Ocho… un número ocho tenía su fecha de nacimiento. Seria ese el número que la casualidad, el destino, el karma…o lo que fuera que los ojos leyeran, el número que la atravesaría y la conmovería.

Helena, Helena con H, era su nombre. La letra 8, la letra H silenciosamente la nombraba, casi dulcemente imaginándola como una de esas figuras delgadas, etéreas, blancuzcas que aparecen en las novelas de idilio que aventuran prometedoras historias de amor…

Pero no. Helena no era nada como eso. Era pequeña, de extremidades cortas, tronco ancho y tosco, pelo grueso, largo, y del color de la tierra, cara redonda, ojos saltones, separados por una nariz ancha que desembocaba en unos labios finos…perfectos, casi toda su imagen podía perderse al mirar su boca, y escuchar su voz era, destinarse a un sueño placentero, embriagador, era un hechizo .

Helena fue la última de 8 hermanos. Y como parte de este orden, soluciono casi todo observando, copiando, imitando y defendiéndose a mano y contramano de lo que sus hermanos hicieran o deshicieran. La Ley del más fuerte era para ella una máxima aprendida y a la cual rendía culto. Aprendió desde pequeña que ya no había tiempo, ni paciencia para ella, y que su llegada a este mundo, justamente había sido un mal paso dado para no cargar con la culpa de no tenerla, tenerla daba menos culpa…

Termino tercer grado. Con 8 años se recibió de niña grande. Ese Diciembre que estrenaba sus días, la despidió a Helena con su guardapolvo ajado, ultrajado, pisado, sin vestigio alguno de blancura, manchado de la vergüenza, la cobarde vergüenza que los hombres grandes cargan en sus testículos y eyaculan victoriosos como trofeo de ser mas Hombres.

Ella ese 8 de Diciembre no eligió. No eligió ni quedarse ni asentir. Ella no eligió nada de lo que paso. Ella no provoco nada de lo que ese día la embistió. Ella solo era Helena susurrando no quiero, déjenme ya…

Volvió a la casa 8 semanas después. Armarse, juntar sus pedacitos, rearmar su identidad, perdonar su existencia, querer su violentado sexo, coincidir su anhelo y deseo….todo eso y más le llevo más de 8 años. Digo le llevo porque mis palabras acaban, pero Ella, Ella no termino nada, ella comienza cada día una lucha distinta, parecida, nueva, acabada…Ella vive en lucha. Su lucha también sale a gritarla este 8 de Marzo.

Ni una Menos.


Cerró los ojos. Contrajo apurada cada extremidad, cada parte que pudo de su menuda existencia. No se si respiro, si retuvo el aire o que. Lo que estoy segura es que ahogo todo dolor en un suspiro sin aliento.

Se despertó de golpe ocho horas después de la paliza que su pareja le impusiera. Miro un rincón. Eran dos paredes que se unían en esa esquina recubierta con un zócalo de madera. Polvo, que más podía ver desde ahí…nada. No quería ver mas allá. Le llevo 58 minutos juntar su dolor, su miedo y su cuerpo. Se paro, y con la intermitencia de la paliza llego al baño dispuesta a ver qué podía hacer para dejarla atrás.

Lo logró, con la dificultad de su propio dolor, pero lo logró. Salió del baño oliendo jabón de propaganda Premium, con los moretones alcahuetes medio disfrazados de anemia, los cortes para su confundida suerte estaban ocultos para otros, solo ella podía reconocer su presencia, si se animara a verlos aunque sea en un espejo.

Arrastro sus culpas hasta el comedor. El la esperaba con dos tazas grandes de sanador te. Reproches de no entender que hacia ella buscando todo eso. Un discurso apenado siniestramente mentiroso, dolía hacerle eso, pero que mas Ella le dejaba…? No podía mirarlo. Su cabeza se aturdía de los frescos y rotundos golpes que aún la dominaban, y de la angustiosa idea de perderlo…no imaginaba poder con eso. Con eso, con no tenerlo no podía…

Ocho años después mientras cerraba la puerta de su auto lo vio pasar. Ella llevaba, en su mano, todos los papeles que un expediente de adopción requiere, en su vientre, el vacio eco de su última paliza, en su recuerdo, las noches llorando por no poder darle un hijo.

Camino las ocho cuadras aturdida. Sintió una pena inmensa. Una cobardía gigante. Se avergonzó de ella misma justificándolo tanto tiempo. Lloraba como no lo hizo antes. Se desmorono en un escalón partido de un edificio viejo. Siguió llorando. Nunca había mirado atrás como ese día. Lloro tanto…

Por suerte ese día era un 8 de marzo. Apuro todo. La prisa la invadió, y llego. Está marchando.

Ni una menos.


-Veronicaaa!!!. Pasame el vaso te digo!…pero noooo!!! Asi nooo!!!. Estúpida! Inútil! Solo yo sé lo que vivo aguantándote!!!.

Cuando el grito se durmió, la existencia insignificante de Verónica salió de la habitación. Siguió en puntillas de pie hasta llegar a su cama. El colchón era su fiel y silencioso confidente, el dueño de toda esa pena que guardaba casi desde que recuerda como contar hasta ocho, hasta 88, hasta 888…hasta que dejaba que toda esa abrumadora pena la dejara de ahogar y pudiera el sueño llevársela unas horas.

Mama era un dulce relato, solo eso. Uno solo. Un solo dulce relato, que ella escuchó una noche de cumpleaños, justo después de soplar una sola vela, de sus vaya saber cuántos desafortunados años. Ocho meses después de que Verónica naciera y de que su llegada terminara con la vida de su madre, vino otra. Vino justo antes de que su padre no soportara mas el llanto del instinto apremiando las horas del día y de la noche, antes de animarse a mirar sus ojos y que encuentre los suyos, aunque mas no sea así como los mostraba, fríos, sucios, turbios, colmados de nada y carentes de amor. Si, trajo a otra, impuso a otra. Empodero a otra.

El mismo sexo tendría la que fuera su peor pesadilla. Era otra mujer quien ahora la borraría del mundo. Soporto el desamor, el maltrato, la ofensa, la descalificación, la humillación, los gritos, el violento e insoportable abandono.

-Verónica!!! Te pido que vengas!!! Ni eso puedes hacer!!!

En ese mismo momento Verónica también gritaba.

Soñó con un abrazo. Soñó con una tierna caricia. La recorrió un escalofrío, se estremeció como nunca sintiéndose amada, querida, un poquito, tan solo un poquito de todo eso. Había contado hasta 108, se cerraron sus ojos y aún no había apagado su lámpara…tardo el diablo en escaparse del fuego quieto, lo que sus sueños en darle una sola vez, la dulce sensación ausente que su vida tuvo.

Ocho minutos más tarde todos gritaban. Todos menos Verónica. Ella solo era la oscura ceniza que un colchón viejo abrazo. Ella se fue volando con el humo. Ella se marcho.

En las noticias contaron de todo. Del dólar, de los presos, de un incendio y su pobre víctima. También se hablo de unas, de otras, de todas las victimas que ese día marcharon acompañadas siempre por una espesa e interminable nube de humo negro.

Ni una Menos.


Suena el teléfono.

Ocho veces y ella atiende. No quería, como siempre, no quería pero lo hacía. Eso, atender el teléfono, ir cada vez que se lo pedía, estar en cada urgencia que lo requería, contestar aquello que evitaba ponerle la cara, y dejar quieto el cuerpo cuando el roce la atropellaba…todo era parte del contrato.

Eran 58 el día que la tomaron.

Había dormido mal la noche anterior escarbando en la oscuridad de sus cuatro paredes y de sus anhelos de salir de una vez por todas de esa miserable pensión, que se iba a poner, que iba a decir, como se iba a presentar para que aquello hiciera la diferencia, para que la vieran por sobre otras y para que la oportunidad la eligiera. Así paso, al final de esa semana todo las entrevistas se sucedieron y los exámenes se tomaron. Los requerimientos se cumplieron y pudo entonces a todos sus contactos mandar victoriosa un audio gritando que estaba adentro, que el puesto era suyo!!!

Nada es lo que parece.

Su escritorio estaba acomodado. Su lugar estaba determinado claramente. Su obediencia le quedo presentada a su jefe en cuanto cumplió sus primeros 8 minutos en la empresa. Los diálogos fueron complacientes, demasiado por momentos. Tras 8 días, los halagos venían siempre con pedidos que la obligan a quedarse fuera de hora. Y entonces llegaba la amenaza y el perverso juego de dame o te quito, dejate o te dejo afuera sin nada, mírate, quien te va a creer algo, mejor disfruta de esto que pocas lo tienen…mira la oportunidad de valer por lo que te dejas hacer no por lo que crees ser…no necesitas pensar ni demostrar nada…dejate…dejate…

Se dejó.

Se dejó atropellar. Primero mas porque la novedad lo mandaba. Luego el paso del tiempo hizo su trabajo. A los ocho meses ya de novedad no quedaba nada y ella recupero su libertad. Salía a horario, su teléfono no sonaba imperioso para que cumpliera con algo. Se fue de la pensión. Las incorporaciones nuevas la empujaron hacia otras oficinas. El cambio llego, pero esta vez no mando mensajes.

De vuelta a casa marcho.

Iba medio cansada. Había sido una semana de nuevas rutinas. Bajo del subte y decidió caminar hasta su departamento. Allí las encontró a todas. Como ella, todas cargaban con algo. Decidió entonces vaciar un poco su mochila. Marcho, y hasta se atrevió a gritar.

Ni una menos.


Melisa tiene unos hoyuelos preciosos cuando se ríe. Tiene el rosado pastel de las muñecas dibujado permanente en sus cachetes. Los ojos son grandes, redondos, de un color negro intenso, y ven a través de unas pestañas larguísimas, tupidas…la envidia de muchas. Los labios rojos y carnosos se mueven rápidos, se muerden siempre que hablan, como un tic, una necesidad de encontrarse con dolor cada vez que de ellos sale un sonido…

No se caso. No tiene pareja. Alguna vez hubo algunos fallidos intentos. Se desarmó varias por no decir muchas veces frente a un espejo, frente a una ventana, frente a un rincón cualquiera de cualquiera de sus itinerantes cuarteles, como llamaba a sus casas o departamentos que alquilaba. Lleno y vacio bolsos, valijas, cajones, armarios desde que sola decidió a los 18 años dejar la casa de sus padres y asumirse adulta. En realidad lo que en ese entonces hizo, fue emancipar su dolor.

Los años inexorablemente transcurren y se encargaron de ir amortiguando los ataques y lesiones que los otros queriendo o sin querer hacen. Melisa se hizo experta. Y decidió o eligió amar aquello que no se sabe amar, que no se entiende como amar o simplemente que algunos no se resignan a aceptar. Puso todo su esfuerzo, su empeño, su tiempo y dedicación, y desde el primer día fue con todas la letras, una Maestra Especial.

Melisa cumplió 38 años en Agosto. Hace mucho que se recibió. Tiene a su cargo la salita de un jardín de infantes en un Instituto de niños con retraso madurativo. Ama profundamente lo que hace. Planifica cada día como si fuera el primer día que tuvo a su cargo algún grupo. Sus ojos se iluminan cada vez que uno de sus pollitos entra a la maña arrastrando sus ganas, moqueando sus flemas, babeando sus aguas, vomitando sus sobras…de ellos ama inconmensurablemente todo.

La seño Meli es para un puñado de compases diferentes, un Norte, un abrazote fuerte, un grito que subleva, una canción dulce, un sosiego diferente, una pausa cálida, un clamor de lucha, una caricia del alma, una esperanza dulce, un simple silencio…es…es mucho mas que eso.

Melisa es casi 108 kilos de valor hecho mujer. Es una mujer que decidió cada día no rendirse, no escuchar ni mirar al otro que la ataca. Eligio ver con el corazón,

Melisa marcha el 8 de marzo, como todos los días desde que tiene uso de razón.

Ni una menos

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS