El destino en tus manos

Siguió, como de costumbre, caminando relajadamente por la Alameda con un cigarrillo en su mano mirando despreocupadamente a la gente y pensando en la apacible llegada a casa que tendrá, el beso cálido que daría a su esposa, como todos los días, para comenzar con su rutina de descanso, y así recuperar las fuerzas de un día de labor. de un instante a otro alguien apareció un par de metros adelante, era ella, la hermosa gitana que le hacía palpitar su corazón y revolucionar sus hormonas, era ella, con ojos negros y profundos, con piel morena ardiente y ese acento extraño que lo hacía enloquecer. Quedó paralizado, ella se acercó diciendo: – ¿Qué tal paisano?, ven pa’cá que te veo la suerte. Ven pa’cá paisano – y en esa fracción de tiempo en que el enamoramiento te deja embriagado, tuvo el reflejo de guardar su reloj y su anillo de matrimonio, cada uno en un bolsillo de su pantalón, la billetera asegurada por el botón del bolsillo trasero y listo, se acercó con valentía de hombre galante y gallardo, con aire coqueto, le entregó su mano izquierda y la contempló maravillado, ella lo miró intensamente, luego miró su mano y dijo: – Tu destino es confuso paisano, tu mano dice que vai a tener una placentera ganancia pero también una importante pérdida -.

– ¿Qué puede ser? – pensó, ya no asistía a las carreras, y hace tiempo que no jugaba cartas, bueno, mucho no importaba, dado que no creía en estos esoterismos extraños, y lo mejor era que estaba con esa gitana que lo cautivaba.

– Fumémonos un cigarrito – le dijo con voz galante, – Aquí po, en el cerrito -, ella aceptó, ya que le había parecido atractivo el hombre y era bueno relajarse un poco en la labor. Ambos subieron riendo e intercambiando experiencias de vida, y sentados en pasto del cerro Santa Lucía él no aguantó más, y con la ganas no se iba a quedar, la apretó contra sí fuertemente y la besó con tanta pasión que ella dejó que un torrente cálido pasara por su sangre y por todo su cuerpo, dejando que sus manos conocieran sus cuerpos. Después de un par horas de mutua y agradable excitación, bajaron mucho más relajados que cuando habían subido y se despidieron con un duradero beso, – Chao paisano rico – dijo ella y se alejó sonriente. Entonces él siguió su camino.

En la micro que lo llevaba a casa recordó sus pertenencias, – ¡La billetera! -, estaba en su lugar, – ¡El reloj! -, sí, seguía ahí, nada faltaba. Siguió rumbo a casa mirando por la ventana, y recordó a su hermosa esposa, y como un reflejo casi instantáneo miró su mano, – ¡El anillo! -, registró su bolsillo y exclamó: – ¡Maldita sea! -, el destino estaba en lo correcto.

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