En la soledad del comedor, sobre aquel mantel blanco de flores naranjas, Laura vió una copa de vino que nadie aun había bebido.

Luego del funeral su madre se había recostado entre suspiros y sollozos. Laura permanecía inmutable.

La muerte repentina de Alfonso había generado un sinfín de homenajes en el pueblo, donde Mirta presente, agradecía cada uno de ellos con lágrimas en los ojos. Y Laura permanecía a su lado, inalterable.

Alfonso había sido un tipo socialmente reconocido, hombre de negocios, era miembro de cuanta comisión se formaba, colaboraba con toda aquella organización que acudiese a él, siempre volcado a beneficencia, ayudando a quienes más lo necesitaban, porque según sus dichos él había recibido más de lo que merecía.

Cara o cruz, blanco o negro. Bien sabemos que cuando el sol sale, también salen las sombras, y Mirta y Laura conocían más de sombras que de soles.

Alfonso, aquel carismático brillante, se oscurecía cuando cerraba la puerta del zaguán de aquella casa sobre calle Sarmiento, y hacia de la vida de Mirta y Laura un completo infierno.

Es que el vicio del alcohol lo había tomado de rehén, volviéndolo irritable ante cualquier sonido, mirada, u objeto fuera de lugar y las castigaba sin motivo alguno, las sometía, las arruinaba.

Con 13 años recién cumplidos, Laura odiaba a su padre y rezaba por su muerte a toda hora, todos los días.

Una noche, como todas, Alfonso llegó más ebrio que de costumbre, y por consiguiente más violento. El aroma de una sopa de verduras recién hecha que atravesaba toda la casa lo molestó, pues en su cabeza manejada por perros rabiosos, suponía haberle dicho a Mirta que quería cenar pescado.

Y de un golpe cayó Mirta al suelo, arrastrando consigo el mantel con la cristalería recién puesta.

Laura detrás de escena, con una trincheta que usaba para modelar sus piezas de cerámica observaba detenidamente, y recordó por un instante su clase anterior de anatomía humana. Sin dudar se dirigió al piso simulando abrazar a su madre, levantó la vista y vió a Alfonso elevando su mano para también castigarla, entonces la soltó y firmemente llevó la trincheta a la ingle de Alfonso, la que no solo cortó aquel pantalón de gabardina marrón, sino que llegó al destino deseado por Laura: la arteria femoral.

En segundos Alfonso estaba en el piso desangrándose y Mirta recuperándose del golpe.

Oficialmente Alfonso moría de un shock hemorrágico camino al hospital.

Y aquella copa de vino en el comedor, que nadie aun había bebido, fue el emblema de Laura por una victoria silenciosa.

Chaina Taun.-

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