Cuando no tengo sobre qué escribir, relato lo de la mesa de al lado:

Soplan velas de cumpleaños 7 bocas sonrientes. Y entre pedazo y pedazo de una apetitosa tarta, esa boca golosa y satisfecha, se esconde detrás de una tela bajo la que nos camuflamos todos desde hace unos meses.

Descubro, gratamente, cómo han aprendido los niños a sonreír con los ojos. Nunca unos ojos dijeron tantas cosas. Ahora, estas dos luces se han convertido casi en nuestra única seña de identidad. ¡Qué difícil se ha vuelto reconocer a las personas! La mayoría, más gordas; algunas más flacas y casi todas con un estilismo diferente. Jamás había visto tanto chándal y tanta raíz en el pelo.

¿Y la actitud? apenas difiere de un ser humano a otro. Nuestro cuerpo ya no habla como antes. Nuestras manos ya no tocan como antes. Nuestro pecho está huérfano de abrazos y no sabemos qué hacer con tanto espacio vital alrededor nuestro.

Hablan de una nueva realidad que, seguramente, sea para siempre. ¿Cómo se aprende a vivir con una pérdida sin que te rodeen unos brazos amigos? ¿Cómo gestionar un injusto despido y ver como se diluye el dinero como la sal en un vaso de agua? Los estómagos y las viviendas no entienden de nuevas realidades.

¿Cómo acostumbrarse a vivir con la mitad de los sentidos? ¿Cómo llenar los vacíos y arreglar lo que se nos ha roto por dentro? ¿Cómo se huele una flor con un trapo en la cara?

Creo que le estoy cogiendo un poco de antipatía a mi casa. Me sé de memoria cada milímetro. Jamás la tuve tan limpia y ordenada. Me preocupa que únicamente sea una casa, apenas reconozco el olor de mi hogar. Hasta añoro ver alguna pelusa rodando por el suelo. No me siento cómoda con tanta asepsia, no sé… todo es tan impersonal que me parece estar habitando en el Ikea.

Reconozco mi figura tatuada en el sofá, ¡menos mal, empezaba a pensar que era un fantasma!. Me reconforta desordenar la mesa de vez en cuando y dejar en el fregadero el plato de la cena y encontrármelo en el desayuno. Mi cama ha aprendido a recibirme a cualquier hora y el despertador a permanecer callado. El portátil echa humo y la tele se muere de envidia ¡es todo tan diferente ahora!

No es fácil estar sola todo el tiempo, ni creo que sea sano; si esto dura mucho tiempo, temo echarme un amigo imaginario como cuando era chica. Hablo sola y, a veces, hasta me hago gracia, aunque… después me dan remordimientos, pensando en la cantidad de muertos y en sus seres queridos, me siento como si fuera una delincuente. Pero no quiero que el exceso de lágrimas borre el brillo de mis ojos. No quiero olvidar mi risa ni mi voz, No puedo perder la capacidad de sorprenderme y no quiero olvidar lo que se siente al rozar otra piel. No quiero perderle el gusto a masturbarme, ni tirar los besos al suelo para que no se asfixien en mi garganta. Mi tacto, excesivamente desinfectado, está pidiendo a gritos darse un atracón de bacterias. No puedo más con las pantallas, necesito dejar de sentirme como si viviera dentro de un videojuego.

Hoy no sé si sentirme contenta. Podemos salir a pasear por la calle pero da un poco de vértigo. Es agradable respirar un aire más limpio, ver un cielo más despejado y poder tocar la Naturaleza con un nuevo esplendor, y comprobar lo poquito que nos ha echado de menos.

Es cierto que cuesta sentirse feliz, pero es imposible no hacerlo todo el rato. Ese pajarillo que se acerca sin miedo, las risas de los niños, que parecían haber olvidado lo que era jugar al aire libre. Los torpes pasos de nuestros mayores, que se han quedado un poco oxidados. Esa explosión de colores que inunda los parques. Esa frondosidad del campo. Esos rayos de sol que nos va desprendiendo del color mortecino. ¡Qué placer, pero qué poco dura el disfrute! Rápido empiezas a ver a un montón de descerebrados saltándose las normas sin ningún pudor. Seres egoístas a los que tú proteges con tu trapo en la cara y ellos te corresponden con sus temidos fluidos.

Ahora estoy más confundida, si cabe. Disfruto, me enervo, sonrío, lloro, me vuelvo a enfadar y después me alegro de nuevo. Pensé que por fin me bajaría de la noria, pero voy a tener que seguir en ella una temporada.

Hoy, más que nunca, vivo el aquí y el ahora y quedo a la expectativa. Sólo sé que nada va a volver a ser como antes, o sí. La Humanidad me decepciona continuamente, ojalá esta vez sea diferente.

Os lo contaré cuando tenga palabras.

Hasta siempre a todos los que se han ido y bienvenidos a todos los que acabáis de llegar.

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