Me duele la cara

Me duele la cara

Cristinaml

13/05/2020

Hoy me duele la cara. Y no, no de ser tan guapa como cantaban Los Inhumanos (lo admito, lo he tenido que buscar en Wikipedia) cuando el tupé todavía estaba de moda. Me duele la cara literalmente. No la cabeza, ni el ojo, ni la boca. Toda mi cara en su conjunto. No es que haya protagonizado una pelea. Tampoco me he abrasado al sol ni he sido atacada por una colmena de abejas asesinas. La razón es mucho menos imponente. Bueno, las razones, porque todavía no me ha quedado demasiado claro. Dermatitis atópica, rosácea, psoriasis o alergia. No sé si actualmente las tengo todas, solo una o según la posición de los astros me aparecen indistintamente. Lo que sí sé es que en mis 23 años de vida he tenido la gran suerte de conocerlas a todas. Somos ya una pandilla inseparable. El combo perfecto, vamos.

Para mí son todas igual de odiadas porque hacen que me duela la cara. Y eso no se le hace a una amiga. Ellas se ocupan de convertir mi rostro en una gran mancha roja, vamos que parezco una guiri achicharrada en Benidorm. Pero no solo eso, sino que además la llenan de eccemas, descamaciones y un picor insoportable que hace que quiera arrancarme la piel a tiras. Lo siento, quizás eso ha sido demasiado gráfico.

Ellas solitas consiguen que no pueda gesticular y que cada vez que intento sonreír vea mi piel partiéndose poco a poco. A decir verdad, tampoco es que tenga muchas ganas de sonreír en estos días, pero ni eso me dejan las muy cabritas. Vamos, que tal como vienen se llevan mi autoestima con ellas. A veces las intento tapar con unos cuantos kilos de maquillaje, pero este se convierte en una plasta indescriptible de piel seca y parches que, creedme, queda realmente mal. Otras me armo de valor y salgo a la calle mostrándolas en su máximo esplendor. No se me escapan las miradas de la gente y huyo como alma que lleva al diablo de cualquier superficie en la que pueda ver mi reflejo.

Gracias a ellas hacer deporte es todo un espectáculo. Tampoco es que sea yo demasiado deportista, pero si a los cinco minutos de ejercicio una siente que su cara va a explotar del calor que emana y del color rojo (pero rojo, rojo) que la tiñe, se le quitan las ganas. El momento ducha tampoco es mucho mejor y es que aunque el agua venga del mismísimo Ártico, la tirantez, el picor y el escozor son insoportables.

Ellas son tan buenas amigas que aparecen y desaparecen por sorpresa. Casi siempre en los mejores momentos, claro. En tu graduación, en el viaje de fin de carrera, el día que tienes una sesión de fotos. Y también en medio de una pandemia mundial, una y otra vez, para que las tengas siempre en la cabeza y no dejes de pensar ni un minuto en lo afortunada que eres.

Pero, eh, no todo es malo. Gracias a ellas me he convertido en una auténtica experta en enfermedades de la piel, quizás me habría ido mejor estudiando Dermatología que Periodismo, pero eso es otro tema. Además, puedo presumir de tener una auténtica farmacia en casa. Entre cremas, champús, lociones, pastillas, pomadas, geles y bálsamos labiales soy capaz de llenar una estanteria entera de Ikea, y de las grandes. La parte negativa es el riñón y medio que he tenido que vender para pagarlas, pero, en fin, así son las amigas.

Así que hoy me duele la cara y, la verdad, hay poca cosa que pueda hacer. Ya me lo dijeron, es crónico. O sea que no se cura, o sea que voy a estar así toda mi vida, o sea que… Ya vale, hoy me he propuesto no ofuscarme.

Dicen que la cara es el espejo del alma, pues mi alma debe estar hoy un poco hasta las narices. 

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS