NICOLÁS VILA Y LA VELETA
Nicolás era un genovés inquieto e ingenioso. Vivía con su familia en medio del campo y cultivaba frutas y verduras de quinta, pero su verdadero sueńo no era vender tomates, sino levantar una pulpería en la esquina de su casa.
Se imaginaba a sí mismo frente al mostrador despachando desde un paquete de azúcar o un kilo de papas, hasta comidas ricas y vino a quien pasara por el Camino Real, que por esos tiempos era una calle de tierra polvorienta y llena de pozos.
Un mañana decidió ir en su carro en busca de madera. Recorrió seis leguas hasta llegar al Río de la Plata, y encontró barcos rotos y destartalados en la orilla que habían encallado durante la última tempestad. Sin pensarlo dos veces, comenzó a juntar las tablas que podrían servirle para armar su gran almacén. También se llevó un mástil de esos que soportan las velas de las naves, y cuando estaba por volver descubrió en el suelo una veleta que en lugar de tener un gallo en su extremo (como todas las veletas), ostentaba un simpático caballito de latón. Se agachó a observarla y aunque no sabía qué iba a hacer con ella, la acomodó en su asiento y emprendió la marcha de regreso a casa.
Al llegar, vio a Naón acercarse para ayudarlo a bajar la carga y a construir su sueño. Dibujaron el proyecto sobre un papel y pusieron manos a la obra. Les llevó mucho tiempo elegir y clavar las maderas una al lado de la otra, para dar forma a las paredes, colocar las chapas en el techo, la puerta, los estantes y la mercadería. Nicolás estaba tan contento cuando terminaron, que se abrazó a su amigo y se alejó unos metros para ver la obra. De pronto, se le ocurrió una gran idea y salió corriendo a buscar el mástil y la veleta.
¿Dónde vas a poner la veleta del caballo? preguntó Naón.
En lo alto del mástil para que todos la vean , respondió Nicolás
Y ahí no más, clavaron el mástil en la esquina y dejaron revoloteando a la veleta marcando el Norte.
Pero esto parece un palo de escoba con veleta, podríamos adornarlo, sugirió su amigo. Sin dudarlo, Nicolás le pidió a su mujer que cosiera algunas telas de colores, y en dos días armaron la guirnalda de banderines rojos, azules y amarillos atados a una soga alrededor del mástil. Esa misma tarde festejaron la inauguración de la Pulpería con una guitarreada, mate y pastelitos hasta la caída del sol.
Pasaron las semanas, los meses y los años, las carretas iban y venían por el Camino Real, y desde muy lejos veían el caballito de latón y gritaban “llegamos al Caballito” lugar preferido para hacer un alto y tomar un descanso. Nadie mencionaba la «Pulpería de Nicolás», todos la conocían como Caballito.
El caballito de latón sirvió de guía y referencia a las carretas en su viaje hacia el oeste desde 1821 y se convirtió en símbolo y nombre del barrio.
La veleta se exhibe en el museo de Luján, pero cuando pases por la Plaza Primera Junta podrás ver un mástil con una igualita a la que encontró Nicolás.
Y aunque la pulpería ya no existe, hoy me detuve en la esquina de Emilio Mitre y Rivadavia sólo para recordarla.
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