No se muere por amor, la muerte llega por extrañar demasiado. Uno extraña un momento, un aroma, una palabra, ¿pero de amor? No, nadie muere por amor.
Así lo vivimos con Teresa y el Negro, 47 años de casados, amándose y odiándose al mismo tiempo. Teresa odiaba más que el Negro. Y sí, porque en aquellos años de juventud al Negro le encantaba irse de parranda y dejarla sola, él sigilosamente tomaba su llavero, se iba sin avisar y regresaba sin sentirse, entonces Teresa odiaba, y odiaba en silencio.
Más de 50 años con el habito de fumar, hicieron que los últimos meses del Negro transcurriesen con un tubo de oxigeno parado en la esquina del living de la casa, al cual Teresa le había tejido una carpetita color naranja porque decía que era horroroso, que se sentía adentro de un geriátrico.
Hacia unos años atrás, y por la presión familiar, el Negro había jurado que no fumaba más, alegando que el cigarro lo había dejado al él, pero Teresa solía encontrar escondidos entre las rosas del jardín los paquetes de Benson con una lámina de cerillas.
Bien está el refrán que “el zorro pierde el pelo pero no la maña”, y una tarde de sol el Negro se había llegado hasta la ferretería del pueblo y había comprado más de cinco metros de manguera, para cuando Teresa, con el tranco lento, salía hasta la panadería, y entonces él con una agilidad nunca antes vista en sus manos, como si tuvieses las manos firmes con dedos milagrosos, lograba enchufar esa manguera al tubo y salía afuera a fumarse un Benson. Con una mano sostenía el cigarrillo y con la otra la mascarilla del oxígeno.
Y en esos minutos de soledad se sentía joven y a la vez muriendo.
Los meses pasaron y Teresa había descubierto aquella avivada del zorro viejo, pero con indiferencia y como “aquí no ha pasado nada”, siguió cuidando del Negro hasta sus últimos días.
Y ese último día llego, mientras Teresa tomaba su religiosa taza de té de boldo, la tristeza la hundió, y la paralizó, y la congelo en un momento de su vida sin intenciones de seguir avanzando porque comenzó a extrañar…
Y extrañar suele ser de esas cosas que al comienzo se disfruta y uno libera y vive, pero cuando extrañar no tiene un fin, comienza a doler… y duele primero el alma y luego el cuerpo, y pesa el tiempo y la vida.
Una mañana de diciembre el calor nos ahogaba a todos, menos a Teresa, porque a ella la habían ahogado los recuerdos y moría por extrañar demasiado.
Chaina Taun.-
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