De Van Gogh, la oreja

De Van Gogh, la oreja

Nieves Merced

03/10/2017

Cuando el teléfono sonó trabajaba en una maqueta, un proyecto manual de esos que sabes, me cuestan tanto.

De manera intempestiva me anunciabas que dabas por terminada la relación secreta que mantenías con migo. Viajarías a Italia por los próximos cuatro meses y después quién sabe.

Me decías que era imposible para ti saber a qué atenerte conmigo. Que en un día y en una hora me encontrabas completamente dócil y dispuesta y que a la otra hora, incluso del mismo día me ponía apática o severa y que mis juicios te lastimaban. “Eres cambiante e impredecible –decías- y eso me daña”.

Mientras te escuchaba me vi reflejada en el espejo que formaba la pantalla del televisor apagado y vi entre mis cabellos el bisturí con que antes pulía el borde de una minúscula casa de cartón paja y que ahora sostenía en la mano en que apoyaba mi cabeza. Te decía que estaba por decirte lo mismo, que habíamos ido demasiado lejos, que pronto ya no habría camino de regreso y que te agradecía que hubieras tomado la delantera.

Recordamos la manera como nos habíamos conocido como se trató al principio de simple compañía, una distracción que nos hiciera olvidar lo solos que estábamos en nuestros respectivos compromisos y cómo terminó siendo lo único divertido. La sincronización que habíamos terminado teniendo, hasta dejarnos sin aliento los buenos momentos compartidos. Las largas caminatas, las escapadas, las lecturas y por supuesto la cama, el refugio obligado de los cuerpos.

Y así, fuimos conjurando como antesala al olvido, lo que habíamos vivido a lo largo de casi un año de romance furtivo. Porque nada es del todo inofensivo.

Te agradecí entonces tu gentileza, tu sinceridad, tu entrega y mientras te lo decía pensaba que debía hacer por ti algo que fuera realmente inolvidable.

Entonces recordé cómo te gustaba mi abundante cabello revuelto, y como solías tomarlo entre tus manos y estrujarlo hasta despeinarlo por completo.

Así que, cogiendo con una mano gruesos mechones de pelo, empecé a cortarlos con el bisturí, para después ponerlos con sumo cuidado en el borde de la mesa a la par que los iba amarrando con pequeñas gomas elásticas.

Cuando el filo de la cuchilla se abolló y me dolía cada intento,caí en la cuenta que ya no había reversa. Llamé entonces a la peluquera para que, cuchilla en mano me dejara calva por completo.

Este es el paquete que te envió y que ahora recibes, con el que aspiro a recompensar tu amorosa entrega. Gracias por hacerme volar contigo. Fue una gran experiencia.

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