El sonido del ventilador amortiguaba mis pensamientos. Afuera solo se escuchaban los grillos y el típico eco de autos de las calles, lo que después de una vida en la urbanización resultaba acogedor.
Suspire pesadamente mientras buscaba una manera mas cómoda para perder la conciencia, ya que últimamente no había prestado mucha atención a mis posturas lo que había provocado un dolor sordo en la parte baja de mi espalda. Baje mi cabeza de la almohada y sonreí contra el colchón frio, o bueno, fresco que brindaba un poco de comodidad a la noche caliente. El aire del ventilador provocaba un cosquilleo molesto a mis extremidades y considere la posibilidad de colocar una sábana sobre mis piernas, solo para esa horrible picazón, pero hacia demasiado calor y la mera idea ya resultaba bochornosa. Deje que mis pensamientos vagaran en el borde de la inconsciencia con el deseo de que pronto mi cuerpo se dejase llevar por el cansancio, pero para sorpresa mía no ocurría.
¿Qué estaba mal? No podía conciliar el sueño. Era ridículo a niveles estratosféricos que no pudiese dormir. Estaba cansada, abrumada y desesperada. Trate de encontrar una posición que me ayudase pero cada vez que sentía como el cansancio llegaba hasta mis huesos algo que empujaba de vuelta a la realidad.
No sé cuánto tiempo estuve luchando hasta que finalmente mi cuerpo fue arrastrado hasta el sueño.
Desperté sobresaltada y agitada, como cada vez que tenía ese maldito sueño. Jadee en busca de aire para poder calmar en insistente martilleo de mi corazón, que palpitaba tan rápido y fuerte que sentía que lo escuchaba. Mi vista se quedó clavada en el blanco techo de mi habitación, y en un vano intento por recobrar la compostura busque los sonidos que la noche me ofrecía, aquellos que siempre lograban relajarme. Pero no hubo nada.
Trague saliva y me concentre mejor, me quede muy quieta esperando el sonido de un carro al acelerar en la calle, los grillos que hacían tanto ruido que te ensordecían, el girar de mi ventilador, pero no había nada. Mientras la bruma del sueño abandonaba mi mente y ésta se aclaraba, pude notar más cosas.
La luz que normalmente se filtraba por mi ventana había disminuido su claridad hasta solo permitirme notar los bordes de las cosas en mi cuarto, y trate de recordar si había cerrado las cortinas esa noche, aunque en el fondo sabía que esa era una acción que nunca realizaba. Mi mente no me ofreció ningún recuerdo, pero no me pareció importante, ¿Qué más daba si no había luz? De cualquier manera, yo quería dormir, y no necesitaba luz para eso. Cerré los ojos y busque refugio en los laberintos de mi subconsciente.
Mi cuerpo lo sintió mucho antes de que yo pudiese abrir mis ojos, yo estaba ya paralizada antes de poder ponerle un nombre a lo que sentía, y también mucho antes de que supiera que lo originaba.
No estaba sola. Había alguien, ahí; en la habitación, conmigo. Con la vista clavada en el techo busque deshacerme de esta sensación que abrumaba mis sentidos y hacia a mi corazón latir desbocado, pero no podía moverme. Sentía todos y cada uno de mis músculos, lo que me permitía sentir el calor de la persona que estaba conmigo. No solamente había alguien en mi habitación, sino que ese alguien estaba sentado a los pies de mi cama, lo suficientemente cerca para que yo pudiese sentir su calor.
Quise gritar. Quise levantarme y salir corriendo en busca de alguien más, pero no podía moverme. Ya no sabía si era el miedo u otra cosa lo que me impedía hacerlo, pero tampoco importaba el porqué. Lo único que importaba era que había alguien sentado en mi cama y el terror absoluto de no poder moverme. De una manera estúpida, mi vista cayo a donde creía había alguien, y desee no haberlo hecho.
En el momento en que la vi, mi corazón dio un vuelco. Una cosa es tener ese presentimiento de que alguien está cerca de ti, o que lejos alguien te observa, esa sensación extraña a la que no puedes darle nombre pero que todos hemos sentido alguna vez; y otra es sentirla en medio de la noche, en una habitación que no compartes con nadie, mientras tienes la total certeza de que todos en la casa están dormidos, donde deben estar.
Aunque sin lugar a dudas eso no se asemeja a lo que sentí cuando la vi.
Su espalda estaba recta y algo se movía a la altura de su pecho, lo que asumí era su cabello, miraba directo a la pared que teníamos delante, y sus manos estaban colocadas sobre su regazo, aunque eso era lo que yo creía, ya que no podía ver sus extremidades; bien podía estar desnuda, o desnudo, no podía distinguir nada.
Podía sentir mi corazón en cada musculo de mi cuerpo, como si estos hubieran desarrollado una hipersensibilidad, aunque sabía que todo eso era resultado del terror que sentía, transportándose por mi torrente sanguíneo, hasta llegar a cada rincón de mí.
Por un momento creí que el sonido de mi palpitar llegaría hasta los oídos de lo que estuviera sentado en mi cama, y le alertaría de que estaba despierta. Inspiré hondo y traté de calmarme, de pensar, de hallar una respuesta razonable sobre lo que estaba pasando, pero nada de lo que mi mente conjuraba encajaba con mi situación.
Mi vista volvió a enfocarse en lo que tenía delante, cuando note un movimiento de mi acompañante. Casi imperceptible, pero yo estaba tan alerta que notaba cada milímetro a su alrededor. Su rostro se había movido, un poco, hacia la derecha. Parecía que trataba de ver sobre su hombro. Como si quisiera comprobar con sus propios ojos lo que mi desbocado corazón dejaba en claro. Y ese pequeño movimiento fue el desencadenante de la peor noche de mi vida.
¡No no no no! Un calor abrazador se instaló en mi pierna izquierda, el mismo calor que desprendía el cuerpo que tenía a un lado, ya que se había movido un poco más, acercándose a mí, hasta quedar tan cerca que mi piel se puso como de gallina. Ni siquiera temblaba; temía que, si me movía, el ser del que no tenía ningún conocimiento podía ponerse violento y mi vida acabaría antes de poder dar otra respiración; si tenía suerte.
Los músculos de su hombro derecho se tensaron antes de levantar el brazo y dirigirlo por encima de mi pierna.
Necesitaba despertar. No había otra alternativa, esto debía ser una pesadilla. La acumulación de mis peores miedos me estaba dando una mala pasada. Pero esto debía terminar, tenía que encontrar algo para abrir los ojos y darme cuenta de que esto no era más que un sueño. Pero estaba totalmente consiente. Mis músculos estaban tan vivos y mi conciencia iba tan rápido de un lugar a otro, calculando posibilidades.
Su mano se movió otro centímetro más, hacia abajo, acercándose a mi piel desnuda.
Quería llorar. Quería vomitar y quería desmayarme justo ahí. Si su piel tocaba la mía, si su mano tomaba mi piel seria mi final. El crescendo de la noche se dispuso como los segundos en que su mano se acercó a mi pie; veía los segundos pasar con absoluto horror, y de la misma manera en que estos transcurrían con una velocidad que me mareaba, también eran una lenta tortura.
Quería que esto acabara, ya no me importaba si moría o si despertaba, solo quería que el suplicio terminara. Un sudor frio se resbalo por mi espalda dándome una oportunidad de apreciar algo más que el miedo. Su mano estaba a pocos milímetros de tocarme. Y no iba a despertar.
Con un grito ahogado, patee a la nada al mismo tiempo que mi cuerpo giraba hasta colocarse boca abajo en el colchón, y el sonido de mi ventilador se mesclaba con mi errática respiración y el eco de los autos en la calle.
Sonreí contra el colchón antes de jadear en busca de aire.
Había despertado. La pesadilla había terminado.
Aun boca abajo. Flexione mis rodillas para relajar mis músculos, ya que estos se encontraban aun tensos en resultado de mi extraño sueño.
Todo estaba bien. Yo estaba bien, o eso creí hasta sentir el aire de una respiración en la base de mi oreja, al otro lado de la cama.
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