Acudió al llamado la muerte.

en la oscuridad y la lluvia fuerte.

Montó una ráfaga de fugaz viento.

Las sombras señalaban el lugar del lamento.

Sus lágrimas un río hicieron.

Allí donde el amor y el dolor sangre vertieron.

La muerte dudosa caminaba.

A ciegas buscaba la voz que le llamaba.

Rosas marchitas encontró a su paso.

Con las que hizo el ramo para su regazo.

Siguió andando la muerte sigilosa.

Mientras los susurros le decían ¡ha muerto una mujer hermosa!

Aligeró el paso y llegó.

Tres golpes a la puerta dio.

Una dama bañada en tinta del corazón abrió.

La dejó pasar y sus lágrimas a beberle dio.

Confundida la muerte estaba.

Aquella escena atenta observaba.

El silencio del techo colgaba.

La dama triste le veía y con su cabello la cuerda ocultaba.

La muerte entonces tomó su mano.

Segura estaba que todo fue en vano.

La llamó a su lado y le dio consuelo.

Dejando que las rosas se tiñeran en el suelo.

Por la ventana se asomaban los recuerdos carroñeros.

Quienes en su soledad fueron compañeros.

La oscura recolectora de vida los echó.

Y a la mujer con sus brazos estrechó.

Calmó su alma agobiada.

Preparándola para su última morada.

Le explicó entonces la de por amor fulminada.

Que en su ayer no hubo ni había nada.

Atenta escuchaba la muerte.

Comprendiendo que a veces amar es mala suerte.

Una tarde sepia se enamoró.

Apareció el hombre por el que cada noche pidió.

Su príncipe le llamaba.

con el alma le adoraba.

A él lo hizo su tesoro.

Lo valoraba más que al propio oro.

Su sola compañía era un regalo.

Con su sonrisa desaparecía todo lo malo.

Entrelazaba sus manos con las suyas.

repitiendo mil veces ¡de mí nunca huyas!

Le entregó su corazón.

De amor había perdido la razón.

Más algo empezó a extrañar.

Cuando con el tiempo algo comenzó anotar.

Las hojas del árbol se habían secado.

Las orugas en mariposas habían cambiado.

El sol se había decenas de veces ocultado.

Y la luna su peor lado había mostrado.

El tiempo seguía su camino.

Y lo supo cuando el invierno vino.

Todo estaba por el frío congelado.

Él ausente pero aun a su lado.

Dejó los te quieros y los poemas.

Los cambió por gestos y problemas.

Ya no le tomaba la mano al andar.

Y evitaba a toda costa sus labios besar.

Sintió de los dolores el más desgarrador.

Trató de recuperarle pero fue aún peor.

Él le confesó verdades y la gran mentira.

La dejó sintiéndose como la basura que al suelo se tira. 

Degradó su ser y sus sentimientos.

cansado estaba de con ella compartir momentos.

Se iría al amanecer puntual y sin dudar.

Alguien más ya le espera en otro lugar.

Allí en el piso por el desamor pisoteada.

Su último intento hizo pero no pasó nada.

Recorrió entonces en su cuerpo algo ajeno.

Algo parecido a un fuerte veneno.

Corroyó sus entrañas y su sentir.

Nacía algo que nunca debió vivir.

Dejó hasta el suelo su cabellera crecer.

Esperando al que juró no volver.

Su pena la seguía cual sombra.

Miles de por qués a sus pies de alfombra.

Los restos caducos del amor desaparecían.

Quedando solo las cenizas que con el viento se perdían.

Había dejado de cuidar su jardín.

Se transformó su espíritu bello en ruin.

Su mirada sin brillo quedó.

Y el silencio su fin dictó.

Dolía extrañar y no sonreír.

La que antes curó hoy quería herir.

Plantó una rosa y esperó su flor.

Adivinaba a diario el misterioso color.

Rojo sangre la flor creció.

La cortó y marchitarse la vio.

La enterró en una fosa.

Recordaría siempre que como ella también fue hermosa.

Envió cartas y mensajes inspirados.

Jamás supo si los leyó o fueron ignorados.

La ponzoña recorría ya sus venas.

Sabía muy bien lo que curaría sus penas.

Despreció al sol cada mañana.

Y tomó la decisión mientras yacía en su cama.

Vio su reflejo en el rocío de las hojas.

Pellizcó sus mejillas pálidas hasta verlas rojas.

Pidió consejo al del cielo y al del averno.

Rezó y maldijo de verano a invierno.

En sus sueños le veía volver.

Despertaba y se negaba aceptar que no lo podía ver.

Su corazón se debilitaba.

Su ira día a día aumentaba.

Ocupaba su mente para olvidar.

Difícil era sin su amor estar.

Con su fría mano la muerte tocó su frente.

El amor para unos es bello y para otros diferente.

Sintió pesar por la dama sin futuro.

Quien tuvo un corazón blando que se volvió duro.

Llegó el relato al día presente.

Por fin volvió esa mañana el que estuvo ausente.

Verle hizo su frío desaparecer.

Se acurrucó en su pecho hasta el atardecer.

Le dio un beso que le supo a miel.

Y al ponerse el sol se despidió Él.

Verlo marcharse no lo soportaría.

A su mente vino lo que juró que haría.

Impidió su fuga interrumpiendo su paso.

Vio en sus ojos que el amor hacía ella era escaso.

Le pidió que se quedara con ella.

Sin él su vida fue nefasta y ahora era bella.

Sus latidos cual locomotora.

En su garganta un nudo se atora.

De nuevo el veneno se asoma.

Poniéndole a la historia un punto y no una coma.

Le convenció quedarse un instante.

Mientras ella se acercó despacio al estante.

Halló lo que buscaba entre las telarañas y oscuridad.

Volvió a su lado y por su amor pidió piedad.

Sostuvo él su mano delgada.

Una vez más le dijo que de su amor no quedaba nada.

Volvió simplemente por una cosa.

El collar que fue de su madre para su esposa.

La muerte vio entonces que de su cuello pendía.

Hilera de perlas que su pecho embellecía.

Adivinó la muerte que ella llevárselo no le permitió.

Pero no entendía como esto así terminó.

Usaba yo a diario ese collar.

Al verlo él lo quiso de mi arrancar.

Sostuve en el aire su mano violenta.

El que lastima a una mujer tarde o temprano lo lamenta.

Le abracé con fuerza inhalando su perfume.

Le amaré aún cuando de su cuerpo la vida se esfume.

Si ha de marcharse hoy.

Yo con él me voy.

Mi última caricia entonces sintió.

Fierro ardiente que su ceño frunció.

Cayó a mis pies de nuevo.

Más esta vez fue literal y no un juego.

Mis pies descalzos se humedecieron.

Mis lágrimas en su sangre se perdieron.

El hombre que amé se había ido.

Y yo cumplí lo que había prometido.

Le alcanzaría en el umbral.

Ambos juntos en la eternidad nuestro amor inmortal.

Até la cuerda en la viga más fuerte.

Peiné mi cabello y acepté mi suerte .

Tomé una silla y me despedí del infortunio.

Jamás imaginé ser feliz en Junio.

Coloqué cual bufanda la soga al cuello.

Cuando acabe todo será como antes será bello.

Salté a la muerte para iniciar mi vida.

Abrí los ojos y no hallé la salida.

Le vi cruzar el umbral sin mí.

Él se ha ido y yo me quedé aquí.

Ahora la muerte lo comprendía.

Asesina y suicida la salida jamás hallaría.

Cortó con su hoz la soga.

Cargó su cuerpo inerte mientras de tristeza se ahoga.

Salió de la casa hacía la tumba.

La lleva a cuestas mientras el cielo retumba.

La muerte entonces supo que era hora de marcharse.

Se quedó sola y con el jamás habría de encontrarse.

Alma en pena errante.

Sin vida y sin amante.

Será una eterna agonizante.

El veneno será su bebida por siempre en la copa rebosante.

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