Perdí mi propia guerra

Perdí mi propia guerra

Karla Martinez

09/05/2020

Y juro que dolió ver su último suspiro, me encontraba fraguando en un abismo desierto sin salida ni oxígeno, nadie podía escucharme aunque hablara y nadie podía verme aunque me le prestara en frente. Porque aunque estoy, me disuelvo ausente, mi partida llegó cuando su fin se afinaba ¿cómo les digo que no hice nada? Que no reaccioné ante aquella situación por parálisis total que hoy en día no he podido explicar.

Pero me duele, su recuerdo duele y no he de parar hasta encontrar justicia aunque sea en otra vida.

Todo comenzó en la escuela secundaria, no les agradaba, mi presencia incomodaba aunque me esforzaba por ser parte de un “grupito”, del salón, o tan solo de la escuela. Simplemente no funcionó. Traté, de verdad traté de encajar ayudando a los demás, siendo amable y solidaria pero cada mañana recibía un insulto diferente, y ya, no importaba que hiciera, como me vistiera o que dijera, me criticaban por todo. En ese momento entendí que no siempre te critican por algo malo, a veces las personas solo hablan porque pueden hacerlo. Pero consejo número uno; tienes la libertad de expresarte. Sin embargo tus derechos terminan cuando te metes con los de alguien más, si hablas, procura tener tacto y elocuencia en tus palabras, que cada persona está pasando por una guerra y no necesita otra contigo.

Y bueno justo cuando creí que las cosas no podían empeorar fui acosada por mi maestro de educación física, él aseguraba que me enseñaría voleibol y que sería parte de la selección. Bueno sólo lo dijo, pero nada de aquello fue cierto. Aprovechaba cualquier momento para tenerme a solas, entrenándome con movimientos que solo él sabe porqué me los pedía. Siempre fue tan injusto, yo era una niña de doce años ¿cómo le explicas a una niña de esa edad que lo único que él quiere es hacerle daño? Mi inocencia o ignorancia quizá, no me dejaron ver los primeros indicios pero luego, ya no sólo eran miradas sino que me tocaba y entendí que no estaba bien pero no quería decir nada. Incluso en una ocasión me amenazó, diciendo que no quería que comentara nada de lo que había pasado de lo contrario se metería con mi familia…

Todo se vino abajo, nunca había experimentado tanta amargura porque aunque me gustaba estudiar no encajaba en la escuela y aunque me gustaba el deporte ese hombre me hizo tanto daño que dejé de hacer todo lo que alguna vez me gustó.

Así que no volví a la escuela y no comía, no salía de mi habitación y pasaba los días enteros llorando amargas aguas pues no sabía qué hacer y al parecer mis papás tampoco. Cada vez que me preguntaban qué me ocurría no podía emitir palabra alguna, solo me soltaba en llanto. Tiempo después argumenté que quería cambiarme de secundaria porque todos me hacían bullying. Tema suficiente para buscar un nuevo colegio.

Pasaron dos largas semanas de una búsqueda exhaustiva hasta que un jueves, después del catorce de Febrero llegué a un nuevo colegio con mejores expectativas claro. Aún recuerdo mi primer día. Se siente tan bien ser la chica nueva, todos te preguntan tu nombre y te invitan a sentarte con ellos, fui tan feliz hasta que, llegué a mi casa entusiasmada con mis padres, les conté como me había ido y después de una comida tan amena me subí a mi recámara. Agarré mi celular y me conecté a Facebook, tenía mi bandeja llena de mensajes negativos y además mi muro se encontraba inmerso de comentarios que hablaban sobre lo resbalosa que era con el entrenador teniendo rumores muy fuertes sobre nosotros. Cada comentario comenzó hacerse viral hasta llegar a los ojos de mis nuevos compañeros y empezaron a tomar conclusiones sobre mí sin conocerme.

Un día, recuerdo estar en el baño del colegio pintándome, cuando llegó un grupo de 3 niñas que me golpearon porque aseguraban le había bajado el novio a una de ellas, mi cara se consternaba cada vez un poco más porque yo jamás había tenido novio, me acomodé en posición fetal y solo deseaba que terminara. Consejo número dos: Jamás te quedes con expectativas ajenas, el crecimiento personal se da forjando las propias.

Nada tenía sentido, cada persona que conocía parecía agradarle, pero apenas escuchaban algo sobre mi cambiaban de parecer. Era tan injusto incluso cuando creí haber sanado, entré a la preparatoria y a mediados de la misma conocí un chico tan lindo, caballeroso, simpático, castaño con una mente brillante. Simplemente me enamoré, me enamoró su forma de ser, lo que me dijo y lo que me hizo sentir.

Teníamos poco tiempo de haber comenzado la relación y la palabra perfecta se achicaba cada vez que nosotros pasábamos. Todo iba bien y por un momento se me olvidó todo lo que en el pasado viví.

Una vez, como era común lo invité a mi casa, veíamos televisión en la sala de la primera planta, en medio de un comercial me besó suavemente y yo lo hice pero después fue un beso tras otro y cada vez con más intensidad, empezaba a tocarme suavemente y yo negué con la cabeza, dije aún no estar lista, pero siguió tocando cada vez con más autoridad. Empecé a asustarme no quería hacerlo pero me recordó mi entrenador. Le pedí que por favor parara y no lo hacía, me sostuvo las dos manos y empezamos a forcejear, él para tocarme y yo para quitarme. Estaba tan concentrado que cuando me besó tocó mis cachetes con su mano y después me cacheteó. Fue un golpe que aún recuerdo y veo estrellitas. Empezaba a llorar cada vez más fuerte hasta que pude empujarle y le dije “vete”. Logré que se fuera y me quedé sola, tanto que asustaba, ni la propia soledad ha sentido tanta ausencia en sí. Consejo número tres, respetar el espacio del otro es vital. Nadie pertenece a nadie, incluso cuando tengas mucho tiempo compartido si dice NO es NO.

Lo que quedaba de mí, se rompió para siempre. Pero seguí, porque consejo número cuatro aunque las adversidades pasan debemos alcanzar aunque sea contra corriente, o aunque creamos que el mundo no conspira a nuestro favor ya encontraremos un rayo de sol.

Meses después recibí una carta de él diciéndome que todo había sido una apuesta. Él jamás se fijó en mí y dijo tantas cosas que prefiero no contar pero hubo tanta violencia psicológica que ya no aguanté, ¿para qué me quedaba? Para que me digan que hago falta pero apenas estoy mi presencia se vuelve desagradable o invisible… Porque afrontémoslo la única manera de que alguien pueda ser completamente querido por todos es estando muerto. Último consejo, apoya y alienta a cada persona que tengas a lado, no sabes que pasa por sus cabeza, ni sabes cuándo será el último día que los veas. Demuestra tu amor y cariño por los tuyos en vida, muertos ya no necesitarán tu ayuda.

¿Para qué seguir? Si me habían quitado miles de sueños qué, por comentarios estúpidos dejé atrás, me dicen no hagas caso pero te invito vivir en un lugar donde tu presencia no es confortable, donde todos te juzgan incluso algunos sin razón.

El día que te sientas marginado, sin valor porque ya todos te lo quitaron, sin sueños ni aspiraciones sin sentido de vivir incluso cuando tengas fuerza y todos hagan lo posible para quitártelas ese día si tú sigues de pié yo te acompaño. Mientras tanto, no me juzgues que, aunque yo me fui no será en vano. Dejo esta carta para que todo aquel que lea piense y reflexione. Hay muchas clases de violencia y no hay ninguna buena, o menos alarmante o alguna que sea justificable y es que en el peor de los casos, aunque tú practiques una que no sea física puedes orillar a otro a que se suicide, te lo digo por esta carta porque en persona yo ya no puedo. 

Perdí mi propia guerra…

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS