I
Montag, Zivon y Rowena
La luz oblicua del atardecer teñía de claroscuros el pálido rostro de Montag, sentado a una mesa junto a la ventana de la destartalada cafetería Cinnabon. El flequillo rubio, corto y rizado, le daba un cierto aire de emperador romano. O eso decía Rowena: un adusto emperador en horas bajas. Se acercó a él con un café sobre la bandeja.
—Deberías tomar tila, no café —dijo Rowena—. Dejó la taza en la mesa, se quedó a su lado y apoyó la mano en el hombro de Montag —. Sé que White era tu mejor amigo. Pero son ya tres semanas desde su muerte… reacciona, por favor.
—Qué le voy a hacer —dijo él.
Le salió una mueca dolorida cuando quiso sonreír. Agradecía la actitud de su amiga; siempre cercana, dispuesta a ayudarle.
—De qué sirve darle vueltas.
—Rowena, la campaña de limpieza selectiva ha empezado con White —Montag había bajado la voz y miraba alrededor para asegurarse de que no le escuchaban—. Y no va a parar. No será el único.
—Él se arriesgó… se entregó más bien. Enfrentarse a ellos fue un suicidio.
—Hizo lo que hay que hacer —susurró él; su voz sonaba fúnebre.
—¿Te sientes culpable por estar libre? —le riñó ella—. Lo siguiente es que sigas sus pasos y caigas tú también… —. Volvió al tono cariñoso—: Eres mi único amigo.
En la amplia cafetería solo había una mesa ocupada por una pareja, que comía en silencio. Sonó chirriante la puerta de entrada cuando la abrió un hombre alto. Echó un vistazo al local y se dirigió a la barra. Rowena se acercó para atenderle. El hombre le ofreció la mano arqueando el brazo en un ademán formal algo exagerado, y se presentó a sí mismo. Se llamaba Zivon y acababa de llegar a la ciudad en autobús. Era periodista y pensaba hacer un reportaje sobre el legendario músico Milo Terance, nacido hacía un siglo en una casa ahora oficina gubernamental, cerca de esa cafetería. Rowena le dijo que había oído algo de su música, pero el hombre insistió en la importancia del gran músico, que compiló y grabó una ingente cantidad de canciones populares del país, un legado cultural que sin él se hubiera perdido…
Entraron dos hombres que saludaron con familiaridad a Rowena y a Montag. Uno de ellos le guiñó un ojo a Rowena y le puso morros; Rowena rechazó el gesto con un movimiento de mano; estaba acostumbrada a que los hombres se tomaran ciertas libertades con ella, pero solo de palabra y a distancia; todos en el pueblo sabían que no podían traspasar los límites que ella marcaba. Que era soltera, sin pareja y aburrida de su trabajo en el Cinnabon, era sabido. Más secretos, si los había, les hubiera gustado conocerlos, pero Rowena era discreta hasta aburrir al más curioso. Les puso dos whiskys con hielo en la barra, y un café a Zivon. Los dos lugareños miraron entonces al forastero, como si esperasen una explicación de su presencia allí. Este les devolvió una cortés inclinación de cabeza. Ellos apartaron la mirada y cuchichearon.
Zivon siguió hablando con Rowena, y Montag prestó atención; le chocó el tono de suficiencia de aquel hombre, y le pareció que recitaba una lección recién aprendida. Le observó: tenía buen porte, realzado por un elegante traje beige, y entornaba los ojos al sonreír; sabía que gustaba a las mujeres. Un hoyuelo en el mentón, la mandíbula recta y esa sonrisa: flirtear era para él tan natural como respirar. A Montag no le gustó aquel hombre. Ese tipo no sabía de música. Y puede que al final le tirase los tejos a Rowena, pero no había venido a eso. Ha venido a la ciudad para algo, pensó. Me fío de mi instinto: no sé quién es, pero sé quién no es. No es quien dice ser.
Rowena fue al fregadero a enjuagar unos vasos, se secó después las manos y, de espaldas, sacó de un pequeño bolso un espejo y mirándose en él se pasó un lápiz por los labios. Se recompuso un mechón que se había soltado del pelo recogido, y volvió donde Zivon. Con la sonrisa estrenada en sus labios rojos se acercó a Zivon caminando despacio, mirándole. Zivon soltó un silbido suave y achinó los ojos. No siguió con la historia del músico Milo Terance. Montag no había dejado de observar. Era natural que a Rowena le gustase el hombre guapo y alto. Se mordió la mejilla por dentro, pensando que ante lo que estaba viendo, él no tenía nada que hacer.
II
Montag
Vavrinec, mi compañero… tan tranquilo, es su trabajo, no tiene problemas con la Campaña. Lo envidio… no, no me cambiaría por él, no quiero ni podría. Los de manga ancha con su conciencia allá van, todoterrenos, caiga quien caiga, papá Gobierno sabe, yo no soy quién… pero los subversivos son unos canallas, ¿es que no te enteras?, hay que ir a por ellos. No hay más. Así es Vavrinec. También hasta hace poco yo pensaba parecido a él, o sea, no pensaba. White sí que pensaba, no se conformaba, y se puso a indagar… y los pilló: las supuestas confesiones las hacía el propio Comité… y claro, ¿lo iban a dejar vivo sabiéndolo?… las últimas noches con White, antes de detenerlo, hablando toda la noche… White me abrió los ojos… un horror su muerte… pero ahora qué hacer… como dice Rowena, roerme la cabeza no me lleva a nada…
Ay Rowena, pensé al principio que los dos quizá… pero es mejor la amistad, las parejas se complican. Solo con ella puedo hablar… o mejor, podía… ahora ha llegado ese tipo. Un reptil, no sabía que ella pudiera cegarse… el amor, sí, es el amor, el sexo… ojalá fuera eso. ¿La biografía de un músico? Vamos anda. Le hice un par de preguntas para ver, y salió por la tangente, y después aquella mirada… huele a confidente… lo es, seguro, pero, ¿qué le va a sacar a Rowena? ¿sobre mí? ¿qué le va a decir Rowena de mí? Bueno… amigo de un subversivo, que cuchichea tras su ejecución, estará maquinando…y ella enamorada, con esa confianza del principio, engatusada, sin darse cuenta… sabe Dios…
Pero cómo protegerla, y protegerme… sermones de padre ni hablar, así no… tengo que entrarle de otra manera, no puedo dejarla, ni por mí ni por ella…
III
Rowena
Mi madre me decía que qué les veía a los chulos y aprovechados, que nunca me iba con un hombre bueno… las madres… a ver, no sé si chulos, pero los muy formales, los que no me hacer reír ni me sorprenden, pues no, yo soy así, y no soy la única. Ahora Zivon… ufff… cuando se ríe con media boca, y le cae el flequillo, y se lo aparta así, y me mira con malicia… me entra de todo, me lo como, y yo sé que a veces lo atosigo, y como que me aparta un poco, y más ganas me entran… bueno, en verdad mi madre no iba descaminada, porque no lo veo un buen hombre, o sea… no es que, quiero decir… no que lo vea malo, pero tampoco bueno, pinta de sinvergüencilla… a saber con las mujeres…prefiero no saber, ni preguntarle, no le gustaría, a ningún hombre le gusta, con los celos se ponen fatal, así que… bueno, a vivir el momento, ¿no era Carpe Diem eso? Pues Carpe Diem…
Los celos… ay los celos… no me lo esperaba de Montag. Lo quiero un montón, él si es un buen hombre, a lo mejor por eso no llegamos a nada … y de pronto… me empieza a rondar de otra manera, yo no le conocía esos gestos, cuidándome, atento… y eso que está jodido y encerrado desde lo de White… y me sale con la cena. Champán, velitas, música, esa forma de hablarme, de mirarme…fue muy fuerte, no doy crédito, todo raro, no sabía qué pasaba… ¿y todo porque estoy con un tío guapo? ¿pues qué quería?… y todo el rollo de lo bonito de la amistad, al final, ¿como todos los tíos?, ¿encelado hasta los huesos? Pero lo raro vino cuando llevaba cuatro copas… eso además, que nunca le he visto beber así… no me cuadra, era otra persona. De pronto indignado, la cara roja, tirándose de los ricitos esos de emperador, las cosas que me dijo, y lo peor, lo último, que por la vagina entran cosas que después a saber por dónde salen. A punto de pegarle una bofetada estuve, y ya me iba… pero me sujetó, me pidió perdón. Vale, perdonado… pero no, no vale, a santo de qué el numerito. ¿Enamorado de golpe? ¿y me monta eso? Vamos que no, un amigo celoso hasta ese punto, que no. Le doy vueltas… y… empiezo a pensar… me hablaba de Zivon como una amenaza… yo creo… puede que esté trastornado desde lo de White, paranoico, y ve fantasmas… creo que ve a Zivon como un fantasma, no un fantasmón, un fantasma peligroso… imaginaciones suyas…pobre Montag…
IV
Zivon
Se confirman las cosas. Ahora solo pillarle en un descuido, y a lo mejor ni hace falta el registro. Confían en mi informe verbal, y ya hay material. A Montag se le ve en la cara. Hombre, cierto que si le pillo contactos mejor, pero él solo ya se está metiendo en la boca del lobo. Qué fácil se van de la lengua las tías en la cama. No me ha dicho mucho, pero sí lo justo. A veces me carga, bueno, como todas. Si le digo que es una gran mujer, se derrite, demasiado. Si paso de ella o le doy caña, que qué me pasa. Me va más cuando se pone mohína, porque tras lo uno viene lo otro, y lo otro bien, y tanto. Cuando termine esto, un viajecito con ella. No más de una semana, si es más me conozco. Parece que llevaba diez años sin follar la puta, que se corre con mirarla… a veces hasta asco me da. A lo mejor es eso, que lleva tiempo sin mojar, porque el pichafloja del rubito no creo que le dé donde debe…
Mucho material, ya te digo, pues no he sacado, pero el informe lo puedo tener listo pronto. Ni hacía falta estudiar sobre el capullo de Milo Terance, el músico ese meapilas. No voy a cogérmela con papel de fumar, al final da igual: afirmativo; amigo de White y colaborador; misión, captar elementos para la subversión, como a Rowena, a la que adoctrina para la causa, y poco más… juicio sumarísimo y uno menos. Hombre, por mí dejaría suelta a Rowena, aunque solo sea por lo buena que está, pero si piden su cabeza, pues qué quieres que te diga, hay muchas tías…
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