He llegado a casa Marcela, todo es un regadero, he decidió buscar para encontrar y ponerte en cara lo que haz hecho con nuestro matrimonio.
Y espeluznante o no, te diré que me intriga algo por que hoy por la mañana encontré un olor diferente entre nuestras sabanas. Y no era tuyo, ni mío…
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Los sillones están alborotados, el gato está en el patio, los trastes sucios y a lo lejos se escucha Vivaldi, como si de verdad esto fuese amor. La ropa tirada en el comedor y allí, platos con comida a medio terminar. Y me es extraño, extraño como a ti se te hará que yo haya llegado a casa y que a las 16:30 se escuche el concierto en G menor y todo este a medio hacer.
Pero allí voy, subiendo al inicio de nuestros verdaderos problemas, y cada paso que recargo en los escalones y me acercan más a esa música de fondo, desearía no subir más, sino bajar. Pero es la hora de enfrentarlos, hace ya unos meses me ves la cara, y no si sea posible aguantarlo unos días más.
Bien, aquí estoy a unos centímetros de la puerta de nuestro cuarto y le he pedido al patrón me dejara salir a hacer unas cosas, con la excusa de que mi esposa se sentía mal y claramente no hay nada de malo por aquí, o sí, y sólo no le quiero rebuscar.
He decido no abrir la puerta con fuerza, eso se ve como si fuera un héroe, y no soy nada de eso y el momento no lo amerita, ni tan sólo un poco, pero tu sí Marcela, ustedes sí son héroes en fuego. Entonces decido solo entreabrir y he decido mirar y escuchar…
– Conciencia es de la naturaleza…
Un cuerpo fortalecido, un poco de bello en el pecho y tez blanca, unos 38 años, financiero o banquero seguramente… Reprimido, seguro Marcela se lo quita.
Marcela, una mujer de pechos de dimensione pequeñas, piernas largas, uñas de los pies perfectamente pintadas de color rojo bermellón, cabello castaño y largo hasta los hombros, de tez no tan clara sino más bien apiñonada, de sonrisa sensual más que cálida, mirada desafiante y cuello largo.
Marcela es una especie de mujer trepadora, soñadora que no le interesa más que la libertad de su ser, pero que a la vez te enseña a amar, que te permite enloquecer y además te acompaña para no dejarte solo ni hacerte sentir perdido. A Marcela le gusta patear el balón, le gusta ir a bailar, le gusta ir al salón de belleza y es adicta a los mediterráneos o a la oscuridad en el sexo, la lujuria la corroe y eso me hace amarla y desearla.
Y todo eso me hace pensar que aquí el malo soy yo, o el equivocado. Sigo y comienzo a mirar y a escuchar…
Lo que miraban mis ojos era amenazante y desafiador. Sudor en los cuerpos, sábanas completamente humedecidas, manos fuertes, almohadas en el piso, luces tenues que reflejaban las sábanas color vino.
Marcela postrada sobre él y tomando su cuello con fuerza, como tomando impulso a su agitar fuerte y detonante, que el resonar del cuarto estremecía mis ojos. Los gritos eran incesantes, pedían más de la carne que se mordía. Él sólo poniendo el placer que ella necesitaba. Y más carne en ellos, los muslos se forzaban, los brazos se marcaban, sus cabellos explotando con sus entre dedos. Los labios humedecidos, con salivas mezcladas, humedeciendo la entre pierna de Marcela, con más de carne y mordidas al cuello, que sin queja dejaba enterrar en ella. Marcela siempre sofoca, muerde y consuela, todo en el mismo instante.
Cruza la mira retadora, donde sus egos pelean por el placer que están seguros no se dejaran vencer y lucharan hasta que alguno de los dos, derrame de sus internos, lo que hoy a las 16:30 les parece delicioso.
Lo grotesco es lo tuyo, muerdes, te acercas a su entrepierna, lames y lo haces llegar al fondo hasta tocar la garganta, derramas salivas que saben a él, que escupes sobre su cuerpo, maldices y deseas que te maldigan, te tomen del cabello y entonces salgas de ese espacio luchando y al mismo tiempo pidiendo no ser expulsada. Subes al pecho y besas su cuerpo que lleno de sudor hace resbalar tus manos hacia la espalda y penetrarla con tus dedos.
Se detienen para acomodarse y pedir una vez más algo que haga detonar el momento. Marcela se acomoda como él lo pide, y sabe que esta vez le tocará perder.
He volteado un poco y prefiero no mirar más…
He decidido bajar y salir de casa, pero al parecer mis pasos se han escuchado, espero no haber espantado el momento. Tomaré algunas cosas y saldré de aquí. He sentido algo pesado en mis hombros y no quiero saber más de la situación.
Marcela ha salido corriendo del cuarto y ha gritado:
¨ ¡Estúpido! debiste darte cuenta. Por siempre serás el hombre de mi vida, escucha bien, por siempre, el hombre de mi vida… Pero tú no te quedarías conmigo, siempre vas a huir de mí… Te espanto y no sabes qué hacer con ese miedo. ¨Ve por algo más hecho para ti, y sigue mirando hacia el suelo que así caminarás por el resto de tu vida…¨
Salí cerrando la puerta y escuchando el llanto de Marcela, mi amor…
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