EL FUNERAL

Eran alrededor de las 7 de la noche, L yacía junto a mí. Me había quedado dormida un par de horas.

– Naty, ya levántate, se hace tarde.

Me retorcí en las sábanas.

– No quiero regresar.

Con dificultad me levanté de la cama y empecé a vestirme. Tomé la cadena de oro que mi madre me había dado cuando me gradué de la facultad. Justo cuando me lo puse sonó mi teléfono celular.

– ¿Bueno?

 ¿Quién es? – L se asomó del baño con la curiosidad típica de él dibujada en su rostro.

– Mi hermano… él no suele llamarme.

– Debe ser algo importante.

– Tal vez… ¿Bueno?

La voz de Héctor se escuchaba entrecortada, había muy mala recepción en el hospital.

– ¿Dónde estás? – alcancé a oír

– Con un amigo, ¿por qué? ¿Pasó algo?

Héctor hablaba sobre términos me hablaba sobre datos, diagnósticos y miles de cosas que yo no entendía.

– A ver, Héctor, habla más despacio, que no estudié medicina y no estoy entendiendo lo que dices.

Entre todo el parloteo que predicaba mi hermano, sobresalió esto: mi madre había muerto. Colgué el teléfono sin más, me quedé en la orilla de la cama mirando al vacío.

– ¿Está todo bien? – preguntó L, no contesté.

No supe qué decir, así que me encerré en el baño. L tocaba la puerta, pero yo no escuchaba nada, mordía mi labio inferior tratando de no llorar, sólo tenía las palabras de mi hermano.

– Natalia, ¿qué pasó? – no dejaba de golpear la puerta, yo estaba tirada en el suelo del baño, sin poder respirar por el vapor. 

Empujó la puerta, pero mi peso la regresó con un fuerte chasquido.

– Natalia, déjame entrar. – empujó con más fuerza- ¡Natalia!

El último golpe me sacó de mis pensamientos. Volví a morder mi labio, esta vez que sentí el sabor metálico de mi sangre.

Cuando abrí la puerta L estaba parado frente a mí, parecía una ilusión. Me sentía como si estuviera ebria, no podía escuchar lo que me decía. Sentí que en mi estómago se hacía una fiesta que me provocó varias arcadas.  

– Mi mamá murió- me limité a decir- Tengo que irme.

Tomé mi blusa y mi bolsa sin darle la oportunidad de nada. Salí del cuarto dando un portazo.

L me alcanzó en la escalera, me había detenido frente al ascensor, mientras esperaba, buscaba las llaves de mi carro.

-Yo te llevo- dijo

Negué con la cabeza.

– Estoy bien.

– No te estoy preguntando.

Me arrebató las llaves, aunque la verdad no puse objeción,

Condujo en silencio; yo miraba mi teléfono, esperando alguna llamada de mis hermanos; para esas alturas de la noche mi hermana Sofía ya estaría en el hospital, no sabía qué decirle a L, estaba apenas por cómo lo había dejado en el hotel. Él tomó mi mano, regresándome a la realidad.

No esperé a estacionar el coche, pedí que me dejaran la entrada de urgencias, abrí la portezuela y entré corriendo. Recorrí el mismo pasillo que llegó a la caseta de vigilancia el mismo que había recorrido los últimos meses.

– Buenas noches- me saludó el vigilante, yo sólo le dediqué una sonrisa.

-Vengo al cuarto 302.

Caminé por ese laberinto de pasillos que ya había memorizado hace meses. Las luces habían empezado a titilar y apresuré el paso. Nunca me gustaron las luces de los hospitales, lo hacían mucho más tenebroso de lo que ya era. Al llegar al pabellón de cuidados intensivos vi a Héctor recargado en la puerta del cuarto de mi madre con el teléfono en la mano. Mi teléfono empezó a sonar, haciendo que mi hermano bajara el suyo.

– ¿Dónde estabas? – me tomó del brazo- Se suponía que te ibas a quedar hoy…

– No molestes.

Entré al cuarto, mi hermana Sofía estaba recostada junto a mamá, ya habían desconectado el oxígeno y quitado el suero. No se veía muerta, más bien dormida. Me acerqué a darle un beso en la frente, estaba fría, pero eso no me decía nada, mi madre había estado fría los últimos días. Pero al verle la cara pude ver una serenidad que hacía tanto no le había visto, entonces lo tuve que aceptar: se había ido.

Aquella noche me quedaría con Sofía y Héctor en el departamento de mamá. Mientras esperábamos a que Héctor firmara las actas y los trámites y liquidar la cuenta, Sofía me abrazaba, ella siempre fue más cariñosa conmigo y con su embarazo el instinto maternal le había aflorado con gran intensidad.

En ese instante sonó mi teléfono, era L, me esperaba fuera de la sala de los consultorios. Salí a decirle que ya todo estaba controlado, aunque la verdad me sentía como una niña. Me entregó las llaves de mi carro.

– Es tarde. Me tengo que ir, sólo quería asegurarme que estabas bien.

Mordí mi labio. L me abrazó.

– Voy a estar bien- dije, aunque ni yo me lo creí.

En ese instante salió Héctor. L se acercó para darnos el pésame

– Cualquier cosa en que pueda ayudar…

– No necesitamos nada- dio bruscamente mi hermano. Yo lancé una mirada de reproche.

Luego de darme un beso en la mejilla, me dejó con mi hermano.

Regresamos a la sala donde Sofía nos esperaba.

– Yo no sé por qué sigues con ese tipo…- me dijo Héctor en voz baja para no atraer la atención de mi hermana.

– ¡Eres un cabrón! – le grité. Sofía se levantó con dificultad.

– ¿Sucede algo? – preguntó mi hermana. Héctor me miraba como si fuera culpable de algo. Tomé las manos de mi hermana tratando de calmarla.

– Ya ves como es Héctor, le encanta meterse en asuntos que no le importan ¡ES MI PROBLEMA! No tenías que portarte tan mal con él.

– ¿Qué te dijeron los de la funeraria? – preguntó Sofía, tratando de calmar los ánimos.

Héctor nos explicó el proceso: tendrían que recoger el cuerpo para prepararlo para la cremación y uno de nosotros debía estar ahí para recibir la urna.

– Bien, entonces no creo que necesitemos estar aquí. – dijo Sofía.

– No pienso ir con él a ningún lado- dije con la voz llena de enojo.

– ¡Natalia por favor! Ya no eres una niña, ya estás mayor para hacer esos berrinches – exclamó Héctor.

– ¡Y TÚ YA ESTÁS MAYOR PARA METERTE EN MIS ASUNTOS!

-Bueno, ya estuvo bueno- intervino Sofía- No es ni el momento ni el lugar. Hay cosas que preparar. Natalia, tú sabes dónde puso mi mamá sus papeles de la funeraria.

Ya no escuché nada más, el cansancio me golpeó. Mis pensamientos estaban en L.

Sofía y yo nos fuimos en mi coche, Héctor nos seguía de cerca,

Llegamos a la calle de Tonalá, a un edificio en que, como otros miembros de la familia, se habían refugiado por el hecho de no tener que pagar renta por ser un terreno intestado. En otros tiempos eran departamentos casi de lujo en la colonia Roma, ahora, la fachada reflejaba los más de cien años de existencia.

Al entrar al primer departamento del primer piso el lugar se veía bastante reducido por la cantidad de cosas que mi madre había traído de provincia, pero por alguna razón no había desempacado en más de treinta años.

– Voy a buscar los papeles- le dije a mi hermana, pero la verdad era que no quería ver a Héctor, que llegó unos minutos después que nosotros, lo escuché entrar.

– ¿Puedes decirme qué te pasa? –  escuché a Sofía

– Ya estoy harto de Natalia y sus amantes, lo hubieras visto.

– Sé que no lo apruebas, pero Natalia ya es adulta y no puedes meterte.

– A mi mamá tampoco le agradaba…

– Ella tenía sus razones, lo sabes.

Hubo un largo silencio. Cuando salí arrojé los papeles a la mesa.

– Me voy a dormir- me limité. 

Mis hermanos se quedaron en el comedor hasta muy entrada la madrugada. Recordaban anécdotas de la vida de mi madre. Escuchaba cómo trataban de entrar al cuarto que habíamos compartido de niños, ahora era una bodega.

Sofía y yo nos quedamos en el cuarto de mamá: la cama era enorme, dos mujeres adultas cabrían perfectamente. Héctor se quedó en el cuarto contiguo. Obvio no pudimos dormir, o al menos eso pensé. Cuando sonó el teléfono de Sofía, pasaban de las seis de la mañana.

– Naty, ¿Cómo te sientes?

– De la chingada.

Sofía movió la cabeza con desaprobación. No le gustaba que dijera malas palabras.

– ¿Dónde está Héctor? – pregunté

– ¿Sigues enojada con él?

Encogí los hombros.

– Lo llamaron de la funeraria, está todo listo.

Al ver la cara de mi hermana, vi un par de bolsas enormes debajo de sus ojos, había estado llorando toda la noche, y yo sencillamente me sentía triste, pero las lágrimas no se animaban a salir.

Nos levantamos de la cama al mismo tiempo. Sofía me pidió llamar a mi cuñado para que le llevara algo de ropa negra para el funeral.

– ¿Tienes algo de ropa aquí?

Negué con la cabeza, yo vivía en un departamento cerca, y sólo pasaba a ver a mi madre los últimos días que vivió aquí. Aún recuerdo el día que tuve que llevarla de emergencia con Héctor al hospital, de eso ya habían pasado dos meses.

–  Voy a bañarme- dijo en cuanto colgó, yo me adelanté.

– Si viene Alberto…- me dijo

– Yo le aviento las llaves- dije.

Fue un baño bastante rápido, yo veía cómo se iba por la coladera, y no dejaba de pensar en mi mamá.

“No llores, por más que sientas que te lleva la chingada…” decía siempre que me caía o terminaba alguna relación, y en esos instantes sentía que me llevaba la chingada.  

-Natalia- me llamó Sofía- Es tarde.

Cuando salí Sofía entró al baño, pero la presión del agua había disminuido. La escuché quejarse.  Mi cuñado llamó, estaba en la entrada esperando a que le abriera, llevaba dos vestidos negros, apropiados para los casi seis meses de embarazo de Sofía. Aventé las llaves por el zaguán, me puse la ropa del día anterior, olía a hospital, y esperé a que entrara. Me entregó los vestidos luego de abrazarme y darme el pésame. Me quedé viendo ambos vestidos, puse el que pensé estaba menos grande, pero ambos estaban destinados para una mujer con seis meses de embarazo, además me sorprendió lo mucho que había enflacado, cerca de cuatro o cinco kilos.   

Llegamos a la funeraria unos veinte minutos después de la hora acordada, durante ese tiempo yo había mandado un mensaje a L dándole la hora y el lugar de la ceremonia. Su respuesta fue casi inmediata.

 “Creo que no le agrado a tu hermano, no quiero causar problemas, te escribo más tarde”

Yo sólo mandé un “OK” y mi rabia volvió a volcarse sobre mi hermano, guardé el teléfono y traté de disimular mi enojo.

Todo empeoró con la gran cantidad de familiares que ni siquiera conocía bien, primos y algunos tíos que había visto en raras ocasiones. Me saludaban con una sonrisa condescendiente, Sofía me abrazaba y Héctor platicaba con un primo, Detrás escuchaba hablar de lo buena madre que fue Catalina y de todo lo que tuvo que dejar por tomar decisiones desesperadas. ¿Qué podían saber ellos?

Sofía me empujó con Héctor, yo lo miraba molesta pues por él no tendría a L en esos momentos. En ese momento llegó mi tía Ana, prima de mi madre, una mujer odiosa, pero bastante criticona. Me abrazó tan fuerte que no pude evitar dejar salir un quejido, Sofía fue a mi rescate.

– Lo lamento mucho- estaba inconsolable, lloraba como si hubiera sido ella la que se quedaba en el hospital. Sofía seguía atrás de mí apretándome los hombros cada vez que yo trataba de soltarme. – ¡Ay, Héctor! ¡Que fachas las tuyas! Deberías cortarte esas greñas, yo no sé cómo Cata te dejaba andar con el pelo así, ¿qué no te dicen nada en el hospital?

– No tía, además me amarro el cabello cuando estoy con mis pacientes.

– En fin, me alegro de que no se molesten contigo y tu Natita, ¿ya encontraste trabajo?

No pensaba contestar, pero Sofía me apretó tan fuerte que esbocé una sonrisa falsa y contesté lo mejor que pude.

– Si, tía, sólo que de momento estoy de asueto por las vacaciones de invierno. Aproveché para cuidar a mi mamá en el hospital.

– Ay mi niña, pobrecitos los tres cuidando de una madre enferma sin ninguna ayuda, si me hubieran avisado

– Pero supongo que no tenías tiempo en tu ocupada agenda- me limité a decir, quité las manos de mi hermana con un gesto brusco para poderme alejar un poco pero claramente pude escuchar a mi tía quejarse con mis hermanos y éstos tratando de disculparse por mi actitud, aun así ninguno se acercó

– Pendejos- dije para mí, mirando a todos esos familiares que sólo iban a gorrear comida y a ver qué podían sacarnos a mí y mis hermanos, parecían buitres, en eso escuché a uno de mis primos hablando con otro.

– ¿Sabes qué van a hacer con el departamento de Tonalá?

– No, supongo que se va a quedar vacío.

– Pues todo depende de los hijos de Catalina, pero hasta donde sé, no es de ellos…

– No, es de mi tío Aldo, le hizo el favor a Catalina, pero pues ya los tres son adultos

“Pendejos” pensé, ellos qué iban a saber, eran desconocidos que sólo veíamos una o dos veces al año, cuando a mi mamá se le ocurría que era momento de no desaparecer del radar de la familia.

La misa inició a las tres de la tarde, mi madre había pedido que en su velatorio no hablaran de su vida y aun así estuve más de una hora escuchando hazañas que mi madre había hecho durante vida, aunque pocos la conocían como sus hijos, y ahí estábamos los tres, despidiendo a la mujer que había entregado todo por nosotros.

Fuimos los últimos en retirarnos, mientras yo escuchaba la sarta de idioteces que decía la familia, esperamos una vez más a que Héctor firmara y pagara todo. Tomé la urna de mi madre y mi cuñado y hermanos subimos al coche sin decir nada, sólo se escuchaba nuestra respiración.

– ¿Vas a ir a tu departamento o dónde te dejo? – preguntó Héctor, yo levanté la cara de la urna.

Sofía repitió la pregunta.

– Quiero ir a Tonalá.

Omití la conversación que había escuchado, sobre el futuro de Tonalá, pero yo estaba lista a defender aquel departamento y junto con él todos los recuerdos de mi niñez.

Al llegar le entregué las llaves de mi departamento a Sofía pues ellos no vivían en la ciudad, y no permitiría que se quedaran en un hotel. Los despaché rápido pues en el coche mandé un mensaje a L avisándole dónde me quedaría. En parte me decepcionó el saber que iría hasta la mañana.

– ¿Segura que quieres quedarte sola? – preguntó Héctor, y sabía sus intenciones, asentí.

– Quiero arreglar un poco.

Cuando entré el cansancio de las últimas 24 horas me golpeó tan fuerte que no supe en qué momento me quedé dormida.

Me despertó el timbre del teléfono, era Sofía. Contesté con la voz ronca, pasaban de las 9 de la mañana.

– ¿Pudiste dormir? – preguntó mi hermana, asentí con un gruñido, aún así seguía sintiéndome extraña, estaba exhausta – Hay que arreglar los papeles de mi mamá.

– Lo sé – dije- Yo me encargo.

– ¿Segura? Me dejaste preocupada, y con todo esto no quisiera dejarte sola.

– Estoy bien – me quedé pensando, tenía junta en el colegio donde empezaría a dar clases- Tengo que avisar en mi trabajo.

– Dalo por hecho. Iré en la noche ¿de acuerdo?

– ¿Héctor va a venir?

– Me dijo que tenía una conferencia en Puebla, si regresa a la ciudad va a tardar como cuatro días.

– Típico de él.

– Creo que él es quien mejor lo está manejando, yo no dejé de llorar toda la noche, Beto tiene miedo por el bebé, pero me siento mejor ¿y tú?

– Sabes que no lloro…

Se quedó callada unos segundos, según ella, una reconocida psicóloga el llanto era una forma de sanar, pero yo sencillamente no podía llorar.

– Entonces, ¿tú te encargas? – terminó por preguntar tras un suspiro de resignación – Por cierto, pásame el teléfono del colegio para llamarles

– Si, te lo mando por mensaje, te quiero.

– Y yo a ti.

Cuando colgué vi un mensaje de L, estaba justo afuera, frente a la escuela de alemán. Me asomé, pero al no verme, opté por bajar.  Lo recibí con un beso efusivo.

Hicimos el amor toda la mañana, ni siquiera revisé el teléfono hasta que Sofía me llamó, alrededor de las cinco de la tarde. recordé que tenía que buscar los papeles de mi mamá. Mientras discutía con mi hermana, pude oler comida, me sorprendió lo bien que olía y lo hambrienta que estaba.

– Voy a ponerme celoso.

– ¿Por qué?

– Hablas más con la tu familia que conmigo

Reí

– Era mi hermana.

– ¿Tienes algo qué hacer?

– Arreglar papeles y, como puedes ver, limpieza en general. Desde que internaron a mi mamá no había venido.

– ¿Quieres que te ayude?

– ¿Tienes algo más interesante que hacer?

Rio y me besó.

– ¡Ay Naty!

La verdad no me molestó indagar en el pasado de mi madre, había muchas fotos, mi madre adoraba imprimirlas. Claro había la posibilidad de guardarlas en una memoria USB, pero mi madre tenía el afán de hacer cosas que ya nadie más hacía.

Encontramos unas de ella con mis hermanos pequeños, sonriendo.

Estuvimos mucho tiempo viéndolas, L reía con las anécdotas que contaba sobre nuestras travesuras infantiles y de la adolescencia.

– ¿No hay fotos de tu padre? – preguntó L. La verdad no sabía, la identidad de mi padre había sido un misterio hasta que una noche mi madre comenzó a gritarme que era igual al infeliz de Álvaro, aunque hasta donde sabía mi padre se llamaba Carlos, o por lo menos así llamaban a papá mis hermanos.

– Murió antes de que mi madre supiera que me esperaba – me limité.

Guardó silencio por unos momentos.

– Creo que no encontraremos nada aquí.

–  A lo mejor las cajas que necesito están en el cuarto del pasillo. Pero no pude abrirlo.

L se paró con dificultad, se encaminó al cuarto, giró la llave y dio unos golpes con el hombro hasta que cedió. El olor a humedad nos golpeó.

Tomé las primeras cajas que encontré no sabía si eran de mi mamá o de mi abuela, al no reconocer la caligrafía, supuse que era de mi abuela. Al abrirla vi varios álbumes de fotos, algunos alhajeros, los cuales tenían algunas joyas valiosas y justo en el fondo un cuaderno, era de pasta negra, lo que llamó mi atención porque estaba cuidadosamente guardado en una bolsa de plástico. Lo tomé con cuidado, no sabía el deterioro en el que se encontraba con toda la humedad. Entonces leí:

“Para mi amada hija, para que nunca olvides de dónde vienes y hacia donde podrías ir.

Mayo de 1993”

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