«No hay tiempo para llorar» , y «para que llorar si igual nadie me va a escuchar» Es la frase de una mujer que se encuentra encerrada en un círculo de tormentas que no la deja respirar.
Pero como buena actriz, sabe esconder sus verdaderos sentimientos frente la multitud, (multitud que muchas veces la juzga), pero frente a ella es una mujer jocosa, divertida, creativa y ocurrente.
Tiende a ocultar sus penas en el alcohol, es cierto, pero de esta manera se distrae y su mente deja de pensar en lo que la atormenta.
Y ¿Qué te atormenta?, le pregunté, “Mi vida misma ya es una tormenta, las heridas del pasado, las preguntas, las dudas, el ¿Por qué a mí? y no a otros, ¿Por qué a él? ¿Por qué a mi niño?, a esto le sumo mis necesidades, la condición actual, todo se me complica, es por eso que digo que vivo en una tormenta que no quiere menguar, no quiere escampar, es un torbellino de temores, de inseguridades, solo vivo por vivir, intento sonreírle a la vida, aunque por dentro sé que estoy muerta.
Con una mirada lejana, distraída, y con sus ojos cargados de millones de lágrimas que seguramente correrán cuando yo me vaya, ésta mujer expresa lo que siente, lo que ni aún ella misma puede responderse.
“Mi niño”, como ella lo llama, que no es su hijo sino su nieto, es un joven simpático de 17 años, moreno, ojos color café, con estatura promedio de 1.75, es el prospecto para cualquier chica de bachillerato, inteligente, tranquilo y audaz. Pero trágicamente quedo lisiado en una silla de ruedas desde los 15 años.
La ciencia, la medicina, le dijeron a esta mujer que su hijo no caminaría nunca más; a este jovencito parece que el destino lo “castigo”.
Él, un muchacho de hogar, de familia humilde, estudiante el 4to año de bachillerato, la vida lo sorprendió con un enfrentamiento entre delincuentes, en una zona cercana donde él se dirigía a un matiné, una bala atravesó su costado y lo inmovilizo completamente.
Pudiéramos juzgarlo y auto justificar que fue su responsabilidad, que ese tipo de fiestas siempre terminan mal, pero es inadmisible que un joven pierda las ganas de experimentar.
«Tuvo suerte» comenta ella, «su mejor amigo murió al instante», con su mirada un poco perdida continua, “Pensé que todo pasaría, que solo los primeros días serian difíciles y luego nos íbamos a adaptar, pero no fue así, todos los días me levanto recordando esa escena que para mí era imposible creer, como esto nos podía pasar a nosotros, no entiendo y nunca entenderé”.
Parece mentira, como una bala perdida puede arruinar tu vida y la de toda tu familia, como en solo cinco minutos puedes perder tus sueños, tus metas, tus planes, tu propósito. Cómo una “maldita” circunstancia puede quitarte las “ganas de vivir”, pero dejarte con “vida”; es absurdo, humanamente es incompresible.
“No soy la única” dice ella, “hay otros peores que yo” agrega. Pero esto no la hace sentir mejor, esto no puede borrar el dolor de su alma, su único nieto, el varón de la familia, hoy próximo a ser mayor de edad, sigue dependiendo de ella como un niño pequeño, aquel que no le dio chance de bajar de sus brazos, al que estaba aprendiendo a independizarse, al que solo quería convertirse en más adulto, pero al que vida misma le dio un vuelto y lo convirtió en niño otra vez, al que hay que cambiar, bañar y darle de comer, porque solo no puede.
Esta mujer, que tendrá su nombre oculto, es el reflejo de miles de mujeres que les ha tocado vivir una escena como esta, en esta novela llamada vida, la que no siempre tiene un final feliz. Ella seguirá demostrándole al mundo que nada pasa, mientras su corazón esta arrugado y su mente divague en un laberinto en el cual no encuentra salida.
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