. Quería despedirme de ellos a través de ti, pero no era el momento de hacerlo.

―Nunca me informó de una reunión con los re… Espere, ¿se podía comunicar conmigo, desde el día que murió, hace más de trece años?

Cúdred solo intercambia una mirada seria por unos momentos.

―¡¿Porque no me dijo nada en todos estos años o en éstas semanas?! ―pregunta molesto Volker.

―Amigo, habrías perdido la razón en poco tiempo, al hablar con una persona que no puedes ver. Necesitaba que te mantuvieras enfocado en la tarea que te di. Solo olvidándote de mí, podías empezar una nueva vida con tu nueva compañera. Por fortuna, te hable solo cuando tenía que hacerlo.

―¿A qué se refi… ―Volker por fin se da cuenta de algo―. ¿Fue usted, quien me habló después de que la muchacha y yo peleamos en la selva?

―Así es. Tenías que regresar cuando Kéilan se encontrara dormida; por esa razón, te dije que regresaras a la cueva a esperar.

―¿Por qué? ―indaga Volker confuso―. Bien pude regresar inmediatamente y disculparme.

―De esa forma, no te hubieras sentido culpable; cancelando la sorpresa y la reunión del día siguiente con los reyes del bosque. Reunión que no podía ser anulada o pospuesta.

―No fue su voz la que escuché.

Cúdred suelta una risa momentánea; luego, pasan unos momentos de silencio.

―Bueno, ya es hora de irme. Me hubiera gustado ver de nuevo a mi amigo marqués y a Cathal; debimos de levantarle el ánimo, después de la muerte de Wesh.

―Lo hubiera visitado el mismo día que descansamos ella y yo, si hubiera tenido más tiempo. ¿Usted sabe, por qué Cathal quiere mantener en secreto su nombre?

Ya lo descubrirás a su tiempo; es mejor que él te lo diga en persona. Cuando lo visites, dale mis condolencias de mi parte; nunca se las di. Ya han pasado más de diez años desde ese hecho terrible; mas aún puedo darle mi pésame.

―Por supuesto que lo haré. He querido saludarlo todo este tiempo, pero… no podía. Ojala que Cathal no guarde alguna clase de rencor contra nosotros―comenta Volker, terminando con una frase―. Lo extrañaré, señor.

―Me fuiste de mucha ayuda al no abandonarme en éste desolado paisaje ―le dice Cúdred―; gracias a ti, no me volví loco ―luego reflexiona un momento―. Lástima que en los últimos meses de mi vida, fue inevitable ―recuerda entre risas―. Nos veremos en otra ocasión, querido compañero. Eso te lo puedo asegurar; es una pena que falte mucho tiempo.

―No importa si son cien años. Estaré feliz de verlo otra vez.

El mago se despide de Volker con un abrazo de varios segundos.

Terminado la despedida, el espíritu de Cúdred pasa a ser una nube de humo multicolor; la cual desaparece en la cabeza de la joven hechicera.

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Kéilan se despierta en un mundo negro; al parecer esta recostada en la nada. No hay tierra firme. Parece ser, que ella es el único objeto en el vacío absoluto.

―¿Dónde estoy? ―pregunta en voz alta, todavía desorientada y medio dormida.

Se trata de poner en pie, cuando una voz le dice.

—Dame la mano.

Ella alza la cara, notando una sombra borrosa.

Obedeciendo al extraño, en un segundo siente como una gran energía la revitaliza, despertando completamente.

Se pone de pie y mira alrededor; sigue estando en la total oscuridad, salvo que ahora la acompaña un anciano.

―¿Quién eres tú? ―pregunta Kéilan.

―Soy Cúdred ―responde él.

―¿Cómo es posible?

―Cuándo Volker realizó el hechizo final para transmitirte los poderes, mi espíritu dormido despertó.

Kéilan da otro vistazo rápido alrededor.

―¿Dónde estamos?

―En tú subconsciente. Tu cuerpo no ha sido lo suficientemente fuerte para soportar completamente la transición de mi magia, por lo que te has desmayado.

Ella no entiende la explicación que acaba de escuchar. Supone que está dormida, y que todo es un sueño.

―¿Era su mano la que tomé? —indaga la joven, mientras observa detenidamente al mago.

―Sí.

―¿Qué me hizo?

―Vigorice al máximo tu cuerpo, para que puedas soportar y controlar todo mi poder. La penúltima tarea que tenía que realizar.

―Eso significa, que ya tengo control total sobre sus poderes ―comenta Kéilan emocionada―. Cuando se enteren mis papas, se pondrán muy felices.

―¿Qué piensas hacer con toda la magia que has adquirido?

―Solo la utilizaré si una situación especial se presenta, y en algunas labores rutinarias.

―¿No ambicionas fama?

―No. Mis padres siempre dicen que ser humilde es mejor.

―Me alegra mucho escuchar eso. Yo lo descubrí muy tarde ―menciona Cúdred un tanto triste, luego le comenta a la muchacha―. Necesito hablarte sobre un tema ―le dice el hechicero seriamente―. Ven, siéntate.

«¿Sentarme? Pero no hay nada», piensa Kéilan.

Busca alrededor, hasta que ve dos sillas acolchadas color rojo oscuro cerca de allí.

El mago y ella se sientan; uno en frente del otro. Cúdred tiene una cara seria.

―Sé qué quieres regresar con tu familia; no obstante, aunque te haya dado las fuerzas necesarias para controlar mi magia, aún es muy impredecible. Los conjuros que te enseñaron tus padres, ya no los podrás controlar al cien por ciento como antes; añadiendo que ahora son más poderosos. Necesitas aprender más de mis conjuros, pociones y alquimia, para poder controlar del todo, el gran poder que ahora posees.

―¿Cuándo podré ver a mi familia y amigos? ―pregunta Kéilan desanimada

―Hay una receta de una poción, en la primera hoja de un libro sobre la magia natural. Esa pócima te ayudará a dormir todo tu poder por un día; tiempo suficiente para que visites el bosque.

―¿Puedo tomar por varios días ese brebaje? ―pregunta la joven.

―No. No puedes. Tu cuerpo no lo soportará. Solo puedes beberlo una vez al mes. Cuando logres controlar completamente todo el poder que posees, podrás regresar al bosque. Tendrás que planear tus actividades semanales, para poder aprender y controlar la mayoría de mis conjuros y alquimias.

―Comprendo ―responde Kéilan alegre―. No habrá problema. Encontraré la manera de hacerlo.

Luego da un rápido vistazo alrededor.

―¿Hasta cuándo despertaré?

―En un día completo ―le informa Cúdred sonriente―. Kéilan, te quiero pedir un último favor.

―Por supuesto, ¿Cuál es?

―Volker te ha acomodado en mi cama; cuando despiertes, encontrarás debajo de ella tres cofres medianos: dos barnizados y el otro no. Uno de los barnizados está decorado con pequeñas conchas marinas. Son regalos para los reyes de las hadas, la familia real del bosque y la familia real del mar. Cuando puedas regresar al bosque, ¿podrías entregárselos?

―Claro. No hay problema. ¿Sabe del rey y la princesa del bosque, por el conjuro para ver el futuro?

Así es. Después de escribir los libros, me tomé un rato libre para fabricar los regalos; además de preparar unas cuantas palabras, que quería decirles a todos mis amigos del bosque, y a los que pude haber conocido. Fue un breve momento de lucidez, que tuve en mucho tiempo.

Pasan varios minutos de momentos de plática entre Cúdred y Kéilan.

Muchas gracias por hacerme ese favor dice él—. El que no tiene barniz, es para los reyes menores del bosque. Ahora… me tengo que ir a mi lugar de descanso eterno. Que tengas sueños agradables.

—Adiós —se despide ella—. Fue un placer conocerlo.

El mago desaparece paulatinamente ante los ojos de la joven.

Cuando el espíritu del gran mago se desvanece, Kéilan sigue sentada en frente del sillón rojo; ahora se encuentra en el bosque Pi-Ud, a escasos metros de su casa. Así comienza a soñar con su familia y amigos.

CAPÍTULO X

Es la mañana del segundo día en Alhat-Fher, cuando Kéilan se despierta. Su amigo equino se le acerca rápidamente.

―Al fin despiertas. ¿Cómo te sientes?

―Muy bien. Cúdred fortaleció mi cuerpo― detalla ella, sentándose en la cama y estirando los brazos a ambos lados.

En esos momentos, una gran bola de fuego violeta sale de su mano izquierda, impactándose contra una gran pared, de la montaña localizada al frente de la cueva; provocando una poderosa, grande y estruendosa explosión.

―¡¿Por qué hiciste eso?! ―pregunta Volker sorprendido.

―¡Ups! Me olvide de lo que me dijo Cúdred ―menciona la hechicera, entrecruzando los brazos― Volker, podrías abrir uno de los libros de la magia natural. Necesito una nota importante del libro.

―¿Quieres que te pase el libro y lo buscas? ―indaga el equino confundido.

―¡No! No ―dice algo nerviosa Kéilan―. Preferiría no moverme en estos momentos.

―Está… bien ―responde Volker todavía confundido.

Revisa todo un libro. No encuentra nota alguna.

―Entonces está en el otro ―supone la joven.

Él abre el segundo libro, encontrando una pequeña hoja en un santiamén.

―¿Ésta nota? ―le pregunta Volker a la par que lee el pequeño título “Pócima adormecedora del poder”. Es una receta paso a paso.

―Sí, ésa. ¿Podrías prepararla?

―¿No quieres hacerla tú?

―Tengo miedo. Si muevo un musculo, puede que haga un gran desastre ―comenta nerviosa la joven―; por eso te pedí que revisaras los libros.

El equino lee minuciosamente la receta de la poción.

―Puedo prepararla. Es muy explícita la receta ―confirma el equino.

―Antes de que empieces, llévame a la cumbre de una montaña. De esa manera no te molestaré.

―Si así lo quieres.

Volker lleva a Kéilan a lo alto de una montaña cercana.

―Trataré de terminar rápido ―le dice él.

Dicho esto, la deja sola y se apresura a preparar la pócima. Por fortuna, todos los ingredientes están en el almacén de la cueva; solo hay uno que tiene que salir a buscar: agua del rio. Calienta la mezcla especial en un caldero pequeño, con ayuda de su magia; ya que no tiene tiempo para ir por madera.

Habiendo terminado el brebaje especial, lo coloca en un frasco de cristal.

Emprende el vuelo, llegando nuevamente a la cima de la montaña, con un panorama diferente. Pareciera que una feroz batalla acaba de ocurrir: cuarteaduras y grandes huecos en la montaña se ven por todos lados, al igual que señales de grandes explosiones en otras zonas.

―¡Kéilan!, ¡¿dónde estás?! —llama él.

Al rodear una roca grande, descubre a la muchacha sentada en otra piedra de gran tamaño. Es una escena que no esperaba ver.

Varias rocas, bastante grandes, flotan en el aire y se mueven a baja velocidad, rodeando el cuerpo de Kéilan. Ella mantiene los ojos cerrados y las manos en sus rodillas. Su largo cabello suelto, flota en el aire.

―Kéilan ―la llama Volker―, ya está lista la pócima.

Las rocas se detienen y caen abruptamente al piso.

Abriendo los ojos, la hechicera gira lentamente su cabeza hacia su amigo.

Gracias. Me puedes acercar el frasco para poder beber la poción; luego te explicaré el porqué.

El equino utiliza su magia para acercarle el brebaje.

Cuando la gota restante toca la lengua de la muchacha, su cabello deja de flotar y vuelve a ser color negro, con rayos color rojo zanahoria.

―¡Por fin! ―expresa Kéilan aliviada, levantándose y estirando todo su cuerpo.

―¿Ahora explícame qué pasó? ―pregunta seriamente Volker.

Kéilan le narra desde que Cúdred la visitó estando desmayada, la advertencia que le dio y acerca del brebaje que acaba de preparar.

―Entonces… ¿ahora tus poderes, son iguales a los que tenías, antes de comenzar la búsqueda de los libros?

―Eso creo. Déjame revisar.

Ella invoca una bola de fuego normal, arrojándola hacia una roca; la explosión que provoca, no es muy impresionante. En una nueva prueba, intenta levantar una gran roca, que momentos antes estaba flotando en el aire; se concentra bastante, moviéndola solamente un par de milímetros.

―Al parecer sí. Antes de que llegaras, intenté practicar un poco, con los mismos hechizos de ahora; al final fue un desastre. Lo intente varias veces, mas no salieron muy bien. Decidí venir a sentarme y relajarme. Intente, ligeramente, de invocar el hechizo de levantar objetos, y ocurrió lo que viste hace unos momentos. Al parecer si me relajo completamente, puedo controlar un poco más el poder de Cúdred.

―Eso ya lo veremos en este mes ―dice Volker―, será mejor que aproveches el día de descanso que tienes.

Después de bañarse y arreglarse, ambos visitan el bosque Pi-Ud; pasan un día agradable con la familia.

Para evitar que sus padres se preocupen por ella, Kéilan les dice que es probable que tarde mucho tiempo en encontrar el último libro; provocando que sus visitas se dificulten. Para mantenerlos informados, les promete mandarles cartas seguidamente.

En medio del cielo naranja, los visitantes vuelan de regreso a las montañas Cúdrerianas.

Durante el mes, ella estudia a fondo el primer libro de magia natural. La mayoría del tiempo, Volker tiene que ayudar a la joven en casi todas las actividades, incluso con las más simples.

En la primera mitad del libro, viene una extensa enciclopedia de botánica: plantas que crecen en la selva cercana y en todo Ítkelor; inclusive hay algunos datos de plantas de otras tierras. Hay explicaciones y dibujos hechos a mano.

En la otra mitad, hay hechizos de cómo controlar los cuatro elementos naturales, transformaciones relacionadas con animales, controlar el clima, etc… También se encuentran una gran variedad de pociones; mas la mayoría, son medicinales.

Cada semana, ella les manda una carta a sus padres con ayuda de Volker; explicándoles que el libro restante, está oculto en medio de la gran selva.

Practica exhaustivamente hechizos y pociones; cometiendo errores y aciertos. También aprovechó el tiempo para explorar, junto a Volker, la extensa selva; nombrándola “Selva Revlok”.

Pasado un mes, Kéilan siente que todavía no está lista.

Prepara de nueva cuenta la poción de adormecimiento del poder.

Visita a sus padres y les dice que todavía no encuentra el libro que falta. Se le dificulta bastante el quedarse callada y no poder decirles la verdad, así que decide regresar temprano a las montañas.

En la semana siguiente, la joven hechicera logra dominar todo los hechizos y pociones del primer libro de magia natural.

Empieza a estudiar el primer libro de magia sobrenatural.

Los escritos de magia sobrenatural, tienen un extenso diccionario, comparando lenguas antiguas y de otras tierras, con el lenguaje de Ítkelor. También hay una sección de astrología. Al igual que el libro de magia natural, toda esta información se encuentra en la primera mitad del libro.

En estos escritos hay más sobre alquimia que conjuros.

Pasan otras cinco semanas.

Kéilan siente que ya está preparada para ir al bosque. Su cabello, en el que antes persistía el color celeste claro, regresa a su color natural.

En la tarde del gran día, se ha arreglado con un conjunto de blusón de manga larga, junto con una saya color rojo amapola sin mangas; añadiendo unos zapatos gris pizarra simples. Un cinturón simple de cuero negro, ajusta sus ropas.

Revisa debajo de la cama, logrando encontrar los tres cofres medianos que le había indicado Cúdred: los tres de tapa curva y llenos de polvo. Ella los limpia con un trapo que encuentra en la mesa.

En esos momentos llega volando Volker, ya preparado con las dos alforjas. La joven hechicera se le acerca, para guardar los tres cofres en una de las mochilas.

―¿Qué contienen esos cofres? ―inquiere él.

Unos regalos especiales. Solo diré eso; no quiero arruinar la sorpresa.

―Suenas igual que mi señor —comenta Volker con una sonrisa.

―Es hora ―afirma Kéilan, montando al equino.

―¿Nerviosa?

―Algo. Ya vámonos.

Obedeciendo a su amiga, el caballo alza el vuelo.

CAPÍTULO XI

Toda la familia de hechiceros se encuentra merendando en su cabaña, cuando escuchan unos pasos de caballo afuera. Apresurados, todos corren a ver qué ha pasado; descubriendo que ha llegado Kéilan.

Hay un emotivo reencuentro entre la familia.

―¡Lo logre!, ¡ya conseguí todo el poder de Cúdred! ―anuncia felizmente Kéilan.

La familia celebra alegremente, felicitando todo el tiempo a su hija y hermana.

―Ahora quisiera realizar un anuncio ―requiere la joven hechicera, alejándose un poco de la familia, parándose al lado de Volker. Mamá, Papá, hermano y hermana —empieza el comunicado—. Me honra presentarles a Volker: guardián de la familia y mi ayudante personal.

―¿De verdad? ―pregunta el animal sorprendido.

―Claro que es en serio ―responde ella―. Bienvenido a la familia.

―Vamos, vamos adentro de la casa para que nos narres que ha pasado ―pide Bárem impacientemente.

―Calma papá. Primero tengo que entregar unos objetos. No tardo.

Con mucha pena, Kéilan se aleja de su familia, escuchando las súplicas de ellos para que platicara de su aventura. Ella también está impaciente por narrar su peripecia en las montañas, pero tiene una promesa que cumplir.

La hechicera y Volker se dirigen al pequeño claro real de los reyes de las hadas y duendes; encontrándolos en medio del camino, dando un paseo por el bosque.

―Buenos días, sus majestades ―saluda ella.

―¿¡Kéilan!? ¡Qué sorpresa! ―expresa el rey Rur.

―¡Buenos días, niña! ―saluda la reina.

―Ya encontraste el último libro, ¿verdad? ―supone el rey.

―¡Cuéntanos! ¿Te fue difícil encontrarlo? ¿Cómo fue que recibiste todo ese poder? ¿Dolió? ―pregunta Neri, muy emocionada.

―Querida, querida ―la tranquiliza el rey, tomándole de la mano―. Tómalo con calma. Dale tiempo para contestar.

Kéilan sonríe un momento, antes de hablar.

—Les contaré mis aventuras otro día, con más calma; antes tengo que entregarles algo.

―¿Un regalo? Muchas gracias, eres muy amable ―comenta Rur.

―No es de mi parte. Es de parte de Cúdred. Se los quería dar personalmente, para agradecerles su apoyo y amistad.

―¿Di… Dijiste… de parte… de… de Cúdred? ―inquiere Neri, creyendo que ha escuchado mal.

―Así es ―responde la muchacha.

Kéilan abre una de las alforjas que carga Volker, extrayendo el cofre sin barnizar. Se lo muestra a los reyes, abriéndolo al mismo tiempo.

Los monarcas se quedan anonadados, al descubrir un pequeño collar y una corona abierta de oro, hechos a su medida. Ambos con adornos diferentes.

El collar es para la reina y el colgantees un ramo de tulipanes de diversos colores; hecho con piedras preciosas. La corona abierta es del rey; la cual, tiene una esmeralda en forma hexagonal, justo al frente del accesorio.

Ambos reyes toman los regalos, contemplando los pequeños detalles.

La reina mira por unos momentos los tulipanes de colores, recordando viejos tiempos, junto con el poderoso mago.

―Muchas gracias, Kéilan ―dice Neri con una sonrisa y reteniendo las lágrimas.

―“Me gustaría tener una corona de oro” ―dice Rur, contemplando la corona; luego, alza la vista―. Fue lo que le dije, un día antes de que desapareciera. Lástima que… no pude despedirme personalmente de él… por última vez ―menciona el rey, con lágrimas en los ojos.

―Él también quería hacerlo ―comenta Kéilan, escapándosele una pequeña lagrima―. Me tengo que despedir majestades, hay otros encargos que tengo que realizar.

―Nos veremos pronto ―se despide la reina Neri.

Volker y Kéilan siguen su camino, dirigiéndose con la reina ninfa.

En todo el camino, se percatan que hay mucho movimiento en el bosque: animales, hadas y ninfas corren por todos lados. Algunos se detienen para saludarla, sin hacerle ninguna pregunta.

Arriban al claro real del bosque; donde se encuentran a los reyes y la princesa, dando órdenes a sus sirvientes. Están muy apurados preparando el claro real para un festejo. En medio del claro, hay dos mesas largas, formadas por raíces fuertes que brotan del suelo.

―¡Kéilan! ¡Volker! ―los saluda la reina de lejos.

Ya al lado de ellos, los recibe con un abrazo.

―Su majestad, ¿qué está pasando?, ¿por qué están todos tan ajetreados? —inquiere ella.

―Tu padre nos informó de tu llegada, así que estamos preparando una gran fiesta de bienvenida.

―¿En serio? No es necesario, su majestad. De verdad ―comenta la hechicera apenada.

―Creo que ya no lo puedo detener; ya invité a los reyes del mar. Estará todo listo en poco tiempo.

―¿Antes puedo darle un obsequio?

―Creo que será durante el festejo. Estoy muy ocupada ―se disculpa la reina y se encamina con su esposo e hija; en esos momentos recuerda algo, regresando rápidamente con la joven―. Será mejor que regreses rápido a tu casa; Sibisse y yo, preparamos un regalo para ti.

Muy emocionada, Kéilan se dirige a su hogar, acompañada de su amigo equino.

Afuera de la cabaña, junto a una fogata mediana y una mesa, Sibisse y Zulr ayudan a los sirvientes a preparar la comida para la familia, los reyes del bosque y demás invitados: arenque y verduras hervidas. Colocan trozos de quesos variados y pan, en varios platos grandes madera.

Bárem e Ixus, han salido a ayudar con los arreglos en el claro real.

―¡Mamá!, ¡mamá! ―llama la joven―. La reina me acaba de decir de un regalo para mí, ¿dónde está?

―En tu cuarto, sobre tu cama —le indica ella, sin distraerse de su labor.

―¡Te acompaño, hermana! ―exclama la pequeña Zulr.

Ambas niñas, entran a la casa y suben rápido la escalera.

Al entrar a su cuarto, Kéilan ve que en su cama se encuentra un blusón de manga corta, color violeta claro.

Al lado, hay un vestido de doncella con escote cuadrado; de manga larga abierta, desde la altura del codo. Está ajustado hasta la cintura, mientras que la falda es ancha. Es de color violeta oscuro, con una franja ancha, color violeta claro al frente, que va desde el cuello hasta el final de la falda. La tela es terciopelo, con excepción de la franja, que es de seda; al igual que las cenefas anchas de las mangas, que son del mismo color. Toda la seda, está bordada con patrones florales; han utilizado hilos dorados.

De accesorios le han regalado un cinturón de oro. Laminas delgadas cuadradas de seis centímetros por lado, están unidas con pequeñas cadenas hasta llegar al frente y en medio, donde hay un triángulo; el resto del cinturón que queda colgando, son círculos unidos por una sola cadena. Todas las láminas tienen piedras preciosas en las orillas y el centro.

Para el cuello, hay un collar hecho con el mismo material dorado; con varios colgantes circulares. Otra gargantilla se suma a la colección que tiene, pero ésta es de terciopelo y es de color violeta oscuro.

Los últimos elementos del regalo, son dos zapatos simples, color violeta claro.

―¿Qué te parecen? ―pregunta la hermanita.

―¡Es precioso! ―responde Kéilan.

No lo duda ni un segundo y se prueba el nuevo conjunto. Lo hace con mucho cuidado, ayudada por su hermanita.

Para finalizar, se acomoda la gargantilla.

―¿Cómo me veo? —pregunta Kéilan.

―Te vez como una princesa. Muéstraselo a mamá ―dice Zulr.

Las dos hermanas se reúnen abajo con su madre, quien sigue apurada con la comida.

Kéilan tiene que alzar constantemente las faldas (del blusón y el vestido), para caminar más cómodamente y más aprisa.

―¡Hija, te ves hermosísima! ―comenta Sibisse al ver a Kéilan―. Hay que hacer algo con tu cabello. Espérame unos momentos y te ayudo.

―Despreocúpate mamá, Volker me ayudará. Termina mejor con la comida ―dice la joven―. ¿Hay aceite de romero?

―Creo que sí, revisa en la bodega.

Rápidamente, la joven se dirige adentro de la cabaña. En la esquina izquierda, al lado de la puerta principal, se encuentra una trampilla rectangular en el suelo. La puerta escondida, lleva a una pequeña bodega subterránea, donde guardan algunos víveres.

Kéilan encuentra un poco de aceite de romero; guardado en un tazón de madera, cubierto con una tela.

Vuelve a salir y llama a Volker, quien se encuentra esperando en el frente de la cabaña.

―Volker. Ven, te necesito.

―¿Eres tú Kéilan? ―pregunta sorprendido Volker―. Eres la viva imagen de una princesa. ¿De dónde sacaste ese vestido de doncella?, ¿es el regalo de la reina ninfa?

―Así parece. Ven, necesito que me peines.

El equino sigue a la hechicera, hasta llegar a unos metros de Sibisse.

Para sentarse, conjura un hechizo y hace brotar ramas con hojas de la tierra, formando una silla; igualmente como si lo hiciera la reina ninfa. El peine se desprende del mismo asiento; formado por ramas delgadas y sin hojas. La muchacha deja el aceite de romero en el suelo y se acomoda en la silla.

―¿Cómo quieres que te peine? ―pregunta Volker.

―Confió en ti. Prepárame un peinado adecuado para la ocasión.

Volker decide realizarle una trenza de raíz a manera de diadema, el resto de la trenza quedará colgando atrás de su oreja derecha.

Al parecer, los sirvientes ya casi terminan con toda la comida; solo están acomodándola en los platos grandes de madera.

―Mamá ―la llama Kéilan, entre tanto que el equino la empieza a peinar.

―Dime querida.

―¿De dónde consiguieron el vestido?

―Hace una semana y media, la reina ninfa y yo visitamos a las gitanas del campamento de Güíldnah, y les encargamos un vestido especial para ti. Yo les dije tu color favorito, pero fue la reina quien sugirió un vestido de doncella con telas finas; yo creía que se decidirían por otro más sencillo, por la dificultad de conseguir las telas caras.

―Un vestido sencillo era más que suficiente ―asegura la joven―. ¿Tenían mucho dinero guardado?

―No era mucho lo que pensaba darles. En realidad fue la reina quien les pagó. Le insistí en darle nuestro dinero como agradecimiento; al final, no lo aceptó.

Hace cuatro días, llegaron las gitanas con la reina para entregarle el vestido, después me lo dejo a mí.

Tuvieron mucha suerte con Joseph, el mercader de telas; acababa de conseguir unas telas de terciopelo y seda. Como son sus clientas y proveedoras favoritas, les rebajo mucho el precio; por poco y se las regala. Dejé los regalos sobre tu cama, creyendo que tardarías más tiempo en encontrar el último libro.

En esos instantes, Ixus llega apresurado.

―¡Ya llegaron los sirvientes duendes y hadas con la fruta! —anuncia él.

―¿Tu padre ya llevó la bebida?

―Sí. La familia de osos y lobos le ayudó ―responde él―; prácticamente ya todo el bosque está reunido, incluidos los seis monarcas y sus hijos; ellos están muy impacientes por comenzar la fiesta. Ya solo faltan ustedes.

―¡Cielos! ―exclama Sibisse.

―¡Pues diles que empiecen! ―ordena Kéilan―. Solo termina Volker de peinarme y llego a la fiesta.

―¡Tienes razón hija! Ya está preparado todo —ahora se dirige los sirvientes—. Ayúdenme a llevar todo al claro real.

―Quiero quedarme con mi hermana y acompañarla ―pide Zulr.

―Si así quieres ―acepta la mamá, levantando varios platos con su magia―. Las esperamos allá. ¡Vamos Ixus, ayúdame!

Madre, hijo y sirvientes se apresuran a entregar la comida a la reunión; por fortuna se topan con Bárem, quien les ayuda.

Unos minutos después, Volker termina con el peinado: le ha recogido el cabello suelto con media cola de caballo, sujetándolo con un hilo delgado. Por último, el pelo sobrante se lo ha rizado, desde la nuca hasta las puntas; igualmente que la vez pasada.

Ya había llegado la primera hora de la noche.

―¡Listo! ―anuncia el equino.

―Bien. Apresurémonos a unirnos a la fiesta ―dice Kéilan, encaminándose al punto de reunión.

―Ahora de verdad luces como una princesa; solo te falta una corona ―comenta Zulr.

Kéilan empieza a escuchar mucha algarabía al irse acercando al claro real; acompañada de música alegre.

Cuando los tres personajes pasan al claro y a la vista de todos, la música se detiene y empieza un largo momento de aplausos. La pequeña Zulr, se apresura a reunirse con sus padres.

Animales, ninfas, duendes y hadas llenan el claro real.

Los dos monarcas y la princesa del bosque están en sus silla reales, junto al mar. Los reyes de las hadas y duendes, como siempre, se han acomodado en el respaldo de los tronos de sus congéneres del bosque.

Los monarcas del mar y su hijo, se han convertido en humanos, vistiendo túnicas y togas romanas; la reina Zelinda, hizo brotar tres tronos de ramas para ellos. Apenas si han podido asistir, ya que un acontecimiento en el reino marino los tiene preocupados.

Volker y la hechicera caminan tranquilamente al centro del claro.

Es en esos momentos, cuando el rey hechicero se levanta de su trono y calma a la multitud.

―¡Silencio!, ¡silenció queridos súbditos! ―luego se dirige a los dos festejados―. Kéilan y Volker, acérquense más a nosotros.

Caballo y hechicera se acercan a unos metros de los tronos, luego Kirill les pide que se volteen, mirando a los invitados.

El monarca se dirige a todos los presentes.

―¡Ahora mi esposa dirá unas palabras!

La reina se levanta de su lugar, mientras que su esposo se sienta.

Sin perder más tiempo, Zelinda empieza con su discurso.

―Como todos saben, Kéilan, hija de los hechiceros Bárem y Sibisse, inició hace tres meses una aventura y búsqueda de unos textos importantes; escritos por un poderoso hechicero llamado Cúdred, quien vivió hace muchos años.

Él era un amigo muy estimado del bosque; la mayoría todavía lo recordará. Su amistad y sabiduría era muy solicitada por todosZelinda hace una pausa—. Desafortunadamente, su ambición de fama, logró dominarlo al final, terminando por vivir solitariamente.

En sus últimos días de vida, Cúdred redacto cuatro libros; detallando todo su conocimiento. No solo los escritos, eran los objetivos de la joven hechicera; junto con ellos, estaba guardado todo el poder que él poseía.

Hoy, Kéilan ha regresado triunfante; ya que ha encontrado el cuarto libro y a consecuencia, ha reclamado todo el poder de aquel poderoso mago. Por esa razón, nombro a Kéilan, como “La magnífica hechicera del bosque Piim-Asud”.

Otros momentos de aplausos y gritos de júbilo se escuchan. Pasados un par de minutos, el rey Kirill pide orden y silencio.

Zelinda continúa.

—A su lado, se encuentra Volker: un amigo especial que todos conocen; por lo menos, de vista. Él era el antiguo compañero de Cúdred. Siempre estuvo con él; inclusive en sus últimos minutos de vida. Su lealtad es un tesoro invaluable. Cumplió a la perfección la misión que le encomendó su señor.

Sé que el anuncio ya ha sido dado, pero quisiera repetirlo para que todo el bosque se entere.

Desde estos momentos, Volker es el guardián de la familia de hechiceros y asistente personal de Kéilan. De nueva cuenta, le doy la bienvenida.

Más aplausos y festejos, llenan el claro real.

En ésta ocasión, es Kéilan quien pidió silencio; dirigiéndose a todos y alzando ambos brazos. Todos los presentes obedecen de inmediato.

Entre tanto, la reina Zelinda se sienta en su trono.

―Muchas gracias por sus felicitaciones ―empieza a hablar Kéilan―. Quiero darle las gracias a Cúdred, quien fue el que me regaló sus poderes y sabiduría; los cuales obtuvo, según sus palabras, gracias a una entidad muy distante de Ítkelor, quien se los obsequió.

Antes de continuar con el festejo, tengo que entregar unos objetos, que Cúdred ha preparado antes de morir.

Sin más contratiempos, Kéilan extrae el cofre con conchas, de la alforja de Volker.

Empieza a acercarse a los reyes del mar y su hijo.

Ya estando enfrente de ellos, le entrega el cofre al rey.

―Para ustedes, su majestad ―le dice ella.

―Gracias ―responde el rey.

―No me lo agradezca a mí. Son de parte de Cúdred.

Me ha dicho que lo conoció, cuando usted era un jovenzuelo. Él visitó el reino submarino pocas veces; sin embargo, formó una amistad con sus padres. Lamenta mucho, no haber asistido a los funerales de ellos, y acompañarlo a usted en esos momentos tristes. Estos son los regalos por el día de su matrimonio, para usted y su esposa; también por el día que presentó a su hijo a los habitantes del mar.

Pide disculpas por la tardanza de los obsequios. Les desea una vida tranquila y llena de alegría.

Kéilan se da la vuelta y regresa con Volker.

El rey abre el cofre.

Sobre una tela blanca, hay dos anillos de oro puro, decorados con un pequeño diamante en forma de concha marina. Para el hijo, hay un collar hecho con un hilo blanco, decorado con un colgante en forma de pulpo de plata pura.

En todo momento, el monarca muestra una leve sonrisa; no puede evitar mostrar algo de melancolía. Las inquietudes que tenía, desaparecen… por lo menos, hasta el día siguiente.

Kéilan saca el otro cofre de la alforja, para luego acercarse con los monarcas menores del bosque; ya que quiere hablar con ellos por unos momentos.

―Sus majestades. A ustedes ya les di el regalo por adelantado, pero no les di el mensaje que Cúdred les envía. Me dijo, que su amistad con él, fue bastante agradable y confortable. Los grandes momentos que vivió con ustedes, nunca los olvidará. Se arrepiente bastante de haberse marchado sin despedirse. Les desea una vida feliz y un matrimonio duradero.

Ahora, la joven se acerca con la reina ninfa.

―Su majestad, ¿podría sostenerme el cofre por unos momentos, por favor?

―Claro Kéilan. No hay problema.

La reina coloca el cofre en sus piernas.

Kéilan le entrega el pequeño arcón al revés, así la reina no verá lo que saque de él.

Primero saca una tela pequeña y la tapa con una mano. Es el regalo para la princesa.

―Idaira, Cúdred espera que te guste su regalo. Le hubiera gustado conocerte en persona. Dice que eres igual de hermosa que tu mamá.

Le entrega la tela blanca y regresa con la reina.

La princesa desenvuelve la tela, descubriendo un par de aretes: son dos amapolas en miniatura, hechas con rubíes.

Kéilan saca otra tela del cofre: es más grande y tiene que sostenerla con las dos manos; cubre el obsequio, doblando los dedos. Ahora se dirige con el rey.

―Su majestad, reciba este regalo del poderoso hechicero. Me ha dicho, que aumentará el poder que usted ya posee; al parecer, Cúdred transfirió una pequeña parte de su magia en éste objeto. Cúdred cree, que usted y él hubieran sido muy buenos amigos.

Kéilan regresa con la reina.

Ansioso de ver el regalo, el rey hechicero revisa la tela, descubriendo una llave de oro, de doce centímetros de largo. Es idéntica a la llave que trae colgando en el cuello, gracias a una cuerda; salvo que el accesorio del rey, es de hierro.

Para finalizar, Kéilan se para en frente de la reina, diciéndole.

El último regalo es para usted, su majestad. Puede verlo.

Zelinda voltea el cofre y revisa su interior.

Hay una pequeña bola de tela blanca, sobre otra tela color roja. Con mucho cuidado, extrae la tela del arcón, notando que es pesada; se da cuenta, que en realidad hay un objeto envuelto en el paño blanco. Lentamente, hace un lado el mismo. Se asombra cuando descubre una reproducción detallada, en tamaño real, de una flor de crisantemo, hecho con ámbar.

Kéilan le da el mensaje que le encargo el hechicero.

―Cúdred me platicó de la amistad que tuvieron hace tiempo; lo hizo de una manera muy especial. Recordaba muchos tiempos felices y otros tristes; siempre estaban los dos juntos, apoyándose uno al otro.

Cúdred, estaba profundamente enamorado de usted; a la vez, era la primera vez que experimentaba tal sentimiento. Sabía que su creciente egocentrismo, acabaría con esa bella emoción; hacia la mujer más hermosa, en cuerpo y alma, que él descubrió en toda su vida —unas cuantas lágrimas, brotan de los ojos de Kéilan. Se arrepiente en gran manera, por no despedirse cuando pudo hacerlo.

En los postreros años que estuvo en las montañas, la extrañaba mucho; sin embargo, ya no podía regresar. Ya era otra persona.

Él nunca la olvidará.

Le da éste obsequio, para agradecerle el tiempo de amistad y amor que le dio; disfrutó en gran manera de cada día. Siempre recordó su flor favorita: el crisantemo amarillo.

Le desea a su familia mucha felicidad en los próximos años. La felicita en gran manera, por haber encontrado a su pareja ideal.

Kéilan retrocede unos pasos atrás, junto a Volker.

Los monarcas sostienen los obsequios en su mano, contemplándolos en silencio. La melancolía se siente en el aire. Varias lágrimas corren por las caras de los reyes y de varios invitados, quienes han escuchado los mensajes.

Pocos momentos después, la reina llama a varios sirvientes, pidiéndoles que guarden los cofres y los regalos, al lado de un arbusto cercano; acto seguido, se pone en pie y se dirige a los invitados.

―Vamos a darle una última despedida a Cúdred, y sé cómo hacerlo.

Empieza a aplaudir tranquilamente.

Los aplausos se van sumando poco a poco, hasta que todos los presentes aplauden vigorosamente. La ovación dura varios segundos.

―¡Que empiece la música! ―grita el rey del mar―. ¡Esto es una fiesta!, ¡¿no?!

Los músicos: Bárem, Ixus y unos tritones, convertidos en humanos vistiendo togas, empiezan a tocar una melodía jovial para la ocasión, comenzando en verdad con el festejo; los invitados de honor ya están presentes.

Mucha gente se reúne con Kéilan y Volker, para platicar de los libros, los nuevos poderes y otras inquietudes. En poco tiempo, ninguno de los dos puede hablar; quedando con la boca y lengua cansadas.

Casi al final del jolgorio, muchos piden a Kéilan que diera una pequeña muestra de sus poderes.

Complaciendo las peticiones, invoca algunos animalillos (oseznos, ardillas, conejos y pajarillos); lo especial, es que están formados por algunos elementos naturales: fuego, agua, tierra, hielo, e inclusive arbustos vivientes. Les pide a los músicos una canción alegre; cuando ellos comienzan a crear la melodía, los animalillos bailan al compás de la misma.

Otro hechizo que ejecuta, es crear tornados en miniatura sobre la superficie del mar, conjurando fuentes andantes.

La fiesta termina muy tarde.

Kéilan pasa unos días de descanso en el bosque.

En ese tiempo, decide permanecer un día en el bosque, y a la mañana siguiente dirigirse a las montañas Cúdrerianas, para seguir con sus estudios de hechizos y alquimias. Al día siguiente regresaría al bosque Pi-Ud; empezando así, con la rutina de un día aquí y el otro día allá.

Muchas veces, les presta los libros a los reyes y a su familia.

Epílogo

―¡¿Por qué no me invitaron a la fiesta de nombramiento?!― pregunta sorprendido el líder romaní, luego de que Bárem y Sibisse terminan de narrarles la historia a él y al bufón.

Ellos cuatro, están reunidos en la cabaña del bosque, al lado de la chimenea apagada. Todos se han acomodado en los sillones familiares. Ixus ha salido de paseo,junto con su hermanita Zulr.

Hace tres días, nombraron a Philippe caballero honorario.

―Perdóname amigo ―se disculpa Bárem―. Era tanta la emoción que sentíamos, que nos olvidamos de ti.

―Bueno, ya que ―dice el gitano mayor calmándose―. Ya me dijiste el desenlace de la aventura. Tanto tiempo en ascuas me estaba matando.

―¿Ya sabias de esto, compañero? ―pregunta el bufón, quien está sentado junto a él.

―Veras colega.

El día que llegó Gyula con los dos libros, fue mi gente la que preparó el pato asado y el arenque, para la cena especial de la familia y los monarcas, aquí en la cabaña. No sabía cuál era el motivo de la cena especial. Cuando los sirvientes de la reina llegaron a mi campamento, con los ingredientes de la merienda, les pregunte que se celebraba. No me dijeron mucho; solo me pudieron decir que la hija de los hechiceros, había vivido una aventura increíble. Quería venir a la cena, pero me pareció de mal gusto llegar sin invitación; Rylan aprovechó un ligero descuido mío y se coló junto con los sirvientes. A la mañana siguiente visité el bosque, enterándome de media historia.

―¿Por qué no me la contaste el primer día que llegué a tu campamento?

―Vamos colega, solo sabía media historia. Ya sabes que no me gusta contar historias a medias.

Pasaron unos segundos de silencio.

―Muy interesante historia amigos ―dice el bufón pensativo―; me parece de sumo interés un detalle.

―¿Cuál, amigo? ―pregunta Sibisse

―Cuando Volker salvó a Kéilan de esas bestias oscuras, ¿cómo es que sabía cuál hechizo usar?, ¿ya había visto creaturas semejantes en otro lugar o tiempo?

―En una ocasión yo le pregunte ese detalle ―dice Bárem haciendo memoria―. Me dijo que era la primera y única vez que ha visto animales de ese tipo. Me explico que Cúdred le enseñó ese conjuro especial, para salvar a una muchacha en grave peligro; justo en el día que tenía que escoger al posible heredero o heredera.

—Recientemente, encontramos en uno de los libros de magia sobrenatural, una sección que habla de “creaturas compuestas de polvo negro”.

―¿Creaturas de polvo negro? ―pregunta intrigado el gitano mayor.

―Desafortunadamente, solo hay descripciones físicas de ellos y el hechizo para derrotarlos; no dice nada de su procedencia o ubicación. No hay un número aproximado de las creaturas existentes.

―¿Qué hechizo vence a esas “cosas”? ―inquiere el gitano mayor.

Es el mismo que sabía Volker desde el principio. Al parecer, es una luz en particular, que solo mi hija y él pueden invocar ―detalla Sibisse.

―¿Ustedes no han intentado elaborar tal hechizo? ―pregunta el bufón.

―Si lo hemos intentado, pero no podemos ―aclara Bárem

Otros momentos de silencio pasaron.

―Me hubiera gustado platicar con Kéilan y Volker ―comenta el bufón―; entonces pasa un día en el bosque y un día en las montañas, ¿correcto?

―Sí, así es ―confirma Bárem―; hoy fue a las montañas y mañana temprano regresa al bosque.

―Gracias amigos ―dice el gitano al levantarse todos de sus asientos―; ahora me explico porque los reyes tienen accesorios y objetos nuevos.

―Muchas gracias por la historia ―agradece el bufón.

Fue de esta forma que se despidieron de la familia de hechiceros, regresando a sus corceles y siguiendo su camino por el bosque Pi-Ud.

Nota: Bárem y Sibisse nunca mencionaron los nombres de Wesh y Cathal, debido a que Volker no les ha mencionado nada del tema.

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