Últimamente el trabajo en la biblioteca me recuerda un poco al de cajero-reponedor de supermercado. Desde que Absis lo tiene todo controlado, no hay más que pasar el código de barras por el lector y reponer los libros a sus correspondientes estanterías. Naturalmente me refiero a mi trabajo, no al de mi jefa, que se pasa la pobre el día catalogando, poniendo tejuelos, organizando talleres y demás cosas propias de sus funciones. Con todo, siempre hay alguna variedad que anima un poco el día.

Hoy, por ejemplo, ha venido un señor muy amable a preguntar si unos libros que había tomado en préstamo en la Biblioteca de Santander, podía devolverlos en la nuestra. Que vamos a ver, es como decir que quieres devolver en Zara una camisa que te has comprado en El Corte Inglés. Le dije que no, pero con una amable sonrisa. Ya se sabe que la gente tiene ideas muy peregrinas sobre los libros y la cultura.

A última hora se ha presentado una señora muy enérgica y algo acelerada, eso me ha parecido, preguntando por el horario de cierre. Cuando le he dicho que a las 14.00 (eran las 13.45), en lugar de decirme que qué bien, que llegaba a tiempo, me ha arrojado a los mismos morros un escatológico “Ah, bueno, entonces voy primero al baño”. Todos hemos pasado muchas veces por esos aprietos de vejiga, en los que tienes que decidir si hacer la gestión que sea, y mearte encima, o ir a buscar alivio al baño y que sea lo que Dios quiera, pero raramente lo expresamos con tanto desparpajo. El caso es que me alegró, la verdad, que el horario de verano le permitiese a la señora miccionar completamente a sus anchas y tomar prestado un libro, devolverlo, o lo que fuese que quería hacer. Pero poco después vuelve, se apoya en el mostrador y va y me dice: “El jueves voy a tener un problema”. Como no tenía aspecto de pitonisa a lo Aramís Fustér, ni de gitana con laurel, ni de quiromántica, ni de practicante, en fin, de cualquier otra “mancia” que se os ocurra, supuse que aquel “el jueves voy a tener un problema” no pretendía ser una demostración de sus dotes adivinatorias, sino algún aviso de catástrofe que, al parecer, incumbía de algún misterioso modo a la biblioteca (o no). Por otra parte allí se resuelven problemas asociados con la lectura o el préstamo de libros, pero no los problemas en general, así al turuntuntun problemático de la gente. Y da igual que sea el jueves o cualquier otro día de la semana (sábados y domingos cerrado). Empecé a pensar ni no me habría tocado en suerte una de esas locas que se dedican a contar sus desgracias al primero que se les pone a tiro y que no hay forma de quitárselas de encima. Y todo esto a cinco minutos de mi hora de salida, que ya es mala suerte. Algo de ese espanto se debió de abrir paso hasta mi cara de absoluta perplejidad, porque la señora se dignó informarme: “soy la sustituta de la chica de la limpieza”. Bien, todo aclarado: se limpia primero el baño, después el resto y el jueves ya veremos.

Que digo yo si no me convendría ponerle puertas a la imaginación, para evitarme disgustos.

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