Cuatro Esclavos

Cuatro Esclavos

J.J Largacha

02/06/2020

El más crudo invierno llego ese año al país.

Todo era nuevo para él, pero al mismo tiempo, lo conocía todo; lo sentía todo, escuchaba todo. Él era todo.

En un principio sentía miedo, pero eso ya no era así porque pudo controlar el miedo y ahora él era su mejor amigo, su más fiel aliado; lo que él no sabía, era que él lo sabía. Y él sabía que él no lo sabía.

Los más grandes anhelos de la humanidad: amor y poder; estos son los sentimientos que todo ¨ser humano¨ quiere despertar en los demás. Pero si las demás personas no los aman, aún pueden tener poder. Poder para que lo amen, así sea que este amor sea fingido; no importa.

Ese día era particularmente más frio. Todo el ganado estaba en el bosque golpeados por la frialdad de una noche sin estrellas; el frio era tal que entraba hasta los huesos y provocaban un inmenso dolor. Pero Él estaba sentado enfrente de la fogata, nada le incomodaba, nada le molestaba. Estaba sentado en un amplio sillón de cuero que saco de la piel de uno de sus animales. Él bebía de una copa uno de sus vinos más caros, tomaba un trago de la copa y sonreía de una forma misteriosa, mientras exhalaba un largo suspiro. No se interesaba para nada de su ganado que moría de frio en la oscuridad de sus amplios prados recubiertos de una espesa capa de nieve que reflejaba matices oscuros.

Él se levantó de su confortable sillón y se dirigió dispuesto a observar por la ventana a aquellas bestias que palidecían en lo más frio de sus terrenos. Del otro lado del gran ventanal las bestias, que miraban a su amo con una expresión estoica en sus rostros, pero al mismo tiempo sus ojos denotaban un cansancio extremo, un dolor apenas soportable, una angustia inexplicable.

– Que insulsas bestias. – Replico para sí– Estúpidas y desagradables.

Aunque esas palabras Él las dijo en un tono muy bajo, no hubiera importado mucho que las hubiese gritado a los cuatro vientos y las hubieran escuchado sus bestias, pues al fin y al cabo solo eran bestias y en cierto grado si eran estúpidas y desagradables.

Ellos. Primeros versos

El cruel invierno había llegado hace mucho tiempo a sus aldeas y ciudades principales. Nadie podía detener esa cruel nevada que azotaba a todo el país.

– ¡Yo lo hare! – Dijo Eduardo con mucho entusiasmo. – Yo detendré ese frio congelador; o por lómenos no dejare que siga avanzando.

Todos a su alrededor lo miraron. No se podría decir que con total incredulidad ya que muchas personas aún tenían un poco de esperanza de que alguien, o algo, les ayudase a detener ese largo invierno.

– ¡Uno más! – Dijo para sí uno de los que ahí estaban reunidos; pensamiento que compartían la mayoría de los aldeanos de esa provincia.

– Sé que muchos de ustedes piensan que es imposible detener este invierno, que es algo natural y talvez un castigo de Dios. Pero mírenme; en este momento y ahora, oz juro por mi cabeza, que yo detendré este invierno congelador.

Los ojos de los más crédulos que ahí estaban reunidos se llenaron de lágrimas. Para otros el sentimiento de alegría despertó en canciones que entonaban entusiasmados y unos cuantos comenzaron a bailar eufóricamente. Pero muchos otros; entre ellos los más viejos, solo miraban con una expresión vacía en sus rostros. Esos ancianos sabían cosas que para el resto eran o locura o viejas historias de un pasado distópico.

– ¿Qué te pasa viejo Tom, acaso no te agrada la idea de que por fin este maldito invierno se retire de nuestras aldeas? – no es eso Edyy. Contesto el anciano. – solo estoy pensando en las palabras que promulgo Eduardo, que tiene tan eufórica a media aldea. – ¿Empero? deberías de estar saltando de alegría, o cantando o talvez llorando, llorando de alegría como la señora Juana, Daniela la costurera o Camilo…jajaja Camilo parce una vieja jajaja. Volvió a reir Eddy. – los machos no lloramos.

La conversación entre Edyy y el vijo Tom se interrumpió de repente cuando se escuchó nuevamente la voz de Eduardo.

– Recordaran este momento y se lo contaran a sus nietos. Repuso Eduardo con un tono que denotaba grandeza y confianza en si mismo. – Recordaran el día en que Eduardo, un humilde granjero. Esta frase la pronunció con un tono de superioridad. – libero a toda la aldea, del más cruel invierno. Esta última oración la musito en un tono tan bajo, que todos los ahí presentes tuvieron que agudizar el oído para poder escucharla.

Un silencio tan largo como el invierno que azotaba la región, se dejó escuchar al final del discurso de Eduardo. Durante esos minutos, que para los habitantes de la aldea parecieron toda una eternidad, los ánimos de los aldeanos decayó, la música paró, los pasos de baile cesaron; el llanto de las mujeres y de los hombres se detuvo. Los ánimos se apaciguaron.

Por un instante; durante ese tiempo de silencio, Eduardo se dio cuenta de lo difícil que sería luchar contra esa espesa y cruda nevada. <>. Pensó Eduardo, pero ya no importaba, ya había hecho una promesa y no podía retractarse de sus palabras.

De repente se escuchó un grito. – ¡que viva Eduardo! Y como si fuera una palabra esperanzadora y muy contagiosa, al unísono todos gritaron. ¡que viva!

Entonces Eduardo recapacito y nuevamente habló. – No va a ser fácil, pero juntos lo lograremos.

De esta forma Eduardo se ganó el corazón de la mayoría de los habitantes de la aldea, y ahora, Eduardo estaba obligado a cumplir lo que prometió.

Él. primeros y últimos versos

Él solo observaba y durante un tiempo calló, pero no pudo resistirse más y una carcajada enloquecedora, inundo el silencio de la sala.

– cada vez me sorprenden más estas bestias- dijo mientras aún seguía riendo de una forma irónica.

– Entonces- continúo hablando Él. – ¿qué piensan hacer? –

– Tal vez

– dijo Él, mientras se tocaba la barbilla. – ¿van a hacer revueltas, o protestas, o quizá piensen en derrocar el gobierno? –

– ¡No! – se contestó a el mismo. – así hagan todo esto, Él nunca se verá afectado, no, nunca. Él lo ve todo, lo sabe todo, Él, EL SISTEMA controla todo.

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