Miró a su izquierda y derecha antes de cruzar la calle.

Ojos bien abiertos, pestañas muy alzadas; se le veía nervioso en su semblante y bajo ese nerviosismos rompió en tres segundos con su único compromiso y guardó en su bolsillo el círculo de oro que era la más grande atadura de su matrimonio.

Notó que su ánimo se acrecentaba por la adrenalina que producía el haber pasado un letrero en luces de neón que tenía décadas sin atravesar.

Décadas sin saber ni sentir qué se padecía en esos colchones que reservan historias y revuelcan conciencias.

Ella lo esperaba y lo incentivaba al deseo de tocarla con su sola mirada. Una tentativa que comenzaba por sus piernas abiertas, un traje de latex, cabello suelto… labios pintados de un rojo tan intenso como la erección que le provocó de inmediato al infiel.

Su escote lo deslumbraba.Y él no dejaba de deleitarse ante la diosa que tenía en frente.

Esa mirada en ella ya él la conocía; era de una persona que tenía fantasías sin cumplir. Que lo reclamaba y pedía que fuese él un protagonista en su lista de desfachatez carnal. 

Pero él no dejaba de pensar en ella, en esa mujer que compartió muchos deseos similares y que ahora la dejaba en un espacio vacío dentro de su mente, una similitud de limbo en el que ella era la única alma prisionera sin condición a salir. Para que su deseo egoísta esa noche fuese cumplido.

-Ya. No puedo… qué tal si dejamos este juego de roles ¿y vuelves a ser mi esposa, amor?

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