El tiempo borra los mejores recuerdos, pero gurda los peores, para un joven con sueños y metas por cumplir. Pedro un muchacho de estatura baja, piel blanqueada por el sol de mediodía, con una gama muy amplia de pensamientos y valores inculcados por sus padres. A razonado lentamente y decide irse de casa.
Las sonoras puertas que se abren lentamente, mientras él se despide de su progenitora. El abrazo parecía eterno, sus manos temblorosas lo despedían, el rocío de sus ojos mancha el terciopelo de su camisa planchada por última vez en casa. Con su voz cortante decía –El camino es largo para salir de casa, pero espero que sea corto para tu retorno-. Su madre entre sus manos sostiene un colgante forjado en hierro, pero era el mejor recuerdo que podía dale a su hijo El marco de honor de sus tres hermanas, dos perros y un gato negro lo despiden con la mirada, siguen sus pasos hasta el jardín de la cálida casa.
Una cruz en el sendero nebuloso, por los árboles, aromatizado por las flores silvestres; marcaba la última despedida de su padre que murió en batalla defendiendo su hogar, su familia, pero nunca defendió su propia vida. Recordó instantáneamente la figura de noble y caballero que heredó de su padre, entre cantos de pájaros y la brisa que azotaba a los árboles escucha una melodiosa voz que le dice –Regresa a casa con tu vida por delante y con la esperanza entre tus manos.
Sus botas pesaban un poco más de lo acostumbrado, parecía que no querían dejar su hogar, caminaba ya cinco horas. Su casa estaba lejos de la ciudad, cerca de la frontera marcada con espinas. Un inmenso campo en donde se libró una batalla, en donde su padre con su espada pintada, su escudo reluciente y su armadura llena de tristeza perdía una guerra que no era suya; macaba ya casi la salida del bosque envuelto en penumbras, almas di ambulantes de los soldados que se quejaban. Entro en una cueva, la noche ya había tomado al día, comenzaba a recitar los insectos anunciando la pronta oscuridad. El peso de sus ojos, el cansancio de sus pies lo obligaban a dormir. Entre lamentos, quejas y ordenes entre abre sus ojos. Rápidamente saca su espada, levantándola hacia el cielo se puso en pie en segundos tan cortos; miró de lado a lado las capas negras de apenas 10 soldados que se burlaban por su actuar.
Era un batallón, vestidos de con trajes negros, sus espadas de plata que reflejaban la luna, sus escudos pequeños revestidos con oro de diamante. Pedro con su corazón fuera de él sobresaltado con sus cabellos en punta de guerra y sus ojos buscaban la calma; gritaba – Soy hijo de Korter, su padre el mejor guerrero que murió en batalla-. Los soldados rápidamente se inclinaron sus cabezas y al momento que decían –Por fin llego Señor hijo de nuestro libertador. Lo hemos esperado durante 100 veranos-. Pedro lentamente bajaba su espada, reviraba su rostro, desesperado recordó los relatos de su padre que los contaba todos los días después de sus batallas en el bosque de Diamantes. Entre sus historias le vino a la mente una acerca de una maldición echa a unos soldados por robar oro y plata de las tumbas de los enemigos. Su abuelo había jurado liberar al pequeño batallón, pero nunca se llevó a cabo.
El sol marcaba la mañana, los rayos penetraban entre los árboles, la humedad ascendía al cielo desde la tierra. Los soldados no podían morir eran eternos como el cielo hasta que la promesa de la familia sea cumplida, encarcelados en el bosque. Pedro ya más tranquilo preguntaba –Que debo hacer para liberarlos de esta desdicha-. Uno se levantó, quitándose la tela que envolvía su rostro cadavérico se acercaba para resaltar lo siguiente-Tú abuelo y padre eran nobles. Tú apenas eres un muchacho que busca saldar deudas con los muertos-. “Si están muertos que esperan de mi” menciono pedro. –Que nos dejes en libres y lejos de este bosque-. Eran momentos muy tensos entre ellos –Solo díganme que debo hacer y lo haré por mi familia que espera con sus manos abiertas las ganancias de mi trabajo en la ciudad-.
Tofer, nombre del soldado, con su voz áspera mencionaba –Al momento de cumplir tu promesa te recompensaremos con nuestro robo. Primero debemos llegar al río silencioso, cruzar las piedras afiladas del musgo blando de la humedad del bosque. Cuando lleguemos debes plantar tu colgante con tu espada en la raíz del árbol padre. No será fácil llegar, en el camino surgen demonios que pretenden dejarnos eternamente con ellos. Nosotros te cubriremos hasta la falda de la montaña, desde ahí es tu viaje solo debes tener cuidado con tus pensamientos y dejar de lado las alucinaciones que logres ver.
Entonces vamos ahora que le tiempo es como el viento deja los recuerdos y se lleva la juventud- resalta Pedro.
Los pasos de los soldados sonaban como tambores en guerra los animales huían, el sol se ocultaba dejando a las nubes grises en el cielo. Mientras caminaba empezaba a recordar lo que, aprendido en casa, a cómo defenderse, o no temerle a la oscuridad y como tranquilizarse en frente de las cosas eternas. Entendió que su familia lo estaba preparando para esto y que el sufrimiento de su madre era por cumplir la promesa heredada. Sintió una mano congelada por su hombro que traía desdicha, Pedro regreso su mirado y planto su espada en el corazón de Tofer, pero este no murió saco lentamente la espada, mientras veía derramar vino de sus venas cortas. Tofer menciono –Esta maldición es no nos deja morir pagamos por nuestros pecados. Tú tienes el corazón y sangre descendiente de tu abuelo un hombre culto y leal. Que no pudo cumplir con su promesa, lo mataron las raíces de este boque, asfixiado con la humedad de la mañana. El forjo ese colgante para que sus descendientes cumplan su palabra, tu padre murió ahora solo quedas tú; esperanza nuestra queremos volver a casa, nuestra avaricia nos encárelo. Solo queremos tener una tumba y ser recordados-. –Pero ya lo son ustedes son el ejército más mencionado en la ciudad-. Nos recuerdan por robar al sol su brillo y la luna su resplandor.
El suelo tiembla, en frente aparece un gigante con grandes cuernos de fuego. Todos de dispersan. Pedro corre bajo un árbol, este le habla –Que vas hacer déjalos solos ellos han no respetaron la naturaleza de la guerra-. Menciona el viejo árbol. Pedro mira al batallón peleando. -Huye-. Grita el árbol. Pedro corre hasta el rio, se balancea encima de las rocas y llega a la falda de la pradera. Es alcanzado por una flecha de un venado en dos patas que lastima su hombro. Retira el pedazo de madera de su cuerpo, intenta pelar con ese fenómeno, pero es muy rápido; los demás están ocupados. Ahora esta solo inclina su cuerpo en posición de batalla, como le enseño su padre, el venado se acerca lentamente por su espada lo abraza y roba el colgante. En el suelo casi asfixiado comienza a gatear, poco a poco va tomando fuerza, y lo persigue pradera arriba, la neblina esta espesa apenas se puede divisar la figura del venado las almas y sus gritos y sus lamentos y sus llamados no lo dejan avanzar. Se pone de rodillas, cierra sus ojos y camina en silencio sin hacer sentir sus pasos. Siente con el corazón que el venado está en sus espadas, horizontalmente lanza su espada hacia atrás cortándole la cabeza. Abre los ojos, toma el colgante las almas no lo dejan en paz; aparecen un tigre colorido, muy grande que obstaculiza su camino. De espaldas se refugia en un árbol, sabe que los muertos no podrán pasar del río. Trepa hábilmente por las ramas, su pie es tomado fuertemente por una liana. Con su espada la corta, llegando al final salta sobre su bestial oponente en su espada clava varias veces su espada, pero no hay resultado.
Ferozmente lo intenta de nuevo, ahora en su cabeza, degollándolo. Las animas salen despavoridas al ver tal logro. Llega al árbol padre y clava su colgante junto con su espada. El árbol levanta rápidamente la espada y lo clava en su pecho manchando con roja sangre la camisa de terciopelo. Ya era tarde la promesa estaba cumplida el mato gris del cielo se abrió para el sol. Los soldados cruzaron el límite del bosque rompiendo por fin su desdicha para ver al descendiente agonizar. Tofer, ya en su desvanecimiento el cielo reclamaba sus cuerpos, decía –Pedro solo levántate-. Despertó en su jardín sus perros lo acariciaban su espada estaba enfundada, en sus bolsillos monedas de plata y oro. Llego una de su hermana –Pedro has dormido ahí durante tres horas. Vámonos-. Levanto su mirada hacia el espeso del bosque observo a Tofer y a sus compañeros despedirse mientras se desvanecían hacia el cielo.
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