En la habitación de allá arriba

En la habitación de allá arriba

Alexander Cóndor

17/06/2020

Llegaba cansado, el día había sido agotador y muy largo, en especial para él. Había escrito unos cuantos cuentos y también avanzaba con la redacción de su novela que algunos la juzgarían de absurda, pero el mundo ya era absurdo, así que no tenía de que avergonzarse. Tan solo deseaba una relajante siesta después de haberse dado una fresca y rápida ducha, le era difícil conciliar el sueño sin estar pulcro. Había decidido vivir solo hace un par de años, sentía que se podía concentrar e inspirar más. Rentaba una habitación en un lugar no muy alejado al centro comercial de la ciudad, pero tampoco muy cerca, se inspiraba más así.

Cuando llegaba a su casa observo a mucha gente en el lugar donde rentaba, algo había pasado de seguro, pero estaba tan cansado que ni si quiera se le dio por correr. La referencia que le dieron es que había un desperfecto con las tuberías, y algo que se refería a un cortocircuito o algo así entendió. Le dijeron que le descontarían unos miserables veinte soles y que podía ir a hospedarse donde él quisiera durante una noche. Le pareció una absurdez, con veinte soles no podría pagar ni siquiera una pocilga a las afueras de la ciudad. Mas no había otra salida, aquella testaruda dueña no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer y lo único que le quedaba era asentir mudamente. No tenía muchas cosas, y le dijeron que cuidarían de ellas en su ausencia, está por demás decir que él no le creía para nada, y se aseguró de llevarse lo más valioso. Tenía un maletín polvoriento y allí puso las pocas cosas valiosas que tenía en su poder, y se marchó sin despedirse de aquella dueña avarienta.

No fue donde su familia, porque esta, no estuvo de acuerdo con su salida de la casa, y retornar sería darles la razón, algo que él no pensaba hacer. Por el sur había cierto conglomerado de hoteles, no sabría decir si decentes o no, nunca había pasado una noche por allí. No le pareció correcto alejare demasiado de la casa donde vivía, al fin y al cabo eran simplemente dos días cortos, o al menos eso creía. Decidió adentrarse más con dirección al centro, a uno de esos viejos hoteles que funcionaban en casonas, la noche recién había entrado, eran aproximadamente las siete y media. Había un hotel, algo viejo ya, porque desde que tenía memoria recordaba hacerlo visto allí, se llamaba “La casa del Inca”, se veía regular. Era un hombre decente y eran casi inexistentes las noches que pasó durmiendo en otro lugar que no sea su cuarto, así que no estaba acostumbrado.

Una vez cruzo el umbral de la puerta, sintió un aire pesado, como de un ambiente algo extraño. El que trabajaba en la recepción tenia aspecto de un vagabundo uniformado, una mirada profunda, como si se tratase de un alma, que paso allí todos los días antes de su muerte y después de ella. No creía en lo paranormal, se le acercó y le pidió una habitación, por una noche y un día, mañana al atardecer volvería a su cuartucho. Le cobró veinte soles, por adelantado obviamente, y le dio unas llaves oxidadas y ásperas, desgastadas por el tiempo, eran de una habitación en el primer piso. Estaba demasiado cansado y casi mecánicamente camino hacia el cuarto, que se encontraba un poco alejado de los demás, en medio de estos estaba el cuarto de servicio. Abrió la puerta y tan solo había una cama, una mesa, un pequeñísimo guardarropa y un televisor, a colores, pero muy antiguo eso sí, el recepcionista le había advertido de que aquel televisor no funcionaba. Tenía consigo un libro de José Santos Chocano, pero no recuerdo el título, era lo único que tenía para entretenerse. Estaba tan internado en aquel mundo lectivo, cuando de pronto escucho un estrepitoso ruido en la habitación de arriba.

Ya había leído y escuchado numerosas historias sobre habitaciones misteriosas, y en aquel momento no le parecía nada gracioso jugarle una broma de aquellas. Fue a ver por su cuenta por su cuenta que era lo que sucedía. Pasó por la puerta del hotel para subir por las escaleras, y el recepcionista no se encontraba allí. Le pareció extraño, tocó la campanilla, y acudió desde el cuarto de servicio. Le comentó lo que había sucedido, y extrañamente el recepcionista solo le dijo que iba por café, y se esfumo como alma que se lleva el diablo. Estaba lo suficientemente cansado como para aguantar payasadas en aquel momento de la noche, decidió ir por su cuenta, al fin y al cabo no podía ser tan malo.

Una vez allá arriba toco la puerta, estaba furioso, deseaba que hagan silencio de cualquier manera. Durante diez minutos nadie abrió y eso le pareció muy extraño, tocó aún más fuerte, y escucho que se dirigían hacia la entrada, no es que tuviese miedo, pero retrocedió un poco por precaución. Abrió un hombre, con una barba que parecía estrellarse en el piso, con unos ojos que estaban más hundidos, que lo que estaba en su miseria, si le ponías cierta atención especial, era parecido al huésped enfurecido. No se dijeron nada, y el hombre dejo la puerta abierta y se dispuso a seguir con lo que estaba haciendo, martillar e viejo desagüe de allí, todo viejo y desgastado. El huésped tampoco pregunto, solamente lo miraba y no se explicaba como alguien podía estar trabajando a eso de las diez de la noche, cuando en esa ciudad, a las ocho ya no aprecias ni un alma en las calles.

No quiso parecer entrometido y bajó a dormir tranquilamente, se puso la almohada sobre sus oídos para aminorar el ruido, que por cierto continuaba. Fue la noche más larga de su vida, era estresante oír aquel estruendoso golpe del martillo, contra el metal y más tarde contra una madera. “Ese fontanero repara madera, la arrendadora debería contratarlo” pensó irónicamente. A pesar de que él no era quisquilloso, estaba dispuesto a darle todas sus quejas al recepcionista al día siguiente. Logro conciliar el sueño faltando poco más de diez minutos para las cuatro de la mañana, y tan solo una hora más tarde, había un estruendoso grupo de gente dentro del hotel. Vio a policías y personal de emergencia y le pareció extraño, fue a buscar al recepcionista, muy furioso, y no le importaba llegar tarde al trabajo, aquel hombre lo iba a escuchar. Cuando lo encontró estaba dispuesto a vociferarle todo lo que tenía guardado de la mala noche, más el recepcionista lo interrumpió.

Le contó, que la noche anterior, se había hospedado un hombre y su pareja, y que misteriosamente, habrían discutido y en la había asesinado, con un martillo, y que luego se habría quitado la vida a sí mismo. Aquel aparente fontanero podría haber sido el asesino, esa idea lo invadía misteriosamente, en aquel caso el habría estado frente a él y podría haberlo matado, para disimular de seguro le daba golpes al metal. El cuerpo de la víctima había sido encontrado en el guardarropa, pero asegurado con clavos, y allí estaba el martillo de sangre, idéntico al martillo que vio la noche anterior. Preguntó por el cuerpo, que aún no había sido trasladado. Se acercó tímidamente a verlo, no sabría decirles si el más pálido y frio fue él, o el cadáver.

Este cadáver era de un joven lampiño, blanco y de unos ojos normales, era de talla promedio, a diferencia del supuesto fontanero que era mucho más alto. No sabía que decir, como todos que nos hubiésemos visto en esa situación, decidió contarle a comisario sobre lo que había visto anoche, y sobre los ruidos. Le preguntó al recepcionista por el comisario, y lo llevo con él. Estaba de espaldas, era un hombre alto y flaco, y su pelo medianamente largo. Aquel huésped perturbado por la mala noche, se dirigió a él, más cuando el comisario se dio la vuelta, aquel huésped amargado, tuvo una reacción estupefacta, como si hubiese visto al diablo en persona, si antes ya estaba asustado, ahora el susto lo estaba asesinando. Aquella mirada, aquella barda, aquellos ojos hundidos, era el, era el hombre que estaba en la habitación anoche, sin lugar a dudas era aquel supuesto fontanero nocturno, y lo convenció más aun, cuando el comisario sonrió de manera maquiavélica, la sangre del huésped, se le congelo más que la de los cadáveres.

Se largó de aquel hotel lo más pronto que pudo. Nada volvió a ser lo mismo desde aquel día, se volvió paranoico y veía conspiraciones en numerosos lugares, hombre perfecto para la literatura, estaba perturbado. Ya casi ni salía de su cuartucho, tan solo cuando era necesario. Una noche se le halló en una esquina, titiritando, no decía nada más que: “En la habitación de allá arriba”.

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