Era el pasillo más fino y angosto que yo conocía. De pared a pared entraba el dedo meñique apretado y se veía oscuro y como si fuera largo. En el pasillo se apiñaban mesas con manteles amarillos y las camareras pasaban como podían entre la masa de gente que había. Se apilaban atrás de la barra, en el baño, en los techos e incluso debajo de la escalera caracol que llegaba al altillo.

Un día en el festejo de quince de la hija de esa persona que me quedó debiendo plata, de tan angosto que era el pasillo y de tanta gente que había bailando, justo al lado de la mesa dulce se desmayó y cayó redonda como una pelota la señora Maruca. Me acuerdo que llegó la ambulancia, porque no hubo caso reanimarla con respiración boca a boca. Se había atorado con algo tal vez no comestible. Tuvimos que ser sumamente organizados para poder salir todos los que estábamos festejando en el pasillo, que repito era tan fino como un dedo meñique, para que pudiera salir Maruca. El asfalto de la calle ardía y había olor a alcohol por toda la cuadra. Maruca viajó sola.

En ese pasillo, angosto como una aguja de las más finas, cuando hacíamos asados y tiras de chorizo para todo el pueblo, los asadores tenían que meter la pelopincho del calor que hacía ahí adentro. Y las esposas de los asadores también se metían al agua, y los chicos también, y los que no eran hijos de o esposas de también se metían al agua. Y las abuelas lavaban los platos y las cuchillas con agua casi hirviendo porque se endurecía la morcilla en el filo.

En el pasillo di mi primer beso. Él se tuvo que sacar el abrigo para que pudiéramos entrar los dos a lo ancho y yo me tuve que sacar las botas altas. Y nos besamos hasta la madrugada. Tratamos de escondernos pero nos vio el bebé que no paraba de llorar y que estaba aprendiendo a hablar. Nos delató delante de todos y mi primo llamó a mi hermano, y mi hermano llamó a mi tío, y mi tío llamó a mi mamá, y mi mamá llamó a papá. No pude ir a los bailes del pasillo por 37 días y cuando volví, con el pelo más corto y mis cachetes más rojos me dijeron que Fabricio se había ido, que seguro andaba buscando chicas por algún lote baldío. Lloré tanto que el pasillo se llenó de lágrimas y mi abuela que había venido en un barco desde España me consolaba y trapeaba toda el agua. Pero por más que se deslomara trapeando, era imposible, yo lloraba un mar de lágrimas imaginando a Fabricio en otro pasillo levantando la falda de otra dama cuyos padres fueran más liberales que los míos.

Me pareció ver a mi abuela colgada de una rama para que no la arrastre la correntada. Y los chicos que estaban en la pelopincho agarraron sus toallas y se fueron corriendo, y la pareja de viejos que estaba bailando tango se abrazaron y así se quedaron.

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