Buen Día, le dijo su padre con el ceño fruncido y la mirada esquiva, mientras preparaba su clásico jugo de naranja matutino. Buen Día, apenas logró murmurar Camila con un hilo de voz y un nudo que atravesaba su garganta. Había cumplido sus 18 años la semana anterior, pero le temía a su padre desde que tenía memoria. Habían tenido el gusto de compartir algunos buenos momentos, pero ella nunca había podido lidiar con su mirada de decepción, y sus palabras inquietantes.
Carlos, el papá de Camila, era abogado y Trabajaba en un estudio jurídico hacía más de 20 años. Había logrado en esos años de profesión una estabilidad económica adecuada, prudente. De la misma manera se había forjado su carácter: serio y de pocas palabras. Sumido en sus pensamientos, eran difíciles de prever muchas veces sus reacciones o comentarios. Había días que parecía levantarse con un humor excesivamente entusiasta, y otros días estaba para el diablo, y era muy difícil establecer cualquier tipo de conversación amigable con él. Tenía una rutina fija durante el día, y durante las noches solía escabullirse de las cenas familiares que compartían Camila y su mamá en el reducido espacio cocina – comedor. Se retiraba a su dormitorio ubicado frente al patio trasero, encendía su notebook y se quedaba en esa posición durante largo rato .A pesar de su imagen de hombre conservador, ocupaba su tiempo redactando extensos mails a su amiga virtual “ Susana”. En ellos no tenía vergüenza de confesar sus deseos más guardados y ser él mismo aunque sea en esos instantes.
Su hija lo veía sin lugar a dudas como un modelo de lo que no quería ser. Seguramente eso influyó en parte en su interés por la actuación, algo completamente diferente a la profesión de su padre. Se aproximaba a un punto de inflexión en su vida, debería dejar atrás los prejuicios de sus padres y animarse a seguir su instinto, o de lo contrario quedaría atrapada en viejos paradigmas, anulando sus posibilidades de elegir su propio destino.
Desde ya muy temprana edad solía imitar a sus parientes y amigos robándose con naturalidad las carcajadas de sus anfitriones. Su padre la miraba con desconcierto, y no perdía la oportunidad de reiterarle sus pocas posibilidades para triunfar en dicha profesión, argumentando que no era lo suficientemente buena ni talentosa para competir en ese medio. Estas críticas que recibía de manera constante la hacían dudar sobre si su vocación le permitiría ganarse la vida. Por las noches, antes de irse a dormir, se imaginaba a veces haciendo el ridículo, y a sus espectadores comentando y burlándose de su desfachatada actuación.
Claudia, la madre de Camila, limpiaba la cocina y los restos de los platos sucios luego de la cena, y cuando terminaba con su labor se dirigía a su propio dormitorio. Ella y Carlos habían decidido dormir en cuartos separados hace algunos meses, cuando las discusiones comenzaron a ser frecuentes por las noches. Habían logrado de ésta manera conservar la relación respetando ciertas distancias entre ellos.
La tarde en la que Camila volvió a su casa luego del colegio, encontró a sus padres tendidos en el sofá mirando el noticiero. Con gran expectativa y ansiedad a la vez se sentó junto a ellos para comentarles su intención de anotarse el año próximo en la escuela de teatro de un conocido director que le habían recomendado. Habló de la posibilidad de una beca, y la de trabajar simultáneamente para pagar parte de sus estudios, esperando la contribución también de sus padres. Su madre la escuchaba atentamente. Su papá guardó silencio por unos instantes. Luego acotó: Camila dejáte de joder!, no tenés talento para el teatro! – Estas seguro papá?? No tardó en responder. Mi última interpretación de personaje fue Susana y no fue tan mala, no? , la conocés?
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