Abre sus ojos de pronto, y dormir ya no consigue,
el entorno enmudecido, afuera la vida sigue.
Un reloj que le señala, que apenas es madrugada,
allá la vida comienza, adentro no pasa nada.
Apenas han transcurrido, cuatro noches de desvelo,
cuatro noches, mil tristezas, esparcidas por el suelo,
saben a sal los pesares, remedios para olvidarlo,
los versos son como escape, el café pa’ suavizarlo.
Si no fueran suficientes los dichosos paliativos,
añadiré a mi café, sesenta y ocho motivos.
El reloj sigue su marcha, parece que lentamente,
como queriendo acentuar, esta lección del presente,
se dice que el crecimiento resulta muy doloroso,
si bien el pasado duele, nadie le quita lo hermoso.
La realidad no es que duela, todo aquello que vivimos,
nos lastima el añorar, lo que ese tiempo sentimos.
Una charla, una reunión o hasta una copa de vino,
los rostros, la compañía, el conocido camino,
la ilusoria percepción que nada puede pasar,
resulta entonces ser cierto, ¡cuanto nos duele cambiar!
Otra taza de café, que aclare este pensamiento,
sesenta y ocho motivos, para vaciar lo que siento.
Con actuales circunstancias, me amanece con la tarde,
con dosis de valentía, voy levantando al cobarde,
pretendo seguir al pie, mis recitadas lecciones,
tratando de controlar, las malditas emociones,
esas que frenan de pronto, esas que dejan botado,
esas que te hacen desear el engañoso pasado.
Sesenta y ocho motivos, que aviven la fantasía,
otra taza de café, de postre, melancolía…
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