La última decisión

La última decisión

Steph Saar

14/07/2017

Primera parte:

¡Corre!

La brisa fresca de esa mañana acarició mi mejilla y desperté. Era otro día cualquiera y estaba sola como siempre. Devoré en silencio una rodaja de pan y café caliente mientras observaba a mis cachorros disfrutar del sol mañanero. Mis pensamientos golpeaban mis cabeza como un martillo, intente ignorarlos por un largo tiempo pero no funcionó porque solo se callan cuando hay gente a mi alrededor. No sé qué hacer, dije. ¿Y si lo pospongo durante un tiempo? ¿Y si lo destruyo todo de una vez y por todas?

Cada vez surgían más preguntas sin respuesta y estaba agotada de toda la mierda a mi alrededor. Lo único que deseaba en ese momento era escapar lo más lejos posible y regresar curada de esa maldita enfermedad pero era obvio que eso no iba a pasar. Una lágrima suave rodó por mi mejilla y sabía que había llegado a mi límite porque yo no era de esas que se la pasa llorando, de hecho, era muy buena ahogando mis sentimientos y ocultándolo todo a los demás. La gente solo sabía de mí lo que yo quería que sepan, ni más ni menos.

Preparé más café para intentar ahogar mi llanto y evitar que me dominase, no funcionó. Me dejé llevar por esa oleada de sentimientos hasta que mis ojos ya no pudieron más y se secaron completamente. Ya no me acordaba cuando había sido la última vez que había llorado de esa manera. Respiré hondo y me dije que probablemente ya no existiría un mañana para mí y que era mejor tomar las riendas del asunto de una vez, terminar con todo esto definitivamente. A veces es ahora o nunca, dije.

Por un instante mis pensamientos se aquietaron y luego se tornaron en un mar de decisiones. Hace un par de días, estaba totalmente dispuesta a destruirlo todo, matarlo con palabras crueles y desaparecer por completo de su vida. Creía que no había mejor despedida que decirle a alguien que amas <>, no exactamente con esas palabras, sino de la manera más cruel, recordándole todo aquello que hizo para dañarte. Pero, los papeles cambiaron cuando supe algunas verdades, y eso dio un vuelco a mi corazón, dicho en otras palabras cambio mi ira, odio y resentimiento en compasión.

Pese a todo lo mencionado anteriormente, solo estaba segura de una sola cosa, no me marcharía sin haberlo dicho todo. Pasaron los días, y mantenía mi hipócrita máscara de felicidad para que nadie preguntara e indagara sobre lo que sucedía, pero ¿acaso no hacemos todos lo mismo cuando nos preguntan si nos encontramos bien? ¿Acaso no sonreímos de la manera más idiota e hipócrita y respondemos que sí? Aquel que diga no está mintiendo y seguramente toda su vida está llena de apariencias.

Llegó el día de mi viaje, así que no me moleste en llenar de cosas la maleta, solo puse lo esencial para un fin de semana, miré mi habitación como si no fuese a volver jamás y me dije: es hora. Subí al auto, me coloqué los audífonos, di play al álbum de Mogwai y me dormí. Ese iba a ser uno de los viajes más largos de mi vida.

Horas más tarde, desperté hambrienta así que paramos en una gasolinera, compré varias bolsas de frituras y té frio. Aún faltaban cuatro horas de viaje así que tenía suficiente para todo el camino que restaba. Cuando por fin llegamos, respiré el aire fresco que entraba por la ventana del auto y a lo lejos observé a mi abuela saludando con alegría. Tomé una ducha y cene tranquila. Nadie tenía ni la menor idea de qué hacía ahí y tampoco se molestaron en preguntar. Mi familia es del tipo que solo se preocupan por que tengas buenas calificaciones y seas alguien en la vida sin importar lo demás y poder ganar el respeto del todo el mundo. Fui a la habitación y comencé a leer una novela de Stephen King para calmar un poco mi ansiedad. Eran las tres de la mañana y no podía dormir, así que coloqué dos gotas de mi droga favorita (sándalo) en mi almohada y logré dormir.

A la mañana siguiente el olor del café caliente me despertó y los gritos de mi abuela diciendo: ¡el desayuno se está enfriando, levántense!, ayudaron a que me moviese.

-¿Cuáles son tus planes para hoy? preguntó mi abuela

-Saldré a caminar un rato y compraré algunas cosas en la ciudad vecina, dije.

-¿Por qué mejor no vienes con nosotros a la hacienda? Necesitas tomar un poco de sol estas muy pálida.

-Gracias, pero ya tengo otros planes, dejémoslo para el fin de semana, ¿sí?

-Está bien, pero cuídate mucho y avisa cuando llegues a casa.

-Lo haré.

Tomé una ducha, me puse un vestido gris, converse negros; preparé mi bolso con mi libro, dinero, audífonos, llaves, ya saben todo lo esencial. Me miré por última vez en el espejo, suspiré y salí. Tomé el primer bus que salía para la ciudad vecina y ya sentía que me sudaban las manos y estaba a punto de bajarme, además tenía miedo de empezar a hiperventilar otra vez; el miedo me invadía y el calor me consumía. Cuando vi que llegaba a la terminal, baje despacio para evitar caerme porque las piernas me temblaban. Busque una tiendita y compre una limonada, la bebí de golpe como si eso fuese a darme las fuerzas que necesitaba en ese momento. Caminé hacia mi destino durante veinte minutos y cuando me hallaba a unos pasos del lugar me detuve. A veces no hay segundas oportunidades, es ahora o nunca.

Entré y no había nadie, no había ningún rastro de que alguien hubiese trabajado ahí ni mucho menos vivido. El lugar estaba lleno de polvo y me quede observándolo, por un instante sentí alivio luego no comprendía lo que estaba pasando. Salí de ahí corriendo y me tropecé con alguien.

-Perdón, no me di cuenta estaba algo distraída- dije

-No te preocupes. Yo te conozco o bueno te he visto algunas veces. ¿Qué haces en este lugar vacío?

-Vine a buscar a alguien pero parece que ya no está aquí-

-Ah sí-, dijo. Hace aproximadamente unos seis meses que ya nadie trabaja aquí, me parece que se trasladaron a otro lugar o se cerró, no recuerdo bien, lamento no poder ayudarte.

-Está bien, me ha ayudado bastante. Bueno debo irme aún tengo cosas que hacer, gracias por la información.

-¿Puedo saber a quién buscas? Tal vez sepa dónde puede estar.

-Ya no importa, pero gracias de todos modos

No sabía si estar decepcionada o asustada por no saber qué había ocurrido en ese lugar, así que camine con dirección al parque del frente, me senté en una silla de madera y esperé un rato. Realmente no sé qué estaba esperando, a que él apareciera o que el calor de la tarde me consuma. Estuve más de una hora sentaba viendo a la nada, hasta que me levante y caminé sin rumbo fijo. Llegue a otro parque, y decidí descansar un rato bajo un árbol de eucalipto; quise llorar pero me contuve. Los recuerdos de mi infancia volaban uno tras otro como una película vieja y triste que nadie quiere ver. Caminé un poco más y llegue al mirador; el paisaje era hermoso y me concentré en apreciarlo, sentía nostalgia.

Bueno se acabó, dije.

-Es hermoso, ¿no crees?-

Una voz familiar me despertó del trance provocado por el lugar; voltee y era él. No sabía si correr o quedarme ahí mirándolo, opté por la segunda.

-Recibí una llamada de tu madre, dijo que vendrías- exclamó

-Pero, ella no sabía que estaba aquí, es decir, en este parque.

-Lo sé, solo lo deduje, además de todos los lugares a los cuales podrías ir, este sería el primero.

-Tenemos que hablar, hay algo que debes saber- mis palabras salieron de mi boca sin fuerza alguna; para cuando me di cuenta ya era demasiado tarde.

-Lo sé, también tengo que decirte algo.

Me paralicé por un momento, miré sus ojos y quise llorar, era como verme reflejada en un espejo; la tristeza, la melancolía, el dolor, el llanto ahogado, la desesperación, aun así decidí hablar.

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