Cap.1 – la carta de «Titelete»

Cap.1 – la carta de «Titelete»

Desde mi ventana veo el desierto, siento me invade toda su calidez. A veces, resulta agobiante ventilar la habitación, pero estoy encerrada. Desde hace varios días que me hallo en Egipto. 

Todos los días me levanto, espero a que me abran la puerta y me lleven al comedor. Allí hablo con ellos y como todo lo que se les ocurra poner en la mesa, o lo que me digan, dependiendo del día.

Recuerdo el primer día que entré en la pirámide, y me vi frente a un desconocido, con los ojos abiertos como platos. Subió por las escaleras que había al lado de una estatua de piedra con apariencia de esfinge, era tan alta que llegaba hasta el techo.

Aproveché para observar con todo lujo de detalles la entrada de este lugar, donde pasaría un largo periodo de tiempo sin darme cuenta de los días, las noches…pero aún no lo sabía. Seguía en la sala 401, la parte subterránea de la pirámide.

 Sentía como mi cuerpo se llenaba de frío, empecé a temblar, pronto averigué por qué, pude ver la nieve en cada una de las esquinas. La sala estaba decorada con todo tipo de utensilios de oro puro y macizo. Al lado de la escalera se podía ver una estatua maravillosa, era tan alta, que rozaba el techo. Tenía una sábana roja que simulaba una falda. Debajo de ella, asomaban unas esposas con pinchos.

El guardián se quedó con los ojos abiertos como platos al verme y me dejó en la entrada unos minutos. Miré a ver si podía salir pero no había puerta visible. 

Empecé a pensar en coger las esposas puntiagudas, y averiguar en cómo salir de allí. De repente, como si de la nada hubiera aparecido, el guardián me cogió del brazo, tirando hacia él tan fuerte que sentía dolor. Subimos las escaleras y me llevó a otra sala blanca y vacía. Mientras tiraba de mí e íbamos avanzando por todo el comedor, comencé a ver a una mujer de pie frente a una mesa, mirándome fijamente.

  • ¡Adelante, siéntate! ¿Cómo te llamas?
  • Claudia Goicoetxea. Respondí.
  • ¿Qué te apetece comer?
  • ¿Marmitako? Le contesté mientras veía como traían un plato de pescado un tanto peculiar que me recordaba al Marmitako que solía preparar mi abuela. Mis tripas empezaron a rugir.
  • Es pescado a la sal con hummus. Hoy Atsu ha querido reinventar este plato para nuestra invitada. – Me sonrío y continuó diciendo: “Pareces hambrienta, ¿por qué no pruebas un poco?”.

Le di un bocado con pocas ganas, no sabía por qué me habían arrastrado hasta allí, ni quién era esa mujer. ¿Qué intención tenía conmigo? Siempre que iban a traer un plato, me ofrecía más y más comida sin ningún gesto ni modo de comunicarse con sus sirvientes, parecía que lo controlaba todo sin que nadie se lo dijese. Me harté tanto, que dejé de indicarles que comida era la que me gustaba y aún así, no dejaban de llegar comida a la mesa. Parecía interminable, me notaba hinchada parecía que mi estómago empezaba a decirme: ¡Claudia para! ¡Por Dios, para! ¡Aquí no cabe nada más!

En alguna ocasión parábamos de comer y retomábamos la ingesta abusiva. Empezaba a pensar: ¡¿Pero cómo es que no se les acaba la comida de la despensa?! ¡Quiero irme de aquí!

Mi cabeza hacía esfuerzos por ignorar aquella terrible situación. Me hacía recordar partes de mi vida. Mi primer trabajo como matemática en la UNED, mis amoríos con algunos de mis vecinos, mi adolescencia estudiando desde casa mientras que toda la humanidad seguía yendo a clase, las leyendas que me contaba mi abuela… hasta recordar a mi padre, teniendo 5 años.

  • Volveré, no te preocupes. Laura te cuidará con mucho cariño como lo hizo conmigo.
  • ¿La abuela? – Le respondí extrañada. No sabía por qué ni quién era esa mujer. La acababa de conocer y ella misma se había presentado como “mi abuela”.
  • Eh… sí, la abuela. ¡Pórtate bien! Te quiero, hija. – Fueron las últimas palabras de mi padre antes de salir por la puerta y no volver.

Nunca entendí por qué se fue. Viví con Laura hasta que murió. No me enteré de su muerte hasta días más tarde. Llegó una carta a casa con su esquela pidiéndome que no le dijera nada a nadie que había recibido dicha carta. En el remitente se podía leer “Titelete”. Al principio pensé que era una broma de mal gusto, así que cogí el teléfono y marqué su número. Sonó en casa su tono de llamada, pero el teléfono no estaba. Me sorprendí tanto de aquella situación que pensé en alto:

  • ¿¡Qué cojones?! Estoy soñando.

Volví a llamar un par de veces, el teléfono no aparecía. Era muy extraño porque sonaba por toda la casa, sin que hubiera un punto de donde pudiera haber un origen del sonido.

Entonces me senté al borde de la ventana que comunicaba hacia el patio de la casa, pasó un buen rato hasta que decidí cruzar al patio desde la ventana.

  • ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? – No sé dónde había aparecido, pero ese lugar no era mi patio.
  • Es mi reino, soy el Sultán de Arabia. Bienvenida a palacio.

Parpadee varias veces, se me apareció la pirámide y después aparecí en la entrada donde vi a Atsu. Se quedó perplejo mirándome debió subir a hablar con Cleopatra. Me enteré de cómo se llamaba justo antes de que me llevaran a la habitación.

  • Ah, por cierto, creo que no me he presentado, soy Cleopatra. Ha sido un placer conocerte. Atsu te llevará a tu habitación.

El guardián me volvió a agarrar muy fuertemente el brazo y me llevó por todo tipo de laberintos dentro del edificio. Recorrimos pasillos, subimos escaleras, traspasamos pasadizos hasta que llegamos a mi habitación y me empujó contra la cama. Cerró con llave y se fue.

Gracias a ese fuerte empujón, mi cabeza chocó contra la cabecera de la cama, lo que me hizo comprobar que era de piedra, más adelante supe que se trataba de granito. Sorprendentemente el golpe no me dolió, pero en cuanto me puse boca arriba me sentí mareada y confusa. Esa sensación, sumada a la del dolor de barriga por los excesos de la tarde, me tuvieron en vela por un largo periodo de tiempo.

Solían pasar de vez en cuando a mirar por la ventanilla de la habitación, opté por cerrar los ojos para ver qué pasaba y mientras empezaba a quedarme dormida oí decir:

  • Creo que está por fin dormida. ¡Qué bien que ya esté aquí!

A la mañana siguiente, me desperté con el ruido de la llave entrando en el cerrojo. Oí a Cleopatra dirigirse a quien tenía la llave en mano e indicarle:

  • ¡Ahí aún no tienes que abrir!

Me dejaron encerrada todo el día. Se me hizo eterno, pero me sirvió para descansar. Me levanté varias veces para observar desde la ventana. Tenía vistas a las dunas del desierto, y en medio de ellas, se podía ver a los animales andar hacia el Oasis cubierto por palmeras enormes y verdosas. Se unían serpientes, suricatos, camellos… Era lo más interesante de todo ese lugar donde iba a vivir por un tiempo. O, al menos, eso quería creer.

El tercer día llegó, y esta vez Cleopatra mandó abrir a Abasi. En un principio pensaba que era Atsu, pero resultó ser su hermano gemelo.

  • Abasi, hoy vamos a llevar a Claudia a que elija sus mejores galas. Tiene que vestir bien. Dime Claudia, ¿Cómo es que no vas vestida como todos?
  • Tengo dos opciones, preguntarle por qué estoy aquí y contarle todo o seguirla el rollo… Pero no quiero vestir como ella. Creo que no voy a preguntarle nada, la reacción de Atsu al verme por primera vez fue de sorpresa, así que, puede que ellos tampoco lo sepan y acabaría siendo algo raro e incómodo. – pensé y decidí a contestar a Cleopatra así:
  • No lo sé… ¿Por qué tengo que ir vestida como tú?
  • Claudia te he acogido en mi reino, qué menos que ser agradecida. Te dejo con Abasi, el se ocupa de que mi belleza sea excelente. Trátale bien.
  • Pero yo no quiero…

Intentaba decirle que no quería vestir como ella, no era egipcia, ni mucho menos quería aparentarlo, pero me interrumpió:

  • ¡Adiós!

Cleopatra salió de la habitación. Abasi me asesoró sobre las mejores galas y me advirtió de cuáles era mejor no tocar para que la reina no se enfadase. Ese día fui al comedor vestida de egipcia por primera vez y hablamos sobre mi padre. La comida se me hizo bastante ligera: gambas con diversas salsas y un postre. Mi estómago me pedía más, había pasado todo un día sin comer así que decidí preguntar:

  • ¿Puedo comer algo más?
  • No. Ya tuviste bastante el otro día. Puedes irte, te acompañará Atsu. Esta vez iréis por otro camino, sin pasadizos ¿Has oído Atsu?
  • Recibido, me la llevo a la habitación.

Al cuarto día, comimos en abundancia de nuevo y me llevó a darme un baño de leche con ella. Cada vez que hablaba miraba mis labios con deseo y eso me ponía muy nerviosa. Me encontraba desnuda frente a una desconocida que salía en los libros de historia y aún no sabía nada de sus intenciones conmigo. Empezaba a sospechar que se trataba de algo sexual y no sabía cómo tomármelo. Algunas inquietudes rondaban mis pensamientos: “¿Qué hago yo aquí? ¿En el qué momento de todo este extraño sueño voy a despertar? ¿Cuándo volveré a ver a Laura?”

Pasaban los días y toda esta situación me empezaba a parecer real. Nunca entendía por qué había días que no abrían la puerta de mi habitación y había otros que me atiborraban a comida hasta que llegaba la noche.

Llevo ya casi un mes y esto sigue igual. Es rutinario, un día una sala nueva, otro día un baño de leche con Cleo, otro día es fiesta de ¡Viva la comida y haz papilla tu estómago! Y otro día me quedo aquí encerrada sin poder salir. ¡Estoy harta! Pienso hablar con ella en la próxima comida. ¡Y que le den a seguir escribiendo en este diario!

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