Sobre la crónica «Romina Tejerina» de Leila Guerriero

Sobre la crónica «Romina Tejerina» de Leila Guerriero

Sobre la crónica de Romina Tejerina de Leila Guerriero

El párrafo de entrada determina el tono y el ritmo de la crónica y nos engancha como lectores a la historia:

«Una mujer antigua, el rostro roto de furia, lleno de pecas, grita perra, perra, perra, hija de perra, perra, perra. La empujan, la sacan a empujones de la sala».

La crónica está construida escena por escena de forma alternativa, cada una con sus descripciones y sus diálogos. La primera escena se desarrolla en la sala penal, se lee un veredicto:

—En la ciudad de San Salvador de Jujuy, República Argentina, a los 10 días del mes de junio de 2005 y siendo horas 13 y 30 minutos, la Sala Segunda de la Cámara Penal de Jujuy…

La voz describe a los allí presentes: los vocales, el juez, la fiscal, la procesada.

—En el expediente número 29/05, “Romina Anahí Tejerina, homicidio calificado, San Pedro”, luego de producidas las deliberaciones y por unanimidad fallan:

La voz respira en los dos puntos, y cae sin ímpetu sobre la siguiente frase:

—Punto uno: condenando a la procesada, Romina Anahí Tejerina, a cumplir la pena de 14 años de prisión por resultar ser autora material y responsable del delito de homicidio calificado por el vínculo, mediando circunstancias extraordinarias de atenuación…

La segunda escena nos ubica tres años después, en la cárcel de mujeres de la provincia de Jujuy, en la unidad penal # 3, Romina Tejerina narra a nuestra cronista los acontecimientos. La crónica no se fundamenta en la observación directa, la cronista no estaba en el lugar del hecho, no fue testigo del mismo. Conoce los pormenores por testimonios de la protagonista y las personas de su entorno:

Cuenta Romina:

—Mi peso normal era 48 kilos. Ahora peso 51. En el embarazo casi igual estaba. Cuando le conté a la Érica, mi hermana, le dije que no le cuente a nadie. Yo medio como que la tenía sometida. Ahora cambió, porque antes era como una esclava mía. Pero no aumenté mucho. Lo que sí tenía era mucho deseo de sandía. Por eso es que la bebé sale limpita. ¿No ves que dice mi mamá que estaba relimpita? Porque la fruta te límpia.

Habla Érica, su hermana:

—Ahora estoy más responsable. Antes dejaba todo por salir a divertirme, a joder con Romina. Yo era tímida. Era como su sirvienta, su esclava. Pero cambié. Ya no es como aquellos años de San Pedro, que era bailar, bailar, bailar. Cuando la Romina me dijo lo que le pasaba no sabíamos qué hacer. Nos habían dicho de un médico que le podía hacer un raspado, pero cuando lo fuimos a ver nos dijo que era menor y que necesitaba la autorización de un adulto. Y después no se le notaba nada. Si ella iba al gimnasio con la Mirta hasta el último momento.

Con la habilidad propia de su depurado estilo, Leila Guerriero usa una mezcla de técnicas narrativas en la estructuración de su crónica, por ejemplo, la recreación fehaciente de los diálogos de los personajes, que va dando caracterización a los mismos de forma inmediata. Cada escena es presentada al lector desde el punto de vista de un personaje concreto. No es un texto compacto, van alternándose las voces de los personajes que intervienen en la historia, lo que produce un relato visualmente agradable y permite el disfrute de su lectura:

Entonces, escuchamos los juicios de la madre de Romina:

—Uno por darle el gusto, ¿ve? —Dice Elvira—. Esa chinita es terrible. Siempre con la ropa. No le importa otra cosa. Medio vaguita era. A veces yo le decía: «¿Cuántas materias te llevás?» Y dice no, dos, tres. Y a veces le mirábamos el boletín y todas las materias se llevaba.

Y enseguida, interviene Florentino, su padre:

—Sí, pero no es como dicen que somos violentos. Yo nunca la golpié. Mi mujer, a veces. No le dejábamos salir, eso sí. Ahora, ya cuando vivían con la Mirta, a mí me parece que por a lo mejor, puede ser que se escapaban para ir a bailar. A pesar de eso yo jamás le dije a la Mirta «vos sos la culpable, por descuido tuyo». Porque si ella hubiera estado acá, eso no ocurría. Pero ya pasó.

Mirta, su hermana mayor, nos dice:

—La vida en el lote del ingenio fue hermosa, pero difícil. Yo no me olvido de los cañazos de mi papá. Me daba cañazos por cualquier cosa. Igual, la de los golpes era más la mami. Mi papi lo que hacía era la agresión verbal. Si usaba tacos, si me ponía maquillaje. Por todo me decía que era una prostituta.

Sobre el estilo de la crónica podemos decir, que está escrita en una forma combinada entre lo narrativo y lo descriptivo. La narrativa nos va detallando las acciones y los movimientos de los personajes:

«Romina Anahí Tejerina busca, entonces, lo único que le queda allí de familiar y encuentra a un hombre con sequedad de máscara que baja la cabeza y aprieta los ojos. Y cuando Romina Anahí Tejerina ve a su padre, empieza a llorar.

Diez minutos después, frente a micrófonos y cámaras de televisión, Elvira Baños de Tejerina dice, la voz agudizada por el llanto:

—La justicia divina me tiene que hacer justicia a mí. Mi hija… Nos han castigado como ellos han querido… Por Dios y la Virgen.

Mirta despotrica contra los jueces, contra la fiscal, y llora. Érica, la hermana del medio, llora. Florentino no dice nada».

La parte descriptiva de la crónica se focaliza en las características de los objetos, los lugares, y los sujetos:

«La Unidad 3 es una cárcel chica: hay 21 mujeres, algunas con sus hijos. El edificio tiene forma de U, celdas en torno a un patio con altar donde podría estar la Virgen, donde quizás esté. La entrada es un portón de rejas verdes, candado y pasador. Adentro, a la izquierda, hay una sala chica con tres ventanas. Dos dan al exterior y una hacia la prisión. Todas tienen rejas. La sala se llama “la sala de la televisión” y tiene un televisor».

Se utiliza en la narrativa, la voz activa que imprime dinamismo a la crónica. Cada acción tiene un protagonista, podemos distinguir con claridad un responsable de cada acontecimiento. Veamos:

Dice Romina:

—Entonces le dije a la Érica. Yo veía que me crecía la panza, pero no tomaba conciencia.

—Ahora vemos a las criaturas de dos, tres años, y decimos mirá como nos hubiese venido de bien la criaturita —dice Florentino.

—Nosotros la hemos puesto en un cajoncito —dice Elvira—. Que han dicho que nosotros la hemos tirado como un perro. Nosotros la hemos puesto en un cajoncito, con vestido y todo. Y la pusimos en un terrenito.

—Yo me quedé higienizándola a la Romi, y ella decía que se quería ir, como que sospechaba algo —dice Érica—. Decía: «Vamos, vamos». Y yo le decía: «No sé, mamita, dónde te vas a escapar». Y no dijo nada más. Y después volvió mi hermana y la llevaron al hospital.

Leila Guerriero para su crónica usa un lenguaje dotado de recursos literarios, es exacto y conciso, en la forma en que se narran los hechos, no hay información inútil. Es clara y sencilla. Todo se cuenta de una forma interesante. Con algunas licencias poéticas que embellecen la crónica:

«A un lado y otro hay alambre, y un paisaje que insiste en la inocencia: eucaliptus, árboles frutales».

«La luz se cuela como una baba fina en la sala de la televisión. Afuera, el cielo parece una bolsa ominosa, a punto de rasgarse».

«Al otro lado del alambre, sobre los árboles de frutos que no tienen fruta, un rayo blanco: una paloma»

Y esa metáfora que nos muestra el instante trágico:

«El cielo deja pasar los rayos de un sol licuado, enfermo».

Podemos observar que a diferencia de la crónica noticiosa, no se emplea la estructura de pirámide invertida, que obliga al cronista a introducir lo más importante en la entrada del texto y va perdiendo fuerza en la medida que avanza el relato. En esta crónica de Leila, tan solo en la mitad del texto conocemos el ¿Qué? del relato cuando la voz narrativa interviene para contarnos:

Entró, cerró la puerta, se sentó en el inodoro, parió una niña, la puso en una caja y, cuando se le cruzó la cara de su violador, con un cuchillo le dio no se sabe cuántas puñaladas.

Luego nos confirma Romina:

—Lo único que me acuerdo es el llanto de la bebé, y después la imagen de la cara del violador que se me cruza. Ahí es cuando yo agarro ese cuchillo y empiezo… No me acuerdo ni dónde fue ni cómo fue. Totalmente ida. Por eso tengo imágenes así que se me vienen a la cabeza, de sangre, pero trato de no pensar. Érica llegó y dice que yo estaba pálida, ensangrentada.

El cuerpo del texto es una unidad con un principio que atrapa un desarrollo que mantiene la atención cautiva y un final que deja toda suerte de posibilidades para el análisis. El cuerpo del texto responde a las seis preguntas básicas de la crónica: ¿Qué? ¿Quién? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? y ¿Por qué? La cronista va moldeando y dando su nivel de importancia a cada una de las preguntas.

El remate es redondo, deja la sensación que el tema fue cerrado de la mejor manera posible, excluye el juicio de la cronista sobre los hechos y acontecimientos.

Con toda la piedad posible por Romina Tejerina y su drama personal, no dejamos de sentir un peso ominoso en el espíritu, al ver el tremendo despliegue noticioso y la polarización social que provocó el caso en su momento. Por un lado, las múltiples declaraciones a favor de la reivindicación —por un nutrido sector de la población— de un crimen tan contrario a la naturaleza humana, y lo que es peor, que se levanta como bandera de otra causa igualmente terrible: la del aborto. Por el otro lado, las mujeres víctimas de distintas formas de violencia, el acoso sexual y las violaciones, convertidas en pan de cada día, una problemática común que vienen padeciendo a través del tiempo los países del mundo entero.

Lo frecuente de estos hechos —la ausencia de justicia en la mayoría de ellos— acompañados por campañas mediáticas que apuntan al olvido, a la invisibilización y a la indiferencia cómplice, sólo demuestra que vivimos en una sociedad que naturaliza de una u otra forma la violencia que existe hacia la mujer.

Mi conclusión final de la lectura: una crónica maravillosa, trata un tema candente, polémico y actual, pero es tratado con sutileza, sin caer en juicios moralistas, ni en el manido amarillismo oportunista. Tiene la crónica, escasamente, dos párrafos informativos —introducidos con premeditación, para provocar al lector—, su funcionalidad es la de contextualizar el suceso. Queda la deliciosa sensación de querer leer más de Leila Guerreiro.

Posdata:
En el año 2005, León Gieco en su álbum titulado «Por favor, perdón y gracias» incluye un tema de nombre «Santa Tejerina». Por la canción, el supuesto violador de Romina Tejerina acusó al músico de hacer «apología del delito». La Justicia sobreseyó al músico. Por acá dejo un fragmento de la letra:

En sus ojos la mirada de un secreto sin amor

y el final es un camino con las heridas de todos

que se lavarán con su bendición.

Santa Tejerina tiene la risa escondida en el medio del alma

a veces, de pronto, deja para el que ve sus huellas

su perfume a comunión.

Vamos a bailar que yo ya te perdoné

aunque nos quemen en la hoguera como fue una vez.

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