La tarde cae sobre mis pies y la lluvia moja todo a su alrededor. Desde la ventana aprecio el espectáculo, deseosa de poder sentirlo. 

Observo las gotas que se deslizan por el vidrio buscando un lugar para existir y las luces de los relámpagos que encandilan me producen escalofríos.

El sonido del agua chocando sobre el techo de la casa, no deja que escuche con atención la melodía que suena en el reproductor de música. Le pongo pausa, la lluvia me llama, me dejo llevar por su canción. 

De repente todo se vuelve apacible. Me dirijo hacia el exterior de mi hogar y una brisa me regala el perfume de la tierra mojada. Creo que es el aroma de la vida, toda la flora y fauna revive a mi alrededor. 

El atardecer se sumerge en el horizonte y la oscuridad avanza a paso disimulado, dando lugar a que la luna pueda mostrar su rostro una noche más. Siempre me dejo atrapar por su encanto, sus destellos son capaces de hacer que se calme mi mente, aunque también es la misma que me trae inquietud y temor.

La oscuridad se convierte en pensamiento, ahora es el estadio de la reflexión. Estoy aprendiendo a analizar mi interior, buscando maneras de sentirme mejor. Todo lo que me duele, todo lo que me angustia, escucharlo con atención, encontrarle solución.

 Y aunque haya noches desesperantes, donde los recuerdos del ayer me hablen y la incertidumbre del mañana me mantenga prisionera, conservo presente en mi mente que soy capaz de darme la libertad que necesito, esa que tantas veces ansío y pocas me permito.

 La lluvia siempre me trae hasta acá.

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