Tengo la mirada perdida, mis ojos no son capaces de volver a apreciar lo asombroso que es el entorno. Aquí dentro huele a podredumbre, las larvas en mis cuerdas vocales no me permiten volver a cantar, o hablar. Hay zumbidos en mis oídos, sin embargo ya le agarré confianza a las moscas que buscan refugio en lo asqueroso de mi fachada, no las culpo, aunque su cercanía avisa que se aproxima otra muerte. Quizá esta vez sea yo la afortunada, pero los tréboles de cuatro hojas en mis tobillos me tienen atada a la “suerte de estar viva”, la ironía y yo somos una.

Si la mente se oxida, culpo a la brisa marina, las tardes en el balcón de mi casa apreciando el mar crearon recelo y no aires de libertad. Yo siempre he creído que un basurero es un basurero igual, sin importar que para alguien más sea un tesoro, por ende le pido disculpas a mi cuerpo muerto pero que alguien lo compare con belleza se me hace repulsivo.

Mi boca aloja restos de trozos de papel que tuve que tragar para comprender lo que sentía, mis manos se tornan azules al escribir y mientras la guerra se concentra en mis brazos, la sangre pide sollozando ver una señal de alto. Cuando conduzco ya no me detengo ni en semáforos, por ende ¿Crees que un par de lágrimas sean suficientes?

Hay heridas que resaltan en medio de la palidez de mi rostro, y el color de mis ojos ha cambiado tantas veces que frente a un espejo padezco de daltonismo severo.
No hay miedo, no podría temerme a mí misma.

Pediré una cita con mi psicóloga, espero de aquí a dos semanas mi cuerpo aguante la descomposición permanente, o en su defecto, dejaré a la muerte invadir todos mis rincones, ya estoy lista para lo que sea.

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