De emociones diarias

De emociones diarias

Rayuela

13/06/2020

Ante cualquier ruido en la noche, sobresaltada y con el cabello hecho greñas, levantaba la cabeza unos segundos, abría los ojos enormes y después de echar un suspiro, se volvía a fundir en el sueño. A todo esto yo la miraba, o no, mejor dicho: la contemplaba. Miraba desde aquellos cabellos que tan peinados aparecían por la mañana, hasta los ojos que tan normales me emocionaban por las tardes después del trabajo. La miraba y no creía que con ella se habían ido todos mis miedos. La solución a todas las plegarias que alguna vez había entonado a escondidas del Dios que todo lo oye; de quién dudaba, pero que a final de cuentas había cumplido. A ese Dios al que por las noches y desde que la conocí, le rezo fervientemente, pero ojo, solo para pedirle que me la cuide, que me deje conservarla acomode lugar. Y en el trabajo además, debo admitir que siento que Dios me contesta ya que cada vez que me acuerdo de ella, me escribe un mensaje, me manda un audio riendo o una foto comiendo. Miro al cielo, sonrío y le doy gracias a los dos. Al llegar a casa, pese al cansancio y la pereza del bus, necesito hacerle saber que su espera vale la pena. Le digo que se aliste, y nos vamos a andar un poco por allí. Y ella siempre me dice que sí, con la sonrisa que enamora, los ojos que emocionan y el cabello que me alumbra.

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