I.
Y he aquí que el Dios omnisciente,
omnipresente y omnipotente se sentía sólo. Así es, la soledad no
es solo sentimiento experimentado por los hombres.
Los animales buscando otros, las
plantas dependiendo de un
ecosistema… El ser humano más
antisocial necesita interacción de vez
en cuando.
Incluso si ésta no es sana. El «todos necesitamos a alguien» parece casi
una ley natural de existencia.
Porque incluso el todopoderoso llegó
a sentir que el universo era
demasiado grande como para ser
habitado únicamente por él. Los
astros a su alrededor, pese a ser
hermosos a un punto indiscutible,
no satisfacían sus deseos de
compañía.
Por desgracia existen personas
como los astros: lindas y llamativas
pero ausentes en cierto modo. ¿De
qué sirve su preciosidad si están ahí,
orbitando con arrogancia y mutismo,
indiferentes a las inquietudes de sus
observadores?
El que se mantiene a tu lado sin hacer
nada en absoluto, ¿es realmente tu
amigo? La presencia no es siempre
sinónimo de compañía.
La soledad que Dios sintió llegó al
punto de lo abrumador. Un Universo
inmenso: planetas, estrellas,
constelaciones, galaxias, vía lácteas…
Y él estaba ahí sólo. ¿De qué servía
la belleza si no había quién la
apreciara?
¿Era un cuadro en la pared valioso si
nadie lo admiraba? ¿De qué servía
cuán hermosa era una canción si nadie
se detenía a escucharla?
Dios deseaba tener con quién
compartirlo. Quería tener un
compañero a quien mostrarle las
maravillas que el Universo guardaba…
Y no hay ser más puro que el que da sin recibir; el que tiene
un auténtico anhelo de hacer el bien
sin pedir nada a cambio. El desinterés
es uno de los rasgos más
infravalorados…
Pero Dios no lo supo hasta que creó
al ser humano. O más bien, cuando
cometió el error de crearlo.
II.──CIELO E INFIERNO.
La Biblia y la mayoría de religiones
teístas no se equivocan al pintar a Dios
como un ser amoroso, bondadoso y
dadivoso. ¿O sí?
¿Por qué es siempre considerada
correcta la generalización de ideas
acerca de algo? ¿Por qué cometemos
el fatídico error de obviar nuestra linda
capacidad de tener convicción propia,
en lugar de seguir la manada como
entes sin personalidad propia?
Sería un tanto inflexible deducir que
Dios es bueno solo porque nos creó,
¿no? Quizá Jehová quería crear algo
hermoso y se equivocó.
Porque el humano es un intento de
arte: un revuelto de coloridas
figuras sin sentido y la mitad del
lienzo con un preocupante vacío. Simbolizando así, que siempre hay
algo más.
Que nuestras almas no son blancas o
negras si no en distintas tonalidades
de gris: porque no somos enteramente
buenos o completamente malos. Y
tenemos la enorme responsabilidad de
decidir cuál de los dos rasgos nos
dominará la mayor parte del tiempo.
¿Quién sabe si en realidad estar en la
Tierra es un castigo? Sin importar qué
tan buenos sean tus días, la vida no es
fácil y eso es un hecho.
Las lágrimas en el rostro de la chica
por la ruptura de su relación amorosa
contrastan con el alivio que inunda al
joven consciente de que es libre de
atarse a alguien. El castigo que la lluvia
simboliza para ti es la euforia de una
planta a la que se le presenta la
oportunidad de crecer.
Tal vez no existe infierno con el que
nos asustan desde pequeños, quizá
éste es el peor lugar para estar. Quizá éste sea el infierno de otro planeta o algo semejante.
Quizá, en un lejano universo paralelo,
fuimos pecadores que están pagando
su condena en éste infierno al que
llamamos “Tierra”. Existe la
preocupante probabilidad de que no
somos nada en absoluto.
Pero, ¿qué podríamos saber nosotros?
Somos simples seres que se creen
auto suficientes, intentando
inmortalizar nuestras acciones para
tener más trascendencia que nuestro
limitado tiempo de vida.
No tenemos conocimiento de un más
allá, de un paraíso o castigo eterno, de deidades u órdenes celestiales…
Somos únicamente conscientes de nuestra mera existencia, nuestros
ambiciosos anhelos y nuestra
inevitable muerte.
El águila presume ser Rey de los cielos
porque desconoce la existencia del
león; y meterse con éste sería su
predecible final. Porque no conocemos
qué tan mal van las cosas hasta que la
primera consecuencia nos derrumba
inesperadamente.
Solo sabemos lo que se nos permite saber… ¿Y qué si te digo que hay
quienes saben más?
Porque Dios quería más súbditos que
comunes humanos. Necesitaba
ángeles que le sirvieran, adoraran y
obedecieran.
Como todo en la vida, esto tiene dos
formas de verse: negativa o positiva.
Los ángeles lo ven como su estimado
creador, los demonios como un
egocéntrico insoportable.
Fuerzas opuestas, ¡vaya sorpresa!
Nótese el obvio uso del sarcasmo:
¿no hay varias maneras de ver las
cosas siempre?
Si Dios es tan misericordioso y
pacífico, ¿por qué no fue capaz de dar
una segunda oportunidad a los ángeles
desobedientes? ¿No es errar algo tan
común como respirar?
¿Acaso disciplinar con ternura y
perdonar no es el deber de un buen
padre? ¿Es olvidar, rechazar y condenar
al primer error, el ejemplo que nos da?
¿No repite él que perdonemos sin
importar la persona, circunstancia o
qué tantas veces? Por éste obvio motivo, los descendientes de Lucifer
crecieron llenos de rencor hacia Jehová.
¿Porqué hace Dios algo tan injusto
como generalizar? ──Se preguntaba
Lilith, Reina del Infierno──.
¿Qué si en el corazón de los otros
demonios nacía el deseo de cambiar?
Pero claro, ésa era solo una excusa
para acumular las razones por las que
no consideraba que Dios era un buen
líder.
Porque para ser francos, los demonios
estaban demasiado cómodos con su
naturaleza; llamaban al infierno su
hogar y sus corazones eran incapaces
de albergar un sentimiento tan puro
como el arrepentimiento. Amaban,
además, la libertad de la que se
gozaba bajo el gobierno de Lucifer.
Cuestionemos esto considerando el
conformismo: todos amamos lo que
conocemos. Le tememos a lo
desconocido porque supone una salida
de nuestra agradable zona de confort y
un desenlace incógnito.
No sabes si te gustará el mar si no te
animas a dejar la orilla. Los demonios
nunca conocerán lo que es la bondad
ya que fueron encerrados en el
infierno.
Porque Dios te exhorta a ser
intachable para merecer los cielos,
pero Lucifer no te exige la más mínima
cosa. Él te abre las puertas a su Reino
lleno de lujuria y descontrol sin fijarse
en qué pecados cometiste; las
circunstancias de éstos o los oscuros
deseos que encierras en tu corazón.
Sin embargo, el libertinaje posee un
precio. Él te exonera de juzgamiento
cobrándote con las cicatices que
pintan tu piel las llamas del fuego
infernal: éste que arde incesantemente
siendo alimentado por la llegada de
más almas pecadoras.
Porque siempre habrán más. Siempre
habrán quienes pequen ──consciente
o inconscientemente──, quienes se
resignen a reconocer que no son
dignos del cielo y quienes se cansen
de seguir órdenes.
Porque aquí, amigos míos, la única
orden a obedecer es hacer lo
que quieras. No existen
reglas que te prohíban
intentar disfrutar: recurriendo
a la frivolidad para ignorar lo
probablemente preocupante
que es el lugar de tu eterna estadía.
¡Bienvenidos al infierno! Donde habitan
las rebeldes almas en pena rechazadas
por su propio creador.
Lugar donde la palabra “indebido”
carece de relevancia y llegan a caer
todo tipo de personas posteriormente
llamadas demonios. Y éstos demonios,
a veces, desafían el poder de Lucifer.
Enamorándose de ángeles,
por ejemplo. Un desastroso,
irónico y hermoso error.
III.──APOCALIPSIS
Hay una belleza oculta en
la adversidad. Hay un
extraño placer en
experimentar lo que no
nos conviene: una
retorcida diversión que
nos invade cuando
realizamos algo que sabemos
que acabará
mal.
Porque siempre le
otorgamos prioridad a
nuestro disfrute; dejando de
lado la
prudencia. Acostumbramos
a volar alto incluso si la caída
no solo duele, si no que
mata.
Y solemos aplicar éstas
leyes especialmente en el
ámbito amoroso. ¿Qué es
el amor, por
cierto?
Con ésta interrogante surge
el mismo inconveniente que
con la pregunta “¿cuál es
el sentido de la vida?”:
hay infinidad de
opiniones distintas, tan
variadas que ninguna se
puede dar por errónea. Una
cosa se puede asegurar,
sin embargo: el amor
es
indefinible.
Sin importar cuánto se
esfuerce el mejor orador
del mundo, es
simplemente imposible que
lleve a las palabras todas
las emociones, sentimientos
y estados que te proporciona
el amor. El amor es semejante
a una droga: te debilita, te
aleja de la realidad y te hace
ver todo de una manera
distinta.
Ésa podría ser vista como
una declaración en general,
mas cada quien tiene su
propia percepción de lo que es
el amor. Éste no siempre
está anclado a
sentimientos positivos,
vale
aclarar.
Para un acosador, invadir
la privacidad de su víctima
es muestra de amor. Para
una persona
inmadura emocionalmente,
es que se sometan a todos
sus
caprichos.
Para un psicópata, es la
reacción sumisa de su
víctima.
Para Lilith, el amor era
una aventura. Un viaje en el
que se negaba a pisar
el acelerador: dispuesta a que
el volante girara a su merced,
tal como en el infierno:
donde gobernaba soberanamente.
Quizá por eso se sentía atraída por el ángel Gabriel: él era
tan dulce y pacífico, tan fácil
de controlar… Era de alma
tan pura que, por
momentos, considerabas
que nadie más le
merecía.
Y Lilith no era la excepción,
ella no le merecía. Pero él
estaba convencido de
lo contrario: su bondad le
cegaba a tal punto que
los defectos y errores de
los demás pasaban ante sus
ojos como mínimos
deslices capaces de
resolverse con
amor.
Pero ella no sabía qué era
el amor. Al encerrarla Dios en
el infierno, la privó para
siempre de
experimentar
cualquier sensación más allá
de la humillación o la
ira.
Y el amor suele presentarse
de varias formas: como
un refugio, una necesidad,
una obsesión… Para ella,
amar era la perdición.
No estaba hecha para
atarse, para pronunciar un
“te amo” o abrazar: ella
era poder, autosuficiencia y
el tono de arrogancia en un
“te quiero pero no te
necesito”. Ella era las llamas
que ardían con
fiereza recordándote que
sin importar cuánto te guste,
es el infierno.
Ella era la brisa fresca en
una tarde veraniega: extasiante
y llena de vida, pero
temporal. Ella era todas
ésas cosas que no se deben
hacer y por ése mismo motivo,
se desean más que
nada.
Ella era oscuridad, violencia
y destrucción: todo lo que
estaba prohibido en el cielo.
Por eso, su amor fue
una promesa de niños.
Un secreto entre almas
frívolas que se creen capaces
de todo, pero
están
indiscutiblemente limitadas
por las vueltas de la
vida.
Y cuando el ángel se enamoró
de las llamas del demonio y
el demonio de la luz del
ángel, hubieron
consecuencias que pagaron
unos
terceros.
Valió la pena el desastre
después; porque el Sol y la
Luna se unieron en
un maravilloso eclipse que
unió al bien y al mal:
dando origen a la raza
humana. Los ángeles son
buenos y los demonios malos;
los humanos, por otro lado,
son tan indescriptibles como
el amor:
inclasificables.
Se unieron los delicados labios
de los enemigos naturales
y afectó al lugar intermedio
entre sus mundos: la Tierra.
Y hubo belleza en
aquella calamidad, una que
solo pueden apreciar
los emocionales seguidores
del arte de buscar lo hermoso
en la destrucción:
los masoquistas.
¿El resultado del beso entre
el cielo y el infierno?
Apocalipsis.
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