Hay que ser buen perdedor para convertirse en un gran ganador.
No les niego que a veces perdemos tantas veces que parece que miramos la vida detrás de un cristal donde somos espectadores de nuestro propio juego. Peleamos y la remamos por cosas que queremos, pero parece que siempre vemos a los otros quedarse con el premio mayor.
Cuando nos caíamos tantas veces, nos dicen que así estamos aprendiendo a levantarnos, pero yo les digo que cuando nos caemos tantas veces, no siempre tenemos ganas de volver a ponernos de pie.
A todos nos pasa que a veces creemos que vivimos la vida remando con «palitos de helado», y pese a eso, tuvimos que ver como alguien nos ganaba de mano con lancha a motor. Es frustrante, sabemos que lo imposible sólo existe en la mente, pero también sabemos que estamos cansados de perder, porque eso no existe sólo en nuestra mente, sino que es real.
No hay que aferrarse a nada porque todo es momentáneo, todo tiene un final. Pero, seguimos insistiendo, continuamos creyendo que hay algo que no se va a ir, que existe alguna persona que se va a querer quedar…
Son muchas las veces que nos gustaría conocer a alguien que tenga el mismo potencial para amar que nosotros, que esté dispuesto a darnos todo como lo haríamos, que tenga tanto miedo de perdernos que le cueste dejarnos ir, pero siempre nos quedamos solos en el intento. Somos los primeros en aferrarnos y los últimos en irnos. Sabemos que la batalla nos hace fuertes, pero estamos cansados de ser fuertes. Queremos ser ganadores. Ya no distinguimos si sabemos jugar demasiado bien o perder nos sienta mucho mejor.
Ver la vida detrás de la vidriera es más triste cuando intentamos todo para romper el cristal, pero seguimos viendo a los otros triunfar. Nos molesta saber que, pese a que derramamos sudor y lágrimas, seguimos sin obtener la victoria.
O ganamos mucho, o perdimos tanto que nos olvidamos que también había que ganar, o quizá nos quede mucho por perder, para poder ganar.
Perdimos personas, que pese a nuestros intentos por que se queden, se fueron. Perdimos batallas que nos hicieron más fuertes, pero nos dejaron recuerdos que nos destruyeron. Estamos tan acostumbrados a perder que cuando la vida nos reta a una nueva jugada, ya asumimos el fracaso de entrada, nos cuesta ver la posibilidad de ganar. Puede que el universo quiere darnos la razón, es decir, si tanto esperamos perder, es justo que obtengamos ese resultado. También es cierto que cuando nos hicimos la promesa de ganar cueste lo que cueste, y perdimos igual, ya no sabemos en qué o quién creer.
No perdemos nada, porque nada nos pertenece. Esa lógica le divierte a la cabeza, pero el corazón todavía no lo entiende. El corazón si que peca de insistente, sino ¿como explicamos que después de tantos golpes, patadas, decepciones, llantos, desprecios, odio, desamor y abandono, él siga con ganas de seguir?
El corazón nos dice que podemos, nos recuerda que las heridas no nos van a matar y nos empuja siempre hacia adelante. Por más que esté llorando lágrimas de sangre, aunque guarde recuerdos, le duela, esté herido y dolido, siempre quiere que lo intentes una vez más. Pelea mil veces con la cabeza diciéndole que se calle, que no todo lo que se siente se piensa, que no todo lo que se llora es en vano, que no todo lo que se intenta se pierde. Le grita que deje de ser negativa, que hay que ilusionarse un poquito más, que hay que encontrar una razón para levantarnos mañana, porque todo siempre puede mejorar.
Muchos dirán que el corazón es tonto, pero nadie puede negarme que es valiente y persistente.
Es verdad también que nadie ganó nada sin intentar, aunque muchos otros lo perdieron todo intentando.
Queremos pelear otra batalla, como si nos quedaran fuerzas, como si te tuviésemos armas o fuésemos lo bastante inteligentes para conocer al enemigo que nos acecha desde lejos.
Claro que el amor siempre es fuerte, pero muchas veces lo depositamos en recipientes que no son dignos de él. En ocasiones, amamos a quien no nos ama porque tenemos la esperanza de que se darán cuenta algún día que el amor real no se encuentra a la vuelta de la esquina.
Voy a concluir que el amor es un recurso renovable, aunque no todos pueden dárnoslo bien. Se puede querer mal o bien, pero querer mal es igual a no querer. Nuestra cabeza es tan inteligente que sabe todos los pasos a seguir, sabe decirnos que “no” antes de arrepentirnos de un “si”, nos recuerda que nos vamos a lastimar, que podríamos volver fracasar porque “nacimos para perder” porque incluso nos perdimos a nosotros mismos varias veces, aunque también la cabeza se basa sólo por la lógica, y acá también hablamos de sentir.
Una vez leí una frase que decía algo así como que siempre vamos a estar, en una carrera, por delante de quienes no se atrevieron a correrla.
La vida es un conjunto de instantes, pero cada bala que toco nuestro pecho, cada ilusión que se desplomo en nuestra cara, cada persona que dijo quedarse y hoy no está, cada amor no correspondido, cada llanto que ocupo el lugar de la sonrisa, cada guerra que peleamos, aunque nos dejó en el suelo y cada mentira que te hizo creer en menos verdades. Todo esto podemos relacionarlo con ganar, porque lo que importa es ser alguien, incluso después de morir, dejar un legado. Es importante recordar que quienes nos hirieron, nos recordarán siempre que los hieran. Nunca tenemos que perder la fe en el amor porque siempre estará ahí, es eso que no se ve pero que existe, en vos y en mí, en cada uno de nosotros. Hay gente que merece que los amen con todas sus fuerzas y acá están, al igual que nosotros, intentando encontrarse. Si seguimos queriendo así pese a las malas rachas, entenderemos que siempre ganamos, porque nunca abandonamos la batalla. Vamos a entender que quien abandona la pelea es un cobarde, y nuestro corazón tiene exceso de valentía. Siempre se sale triunfador por jugar el juego, aunque se pierdan todas las partidas.
Citaré una frase de una banda que me gusta mucho (Beret) – «Aprendí que el camino es la meta también». Siempre que estemos caminando estamos avanzando y por tanto ganando, independientemente del resultado.
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