El chico que me atraía en primer semestre de mi carrera universitaria, era Juancho. Me encantaba su belleza, inteligencia y educación. Su don de gente. Obviamente, nunca pensé invadir una circunferencia prohibida.

Recuerdo bien aquellos tiempos. ¡Nada escapa hoy a la lupa de mi buena memoria!

Tímida, inteligente y muy centrada, pero incapaz de exponer mis ideas en público. El miedo se anteponía a cualquier asomo de valentía. ¡Enhorabuena!

¡Enhorabuena! sí. Pues distinta sería mi vida, si hubiese explotado en lluvia de ideas en un campo estéril. Si hubiese puesto grilletes y cadenas a la libertad y rebeldía de mi espíritu.

Cuando se promovía en el aula materna trabajo en equipo, me invadía inmediatamente una ola de manifiesto nerviosismo. El temor a ser rechazada salía a flote. ¡Me sentía relegada, me sentía maniatada!

¡Mi alma frágil e inquieta, quedaba suspendida en el hilo invisible de la decepción!

Viví un sinfín de experiencias buenas, no tan buenas, malas y desagradables. Distinguí bastante gente, pero nadie que tuviera el talante y gallardía para caminar al lado de un alma libre, ansiosa de ingresar en el mundo mágico de las ideas y tomar sin más, la pluma mágica de la magia iridiscente y bella y el fino pincel del alma. Alguien capaz de estremecerse al contemplar las estrellas, de sacudir su espíritu con la luz del crepúsculo y llenar su alma de regocijo bajo el amparo de la luna llena, luna azul, luna negra, luna de plata, roja o luna de sangre. Alguien que escuche los sonidos de una noche plagada de luceros, y a la vez, observe sin musitar palabra, el vuelo imperceptible del ave misteriosa que expande sus alas más allá del firmamento.

¡Desde edad muy temprana, mi alma inquieta removió su cascarón!

Quería salir y sacudir sin más mi noble existencia. De hecho, escribí mis primeros peldaños literarios y rasgos de arte, a la edad de escasos siete años, guardando celosamente cada línea en lo profundo del corazón y en el misterioso socavón del alma.

Quise tocar las estrellas, bañarme en el lago interminable de la inspiración. Quise amarme más allá de todo límite, para extender a través de mis letras, la gracia en mí de la benevolencia divina.

¡Enhorabuena! Nada ni nadie, desvío la línea de mis sacros sueños.

*Imagen tomada del muro de Islam gamal.
Luz Marina Méndez Carrillo/31052020/ Derechos de autor reservados.

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