Sandra temblaba de miedo, sola y en la oscuridad de la interminable llanura; el sonido de la brisa traía consigo la risa histriónica e incontrolable de aquella criatura de rostro deformado y ojos rojos que la acechaba en el silencio de su soledad; ella sabía que el corte que había recibido era lo bastante profundo para atraerlo. Se quitó rápidamente su camisa, envolvió y apretó con fuerza su pantorrilla; tanto así que podía evitar la salida constante de esa deliciosa y caliente sangre que él anhelaba probar junto con su tierna carne de 16 años.

Se arrastró escondida entre el pasto que a su vez cortaba como cuchillas; se encerró en aquel granero viejo del señor Frank y ágilmente se metió entre la gran montaña de paja. Sandra podía sentir su corazón agitado a punto de estallar de terror y cansancio; la puerta se abrió de golpe, retumbando en el salón.
– ¿Dónde te escondes pequeña?, Solo quiero darte una probadita Jijiji. Dijo aquella voz burlona.
– Este viejo no sabe bien, finalizó lanzando el cuerpo desmembrado del señor Frank frente a ella. Sus ojos se le dilataron como aceitunas de la atrocidad que acababa de ver; un chillido se escapó de su boca, alertando al corpulento ser. Sandra sintió el dolor ocasionado por los ganchos que le atravesaron el abdomen en un par de segundos; el Granderback la levantó por el aire y ella gritó sin más, se retorció y pataleo con todas sus fuerzas. De un mordisco le arrancó un brazo esparciendo sangre al ritmo de sus movimientos y aumentando su dolor; aquellos ojos rojos penetraron su mente y llenos de grandiosa felicidad la miro agonizar de incontenible sufrimiento.
Sandra aún recuerda aquella noche en aquel granero del que nunca podrá salir; y junto al señor Frank esperan pacientes, que alguien como tu, los acompañe en su eterna y fría soledad…

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