Alicia en el país de las utopías

Alicia en el país de las utopías

Que fácil recordar a nuestra Alicia.

Simplemente hay que permanecer en la tranquera

observando el camino de partida.

Hoy como ayer embellecido por los cálidos colores del otoño.

Sin embargo sigue siendo aquel sendero tenebroso

de una tarde desteñida,

en que un automóvil verde opaco, impetuoso,

en desenfrenada y descarada carrera de siniestra alevosía,

se alejaba dejando un remolino de hojas muertas y descoloridas.

Aquella fue la perversa tarde en que cuatro despiadados personajes,

con insultos, violencia y argumentos de rencores incomprensibles todavía,

se llevaron a nuestra Alicia.
Una desapacible sensación de impotencia y desamparo

dejó a esa madre, suplicante, y dolorida.

Vio como esa horda de crueles desalmados,

mientras insultaban y blasfemias proferían

como justificando ese proceder salvaje,

entre órdenes, forcejeos y empujones,

secuestraron a nuestra Alicia.

Fue arrojada al asiento posterior del auto

acorralada, ultrajada, sometida.

Con desgarros de neumáticos, arando el suelo,

arrancaron en frenética partida

hacia los confines del horror

hacia una muerte ya establecida .

Fueron escasos y eternos los minutos.

Fue el inicio de una lacerante herida

en la historia de una simple familia.
Allí en ese extremo de la angustia

quedó la madre inmensamente dolorida,

gritando su dolor, pidiendo una explicación

a todo lo inexplicable que sucedía.

Por el largo camino el remolino de hojarasca

dejó su infructuosa reacción ante esa partida.

Luego se fue acomodando mansamente

en las dos largas alfombras de cada orilla.

Todo volvió al silencio de la tarde

cuando la chacra descansa su rutina.

Solo en el aire quedó una nota aguda,

disonante, monocorde, como aturdida.

Y fue un paisaje atónito después de un cataclismo.

Y fue un largo silencio de angustias contenidas.

El comienzo de un tiempo infinito en esperas.

El zumbido de un enjambre sofocante que atosiga.

En todos los calendarios quedó fijo

la lacerante la fecha de ese día.

Fue cuando el largo recorrido de la infamia

En 1976 nos estremecía.

Que sencillo era querer a nuestra Alicia.

Con su pequeña y frágil fantasía.

Deslizándose armoniosa por el campo.

Mostrando, permanente, la sonrisa

desde su bello rostro de grandes ojos fijos,

su amplia cabellera cobriza

y su marcha decidida.

Como no quererla al escuchar su canto

en las tantas reuniones de familia,

con esos simples versos optimistas.

Cuantas tardes, al pasar caminando,

por ese largo camino de ida,

me detuve a escuchar aquel piano

acariciado por sus manos infinitas.

A esa hora del día todo lo cubría.

La alameda, la acequia y las distancias

los árboles los trinos y la dicha.

Verla decidida por los barrios

preparando el teatrillo en las esquinas

que los niños, alegremente agradecían.

Volaban por espacios imaginarios

por aquellos países de fantasía.

Tan reales como los títeres sugerían.

Si, Alicia era eso y mucho más todavía.

Sus estudios de Asistente social concluía,

completando su tesis en un barrio marginado.
Conocía a los humildes moradores de la villa.

La pobreza y la desigualdad tanto le dolía..

Alicia fue arrebatada impiadosamente.

Los habitantes pobres de las villas

se quedaron sin su estrella rutilante.

Los niños del barrio ya no sienten alegría.

No viajarán más por el mundo imaginario que los títeres les proponían.

En las fiestas no volveremos a escuchar

su deliciosa voz quedó enmudecida.

Los grupos de catequesis aún esperan

la hora en que el campanario de la capilla

cante el ángelus llorado de la despedida.

Y allí quedaron los padres de Alicia

paralizados en aquel terruño sin regresos

con una profunda devastación para sus días.

Fue el inició de un desgarrador recorrido

por cárceles, despachos y oficinas,

Se sumaron innumerables conjeturas

a la escasez de rastros y de pistas.

Todos los pocos testimonios,

ante la inocencia de una joven vida,

que, sin motivos, fue lanzada al fondo del abismo

con la carátula de “Ausencia Forzada y Desconocida”

Y se sumaron los días y los años

a tantos jueves de largas marchas cancinas

de apesadumbradas madres con pañuelos blancos.

Hasta que muy juntos en el dolor, aquellos padres,

fueron sucumbiendo a la lacerante herida.

Por fin la muerte piadosa los alejó de la tristeza

y de tanta angustia contenida.

Es difícil explicar en estos tiempos

el compromiso, que por entonces, se asumía,

esta posibilidad del hombre nuevo,

solidario, creativo, comprometido y con lealtades sostenidas.

Seguimos teniendo la esperanza

que a pesar, que la exclusión, la violencia, el egoísmo se globalizan,

también habrá muchos quienes crean

que es posible lograr el convencimiento:

que aún existe la utopía.

Pasaron tantos años hasta que armar se pudo

esta historia del horror, del odio y la desidia.

Con un país tan desgarrado, resistir contra el olvido

con la firme convicción de que no se repita.

Definitivamente ubicarnos en lo cotidiano

donde todo transcurre entre angustias y alegrías,

y de alguna manera exorcizar a tanta muerte

con toda la intensidad que nos da la vida.

Así, recuperaremos a la inolvidable Alicia

del infierno y de la muerte a la que fue sometida.

Pienso que será mejor verla volver

en nuevas primaveras con fragantes días

en otros ojos, y otras sonoras voces,

Con mensajes solidarios de paz, amor y alegría.

Horas después de ser secuestrada,

cuentan que en la “Escuelita” fue vista.

Era valiente y no se callaba nunca.

Así, quienes la oyeron lo afirman.

En esa noche del horror, vendada y maniatada,

enfrentando con la palabra,

a las bestias de uniforme fratricida.

Esa misma actitud siguió teniendo

cuando la vejaron la masacraron y fue sometida.

Y volvieron a escuchar su canto claro

desde el fondo de la lúgubre celda fría

con la misma calidez y determinación de siempre

y con clara voz fuerte y decidida:

“Si los nuestros quedaron sin abrazo,

la Patria casi muerta de tristeza,

y el corazón del hombre se hizo añicos

antes de que explotara la vergüenza.

Usted preguntará ¿por qué cantamos?

Cantamos porque llueve sobre el surco

Y somos militantes de la vida.

Y porque no podemos, ni queremos,

Dejar que la canción se haga cenizas.

Cantamos porque el sol nos reconoce

Y porque el aire huele a primavera,

Y porque en este tallo, en aquel fruto

Cada pregunta tiene su respuesta.”

(Recordando a Mirta Tronelli, Cecilia Bechi, Tina De Grandis y

Alicia Pifarré. DESAPARECIDAS)

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