Un día de sol, no podía faltar mas, y de repente el, que fingía estar tranquilo pero se inundaba de impaciencia al ver su llegada.
La silueta de aquella mujer que bailaba entre las calles mas oscuras de un barrio perdido de Buenos Aires.
No quería pasar desapercibida pero se vestía de negro, como anunciando una ola de sentimientos oscuros.
Era un día perfecto, se notaban como corrían hojas secas por los cordones de la vereda. El pronóstico anunciaba no más de 20ª lo cual eran perfectos para ir ligeros de ropa de abrigo,
Ardían en ella deseos de tenerlo, de saciar su inquietante desnudez.
Y él esperaba, estaba atento a cada centímetro que los separaban y se hacían eternos o cercanos.
El la miraba, ella lo saludaba casi sin mirarlo.
Pocas palabras habían entre los dos pero millones de miradas ocultas delineando un camino infinito de caricias que querían darse.
Era una pasión descontrolada, abrumadora. Todos notaban lo que sucedía y las chispas que sacaban al verse pero sin decir nada cada uno seguía su inusual camino, como si el karma les hubiera jugado una mala pasada, el hecho de querer comerse era mas intenso que lo que decidiera el destino para ellos.
Y un día, rozaron sus labios, entre una mentira tonta y piadosa, el le robo un beso que quería estar ahí para siempre, entre ellos. Un beso que marco un camino el cual querían seguir pero no podían.
Sin pensarlo ella se entregó, a ese beso cálido con notas de tabaco, con olor a mentira, con hambre de cama, con algunas caricias perdidas, que seguiría por acabar la apariencia fría de ella, pero serena como el mar. Se quedo alli unos dias, sin verse, sin moverse cada uno de su estúpida actitud.
Eran largos los días, semanas, meses, sin verse, sin tocarse pero ese beso seguía ahí. Casi en el aire. Y aumentaban las ganas que tenían que sea eterno, de desplazarse en una cama para no acabar nunca el martirio de no tenerse.
Debían seguir, pero deseandose.
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