Niña juega en el patio inmenso, tiene potreros enteros para ella sola. Corre, vuela, hace barro, junta lombrices, busca bichitos de las cáscaras de los eucaliptos enormes que rodean la casita. Le gusta mucho el sol de la siesta y más le gusta cuando le pega en la cara. Le gusta el silencio y escuchar a los animales del campo. No quiere estar en ningún otro lugar, no se imagina otro paraíso.

Pero es Agosto y el viento frío le paspa los cachetes, así que agradece entrar a la casita.

Hay fuego prendido en la estufa y todo ese calor de golpe le seca los labios y le hace arder aún más la cara. Pero le gusta, se sienta a mirar el fuego que siempre la encanta. Esta sucia, la ropa y las zapatillas llena de polvo de todas las aventuras.

Se sabe la casa de memoria, pero levanta la mirada y la repasa. Una mesa con un banco y un par de sillas. Un aparador casi siempre vacío. El hogar de ladrillos que tiene pintado un caballo ya descolorido que casi no se distingue. En la pared de al lado cuelgan un rebenque y un látigo de cuero. Es poco, para ella es todo. Ese espacio guarda todo lo que la hace feliz. Mamá y hermanas.

En el baño un fuentón con agua caliente y un calentador a kerosene que emana un olor espantoso, pero hasta de eso disfruta. Le gusta que le laven el pelo y le frieguen las rodillas sucias. Se siente amada.

No quiere que nada rompa el encanto pero sabe que es inevitable.

Él entra tambaleante y se sienta en la punta de la mesa, al lado del hogar. Es su lugar.

Le pide un beso que ella no quiere dar pero no se atreve a decir que no. Sabe que en un segundo ese olor ácido y rancio se le va a meter por la nariz. Pero también huele a campo, y eso le gusta.

Le pide vino en el vaso de acero. 

Ella sirve. 

Todavía es muy niña para saber que está mal, que sus manitas inocentes son obligadas a alimentar al monstruo.

Niña sabe que esas mujeres le quieren evitar los horrores, pero ella ya vio. 

Vio al hombre y también al monstruo.

Cierra los ojos fuerte porque odia recordar, pero es tarde. Las imágenes fluyen en su cabecita. 

Él le pega a mamá en la cara tan fuerte que la tira contra la pared. Con una mano la levanta del cuello y con la otra le pega, en los brazos, en la cara, en las costillas, en la panza. Mamá llora pero no grita, sabe que es peor. Niña lo ve de espalda convertido en odio y violencia. 

Y llora. 

Cada golpe le duele muy adentro, parece que algo se le va a romper. Todavía no sabe que le va a doler años.

Quiere pararlo, quiere decir basta y entender por qué. Él solo se detiene cuando se cansa y cuando se olvida el motivo de los golpes. 

Mamá llora.

Niña se imagina como le debe doler todo el cuerpo, pero más aún adentro, porque la mira y sabe que ya está rota.

Abre los ojos con miedo, pero hoy está tranquilo.

Nadie habla demasiado pero niña sabe lo que piensan las demás. Si la comida no le gusta de un segundo a otro los platos pueden volar hasta estrellarse con la puerta o las paredes. Pero no. Hoy come en silencio.

Niña lo mira y ve al hombre. Esta cansado y triste tal vez. A ninguna puede mirar a la cara. Ella cree que de alguna manera el también está encerrado en ese cuerpo con el monstruo.

No sabe si las cosas pueden ser distintas, solo sabe lo que ve.

Cuando en el cuerpo está el hombre, trabaja, afila los cuchillos y curte cuero. Entonces esas manos y esos brazos fuertes y grandes, ya no se ven tan terribles. Si esta de buen humor a veces le dibuja caballitos en un papel.

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