El río corre entre los montes dibujando una serpiente huidiza y deja a su paso cientos de imágenes fugaces que compones los paisajes más bellos. Yo me pregunto cuántos árboles se nutren de la humedad de sus orillas, cuántas aldeas beben de él, cuántos niños juegan en sus aguas salpicándose y riendo, cuántas aves refrescan sus alas en su superficie. Este río que es ancho a veces y otras angostas como un hilo , que refleja el verde de las hojas, el azul del cielo o el ocre del lodo; este río que de natural y cotidiano es también mágico y sagrado; multiplica y deja crecer a todo lo que tiene vida. Y la vida es aquello que nace incluso en la intemperie o la sequía, porque es obstinada y perseverante, porque su fuerza es su valor y se empeña en brotar en cualquier rincón.

Además pienso en los árboles, pero no en todos ellos. Pienso en aquellos que sobresalen de entre todos. Aquellos solitarios en la cima de una montaña, que se inclinan horizontalmente en el aire porque su capricho los mantiene arraigados en una pendiente. Los que al caer el sol dibujan su silueta en el horizonte como una prolongación de la tierra. Erguidos en las alturas ellos soportan cualquier condición y encuentran formas extrañas de extenderse, de elevarse, de expresar su ser. Y así nos hablan y nos afirman que el misterio y la belleza irradian en estos pequeños detalles de la naturaleza. Por fin me olvido de la devastación y el bombardeo e intento creer que hay una respuesta en la naturaleza a todos los sin sentido de la historia de cada pueblo.

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