Y estos poemitas improvisados que te susurro al oído, tendidos sobre la cama, exaustos de felicidad y con el alma despojada, ¿debería escribírtelos en un papel, aquí, delante de ti? O al menos, quizás, grabártelos en una nota de voz, mientras me miras sonriente y absorta, por lo mucho que te gustan. De repente quieres sentarte algún día, en veinte o treinta años, a recordar qué se sentía tener veintiuno y hacer el amor el hoteles alejados de la ciudad, escuchando el mar y las fiestas nocturnas. Tal vez algún día, cuando en tu vida yo sea nada más que un recuerdo, encuentres archivos viejos de fotos, audios y vídeos en tu nube, y te acuerdes que una vez fuimos felices los dos juntos, hace mucho tiempo. Un tiempo tan lejano como el hoy día. No lo sé, de repente debería. Si no, tal vez simplemente deba dejarte poner todas las líneas de este amor, que es tan enfermizo como nosotros dos jóvenes, en un lugar selecto del olvido. Un lugar donde guardas recuerdos que sabes que existieron, pero no sabes de qué iban. Esos recuerdo que son de emociones y sentimientos, mas no de situaciones. Yo creo que si haces eso, en veinte o treinta años no vas a saber lo que te dije anoche cuando te abrazaba en la oscuridad, pero vas a recordar lo que se sentía escucharlo. Vas a saber que era poesía, sí, pero no vas a recordar nada más que eso. Quizás así sea mejor, querida. Tal vez sea prudente que en el futuro yo sea para ti un secreto de tu juventud del cual no tienes pruebas en absoluto. Y tal vez, solo tal vez, esa confidencialidad entre mi recuerdo y tu persona llegue a ser un vínculo tan fuerte y verdadero, que, a fin de cuentas, al final de tus días y de los míos se traduzca en que, a pesar de todo lo malo que nos pasa cada día, hubo algunos dónde de verdad fuimos felices, y quizás ni lo sabíamos. Quizás estamos siendo felices ahora mismo, mientras duermes en mi pecho. Entonces, la felicidad es, al fin y al cabo, mejor de lo que me la habían pintado en los libros.
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