Cuando salí a la calle quedaba apenas una hora para el amanecer, y llovía levemente mojando el asfalto de la calzada. Pero para mí, eso no era un impedimento. Me gustaba que las pequeñas gotas mojaran mi piel. Sentía la lluvia y eso significaba que todo era real.
Caminé sin prisa pero sin pararme por la gran avenida que me llevaría al metro, y una vez allí esperé al taxi que me llevaría hasta el otro lado de la ciudad, allí donde tú me esperabas para abrazarme. Un abrazo que había esperado durante dos semanas.
Me metí en el coche y le pedí al conductor que me llevara a tu calle en un idioma que no entendía. Y tras cobrarme en una moneda que no conocía salí del coche. Allí estabas tú, con tu sonrisa y tus ojos que no paraban de mirarme. Por fin pude sentir lo que había controlado tanto tiempo, por fin pude ser yo.
OPINIONES Y COMENTARIOS