El reloj marcaba las seis de la mañana, lo cual indicaba que ya era tiempo de comenzar un nuevo día. Zara abrió poco a poquito sus párpados y movía lentamente una a una las articulaciones de su cuerpo, y se estiraba como si cada hueso le pidiera permiso al otro para moverse, entre tanta pasividad dieron las seis y diez, de repente entró su madre a la habitación y acariciando suavemente a la niña le recordaba que ya es momento de levantarse, la pequeña le respondía su afecto con un gran abrazo. Aquella joven mujer, de unos no más de 30 años, era preciosa, desde su extensa aunque poco frondosa cabellera color marrón, hasta los tacones que solía usar, durante ese trayecto corporal la definición adecuada era pulcritud, sencillez y dulzura, aparte de la que la caracterizaba por su modo de ser, por la del olor que emanaba su Channel No. 5, le sentaba muy bien esa mezcla de jazmín, rosa de mayo, vainilla y demás esencias.

Con sus largos dedos abría poco a poco las persianas color carmín que formaban parte de la gran decoración de la habitación de la consentida, apagaba las velas aromáticas de canela y manzana con las que le gustaba dormir a Zara, ya que un poco de luz le era necesaria para conciliar el sueno y que mejor que una que incluya un néctar oloroso mientras le brindaban su tenue iluminación. La madre se percataba de que la ropa que ese día iba a usar la niña, la cual había sido escogida, planchada y doblada el día anterior, este en la sillita violeta junto a la puerta.

Entre tanta maravilla Zara entró a la bañera, donde le esperaba una delciosa tina la cual ya se encontraba llena de agua caliente y una burbujeante espuma color rosa, una vez allí empezó con su aseo total y luego se dirigio al armario donde al abrir sus compuertas se mostraba una completa exhibicion de prendas de vestir, muy suaves y llenas de color, a su madre se le olvido elegir el calzado acorde a su vestimenta, así que tomo sus zapatos dorados que le combinaban muy bien. Una vez acicalada se miro en el espejo, destacando su bella y gran sonrisa con un brillo de labios que su coqueta madre le había obsequiado en su cumpleaños número siete, cuando se celebro una gran fiesta por cierto.

Antes de continuar con su rutina, le echaba un ojo a los cuadros de princesas y hadas colocados sobre la cama, para asegurarse que no faltara ninguna, >ojala que todas hayan regresado< pensaba. Era la idea que cada mañana la atormentaba un poco, ese temor de que algún día este ausente alguna de las criaturas que en la madrugada ella veía salir de los cuadros, eufóricas por explorar el mundo.

Al terminar la labor en la habitación, bajo corriendo el graderio de la casa apoyando su mano en el pasamano de cristal. Pudo divisar su desayuno humeante servido en la mesa, los huevos revueltos con jamón y tiras de queso Cheddar que le encantaban, el chocolate correctamente azucarado que su abuela le preparaba con tanto cariño, el sentimiento estaba impregnado desde los marshmallows flotantes hasta el último sorbo. Cada tenedor y la cuchara se encontraban horizontalmente colocados asi como el mantel y las servilletas siempre limpias y finamente puestas sobre aquella bella mesa en la que cada día compartía los alimentos con su familia. Su impecable madre, su padre que casi nunca lo veía porque partía al trabajo al amanecer, pero era infaltable la sensacion que le dejaba el beso que cada noche al llegar le daba en la frente. La abuela tan amorosa como guapa y con un espíritu jovial único. Eran la combinación ideal para alegrar el corazón de la niña.

Las jornadas diarias empezaban así todos los días, lo que impedía que se conviertan en una agotadora rutina era la alegria y el entusiasmo con que cada miembro de la familia se disponían a diario a sus labores.

Zara estaba muy feliz como cada día, sus hadas estaban en el cuadro, su madre la recibió con el olor del Channel y ese beso peculiar al despertar, la sensacion en la frente que dejaban los labios de su padre no falto y el chocolate de la abuela endulzo su alma una vez más.

Eran las ocho y treinta de la mañana y la dosis del medicamento empezó a hacer efecto, su farmacodinamia estaba en plena interacción con el líquido escarlata de viaje hacia el cerebro para que haya un equilibrio en él y Zara salga de la percepción en la que se encontraba, esta vez el episodio duro más de lo habitual y ya se le hacía tarde para ir a la escuela, su tutora Soraya apresuraba a los doctores en su labor ya que estar ahí viendo que la niña vuelva a la realidad le quitaba tiempo valioso que podría ser utilizado en ir a cobrarle al Estado la pensión que se les daba por cuidar a los niños en el orfanato.

Pasaron no más de diez minutos y ya invadida su esencia por el fármaco, Zara abrió poco a poquito sus parpados, el día apenas empezaba.

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