Juego de Cartas
De nuevo lluvia en Buenos Aires, fuertes vientos azotaban a los árboles que embellecen las veredas porteñas. Nuevamente era viernes, el día favorito de Iván. Hoy se jugaba a las cartas. Ya era hace muchos años una actividad semanal para el grupo de amigos del que él era partícipe. Un día a uno de ellos, hace muchísimos años, su padre le enseñó, como todo buen argentino, a jugar al truco. Poco a poco, este niño le fue enseñando a los otros, lo que marcó el comienzo de lo que más tarde se convertiría en el ritual de los viernes.
Al principio sólo lo hacían por diversión, como saben hacer los chicos. Pero luego, en la adolescencia, cuando toda esta inocencia que envuelve los juegos se pierde, comenzaron a armar partidas con las chicas del curso que también sabían cómo jugar, disfrazando de compañerismo lo que realmente tenía otras intenciones. A veces funcionaba, otras veces no. Ya de adultos, todos casados y algunos con hijos, continuaron la tradición, pero sumando las apuestas con dinero, seguido de otros vicios, lo que había convertido a estas reuniones en lo más esperado de la semana.
Esa noche Iván comió con Martina, su esposa, quien había cocinado un hermoso pastel de papas, aprovechando que el clima daba lugar para ese tipo de comidas. Siempre, al momento de la cena, se generaba un ambiente familiar, inmaculado. Al terminar, miraron un rato el noticiero mientras sus dos hijas se dormían del aburrimiento en el sillón. La política y economía no era algo muy popular a esa edad. La más grande tenía catorce y la otra, doce años recién cumplidos. Luego de levantar la mesa y mandar a dormir a las niñas, Iván despidió a su mujer, quién había aprendido con los años que su marido no iba a faltar nunca a las reuniones de los viernes. Uno diría que con ese clima invernal arrasador, ir a la cama con la esposa es algo que llena el alma e hincha el corazón, dormir acurrucados, despertar para besarla aún dormida y luego levantarse para prepararles la chocolatada a las nenas; pero Iván tenía otras prioridades.
Tomó el auto y condujo desde el barrio de Villa Urquiza a Devoto. Hoy la reunión era en lo de Mario.
***
Ella había susurrado algo a su oído, con esa voz sensual que lo había tenido loco desde que llegó, pero no pudo escucharla por la fuerte carcajada que le causó a él y los demás el chiste de uno de sus amigos. Las muchachas, mucho menores que ellos, también rieron, pero por una cuestión de compromiso.
Mario había sido muy vivo al invitar al grupo durante la semana del viaje de su mujer. Además, aprovechándose del evento, contrató a las hermosas mujeres que se encontraban sentadas en el regazo de cada uno. La noche no podía ser mejor, había cerveza, mujeres, cartas y amigos de toda la vida. Hablaron de sus esposas y reían por los comentarios sobre otras mujeres, las de su trabajo, la calle, el transporte público. Cuanto más obscena era la ocurrencia, más gracia causaba. La euforia por fin llegó gracias a una acertada compra de Mario, siempre con los contactos indicados. Él era el más valorado del grupo.
Iván, junto a su compañero de equipo, se habían hecho de unos buenos pesos, a diferencia de los otros dos quienes estaban casi en la quiebra, pero la pasaban bien igual. Él se sentía el rey de la noche. Apretó las caderas de la muchacha, lo cual lo hizo sentir más viril. Ella era pelirroja, eso a él le encantaba, sin hablar de sus pronunciadas curvas que reposaban sobre sus piernas. Sumando todo eso a los efectos de la droga, ya tenía una enorme erección que esperaba que ella esté sintiendo. Se moría de ganas de llevársela al terminar el juego.
Nueva mano, nuevas cartas. Terribles cartas, al parecer la suerte había cambiado su favorito. De igual forma la cantidad de dinero acumulada durante la noche era suficiente como para no preocuparse. El equipo contrario jugaba muy bien lo que le había tocado y entre carcajadas que retumbaban en las paredes del pequeño departamento, Iván iba perdiendo esa plata que lo hizo sentir tan grande en un momento, pero de igual forma le daba propina a la muchacha para que le practique una felación mientras la partida continuaba, algo que los otros festejaban, por su puesto.
Mil pesos menos. Iván caía de a poco en lo que se estaba convirtiendo su posición, en la de un perdedor. Rápidamente había pasado de ser un gran jugador de truco a estar al borde de la quiebra. De repente, mientras acariciaba a la rubia en sus piernas, Marió deslizó una pregunta que no se acomodaba para nada bien en el contexto vicioso en el que se encontraban.
- Che, Iván ¿Cómo andan tus hijas? Me enteré que la más chica cumplió doce. Ya no son ningunas nenas ¿No?- Miró a la rubia en su regazo y rieron a la par.
Los demás lo siguieron, excepto Iván, a quién el comentario perverso le generó náuseas, pero para disimular largó una risa falsa y continuaron.
A medida que el juego avanzaba e Iván y Juan se acercaban a la pérdida total de su dinero, el silencio fué invadiendo el departamento del anfitrión y la tensión se apoderaba de su cuerpo. Ya no tomaba las decisiones correctas, sino que la frente le sudaba y sus manos le temblaban en cada movimiento. Si no hubiera sido por la cantidad de sustancias ingeridas, Iván habría entendido tempranamente que tenía que retirarse de la partida a toda costa, aunque signifique romper una tradición de años y, en consecuencia, la pérdida de sus amigos de la infancia. De hecho, Iván debería salir corriendo de ese lugar, ir con su mujer e hijas y llorarles hasta que lo perdonen, como si fuera un niño que se mandó una macana. Pero en su lugar, siguió jugando, tal vez la suerte volvía a cambiar y se hacía de unos buenos pesos. Pero no pasó. Su contador llegó a cero.
- ¿Qué pasa muchachos? ¿No tienen más guita?- Mario rió junto a Jorge, su compañero de juego. Su tono era amenazador y se lo notaba alterado. Se prendió un cigarrillo.- Nos tienen que pagar, ¿Saben?
El anfitrión miró a Juan, quién se encogió de hombros. Todavía pensaba que se encontraban en una reunión de amigos. Pero estaba equivocado. Todo eso había mutado, ya no se trataba de amistad, ahora se trataba de pagar las deudas.
A diferencia de su compañero, Iván sí alertó a lo que se refería Mario.
- No, Mario. No tenemos más nada.- los nervios le recorrían el cuerpo.
- Nos vamos a tener que retirar. ¡Qué macana!- eso dijo Juan, antes que Iván pudiera decir algo que apelara a la inteligencia. Su amigo soltó las cartas sobre la mesa y comenzó a servirse cerveza.
Se generó un silencio que aturdía, pero este fué interrumpido por el anfitrión, quien se dirigió hacia Juan. Parado a su lado, este lo observaba como si se tratara de un ser inferior con quién podía divertirse un poco. La sonrisa macabra en la cara de Mario delataba sus intenciones. Tomó el porrón de la mano de su amigo, porque no olvidemos que son amigos de toda la vida, tomó un pequeño sorbo, y antes de que el otro pudiera manifestar queja alguna, se lo rompió en la cabeza. El obeso cuerpo de Juan calló rendido al piso. Acto seguido, comenzó a molerlo a piñas, con una furia desenfrenada. Una de las prostitutas soltó un gritito de horror y fué a buscar consuelo en sus compañeras, a quienes les temblaban esas largas piernas que tanto valían. La sangre salía del cuerpo del querido amigo de la infancia y cada tanto Mario lograba imitar perfectamente a Pollock, tomando el piso como lienzo. Iván quedó petrificado en su silla, viendo como ya el cuerpo del niño con quien jugaba al fútbol en el potrero del barrio, no respondía. Ya era más como una bolsa de boxeo. Mientras tanto, Jorge se estallaba de la risa sentado en su silla, alentando a Mario a continuar con la paliza.
Ni se molestaron en intentar ayudarlo al finalizar el ataque, ya que sus restos, porque a ese cuerpo ya no se lo podía identificar como otra cosa, eran prueba suficiente de muerte. Su antebrazo quitó toda aquella mancha que pudo haber quedado en su rostro. Ya de pié, con la respiración alterada, tomó con sus manos llenas de sangre unos billetes de su bolsillo. Se acercó a las muchachas y les puso cuidadosamente a cada una de ellas uno de los billetes en medio de sus senos, manchándolos de rojo y disfrutando del suave roce con esa piel.
- Rajen.- Ordenó con violencia y les abrió la puerta. El portazo no tardó en sonar.
A todo esto, Iván no tuvo mejor idea que consumir un poco más de la cocaína que se ofrecía en la mesa, para recuperarse un poco. Miró a Mario, quien ya estaba sentado de nuevo. Observó un poco más a lo que solía ser su amigo Juan, pero encontró a un cuerpo con el rostro completamente desfigurado por la agresividad inhumana de los golpes que había recibido. A Iván no le parecía ni un poco terminar así también, porque sabía que era lo que le esperaba si no actuaba. Tomó una decisión
- En casa tengo algo para pagarte.
***
Durante el camino de vuelta a Villa Urquiza de milagro no atropellaron a nadie. No fueron muy cuidadosos al entrar a la casa tampoco, lo que generó que Martina los recibiera a los gritos. Para ellos fué como si la mujer no existiera, pero ella insistió, persiguiéndolos por todo el departamento, gritando cada vez más, creyendo que eso iba a ayudar en algo.
Iván no estaba muy seguro de qué era lo que su mujer reclamaba, pero sus gritos de indignación le generaban tal dolor de cabeza que no podía pensar con claridad. Se escuchaba un pitido, apenas podía ver. Ya molesto, le pidió en voz muy baja que se callara de una buena vez, como si se pudiera tolerar que tres hombres, totalmente fuera de sí, invadan su casa. Él levantó la mano y la dirigió hacia lo que le causaba la fuerte migraña. No escuchó cuando el débil cuerpo de su mujer cayó al suelo, completamente inconsciente. Mientras los muchachos le daban vuelta la casa, él se dirigió hacia su mini bar para servirse un whisky. Ya con la bebida en la mano, sentado en su sillón, notó que sus hijas se acercaron, llenas de miedo. Ellas se acurrucaron con su padre, pensando que las iba a proteger como había hecho siempre. Mamá está durmiendo, explicó papá. La pequeñas imaginaron que la nariz de mamá sangraba por culpa de los hombres que buscaban el dinero. Lloraban del miedo. Papá no respondía, solo miraba fijo al cuerpo de Martina.
Fuertes pasos anunciaron a Mario en el comedor. Antes de hablar, miró a las nenas, las nenas no tan nenas, quienes le llamaban tanto la atención. Ni el dinero le generaba esa mirada de deseo perverso.
- No encontramos guita en ningún lado.- dijo, acercándose al sillón, sin quitar la mirada de las dos rubiecitas.
Acarició el suave pelo de la más grande. Mucho más suave que el de las prostitutas, mucho más virgen.
Habiendo ya terminado su whisky, papá se levantó y les besó el rostro a las dos, como cuando las mandaba a dormir. Siempre había sido un padre tan dulce. Las niñas le gritaron que no se vaya, pero no las escuchaba. Pasó por al lado de los dos hombres, les golpeó la espalda como quien hace un gesto de confianza, ánimo.
Al ruido de la cerradura luego de salir le siguieron pequeños sonidos macabros. Creyó escuchar a uno de los hombres exclamar sobre lo generoso que había sido papá. Hubieron gritos agudos, gritos de horror, luego gritos de dolor. Gritos de quien paga una deuda que no es suya y al alto precio de la inocencia siendo tomada a la fuerza.
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