A lo largo de los tiempos y en distintos momentos, cumplir quince años era muy importante, como una presentación en sociedad de las niñas ya mujercitas que salían a la vida con otra mirada y expectativas.
El día de mis quince fue viernes, con mi familia vivíamos en el campo, yo pasaba toda la semana en el pueblo en la casa de mis tíos para ir a la escuela secundaria donde me recibí de maestra, Maestra Normal Nacional en esa época.
Ese 23 de Marzo llegamos al campo ya que mi mamá quería hacer un pequeño festejo, al entrar a la cocina el olorcito a estofado y la masa estirada sobre la mesa me anunciaban que comeríamos tallarines caseros, mi plato favorito. Apenas entré y nos saludamos me mandó rápido a guardar el bolso. Cosa rara pensé.
Ya en el dormitorio que compartía con mi hermana, vi en el maniquí un vestido de una tela liviana, color rojo con pintas negras, talle bajo, pollera con cuatro tablones, escote bote y manga cortita, ella no necesitaba mis medidas lo hacía de memoria, en un día y siempre me quedaban bien, era muy buena modista.¡Y esa era su sorpresa ¡
No hubo baile, no hubo amigos, no hubo guirnaldas ni suvenires, pero sí mucho amor de todos, pasamos una hermosa noche, simple. sencilla, humilde, pastelitos de postre y una torta también casera. Por supuesto que después hubo otros regalos materiales de parte de tíos, primos, amigos, pero el vestido rojo con pintitas negras quedó grabado en mi corazón, lo bueno fue que lo pude usar mucho tiempo.
Cuando nos reímos de cosas del pasado con mis hijos y mis nietos les comento, no sin nostalgia, que todavía tengo que sacarme la foto de los quince, aunque estoy un poco diferente con el paso de los años.
Pero lo importante, ese 23 de Marzo mi madre fue feliz y yo también.
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