Retazos y Remansos del Encierro
Herpes incombatible.
Parece que alguna vez, en algún boliche cuando era más joven, tonta, y me sentía más deseada por besar a mucha gente desconocida, me contagié el herpes bucal. No es nada muy desagradable: cierta parte de los labios se enrojece y pica.
El herpes es un virus, que jamás nos abandona una vez que nos invade. Permanece latente y cuando las defensas bajan reaparece – más tarde se aburre de los labios de una y se marcha para volver cuando estemos más débiles, como una especie de romance tóxico que tiene nuestra epidermis.
El no-bicho (el virus no tiene siquiera una célula – ¿cuál es su razón de ser? Es un ente muy particular y hasta poético cuya existencia es solo expandirse…) se fortalece y hace acto de presencia cuando está frío, cuando nuestra piel se frustra por los excesivos vientos y soles, cuando estamos angustiados, cuando estamos estresados, o menstruamos – quienes menstruamos. Y en general con una semana, en mi caso, la cosa esta tiene suficiente y me deja en paz.
¡Pues qué gran sorpresa, cuando en situación de encierro, en invierno, tras la ruptura con un amor en vísperas de cuarentena, llena de textos que leer para el trabajo, ansiosa por el nuevo tipo impuesto de vida, y menstruando, apareció el bendito herpes!
En absoluto me preocupé, porque el individuo ya habría de marcharse…
Pero pasaron los días y pasaron y noté cómo los labios me picaban cada vez más. Las laceraciones se extendieron, lo que me puso histérica porque veía cómo el virus se esparcía por el resto de mi boca.
¿Qué me decía todo esto? Mis defensas están bajas. Estoy bajo niveles inéditos de ansiedad. Pierdo las nociones del tiempo y no sé si estoy encerrada desde que nací o si la cuarentena empezó la semana pasada. Veo la luz del día, pero no entiendo si es de ésta tarde, la de ayer o la de mañana; o la luz de los días eternos que nunca terminan, o de los que nunca vuelven, o de los que nunca llegarán. ¡Hace mil días que nadie me responde, nadie me escucha, a nadie le importo! ¿Existo? Pero tu último mensaje de whatsapp es de ayer a la noche… Por ahí no estoy tan abandonada…
Vivo enroscada en un bucle pasado-presente, mientras me pregunto si me aguarda algún futuro tras esta situación de apocalipsis; y el herpes no se va. {todavía no se fue}
Mi cuerpo mutó: como como un monstruo.
Estoy pesada. Mi cuerpo me cansa. Tengo la sangre densa y pegajosa llena de harina; fluye poco, lento y con dificultad.
El sedentarismo me arruina los nervios y el cuerpo.
Me miro en el espejo y no reconozco a esta mujer rolliza que se pellizca lo que le sobre de los brazos. Me gustaba la cuerpa de antes, la gorda con vitalidad y salud, no ésta que no soporta moverse más que para volver a revolver la heladera.
No puedo dejar de comer. ¿Por qué? ¿Me aburro? Parece que tengo un problema con admitir que existo y necesito que el estómago este trabajando para sentir el vientre y que no me parezca una ilusión esto de estar en un cuerpo.
¡Quiero correr, quiero reírme a gritos, quiero bailar con vos, quiero pelear, quiero que me toquen, quiero besar! Y todo ese impulso se decodifica en un hambre ansioso, violento e impulsivo.
Y cuanto más envenenada tengo las venas, más necesito estar devorando sustancias procesadas que me enferman…
Como fiera encerrada voy de un lado a otro, intentando olvidar las galletas remanentes del frasco en la alacena.
Insomnio.
Soy aburrida; a mí me gusta el día.
Después de cenar, las células van cayendo una por una. Ellas entendieron lo que mi conciencia todavía no: es hora de dormir.
Algunas veces disfruto del influjo de la perla llena y me quedo enfrentando demonios en desvela, pero no suelo soportar ese ritmo por varios días sin ponerme ojerosa y malhumorada; que nada malo sería si a la mañana siguiente no tuviese obligaciones de las cuales depende mi subsistencia.
Mi horarios de sueño son regulares y gratificantes. ¿O debería ya adecuarme a esta nueva realidad y corregirme? Eran «regulares y gratificantes».
De solo querer describir la manera en la que duermo hoy en día desbordo en fastidio, los ojos se auto secan de cansancio, y me agarra la angustia de saber, que esta noche todo será igual de feo y frustrante que la anterior.
Comencemos…
En primer lugar, a pesar de tener que madrugar, son las 2:03 am y estoy escribiendo, expuesta a los rayos azules de la computadora, que no vienen a ser los mejores amigos del sueño. Tengo muchas cosas en las que pensar, para las que no encuentro el desenredo. Estoy pesada porque comí como un cerdo.
En el momento en el que me acueste me va a subir un calor por todo el cuerpo que va a hacerme sudar si no me destapo, y así, empapada, solo tendré frío el resto de la noche. Me destapo. Tengo frío. Vuelvo a meter las extremidades bajo las mantas – la cama ya está horriblemente deshecha: bien – y me obligo a no pensar en nada que me acalore: no te excites, no te estreses, no te enojes.
– ¡No puedo no pensar!
– …no intentes arreglar el mundo, ni tu mundo, ahora, antes de dormir…
Y al parecer, por más que en mi conciencia solo se haya sucedido esta especie de lucha de poderes interna, debo haber dormido dos o tres horas, sin haberme repuesto ni un poco. Podría fijarme en el celular cuánto pasó desde que me acosté, pero no quiero desconcentrarme de la tarea que tengo que terminar: descansar. Al menos seis horas, por favor.
No podré hacerlo por mucho tiempo antes de que el gato comience a exigir atenciones. Me identifico completamente con el protagonista de «el gato negro» de Poe: yo también podría cometer algún que otro asesinato un día de esto; ganas no me faltan por las madrugadas… ¡Pero cómo puede ser que lo suba a mi cama, lo acaricie y en el momento en que dejo de moverme porque al fin me re-atrapa el buen sueño, vuelva a insistir con sus maullidos del infierno!
– GATO, ¿vos no dormís?
Ronronea.
Voy a obviar del relato las guerras contra este ser; la manera en que se sube a los estantes y tira cosas si lo bajo de la cama, o la forma en la que caga en la puerta si la cierro con el afuera. Es enfermizo. Es dependiente y manipulador; no puedo con esto. {de hecho duermo con un spray de agua al lado para tirarle sin tener que levantarme de la cama y así dormir un poco más, a salvo de sus manías… Sí, yo también quisiera que sea una broma o ficción…}
No quiero saber la hora, ni cuánto tiempo me queda para intentar dormir, pero por la luz del cielo deben ser cerca de las cinco; y todavía no descansé. Y mañana tengo que resumir textos, escribir ensayos, cocinarme algo, intentar encontrar alguna solución anti-suicidio, agendar un encuentro con el terapeuta de mascotas, salir y comprar alguna crema para el herpes, olvidarme de que no me habla e intentar comprender las relaciones románticas, extrañar a mis abuelxs, a mis amigxs, a mi anterior vida con esa especie de agradable propósito cotidiano que consistía en más que comer y angustiarse y no entender y estresarse, porque al menos podía viajar en colectivo y mirar por la ventana, con nostalgia, y sin un lugar al que ir, pero yendo.
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