He conocido a la mujer más hermosa. Caminaba en dirección contraria al ocaso mientras yo veía. No la veía a ella. Nunca la vi. Mis ojos se perdieron entre los colores del cielo, deslumbrantes, magníficos. Pero sabía que era ella. Sabía de sus ojos, de sus manos, de su piel. Lo supe en aquel momento. Ella podía perderse el maravilloso espectáculo a sus espaldas. ¿No era ella quién hacía todo eso? Venía hacia mí. Se pondría junto a mí, tomaría mi mano y escaparíamos. Llegaríamos al sol. Sería así y no de otra manera. No había otra manera. No había nada. Y yo solo distinguía trozos de suelo que se desvanecían a cada momento.

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