Aún recuerdo el sonido de la lluvia chispeando las calles mientras dormía tranquilamente en la tarde o en la noche. Lo hermosa que era la vida, cuando solía ser inconsciente frente a las actitudes de las personas, cuando pasaba horas y horas jugando sin importar el estar en soledad o en compañía.

Esa fragancia a lonchera en las tardes, a veces, inoportunamente llega a mi, y de nuevo, me doy cuenta, que he crecido. Y es así como me pregunto: ¿Hasta que punto añoran las personas adultas y las más ancianas  volver a vivir su infancia?; aunque también me pregunto si algunos de nosotros, los jóvenes, nos damos cuenta de lo que hemos perdido, aunque se que somos pocos, porque muchos ahora solo emprenden un vuelo en busca de su destino, o quizás, ya ni eso.

Desde que salí de aquella etapa de fantasía en la cual los aviones de juguetes vuelan, las bebes comen espaguetis y los peluches hablan, no dejo de pensar que deberían existir personas más positivas, que no critiquen, ni juzguen tanto, que entiendan más, que escuchen como ellos quisieran ser escuchados, que en lugar de señalar mayoritariamente los defectos de los demás, les recordaran prioritariamente sus cualidades, lo que pueden alcanzar, y lo que realmente podrían llegar a ser. Desde que salí de aquella etapa de fantasía no dejo de pensar lo hermosa que era la infancia.

Y por que ya no soy una niña es precisamente que todo este tiempo he anhelado que hayan personas más conscientes de lo que sus palabras pueden llegar a perjudicar, para bien o para mal, en la vida de alguien. Porque simplemente, cuando no hemos madurado no entendemos lo mal que lo pueden estar pasando otras personas, y no necesariamente porque sean pusilánimes, o perezosos, si no mas bien porque son tan

que viven otras personas, y juzgamos, y creemos que «Yo si podría estarlo haciendo mejor», cuando a nosotros se nos esta cayendo el mundo y no nos damos cuenta, después de todo lo que llegamos a asimilar después de un tiempo, o de golpes, que hacen que maduremos sin duda alguna es: Que todos viven sus problemas a su manera y que cada uno los siente con su propio dolor, y los afronta con su propio coraje, coraje que para algunos puede ser cobardía.

Es ahí, ese preciso instante en donde entendemos que por más que intentes salvar del sufrimiento a las personas, si ellas se quieren hundir a mitad del océano, si se quieren rendir, y tiran los remos, y le abren rotos a su correspondiente barca, lo único que puedes hacer es desearle con positivismo un «Que ojala les vaya bien». Porque sin disposición y sin voluntad, las palabras como «Tu puedes», y «No te rindas», sobran.

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